DISCOS
«Un tipo que se siente feliz mezclando el jazz con el góspel y el viejo blues urbano y no piensa cambiar el paso mientras le dejen»
Van Morrison
The prophet speaks
CAROLINE/MUSIC AS USUAL
Texto: LUIS LAPUENTE.
Van Morrison sigue donde quería, instalado en la misma división que Neil Young y Bob Dylan, ilustres septuagenarios que viven una prolífica segunda, o tercera, o cuarta, juventud, capaces de publicar discos como churros, dicho sea en el sentido más castizo de la palabra: cuatro en dos años, en el caso de Morrison. Pero mientras el siempre impredecible e indómito Young alterna una de cal y otra de arena, y Dylan sigue empeñado en su particular carrera contra el tiempo a lomos del legendario Never Ending Tour mientras desempolva maravillosas oscuridades de su catálogo y se recrea en el repertorio de Tin Pan Alley, Van Morrison no aparta un instante la vista del cancionero que le amamantó en sus años mozos, el rhythm and blues devoto del jazz clásico. No en vano, ya en su legendario Astral weeks le acompañó el baterista Connie Kay, del Modern Jazz Quartet, entre otros ilustres jazzistas, y a lo largo de su carrera ha sabido rodearse de cuantos músicos de jazz se han puesto a tiro, y aquí la lista sería casi una declaración de intenciones.
Ahora, con casi cincuenta álbumes en su catálogo (este es su cuadragésimo en estudio) y no pocos remiendos emocionales, el músico irlandés insiste en su idea de haberse ganado un puesto de excepción junto a sus viejos maestros, al menos a la vista de algunos originales de este último trabajo, por ejemplo ese blues sincopado y torrencial titulado “Ain’t gonna moan no more”, que podrían haber firmado Willie Dixon o John Lee Hooker, a cuyos repertorios vuelve aquí para inaugurar el disco.
Menos de la mitad de los temas (seis sobre catorce) son suyos, pero ninguno de ellos pierde fuelle respecto de los firmados por Sam Cooke, Solomon Burke o Eddie «Cleanhead» Vinson: en sus textos se descubre al personaje maduro que ya no le canta al amor jubiloso de “Brown eyed girl”, “Domino” o “Moondance”, sino al que mide distancias y explica cómo recomponer un corazón roto o cómo convivir con los con los jirones sentimentales y con los casi inevitables pequeños y grandes desengaños, secundado por una estupenda banda dirigida por Joey DeFrancesco. Es un artista reconciliado al fin consigo mismo, al que sigue importándole un bledo lo que otros piensen o digan, un tipo que se siente feliz mezclando el jazz con el góspel y el viejo blues urbano y no piensa cambiar el paso mientras le dejen. Me temo que nadie podrá esperar ya de él una genialidad como las que produjo entre 1968 (Astral weeks) y 1979 (Into the music), pero reconforta saber que de vez en cuando el viejo gruñón va a descolgarse con una de esas pequeñas delicadezas como “Spirit will provide”, que valen casi por todo el disco, el mejor que ha firmado Morrison en muchos años.
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Anterior crítica de discos: Casi nada está en su sitio, de Víctor Manuel.