FONDO DE CATÁLOGO
«Multitud de técnicas electrónicas, extensísimas improvisaciones y atrevidas fusiones de géneros»
Can
Tago mago
UNITED ARTISTS, 1971
Texto: SARA MORALES.
Atrás quedaron dos trabajos con los que habían irrumpido en la escena alemana para empoderar el krautrock: un primer disco llamado Monster movie (1969) y un pequeño experimento, Soundtracks (1970), tan solo de siete temas grabados para bandas sonoras de diferentes películas, en el que ya aparecía por primera vez Damo Suzuki, el cantante japonés que iba a sustituir a Malcom Mooney a partir de entonces, pero que, de momento, seguiría compartiendo protagonismo vocal con él. Fue con la llegada del segundo álbum de estudio, Tago mago (1971), cuando atrás quedó también la figura de Mooney de forma definitiva; un disco doble de lo más ambicioso con el que Can iban a dar el pistoletazo de salida a una nueva era mucho más expresionista, innovadora y experimental, con Suzuki al frente.
Revelación y transgresión
Todavía hoy, Tago mago continúa considerándose el santo grial de la obra completa de Can, el inicio de su época dorada, podríamos decir. Grabado en el castillo Nörvenich, cerca de Colonia, el bucólico ambiente ya envolvió la creación de un repertorio inspirado para el que utilizaron multitud de técnicas electrónicas, extensísimas improvisaciones y atrevidas fusiones de géneros. En él, además de darse cita estilos como el avant garde, el noise, el funk y hasta el jazz, supieron confeccionar un fascinante retablo de tejidos progresivos que iban a marcar, ya para siempre, su personalidad sonora y su carisma como uno de los grupos alemanes más a tener en cuenta del momento. La voz de Suzuki, capaz de danzar entre la serenidad del susurro y el alarido más salvaje, unida al dominio electrónico de Czukay y la utilización de una tecnología primitiva en el sampleado, dotaron de una nueva dimensión a su sonido y levantaron un repertorio con canciones definitivas como “Halleluwah”, con sus dieciocho complejísimos minutos de violines junto a un piano blues y un alma industrial, el collage experimental que es “Aumgn” o la vanguardista “Peking O”, que incluye la histórica performance lírica de Suzuki.
Otras piezas para la historia
Es fascinante ver cómo, ante la entropía ruidosa y enredada que el grupo va a desarrollar a lo largo y ancho del disco, todavía se encuentran pasajes con una suavidad melódica que va a contracorriente, pero que cautiva. Es el caso de la inicial “Paperhouse” con reminiscencias orientales o la espacial, alienígena más bien, “Mushroom”. Porque no todo está hecho en Tago mago para epatar y romper el orden musical habitual, también hay dulzura —agria, pero dulzura— y no todo es caos, también hay coros, como los de “Oh yeah”, o mantras vocales, como los del teclista Irmin Schmidt, que rozan los siniestro en la ya mencionada “Aumgn”.
Una colección de canciones avanzada para la época y que, curiosamente, hoy continúa sonando contemporánea, al mismo tiempo que asombrosa, estridente y radical. Por eso, aunque para su siguiente trabajo Can apostarían por una propuesta algo más accesible y menos arriesgada —Ege bamyasi (1972)—, este Tago mago fue el trabajo con el que se consagraron y conquistaron a una escena que, de primeras, no entendía nada, pero que terminó sucumbiendo a sus tajantes encantos y a sus texturas psicóticas.
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