«La industria creía en el grupo, nos decían que íbamos a ser los nuevos Nirvana»
Una resurrección inesperada pero celebrada, la de Surfin’ Bichos, que publican casi por sorpresa un nuevo elepé, Más allá, prácticamente tres décadas después de su disolución. Javier Escorzo habla de este regreso con su líder, Fernando Alfaro.
Texto: JAVIER ESCORZO.
Fotos: RUBÉN ALMONACID.
Tres décadas después de su disolución, el legado de Surfin’ Bichos no ha perdido ni un ápice de su vigencia. Los miembros del grupo, que siempre mantuvieron su amistad, pudieron comprobarlo en las dos giras de reunión que hicieron en este tiempo. Ahora publican Más allá (Sonido Muchacho, 2023), un álbum en el que mantienen todas las señas de identidad que convirtieron a la banda en una extraña y maravillosa anomalía dentro de la música nacional.
Cuando os separasteis dio la sensación de que había una cierta sensación de hastío, no hacia el interior del grupo, sino hacia vuestro entorno. ¿Fue así?
Hubo factores externos que provocaron un cierto desencanto, no hacia la música, sino hacia el trabajo activo de la música. Lo que implica trabajar en esto, depender de esto. La música, como todas las industrias, está orientada a generar la máxima productividad por parte de los artistas, y eso se consigue, sobre todo cuando los artistas son muy jóvenes, generándoles expectativas. Cuando más expectativas tienes, esa energía que te lleva a hacer música se encauza hacia algo bueno, que es crear canciones y trabajar en favor del grupo. En torno a Surfin’ Bichos se generaron muchas expectativas. La industria, que en aquel entonces eran las discográficas y ahora lo serían las plataformas de streaming, creía en el grupo, nos decían que íbamos a ser los nuevos Nirvana. Hablo de la época de nuestro tercer disco, Hermanos carnales, en el año 92, justo cuando Nirvana lo acababa de petar a nivel mundial. Por cierto, todas esas expectativas estuvieron apoyadas, precisamente, en una gira con Nirvana.
Gira que finalmente no hicisteis.
Eso es. Estábamos en la misma compañía discográfica que ellos. No lo buscamos, pero nos incluyeron en una gira que iba a hacer Nirvana por España con Teenage Fanclub, que los teloneaban en toda su gira europea, y nosotros. Hubo una serie de pirulas gansteriles por parte de algún listillo y finalmente no sucedió, no participamos en aquella gira. Y eso que lo habíamos anunciado, lo habíamos hecho público en entrevistas, pero, al final, no lo hicimos. Cuando eres joven, las expectativas son altas, te quieres comer el mundo… por muy bien que te lleves y mucha fe que tengas en lo que estás haciendo, te acaba afectando. Nosotros somos escépticos por naturaleza, como el clima de Albacete, y no llegó a afectarnos personalmente entre nosotros porque supimos ponerle punto final al grupo. Eso permitió que hayamos seguido siendo amigos durante todo este tiempo, que hayamos hecho alguna gira y que ahora hayamos grabado un disco.
¿Tuvisteis que matar al grupo para mantener viva vuestra amistad?
Una de las razones que tuve para acabar con la banda fue esa. No quería entrar en una etapa de decadencia y putrefacción de algo que me unía con mis amigos. Y lo logramos. Luego ellos hicieron Mercromina, tenían su propia química. A mí me dio una especie de ataque de celos, veía que estaba de puta madre lo que estaban haciendo y creé Chucho con otros amigos. Fuimos felices y comimos perdices [risas]. Nos seguimos viendo. Aquellos grupos terminaron, la vida nos zarandeó… Yo vivía en Barcelona, pero cuando volvía a Albacete quedábamos y nos tomábamos unas cañas juntos.
Mantuvisteis la relación, pero ¿cuál ha sido el detonante concreto que os ha hecho grabar este disco?
