«El concierto de The Black Keys ha sido como un buen café, corto pero intenso. De los que dejan buen sabor de boca. De los que dejan ganas de más»
Uno de los grupos más esperados en nuestro país por fin saldó su deuda anoche en el Palacio de los Deportes de la Comunidad de Madrid. En su único concierto en España, The Black Keys presentaron su último trabajo, “El camino” (2011). El dúo demostró que les basta una guitarra y una batería para sacar nuestros instintos primarios con un sonido crudo que sabe al rock, al blues y al garaje de unas décadas atrás.
The Black Keys
28 de noviembre de 2012
Palacio de los Deportes de la Comunidad de Madrid
Texto: HÉCTOR SÁNCHEZ.
Antes de que se enciendan los focos y de que se conecten los altavoces, se aprecia algo distinto en el escenario del Palacio de los Deportes de la Comunidad de Madrid. A diferencia de cualquier otro concierto de rock, donde la batería se pierde al horizonte, en esta ocasión, este instrumento relegado a salir de fondo en las fotografías luce en primer plano como un rey en su trono. Esta es la firma de The Black Keys, el grupo del momento. Un dúo que no necesita más que una batería y una guitarra para demostrar que su música es una digna heredera del sonido de Cream, Jimi Hendrix o Led Zeppelin y un formato que recuerda a The White Stripes. Con semejantes referentes, uno ya sabe que lo que se va a encontrar en directo no puede decepcionar.
The Black Keys han crecido como la espuma. En solo diez años de existencia, al vocalista y guitarrista Dan Auerbach y al batería Patrick Carney les ha dado tiempo a lanzar siete álbumes, e incluso a embarcarse en proyectos por separado. Un ritmo de publicación que ya les gustaría a muchos, con una calidad que también les gustaría a muchos. El dúo ha pasado de actuar en pequeños locales a agotar las entradas de grandes recintos, como sucedió con el concierto del Palacio de los Deportes, su única actuación en España y un broche perfecto para la celebración del treinta aniversario de Doctor Music. Auerbach, ataviado con una camisa de flecos, y Carney, con sus inseparables gafas, subieron al escenario para presentar su último trabajo, el excelente “El camino” (2011), sin olvidar el disco que más proyección les dio, el premiado “Brothers” (2010). Estos dos álbumes llevaron el peso principal, y a partes iguales, en el desarrollo del espectáculo, con una puesta en escena tan austera como eficaz. Aunque los focos apuntaban a los músicos, la pareja no estaba sola en el escenario. Un bajista, Gus Seyffert, y un teclista, John Wood, les acompañaban escondidos en la sombra.
‘Howlin’ for you’, y ‘Next girl’, sirvieron para abrir boca ante la primera canción de la noche extraída del último disco, ‘Run right back’, que el público recibió con palmas. Aunque se echó en falta la flauta a lo Jethro Tull en la blusera ‘Same old thing’, la pareja no podía dejar de lado este tema de su quinto disco, “Attack & Release” (2008). Con ‘Dead and gone’, The Black Keys ya se habían metido en el bolsillo a una audiencia que coreaba la letra y con ‘Gold on the ceiling’ la pista del Palacio de los Deportes parecía una alfombra de brazos en alto apuntando a los músicos.
A continuación, el bajista y el teclista abandonaron sus puestos para dejar intimidad a Auerbach y Carney. Ahora sí, solo había dos músicos en el escenario frente al lleno total del recinto. En soledad, la pareja recuperó tres canciones de sus primeros trabajos: ‘Thickfreakness’, del disco homónimo de 2003, ‘Girl is on my mind’, de «Rubber Factory» (2004) y la muy aclamada ‘Your touch’, de «Magic Potion» (2006). Durante estos tres temas, The Black Keys ofrecieron un espectáculo de rock crudo con sus dos únicos instrumentos, como si recordaran cómo comenzaron su carrera encerrados en un garaje en soledad. Un ejemplo de rock a la mínima expresión. En poco más de media hora casi habían tocado la mitad de su repertorio.
Las luces se apagaron y un foco apuntó directamente a Dan Auerbach armado con su guitarra acústica. Comenzó ‘Little black submarines’, un tema cuya comparación con ‘Stairway to heaven’ es inevitable. Se abrió otra luz. Detrás de Patrick Carney vuelven a estar el bajista y el teclista. El público se encontraba extasiado. En el momento en el que la canción estaba a punto de subir, el escenario quedó a oscuras y en silencio. ¿Qué iba a suceder? ¿No iban a terminar este tema? No podían dejar la canción a medias. Los músicos retomaron la canción de forma explosiva, convirtiéndolo en el momento más intenso de la noche. Al acabar, el público lo celebró con el odioso “oe, oe” como si ya hubiera terminado el concierto.
Pero esto aún no ha terminado. ‘Money maker’, ‘Strange times’ y sobre todo, ‘Nova baby’, animaron la noche mientras ‘Sinister kid’, fue el momento más flojo. ‘Ten cent pistol’ fue la única oportunidad que tuvieron el bajista y el teclista de llamar la atención. Después de hacer un número parecido al de ‘Little black submarines’, con la oscuridad y silencio llegó ‘She’s long gone’, que precedió a dos de los temas más esperados con los que cerraron su actuación. El público no pudo evitar silbar con ‘Tighten up’ y, por supuesto, no pudo parar de bailar con la siguiente: “¿Podéis ayudarnos con ésta?”, preguntó el cantante y guitarrista. Entonces la concurrencia enloqueció con la pegadiza, “Lonely boy”, la canción que se ha convertido en el clásico inmediato del grupo. Sin duda, este fue otro de los grandes momentos de la noche.
Después de hacerse un poco de rogar, los músicos regresaron al escenario para tocar un par de temas más. Dos bolas de espejos gigantes iluminaron el recinto y lo convirtieron en una noche estrellada de luces blancas, amarillas y azules mientras Auerbach hacía un falsete con ‘Everlasting light’, una canción con reminiscencias de T. Rex. El punto y final lo puso ‘I got mine’. El vocalista se despidió diciendo a los asistentes que regresaran a casa con cuidado para volver a verles la próxima vez. Durante toda la noche, Dan Auerbach no paró de agradecer los aplausos del público.
The Black Keys resultan una pareja peculiar pero juntos forman una combinación perfecta. La unión de la voz de Dan Auerbach, el sonido distorsionado de la guitarra y la fuerza de la batería de Patrick Carney, que tiene pinta de empollón pero que toca con la euforia de un hombre de las cavernas que acaba de descubrir la percusión, crean un rock crudo, con un sonido sucio, troglodita, un rock que hace sudar. La actuación solo duró una hora y media. ¡Pero qué hora y media! El concierto de The Black Keys ha sido como un buen café, corto pero intenso. De los que dejan buen sabor de boca. De los que dejan ganas de más.