The soul cages, la elegía de Sting a su padre

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«Hay diversas razones para ensalzar The soul cages como la mayor obra maestra de un artista que, con The Police y en solitario, ha firmado un buen número de ellas»

 

Con ocasión de los próximos conciertos en España de Sting, Javier de Diego Romero viaja a 1991 para adentrarse en su tercer álbum en solitario, The soul cages. Una elegía a su padre que, engrandecida por partituras inspiradísimas, conmueve hasta lo más hondo.

 

Sting
The soul cages
A&M RECORDS, 1991

 

Texto: JAVIER DE DIEGO ROMERO.

 

Dedicado a la memoria de mi padre, Antonio de Diego Alfonso

 

Desde la orilla, el hijo contempla al padre cruzando el río Estigia, frontera entre el mundo de los vivos y el de los muertos en la mitología griega, cuyas olas calmas son evocadas por el ritmo ternario al que se ajusta la viola de gamba. Le llama con voz afligida, anhela su regreso; recibe respuesta, pero es en vano: están ante su último adiós. Dulcemente quejumbrosa, la melodía torna en turbulenta en el tramo final de la pieza, sugiriendo el tormento de la separación definitiva. Hablamos del Tombeau pour Monsieur de Sainte-Colombe le père, obra escrita por el francés Sainte-Colombe el Joven (ca. 1660-ca. 1720) en memoria de su padre, enigmático e influyente violagambista; con certeza, uno de los más hermosos plantos del Barroco musical.

El joven Billy la ha visto de nuevo: una vela negra que se recorta en el cielo amarillo pálido; mas, de inmediato, se desvanece entre las gaviotas cenicientas. Solo el más singular de los barcos podría volar, se dice a sí mismo, e, inquieto, se arroja al mar y nada durante toda la noche. Finalmente recala en la cubierta de la misteriosa nave, donde, después de que unos caballos blancos pasen galopando ante él, se embravecerán las aguas, el cielo se teñirá de negro y descargará una pavorosa tormenta. Acto seguido vislumbra, a través del cristal de la timonera, a un marinero afanándose en enderezar el rumbo de la embarcación, el cual, para su asombro, no es otro que su padre. No hace mucho que ha fallecido, Billy solo puede encontrarse con él en sus sueños, en sueños como este. Tras su muerte se ha abismado en la soledad más intensa y dolorosa, está perdido en el mar salvaje. Un mar que viene a la imaginación merced al uso de distintos compases ternarios y a los numerosos rubatos —aceleraciones y ralentizaciones del tempo— que tachonan la canción. “The wild wild sea”, seis minutos y medio de primoroso pop jazzístico in crescendo, reminiscente en lo literario de la poesía del romanticismo inglés, está incluida en The soul cages, el tercer disco como solista de Sting, producido por Hugh Padgham y publicado en enero de 1991.

 

Duelo y creación

El padre de Sting murió en noviembre de 1987, tan solo cinco meses después de que el cantante de Newcastle perdiera a su madre. Acababa de embarcarse en la gira promocional de …Nothing like the sun (1987), que continuaría durante un año, con un paréntesis de seis semanas dedicado al tour Human rights now!, organizado por Amnistía Internacional, en el que compartió cartel con Bruce Springsteen, Peter Gabriel, Tracy Chapman y Youssou N’Dour. A lo largo de 1989 se entregó al activismo ecologista por medio de la fundación benéfica Rainforest, que había establecido él mismo; además, en septiembre debutó como actor teatral en una adaptación de La ópera de los tres centavos, el clásico de Bertolt Brecht y Kurt Weill, dirigida por John Dexter. Al habla con Anthony DeCurtis, de Rolling Stone, reflexionó así sobre estos años: «La forma moderna de reaccionar ante la muerte es ignorarla y trabajar. Sencillamente, vas a trabajar. […] Eso fue lo que hice yo. Me dejé el culo trabajando. […] No pasé por el periodo de duelo. Creo que actuamos así por miedo. Tienes miedo de lidiar con la enormidad de lo que ha ocurrido y haces como si no hubiera ocurrido».