Por las circunstancias, por la forma que la vida te va dando, que casi siempre es diferente a lo que tú habías planeado. Regresé a Albacete después de mucho tiempo viviendo en Barcelona y volvimos a vernos con más frecuencia. Fui a vivir a un pueblo de la sierra albaceteña donde mi familia tiene una casa. Era finales de 2019 y quería aislarme para escribir, y justo entonces llegó la pandemia y el confinamiento. ¿No querías aislamiento? Pues toma tres tazas. Y allí compuse todas las canciones del disco, salvo “Conversación ultrafónica a las 4:00 a.m.”, que es de Joaquín, y se había quedado fuera de un disco que va a sacar dentro de poco. Cuando les enseñé las canciones, él me dijo que tenía una que creía que podría redondear muy bien el concepto del álbum. Antes de todo había habido una especie de piedra tirada al río, cuando Carlos, el batería, dijo una vez, en una gira de reunión que hicimos: «Si algún día nos diera por grabar un disco nuevo, molaría hacerlo en secreto, no decírselo a nadie y sacarlo por sorpresa». Lo intentamos, a la gente que vino a colaborar le pedíamos que no dijera nada, la idea era sacarlo de sopetón. Pero, claro, hoy en día no se puede hacer eso. Cuando hablamos con Sonido Muchacho, ellos, como hubiese hecho cualquier otra compañía, nos dijeron que teníamos que sacar adelantos. Por lo menos el primer single sí que salió de forma inesperada, y mucha gente se sorprendió, de hecho, de que sacásemos una canción después de tantos años.
¿Cuándo compusiste las canciones ya sabías que iban a ser para Surfin’ Bichos?
Estando en Albacete y teniendo las canciones, lo más natural era enseñárselas a estos y preguntarles si les gustaban y sí querían grabarlas con los Surfin’ Bichos. Eso lo hicimos en casa de Joaquín Pascual, ahí fue cuando me presentó la canción de “Conversación ultrafónica”, que me pareció perfecta, era la pieza que faltaba y redondeaba el disco. Los demás las escucharon en sus casas, sacaron sus partes. Nos juntamos muy pocos días y ni siquiera fue en el local de ensayo, sino directamente en el estudio donde grabamos el disco. Hicimos solo cuatro o cinco ensayos tocando todos juntos. No queríamos darles muchas vueltas a las canciones, sino hacerlo como siempre, de una forma orgánica, visceral. Además, las canciones pedían eso. Cuando estaba preparándolas, pensé si sacarlas con Chucho, yo solo en solitario… pero enseguida vi que quedarían perfectas con Surfin’ Bichos, no sé bien por qué. Y lo notamos en cuanto empezamos a tocarlas.
«El juego entre el amor y la muerte siempre ha estado presente en todas nuestras canciones»
Habéis contando con Fino Oyonarte para la producción.
Sí. En el momento en el que estábamos ensayando en el estudio, que además elegimos un estudio cercano, de gente cercana como Javier Fernández, de Chucho, que trabaja ahí, decidimos contar con Fino para que nos pusiera un poco de orden. Sabíamos que nos iba a entender bien personalmente, y musicalmente también. Podía haber resultado bastante caótico, pero él lo ordenó todo.
También hace coros Isabel León.
Sí, como en la primera época. Además, los coros que ha hecho Isabel en las nuevas canciones, como los que hizo en las viejas, los va a hacer en directo Lea Leone, que es el nombre artístico mi hija Natalia, que va a sacar álbum con Subterfuge.
El disco está compuesto en plena pandemia y da la impresión de que el virus se cuela en alguna canción, como “El caballo de mar” o “Luz del Mediterráneo”, pero lo hace de una forma tan abierta que puede interpretarse de otro modo también, no te hacen pensar en ello.
