“Con 74 años y sin alharacas, el tipo que integró la formación seminal de los Rolling Stones convirtió en glorioso lo que prometía ser un concierto ramplón”
The Pretty Things, la banda de Phil May y Dick Taylor terminan este mes de noviembre girando por nuestro país. En los próximos días estará en Ponteareas (JJ Copas Club, 24 de noviembre), Cangas (Salason, 25), A Coruña (Mardi Gras, 26), León (El Gran Café León, 28), Pamplona (Nebula, 29), Barcelona (Marula, 30) y Valencia (Toneladas, 2 de diciembre). Eduardo Tébar cuenta cómo fue su paso por Granada, donde actuó en el Planta Baja.
The Pretty Things
Planta Baja, Granada
21 de noviembre de 2017
Texto: EDUARDO TÉBAR. Fotos: TOMÁS BUÑUEL.
Quédense con un nombre: Dick Taylor. El histórico guitarrista de The Pretty Things ofreció una lección magistral con su instrumento ante una sala Planta Baja de Granada casi llena una noche de martes. Con 74 años y sin alharacas, el tipo que integró la formación seminal de los Rolling Stones convirtió en glorioso lo que prometía ser un concierto ramplón. Ayudó, también, la prestancia de la sangre joven del quinteto. El público (091 andaban por allí) incluso disculpó la merma en las facultades del cantante, Phil May (73 años), aquejado de una infección tras las actuaciones en Valladolid, Bilbao, Madrid y Sevilla. Y aún les quedan siete fechas en España. Aunque son habituales las visitas de los Things a nuestro país desde mediados de los ochenta, se trataba de la primera vez en la ciudad de la Alhambra. “Es increíble que nunca antes hubiéramos tocado aquí”, comentó May cuando salió al escenario. Convendría precisar que, en los veranos de los noventa, fueron frecuentes las reuniones de los miembros originales en la casa del vocalista en el Boquete de Zafarraya, en la Sierra de Alhama. Un veterano en el recinto recordaba aquellos encuentros, “a los que asistió la crema de los músicos británicos de su generación”. La fiesta se encajaba en el ciclo Serpiente Negra, impulsado por Toni Anguiano, mánager de Guadalupe Plata, por el que este otoño han pasado The Neanderthals, The Cubical, James Leg o MFC Chicken. Calidad.
Decíamos que Dick Taylor sacó brillo a un muro pajizo. Con sus preciosas guitarras artesanales y la incunable Höfner verdosa que usó en el último tramo. Y todos los tiros pegados ya. De sus seis cuerdas salió el olor a roble que impregnó la velada. El rhythm and blues belicoso, escuela Chess, de sus inicios. Ese mismo cóctel molotov con el cuño de Bo Diddley y Jimmy Reed mediante el cual chamuscaron los oídos de la etiqueta Fontana hace medio siglo. Taylor compartió pupitre con Mick Jagger en el instituto y fue compañero de Keith Richards en la escuela de arte. A principio coincidían en intenciones: blanquear el rhythm and blues afroamericano. Pero los Pretty Things fueron ninguneados. Tenían el pelo más largo que los Beatles y más sucio que los Stones. Pocas bandas tan menospreciadas y mal dirigidas por sus discográficas. Y con tan poco tino a la hora de tomar decisiones: rechazaron grabar el dylaniano ‘Mr. Tambourine Man’ antes que los Byrds. Dick Taylor acabó haciendo country en la Isla de Wight en los setenta. Los Pretty Things consideraron que Dylan encajaba en su música… en 2007.
“Lo delicioso de un espectáculo de The Pretty Things en el siglo XXI radica en la fascinante recreación de su material”
En la capital andaluza reafirmaron su leyenda en las coordenadas del rhythm and blues que aparea pulso Merseybeat y energía mod. Es más, los ahora septuagenarios líderes contribuyen a perpetuar aquel tópico de que los Pretty Things dependían en exceso de composiciones ajenas firmadas por clásicos negros. Falso: el segundo álbum abundaba en temas propios, liberados del dogma estricto de la British Invasion. Pero May y Taylor se encuentran cómodos en territorios añejos, trillados hasta la extenuación, que llevan tres décadas reproduciendo de memoria en el circuito periférico. Dejaron las costuras a la vista con el ‘Big boss man’ de Jimmy Reed. Canciones sin caducidad, pensarán. Y están en lo cierto. A Bo Diddley le deben hasta el nombre del grupo. De su legado rescataron ‘Mama keep your big mouth shut’; un ‘You can’t judge a book by the cover’ asignado a los parámetros del blues rock inglés, con May animado a las maracas; y estiraron un popurrí a través del ‘Mona’, acogiendo ‘Pretty thing’, ‘Who do you love’ y el ‘I wish you would’ de Billy Boy Arnold.
En el pasaje acústico, Dick Taylor apuntaló el mástil con slide. Entonces aprovecharon para reivindicar el oráculo del blues profundo. Cayeron el ‘Come on in my kitchen’, de Robert Johnson, y el ‘I can’t be satisfied’, de Muddy Waters. Tradición y progreso. Porque para qué engañarnos, lo delicioso de un espectáculo de The Pretty Things en el siglo XXI radica en la fascinante recreación de su material. Y ahí entran las incitaciones a la perversión de May en ‘LSD’ y la muy digna recreación de su cumbre creativa, el mítico “S.F. Sorrow”. Hablamos de la primera ópera rock: se adelantó seis meses al “Tommy” de los Who. Nunca lo presentaron íntegro en su momento. “Fue un cuadro que nadie vio”, apuntaba Phil May. Y fue ahí, en piezas como ‘She says good morning’, ‘I see you’, el cotizado single ‘Defecting gray’ o la que titula el disco, donde brilló con nitidez la excelencia plástica del rock de los Pretty Things. Letras orwellianas que ilustran la odisea existencial de un protagonista diezmado por la primera Guerra Mundial. Toda la grandeza de la psicodelia del 68. ¡Y con May enfermo! Evitaron cruzar por su otra obra maestra, “Parachute”, espléndida secuela del “S.F. Sorrow”. Normal, ahí no estaba Dick Taylor. Los Things son figura de culto en el silabario rock, pero no olvidemos que en la España de finales de los ochenta había que mandar dinero a Washington para saber de ellos. Todo por el fanzine “Ugly Things”, la devota publicación de Mike Stax.