DISCOS
«Sus canciones ahondan en ese pop sintético y vaporoso que ya no necesita ser tan psicodélico como abiertamente bailable»
Tame Impala
The slow rush
CAROLINE / MUSIC AS USUAL, 2020
Texto: CARLOS PÉREZ DE ZIRIZA.
Hace casi cuatro años, Kevin Parker le comentaba a un servidor, en la zona de prensa del Primavera Sound, que le gustaría contar con un hitmaker como Max Martin a la hora de producir un próximo disco. Ese álbum ya está aquí, pero lo de Tame Impala sigue siendo, cada vez más, un asunto que el australiano afronta en la soledad de su estudio. Él se lo guisa, él se lo come. Fue mucho también lo que aprendió de Mark Ronson, otro de los músicos con los que ha estado colaborando en los cinco años transcurridos desde Currents (2015), junto a Lady Gaga, Mark Ronson, Travis Scott, SZA o Kanye West. Pero Parker sigue siendo el responsable único de la factura de sus canciones, que ahondan en este cuarto álbum en ese pop sintético y vaporoso que ya no necesita ser tan psicodélico como abiertamente bailable. Ha aprendido a divertirse, tanto sobre el escenario como en el estudio, y eso no se nota en un trabajo que es continuista pero que también introduce algunos puntos de fuga: “Instant destiny”, con falsete sostenido, es lo más cerca que ha estado nunca del soul o el rhythm and blues contemporáneo, y la juguetona “Breathe deeper” aporta soluciones rítmicas novedosas en su receta, con esa cadencia que parece un two step a pie cambiado y unos teclados de marchamo deep house.
Otros cortes resultan más previsibles, disfrutables en la medida en que uno comulgue con su pintón lacado sintético, no siempre al servicio de pelotazos de fuste. Es el caso de la resultona “Borderline”, clásica canción de Kevin Parker con estribillo apenas distinguible de sus estrofas. O de la normalita “Tomorrow’s dust”, que funciona más por la descompresión que brinda el ligero tacto acústico de su apertura que por su poder de convicción. O de “It might be time” y “One more hour”, cuya escucha hace entender por qué Supertramp es una de sus escuchas de cabecera en los últimos tiempos. O de la estupenda “Is it true”, que se acerca al funk por la vía Daft Punk, de lo mejor del álbum. En resumen, se trata de un buen disco, con varios momentos más que seductores, aunque ni mucho menos sobresaliente. Y demasiado largo. 57 minutos que invitan a darle a la tecla de skip o a aplicar la tijera para injertar algunos de sus pasajes en una buena lista de reproducción.
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Anterior crítica de discos: Manual de cortejo, de Rodrigo Cuevas.