FONDO DE CATÁLOGO
«Un disco profundamente sureño, no solo en el aspecto musical sino en el concepto total»
Manel Celeiro nos lleva hasta 1993 para recuperar The last rebel, uno de los mejores discos de la malograda banda Lynyrd Skynyrd, un álbum profundamente sureño de canciones frescas y medios tiempos.
Lynyrd Skynyrd
The last rebel
ATLANTIC, 1993
Texto: MANEL CELEIRO.
No creo que venga a cuento repasar la historia de Lynyrd Skynyrd a estas alturas de la película, pero haremos un rápido y conciso resumen para que los menos iniciados se pongan al día. Su imparable ascensión al estrellato a principios de los setenta vino apoyada por una serie de discos magníficos: Pronounced ‘lĕh-‘nérd ‘skin-‘nérd (1973), Second helping (1974), Nuthin’ fancy (1975) y Gimme back my bullets (1976). Todos abundantes en temas como catedrales y con una imparable fuerza interior. Sus conciertos eran una bacanal guitarrera sin igual, un épico tour de force que finalizaba con la inconmensurable “Free bird”, una de las mejores canciones de todos los tiempos. Y entonces llegó el desastre. Street survivors llevaba en la calle apenas unos días, se editó el 17 de octubre de 1977, cuando el avión en que viajaban se estrelló en Gillsburg (Mississippi). Fallecieron en el acto el vocalista Ronnie Van Zant, el guitarrista Steve Gaines, la corista Cassie Gaines (hermana de Steve), Dean Kilpatrick (mánager del grupo) y los dos pilotos. El resto sufrieron heridas de consideración que necesitaron de un largo periodo de recuperación. Y, según afirman sus biógrafos, Allen Collins y Gary Rossington acordaron poner punto final a su trayectoria y nunca más volver a reunirse bajo ese nombre. Pero ya saben de qué manera van las cosas…
Tras algunas presencias puntuales en las Volunteer Jams organizadas por el recientemente fallecido Charlie Daniels, y otros proyectos a cargo de cada uno, corría 1987 cuando se anunciaba el Tribute Tour, donde Johnny Van Zant (hermano de Ronnie), Randall Hall y Carol Bristol se unían a los miembros históricos que todavía respiraban: Gary Rossington, Ed King, Leon Wilkeson, Artimus Pyle y Billy Powell. La acogida a esa gira fue extraordinaria, el público no se había olvidado de ellos. Así que con la maquinaria otra vez en marcha era previsible lo que vendría a continuación: grabaciones con material nuevo para conservar en funcionamiento el engranaje y seguir ganándose la vida en la carretera. 1991 (Atlantic, 1991) fue el disco de regreso. En algunos momentos mantenía el tipo, pero en otros era una repetición de sus esquemas compositivos movido por pura inercia.
Otra cosa bien distinta fue su sucesor. Beneficiado por el rodaje derivado por los numerosos conciertos realizados y por unos músicos en forma y engrasados, The last rebel es su último álbum notable para el abajo firmante. No es comparable a su etapa inicial, pocos son los que pueden llegar a ese nivel, pero está a mucha distancia de toda su producción posterior. De entrada, es un disco profundamente sureño, no solo en el aspecto musical sino en el concepto total del mismo. Se palpa en el título (El último rebelde), en la portada con un solitario soldado confederado junto a su caballo en el bosque y en la temática de sus letras, que remite a la importancia de la familia, la religión, el entorno rural, la vida diaria en esas pequeñas ciudades que pueblan su geografía y al desencanto por la pérdida gradual de esos valores, presentes en el proverbial carácter del orgullo natural de los estados del sur, debido al paso del tiempo y a la evolución natural de la sociedad.
Las canciones se alejan de la sensación rutinaria que lastraba 1991 y, sin traicionar los parámetros más ortodoxos que definen el género, suenan frescas y eficientes. El número de apertura es de aquellos que enganchan, que te dicen que vale la pena haber pasado por caja: “Good lovin’s hard to find” es un boogie gozoso y dinámico, empujado por una vibrante sección de vientos que refuerza un estribillo altamente adictivo. Hay rock sureño con el correspondiente sello de denominación de origen impreso en “One thing”, “Best things of life”, “Kiss your freedom goodbye” o la imponente “South of heaven”.
No faltan a su cita los medios tiempos, en los que los sonidos más cercanos al country toman las riendas y que quizás sean los que menos entusiasmo puedan provocar al fan más acérrimo, pese a su correcta factura. El tema que titula el álbum es una canción sombría, que nos habla del soldado del ejército perdedor —ya saben cuál, en este caso — que intenta volver al hogar tanto como del músico que nunca perderá el amor por lo que hace. «Just a boy with his old guitar / Keeps to himself but everybody takes him wrong / But he carries on / Got a dream that will never die / Can’t change him…». Finiquitan el elepé con “Born to run”, nada que ver con el himno de Springsteen, un tema bien construido y desarrollado que cuenta con unos interesantes minutos instrumentales en su parte final con papel principal para el piano de Billy Powell.
De no ser por la aparición del dichoso bicho, Lynyrd Skynyrd deberían estar en estos momentos terminando la gira que anunciaron como su despedida final tras tan extensa trayectoria. Ya solo quedaba Gary Rossington como último hombre en pie, y la edad y los achaques pasan una factura que nadie se escapa de pagar. Pero quedarán para la posteridad como una de las mejores y más completas bandas que nos ha dado el rock and roll hasta ese infausto 20 de octubre de 1977 en que el Convair CV-240 dio con su fuselaje en tierra debido a un error humano. Desde que volvieron a la actividad solo han perseguido mantenerse con dignidad en el negocio, como una buena y solvente atracción en directo, a medio camino entre la nostalgia y el engrandecimiento de la leyenda. No sé si hacía falta, pero a muchos nos ha permitido poder escuchar en directo canciones que llevamos grabadas a fuego en la piel. Y no puedo más que dar gracias por ello.
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Anterior entrega de Fondo de catálogo: Autobiografía (1989), de Duncan Dhu.