Pero Sting dejaría de huir durante el proceso creativo que desembocó en The soul cages. Lo refirió detalladamente en una entrevista con Bass Player: «Estuve casi tres años sin escribir ni siquiera un pareado. Compuse muchos pequeños fragmentos musicales, pero sufría un bloqueo con las letras. Estaba verdaderamente asustado. […] En un momento dado empecé a preguntarme por qué mi creatividad se había agotado repentinamente. Tal vez me daba miedo lo que podía aflorar si escribía algo. Creo que en mi subconsciente me negaba a aceptar la realidad, había cosas que no estaba preparado para afrontar. Reuní una banda [el batería Manu Katché, el teclista Kenny Kirkland y el guitarrista Dominic Miller —su mano derecha musical desde esta colaboración, la primera, hasta hoy—], faltaban dos meses para que se iniciara la grabación, y seguía sin tener ni una maldita palabra. Hablé sobre ello con Bruce Springsteen. […] Le dije, “Bruce, no sé qué hacer. ¿Tienes alguna canción mala que no quieras?”. Me ofreció un par. Pero un día me senté al piano y empecé a hacer asociaciones libres, musitando para mí mismo […], y poco a poco comencé a cantar versos. Las palabras empezaron a manifestarse […]. En un principio me parecía que no eran más que imágenes y versos inconexos. Bastantes se referían al mar, y todos estaban conectados de un modo u otro con mi padre y su muerte. De repente me di cuenta de que estaba llorando a mi padre, y entonces todo fluyó de mi interior como un río».

 

La noche oscura del alma

La pérdida de sus padres empujó a Sting hacia el pasado, le hizo rememorar sus orígenes, su infancia en Wallsend (noreste de Inglaterra) junto al astillero de Swan Hunter. Su trasunto literario en The soul cages, Billy, «nació cerca del astillero, / el primer hijo del hijo de un remachador. / Y conforme crecía el barco se convertía en una sombra, / su gran casco ocultaba la luz del sol»; son los versos iniciales de “Island of souls”, el corte de apertura del elepé. Una canción que también representa un regreso a sus raíces musicales: remite al folk celta de su región natal, muy en especial la introducción y la coda, en las que una espectral gaita de Northumbria ondea sugestivamente.

Escuchamos en ella, por otro lado, que el padre de Billy, trabajador de la construcción en la atarazana, sumido en una existencia gris y precaria, es víctima de un fatal accidente laboral que le deja con tan solo unas semanas de vida. El de Sting era lechero y falleció de cáncer, pero ambas historias están muy relacionadas: «Creo que la enfermedad de mi padre se debió a su entorno. Su vida se consumió hasta perder todo el sentido. Era un trabajo muy duro, el reparto de la leche. […] Bajar a la lechería a las cuatro de la mañana, cargar las furgonetas, aquellos cajones de embalaje metálicos estaban helados. […] Papá corría de casa en casa para terminar en cinco o seis horas y estar de vuelta para el desayuno», le dijo a Phil Sutcliffe, de la revista Q. Las estrofas de “Island of souls” constan únicamente de dos variantes de un mismo acorde, re menor, que se suceden alternativamente, una jaula armónica opresiva, desasosegante, como la vida del obrero naval, o como la del lechero. En el estribillo, excelente, delicado y perfecto, el pobre Billy sueña con que un barco los traslada, a su padre y a él, a un lugar donde nunca puedan encontrarlos, a un lugar alejado de su malhadada ciudad: a la isla de las almas. Sting hace referencia aquí, según le reveló al historiador de las religiones Evyatar Marienberg para su libro Sting & religion: the Catholic-shaped imagination of a rock icon, a Hy Brasil, isla legendaria ubicada en el océano Atlántico que en la mitología celta es dibujada como una auténtica arcadia, un paraíso terrenal cuyos moradores no conocen padecimiento alguno.

En la segunda canción, “All this time”, dos sacerdotes acuden al lecho de muerte del accidentado para administrarle la extremaunción. Arman escándalo «como una bandada de cuervos», rezonga su hijo, que preferiría evitar este rito y darle sepultura en el mar. En contraste con el texto, la música es jovial, alborozada, pop luminoso impulsado por un ritmo muy Motown y conducido por la mandolina aleteante de Mr Sumner.

El mar, omnipresente en The soul cages. El de “Why should I cry for you” es un mar huérfano, falto de amparo, en el cual el cantante flota a la deriva, seguido por una plétora de ángeles oscuros, ensoñando al padre ausente; y así seguirá, lamenta, durante el resto de sus días. En materia musical, esta magnífica balada, cautivadora en su crepuscular elegancia, bien podría formar parte de un disco de Peter Gabriel. Lenta y sombría es también “When the angels fall”, la canción con la que finaliza el álbum, un extenso blues de alta costura en el que el yo lírico de Sting pasa de la desolación de las almas marchitas, los hogares perdidos y el errar entre las lápidas a plantar cara, airadamente, a los mismísimos cielos. «No soy antirreligioso, pero prefiero resolver las cosas por mí mismo a creer en ideologías de masas. Venimos al mundo solos y lo abandonamos solos», manifestó en la revista Creem el autor de “O my God”.

