«Su sonido estridente y caótico se entrelazaba con una conciencia profundamente activista en pro de la mujer»
Cuando irrumpieron en la escena punk londinense, Malcolm McLaren les propuso convertirlas en las Sex Pistols femeninas. Pero The Slits supieron zafarse de promesas y seguir su propio camino. Por Sara Morales.
Texto: SARA MORALES.
No tuvieron reparos en defender a voces los derechos de la mujer. Ni en provocar auténticos disturbios en sus conciertos con una puesta en escena desaforada y salvaje.
Tampoco se amedrentaron por sus carencias técnicas e instrumentales; al fin y al cabo, nacieron como banda en plena descarga punk del Londres de 1976, y ya sabemos lo insignificante que fue el virtuosismo para la insurrección. Se rieron en la cara de Malcolm McLaren cuando este, y su olfato tras un hueso más donde roer, intentó convertirlas en las Sex Pistols femeninas. Y, aunque aceptaron la propuesta de una discográfica de las grandes para lanzar su primer y gran trabajo –Cut, 1979-, ellas impusieron sus normas en un tiempo en que a la escena ya le sobraba testosterona.
Con un ímpetu feroz, indomables, extremas e ingobernables, las cuatro chicas de The Slits han pasado a la historia no solo por ser uno de los primeros grupos británicos de punk formado íntegramente por mujeres, sino también por haber dado vida aquel disco de culto que hoy en tiempos del #MeToo merece estricta revisión, por haber sido el perfecto antecedente de las riot grrrl y, sobre todo, por aquellos directos tan abrasivos como inmortales con unas cuantas anécdotas de escenario dignas de recordar.
Cuatro sin-vergüenzas despertando al mundo
The Slits irrumpieron en escena antes de alcanzar la veintenta. De hecho, la líder, Ari Up, contaba con tan solo quince años cuando hizo explosionar la bomba de relojería que llevaba dentro al frente de la banda. Hijastra de John Lydon (Johnny Rotten, capo de los Sex Pistols), chupó el estruendo de la música y la rebeldía conductual desde pequeña. Por eso, cuando en un concierto de Patti Smith conoció a Palmolive (seudónimo de Paloma Romero, una española de 17 años diestra de la batería que acababa de aterrizar en Inglaterra), enseguida tuvieron claro hasta dónde estaban dispuestas a llegar con la banda que iban a echar a andar.
No tardaron en llegar Tessa Pollitt, para hacer frente al bajo, y Viv Albertine, una guitarrista formada en la Escuela de Arte de Londres que aportó algo de cordura -si es que esa es la palabra- al desafío constante en que consistió la carrera de las chicas.
A medio camino entre la inconsciencia de una juventud insultante, la provocación, la defensa del cuerpo como expresión artística y la actitud subversiva de mentes inquietamente punks, comenzaron a arramplar con los escenarios de Reino Unido de forma unilateral tras telonear a los Clash en 1977.
Su sonido estridente y caótico se entrelazaba con una conciencia profundamente activista en pro de la mujer, a pesar de que en la época fueran tachadas por buena parte de ellas de actitud indecorosa y modales endiablados. Inolvidable es la noche en que Viv Albertine apareció sobre el escenario con decenas de compresas atadas al pelo para mofarse del puritanismo de la época y poner imagen a los tabús.
El cuerpo, una extensión reaccionaria
Enseguida fueron conscientes de que poseían la mejor arma y el mejor espacio para combatir o, por lo menos, hacer tambalear el conservadurismo y los corsés de entonces: su cuerpo y un micrófono. Eran tiempos en que subirse a las tablas con una guitarra ya era en sí un acto de rebeldía, y The Slits sumaron a aquello una desinhibición total, tanto física como mental, con la que ganaron una legión de adeptos pero también de férreos detractores. De hecho, Ari Up llegó a recibir dos puñaladas en un año a manos de falsos fans y un público malherido por su descaro y su rotundidad indómita.
Brava, agitadora y contestataria, hay quien todavía la reconoce y recuerda por aquella vez en que se bajó los pantalones y se puso a hacer pis en mitad de un concierto, sobre el escenario, ante la atónita mirada del público. «No creo que fuera un shock para nadie, sencillamente me entraron ganas de mear y no vi un cuarto de baño cerca», declararía pasados los años con su lozana desfachatez.
Ella, acérrima y practicante de la cultura rastafari, fue la que condujo la línea sonora de The Slits hacia tierras reggae, la que aceptó que Island respaldara aquel referencial Cut con la única condición de que Dennis Bovell (experto en blues, dub y música jamaicana) asumiera la producción. La creadora de himnos como «Instant hit», «Typical girls» o «Spend spend spend». La que instó a sus compañeras a protagonizar la cubierta del álbum semidesnudas a modo de tribu primitiva y la que abogó por la ropa interior hecha trizas como total look para plantarse ante la masa a cantar.
Una guerrera nata que terminó sus días batallando contra un cáncer de pecho que se negó a tratar y se la llevó en 2010, partiendo hacia el viaje definitivo con la conciencia serena por haber hecho de su vida el auténtico manual femme que promulgaba.
Puede que The Slits no fueran la mejor banda de aquellos setenta en que el punk y el post punk comenzaban a darse la mano. Y que su carrera, a pesar de que publicarían dos discos más en tono experimental, no presuma de una coherencia temporal como otras. Pero transcurridos los años, sí podemos decir que han pasado a la historia por pioneras, por ser las primeras en prender la mecha de una lucha imprescindible ayer y necesaria hoy.