FONDO DE CATÁLOGO
«El músico en su versión más primigenia, sin más armas que su voz, sus letras y sus canciones»
Manel Celeiro recupera The ghost of Tom Joad, uno de los discos más intimistas de Springsteen, en el que vuelca su lado de narrador folk y cuyo título se inspiró en Las uvas de la ira de Steinbeck.
Bruce Springsteen
The ghost of Tom Joad
COLUMBIA, 1995
Texto: MANEL CELEIRO.
En la actualidad, en plena fiebre de los podcasts musicales, espacios de audio compartidos en plataformas en que cada uno se monta su selección musical y ejerce de locutor y pinchadiscos de manera radiofónica, ya hemos olvidado algo (más o menos) similar que tuvo su apogeo tiempo atrás. Sí, hombre, los blogs de internet. Aquellos cuadernos de bitácora virtuales en que cada cual expresaba sus cosas. Tuve uno durante varios años y disfruté mucho subiendo periódicamente mis filias y fobias sobre música. Una de las entradas que más visualizaciones obtuvo y más comentarios recibió fue la que dediqué a Bruce Springsteen en marzo de 2012. Venía a cuento de su próxima visita a Barcelona en mayo de ese mismo año, y en ella reflexionaba sobre mi desapego con ese Boss de gimnasio que hacía conciertos de más de tres horas en estadios repletos de público de todo pelaje y condición a sus 63 primaveras. No me lo acababa de creer, como no me convencían ni The rising, ni Magic ni Working on a dream y todavía menos Wrecking ball. Expresaba en mi texto el deseo de que ojalá dejara atrás ese personaje de masas en que se había convertido y volviera a sus raíces en busca de un Bruce más cercano, más humano.
¿Para qué este tocho de introducción?, se preguntarán ustedes. Bueno, pues para que nos podamos poner un poco en situación y dotar de contexto al disco elegido para esta ocasión. Y es que desde Tunnel of love (Columbia, 1987) hasta la llegada del reciente y muy recomendable Letter to you las grabaciones del de New Jersey que más y mejor he disfrutado han sido las más sencillas y desnudas. A saber, Devils & dust (Columbia, 2005), el directo y compuesto en su mayoría por versiones We shall overcome (Columbia, 2006) y el protagonista de estas líneas, The ghost of Tom Joad, editado a finales de 1995 y que se presentó en una gira en solitario en teatros y locales de aforos razonables. Justo lo que un servidor le pedía que hiciera en esa entrada del blog con la que empezábamos.
Un Woody Guthrie contemporáneo
The ghost of Tom Joad seguía la estela de Nebraska, álbum acústico publicado en el 82 y uno de mis favoritos de toda su carrera junto a Born to run, The river y Darkness on the edge of town. Contaba con más profusión de arreglos que el ermitaño Nebraska y pese a la presencia de algunos de sus socios de toda la vida (el desaparecido Danny Federici, Garry Tallent, Patti Scialfa), colaboradores cercanos (Soozie Tyrell, Marty Rifkin, Gary Mallaber) y el bajista Jim Hanson, mantenía un marcado carácter intimista. En él regresaba el cantante de folk que contaba en sus canciones historias de la cara oscura del sueño norteamericano, el Woody Guthrie contemporáneo, el trovador del lado de los perdedores que volvía a casa tras un periodo confuso en que había dado puerta a la E Street Band (uno de sus más grandes y mayúsculos errores) para grabar dos medianías absolutas como Human touch y Lucky town.
Es un disco crepuscular, como un western ocre, con sus propios vaqueros encarnados en Miguel y Luis, espaldas mojadas que vuelan por los aires al estallar el laboratorio de metanfetamina en que curraban en la estupenda “Sinaloa cowboys”, el delincuente de medio pelo de “Highway 29”, el expresidiario de “Straight time”, el militar convertido en policía de fronteras que lo deja todo para buscar a su Luisa en “The line” o los emigrantes a punto de cruzar a USA en “Across the border”. Todas y cada una de las canciones merecen ser escuchadas con total atención, sin distracciones, siguiendo las letras y teniendo cerca un ejemplar de Las uvas de la ira. La novela de John Steinbeck que sirve de inspiración para el título, Tom Joad y su familia son los protagonistas, y provocó revuelo por su marcado tono reivindicativo y de denuncia social.
Era obvio que, tras sus dos fallidos predecesores, los mentados Human touch y Lucky town, la recepción por parte de la crítica musical iba a ser más que entusiasta. Se habló (igual que ahora con Letter to you) de su mejor disco en años y todo eso que se suele decir en estos casos. Dejando aparte esas consideraciones, no cabe duda de que se trata de una grabación muy valiente, claramente comprometida y que, como decíamos al principio, nos plante frente a frente, sin muros de sonido y sin una poderosa banda detrás, al músico en su versión más primigenia, sin más armas que su voz, sus letras y sus canciones.
–
Anterior Fondo de catálogo: Llamadas perdidas (2004), de La Costa Brava.