El Sting más rockero sale a la palestra en el fascinante tema titular, cuya letra está inspirada en un antiguo cuento popular que recordaba de su niñez, una leyenda también llamada “The soul cages” y editada por vez primera en la antología Fairy legends and traditions of the south of Ireland (1825-1828). Osadamente, nuestro Billy reta a un pescador demoniaco que tiene cautivas en el fondo del mar, dentro de jaulas de langostas, las almas de los muertos. Trasegarán vino de un tonel hasta que uno de los dos caiga sin conocimiento; si es el pescador, deberá liberar a una de las almas, y si es el muchacho, «pasarás el resto de la eternidad en la jaula conmigo», le advierte su némesis. Es Billy quien se erige en vencedor y, por supuesto, rescata a su añorado padre, con quien navegará plácidamente, una vez más, hacia la island of souls.

The soul cages es un álbum intensamente triste, pero no falto de luz. Veámoslo partiendo de una entrevista que Sting concedió a la televisión pública francesa con motivo de su publicación. Sostenía en ella que los rituales religiosos no se adecúan a nuestras necesidades, «deben ser reexaminados, quizá puestos al día o vinculados a verdaderos símbolos de continuidad, como el océano, como los ríos […]. Así era en las religiones antiguas». Recuerden que a Billy le habría gustado que su difunto padre yaciera en el mar: a sus ojos representa la permanencia más allá de la muerte. Pues bien, que el chico logre reunirse con el alma paterna tras ganarle la apuesta al malévolo pescador puede interpretarse desde este prisma espiritual: la muerte no pondrá término a su relación con su padre, perdurará en forma de recuerdos que consuelan, de enseñanzas que guían. En la sombra del padre hallará Billy, en fin, un cálido refugio frente a las inclemencias de la vida.

 

Virtudes y ecos de una obra maestra

Hay diversas razones para ensalzar The soul cages como la mayor obra maestra de un artista que, con The Police y en solitario, ha firmado un buen número de ellas. Escucha uno en este largo a un Sting brillantemente ecléctico, muy convincente en géneros de lo más dispares, que además, importa subrayarlo, conviven sin fisuras, con total naturalidad. A las incursiones en el blues, el jazz o el folk celta que ya hemos mencionado hay que añadir el palpitante funk rock de “Jeremiah blues (part 1)”, el pop de aire medioriental de “Mad about you” y un grácil vals, la instrumental “Saint Agnes and the burning train”; en definitiva, un deslumbrante vergel estilístico. Estamos, por otra parte, ante su disco más sofisticado y audaz, sin que ello redunde en perjuicio de la accesibilidad que siempre ha caracterizado a su música. Y en el capítulo literario, The soul cages es una obra de singular hondura emocional, poética, abundante en poderosas imágenes alegóricas y en elegantes arcaísmos.

El elepé recibió numerosas reseñas favorables («de gran seriedad y con un sonido espléndido, The soul cages es el disco más ambicioso de Sting hasta la fecha, y quizá el mejor», elogió, por ejemplo, Rolling Stone), pero también hubo quienes lo tacharon de pretencioso, especialmente en Reino Unido. En cuanto a su repercusión comercial, se encaramó a lo más alto de la lista británica y al segundo puesto en la de Billboard, aunque vendería bastante menos que los dos anteriores álbumes del cantante, The dream of the blue turtles (1985) y el ya citado …Nothing like the sun. El sencillo de adelanto, “All this time”, ascendió hasta el número 5 en Estados Unidos, su segundo mejor resultado allí en el formato corto, tan solo por detrás del tercer puesto logrado por “If you love somebody set them free”. También extraída como single, “The soul cages” fue galardonada con el Grammy a la mejor canción rock en 1992.

Pero hay otra clase de resonancia que es más importante que las críticas, las ventas y los premios. Sobre ella habló Sting con el músico y productor Rick Beato en una entrevista reciente: «Sigue habiendo personas que han perdido a un ser querido que me dicen, “mi padre murió y ese disco significó mucho para mí”. Y eso es muy alentador para un autor de canciones, saber que tienen una utilidad, […] que ayudan a otras personas». En el año 2011, cuando acompañaba a mi madre en un hospital de paliativos, las palabras y las melodías de The soul cages, que me subyugaban desde la adolescencia, vinieron a arroparme, como lo había hecho siempre ella. Mi padre y yo nos quedamos solos, y en ocasiones, mientras veíamos la tele en el cuarto de estar, imaginaba que nos encontrábamos muy lejos, donde nadie pudiera hacernos daño, en nuestra particular isla de las almas. Hace ahora dos años falleció también él, lo que me llevó a volver al álbum con más intensidad que nunca, hasta el punto de decidirme a escribir este artículo. Está dedicado a un hombre honrado, sensible y culto. A un hombre bueno en el buen sentido de la palabra, como diría Machado, uno de sus escritores preferidos y el último que leyó, poco antes de morir. Al hombre que me inculcó la pasión por los libros y la literatura, al que hizo de mí un letraherido. Al hombre por el que escribo.

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