Sí. Las canciones están escritas en ese momento, y no es que hablen del confinamiento y de la pandemia, pero es que nacieron en esas circunstancias. “Virus en el Mediterráneo” habla de aquellos mapas, que eran como los del tiempo, pero que reflejaban la incidencia del virus en el país. “El baile del más allá” habla de atravesar fronteras para llegar a la persona amada, es por las fronteras perimetrales que había. En “Lotus Europa” se habla de estar encerrado en un pueblo pequeño, totalmente aislado, imbuido en el silencio, y, de repente, empezar a escuchar campanas a muerto, cuando todos estábamos encerrados y nadie podía ir a misa. Era el reloj del ayuntamiento, que tenía aquel sonido. Eso sucedió realmente durante el confinamiento domiciliario. Las canciones salieron de esas situaciones reales y concretas, pero luego tomaron un espíritu más general. “Tu propia Navidad” habla de que te confinen en Navidad y tener que hacer tu propia cena de Nochebuena solo. No hubo velitas, pero lo demás sucedió así, incluso el vino que me trajo un amigo…
¿Las costillas del postre de las que hablas en la letra también?
[Risas] Pues eso también es cierto, le pasó a un sobrino pequeño que le gusta mucho comer. Fue con sus padres a un restaurante especializado en chuletas de cordero, y cuando llegó el postre pidió más chuletas. Quise introducir esa anécdota en la canción, precisamente, para llevar una vivencia personal pura y pasar de algo particular a lo general. En esta canción es muy evidente, de repente luego hablo del cambio climático, por ejemplo. Ese trasvase de lo particular a lo general es lo que vértebra esta canción. Está también el juego entre el amor y la muerte, que siempre ha estado presente en todas nuestras canciones.
Es que siempre habéis sido un grupo de extremos, y aquí lo mantenéis, incluso musicalmente; hay canciones más rockeras, más potentes, y otras más delicadas, en la línea de ese pop bastardo, como solíais definirlo.
Sí, de hecho, he comentado alguna vez que el segundo single que hemos sacado, “El caballo del mar”, era una especie de bolero fantasma, no porque fuera un bolero extremo en lo dramático, sino porque era un bolero fuera de radar, por así decirlo. Creo que siempre hemos hecho un pop fuera de radar; pop de un mundo paralelo, de un mundo extraño.
“El caballo del mar” tiene ese punto de bolero al que aludes; “El baile del más allá”, un toque tex mex; “Luz del mediterráneo”, un aire folclórico. ¿Lo que suena son bandurrias?
Sí, son bandurrias. Quiere evocar un sirtaki griego, pero está hecho con bandurrias y laud. Está entre la rondalla manchega y luz mediterránea. “El baile del más allá” tiene un acordeón por ahí…
Hay muchos estilos, sí. Desde luego, no habéis hecho un disco lineal.
Creo que en nuestro caso siempre fue así. Siempre tuvimos claro que lo que mandaba eran las canciones. Esto lo puedes hacer de una forma mucho más racional, si haces un trabajo de estudio, analizando las canciones de una forma mucho más quirúrgica. Nosotros queríamos conseguir eso, pero siendo cuatro tipos tocando. El reto era mantener esa profusión de estilos, de melodías diferentes, pero siendo nosotros tocando con muy pocos añadidos más. Podemos tocar todas las canciones en directo y funcionan perfectamente.
Las letras también tocan temas extremos, el amor y la muerte, que también lo has mencionado y es marca de la casa. Y hay mucho sarcasmo, por ejemplo en “Yo que te he visto”, que no sé si habla de un caso concreto o es un retrato más general.
Esa es la canción que más se sale del concepto general del disco, aunque está compuesta en el mismo momento que las demás. No habla de un personaje, sino de un montón de personajes que conozco. Incluso nosotros mismos en parte somos un poco así, también nos hemos visto hincando la rodilla en el suelo y haciendo lo que dice. La canción habla de un tipo humano concreto al que se le atribuye un éxito social en el negocio de la política, se menciona un partido bisagra pero podría ser cualquier partido del arco, porque todos son bisagra en según qué sentido. Si te fijas, es el mismo personaje que el de “El baile del más allá”, solo que en “Yo que te he visto” está en tercera persona y de forma más ácida, y en “El baile del más allá” en primera persona y con un retrato más amable. Pero es el mismo personaje, «en la barra del bar, un sospechoso habitual».
«El reto era mantener esa profusión de estilos, de melodías diferentes, pero siendo nosotros tocando, con muy pocos añadidos más»
El disco se titula Más allá y esa expresión aparece varias veces y con varios sentidos distintos. En “Máquina que no para” dices que el más allá no existe.
Se habla del más allá en el sentido de la muerte, y del más allá en el sentido de más lejos. Se usa en otras canciones también, pero sobre todo son estos dos sentidos.
Se dice que Surfin’ Bichos fue algo así como el eslabón perdido entre el pop español de los ochenta y en primer indie. ¿Cómo habéis visto el desarrollo de esa escena independiente que nació de vuestra semilla y que ahora se ha desarrollado tanto? Dicen que es el nuevo mainstream.
Claro, es justo lo que estás diciendo. El sistema capitalista lo fagocita todo. Ha pasado mucho tiempo, estamos hablando de treinta años, pero básicamente es eso: cómo se fagocita un movimiento, algo que nace libre. La llama que te lanzó a hacer música es la que ahora te hace trabajar para las plataformas digitales. Porque es lo que hacemos ahora. En su día se hablaba de las compañías discográficas, pero su papel lo han ocupado las plataformas. Ahora trabajamos para tener likes, seguidores… Ya se sabe, porque te lo dicen abiertamente, que si no estás ahí dando el callo y metiendo horas todas las semanas en ello, no vas a tener visibilidad, te invisibilizan. Por cierto, nosotros hemos invisibilizado la última canción, “La mujer invisible”, que no viene acreditada ni en el cedé ni en el vinilo. Para subrayar esta invisibilidad de la mujer, lo que hemos hecho ha sido poner la canción como pista escondida.
¿Y qué me dices de los nuevos hábitos de escuchar música? En la primera época de Surfin’ Bichos la música se escuchaba en cintas de casete, cedés y vinilos, mientras que ahora casi todo se centra en las plataformas. Tú que has visto todo el proceso, ¿cómo lo valoras, como oyente y como artista?
Es como todo lo que vivimos hoy en día: mucha más información, pero mucha más superficialidad. Pasa en todos los campos: en la información, en la literatura, en la música… Todo es mercado.
Y en este panorama, ¿qué esperáis del regreso?
Lo que esperábamos era hacer el mejor disco que pudiésemos hacer, llegar a la gente que pueda ser receptiva. Eso incluye tocar en directo, por supuesto, y nos da igual cuánto público haya en cada concierto. El numerito de los oyentes y el numerito de las visualizaciones, aplicado a los conciertos, te termina afectando porque es dinero, pero nosotros vamos a tocar exactamente igual venga quien venga. Nos vamos a dejar todo en el escenario. Siempre lo hemos hecho así. En nuestra primera época, igual un día tocábamos para cientos de personas y al día siguiente nos encontrábamos tocando para cuatro personas contadas, literalmente, y de repente hacíamos el mejor concierto que habíamos hecho en meses. Eso va a seguir pasando. Ojalá no sean cuatro y sean muchos más. Pero si son cuatro, vamos a estar ahí.
Lo de que os vais a dejar todo en el escenario, en vuestro caso, es algo literal. En la gira de reunión, a alguno de vosotros os sangraban las manos después de tocar.
Sí, a Carlos. Pero eso le ha pasado siempre, en la gira de reunión y en todas.
Para terminar, Fernando. ¿Sigues pensando que tú no has elegido la música, sino que fue la música la que te eligió a ti?
Me temo que sí [risas]. Es lo que hago y lo que soy, no lo puedo evitar. Es lo que me define, para bien y para mal.