COWBOY DE CIUDAD
«Su gran sueño era ser como Garth Brooks, aunque sabía que difícilmente podría alcanzar a quien, en los 90, fue el cantante country más popular de la historia»
Javier Márquez Sánchez reconstruye la historia de Luke Combs, considerado por muchos el nuevo referente del country, además de haber hecho historia con sus últimos dos discos en la lista Billboard.
Una sección de JAVIER MÁRQUEZ SÁNCHEZ.
De vez en cuando ocurre que los gustos de la conservadora —y algo artificiosa— industria oficial del country con sede en Nashville, Tennessee, y los de los aficionados que reniegan de etiquetas, sonidos encorsetados y la almibarada y larga sombra del pop, coinciden en un artista llamado a convertirse en un nuevo referente del género. Y todo parece indicar que a Luke Combs le ha sonado el teléfono.
Viéndolo en un escenario, este tipo grandote, barbudo, sempiterna gorra calada y siempre con una cerveza en la mano, no parece la clase de artista que revienta listas de éxitos y congrega a gritonas adolescentes en sus conciertos. Pero así es. De hecho, Combs ya ha hecho historia en la música country: ha sido el primer artista que ha conseguido tener sus dos primeros álbumes 25 semanas o más en el número 1 de la lista Billboard. Su primer trabajo, This one’s for you, de 2017, se mantuvo 50 semanas, y el reciente What you see is what you get (River House Artists/Columbia Nashville), lleva 44 en el top 10, subiendo y bajando al primer puesto hasta en 28 ocasiones (ahí sigue en esta última semana de septiembre).
Según la propia Billboard, en los 56 años que llevan registrando la popularidad de los discos de este género, solo tres artistas lograron una hazaña similar, pero en ningún caso fue con sus dos primeros álbumes: fue el caso de Alabama, Garth Brooks y Shania Twain.
El detective cantante
Luke Albert Combs nació en 1990 en Charlotte, Carolina del Sur, y desde que siendo crío se enganchó a la serie CSI, decidió que quería ser detective de homicidios. La cosa iba tan en serio que hasta se matriculó en Derecho en la Universidad. Pero a la vez que estudiaba, también mataba el tiempo cantando. Su gran sueño era ser como Garth Brooks, aunque sabía que difícilmente podría alcanzar al que en los 90 llegó a ser el cantante country más popular de la historia. Con todo, se decidió a cantar. Lo comentó él mismo: «Mi primer objetivo fue aprender un acorde, luego dos. Con eso ya podía componer una canción. Luego necesitaba ser capaz de estar tres horas tocando. Ya solo quedaba montar una banda, conseguir bolos, escribir más canciones y mudarme a Nashville. Así que lo fui haciendo todo, paso a paso». Y como no tenía aspecto de inspector de homicidios, acabó convirtiéndose en estrella del country.
Luke Combs comenzó a sonar cuando aún no había cumplido los 25. Su voz nasal y curtida y un sonido con un pie en la tradición (o más bien esa neotradición de los 80-90) y otro en el rock sureño más salvaje le empezaron a abrir a un público cada vez más amplio. También ha hecho algunas concesiones al pop —muy medidas, eso sí— que han terminado por ampliar sus seguidores. Tras varios epés y sencillos, en 2017 su primer largo le puso en el mapa musical country de manera patente, sobre todo cuando estrellas tan referenciales del momento como Eric Churchs le invitaron a acompañarlas de gira como telonero.
Poco a poco Luke Combs se ha convertido en un nombre que todo buen aficionado debía conocer, tan querido por el público como respetado por sus compañeros (y denostado por los más puristas, todo hay que decirlo, esos que huyen de las influencias del rock y no digamos del pop como de la peste). El 2019 estuvo salpicado de publicaciones, a cuál más exitosa, y de grandes momentos de confirmación, como su emocionante ingreso en el Grand Ole Opry o sendos premios de la Country Music Association (CMA) al cantante masculino del año y la canción del año (“Beautiful Crazy”).
Pero el chorreo de premios continúa. Hace solo un par de semanas la Academy of Country Music (ACM) lo reconocía como mejor cantante masculino y al mejor disco (What you see is what you get), y todo apunta a que el próximo noviembre, en la nueva edición de los CMA Awards, podría ser quien levante el gran premio de la noche al Artista del Año; ironías del destino, justo el año pasado fue su admirado Garth Brooks quien recibió ese galardón (Combs también compite en las categorías de álbum, sencillo y dos canciones del año).
«Una inteligente combinación de country y rock «sucio», aceptable en sus arriesgadas concesiones a un pop —por suerte— bastante contenido»
Uf, respiremos un poco ante tanto reconocimiento. ¿Cuál es el secreto de tanto éxito? Pues según coinciden muchos críticos, además de su talento musical, resulta que Cumbs cae bien. Aunque tenga esa pinta de redneck con más cerveza que sangre en las venas —no es ser pesado: el zumo de cebada está presente en buena parte de sus canciones—, por otra parte resulta un tipo cariñosón y entrañable, todo un osito sureño al que abrazar. Y para comprobarlo, solo hace falta echarle un ojo al vídeo de su ingreso en el Grand Ole Opry. Lo de estar a medio camino entre el country y el rock con una reducción de pop para potenciar sabores también ayuda.
A tenor del éxito de este último disco, Columbia planea reeditarlo este mes de octubre con seis canciones adicionales, lo que en total asciende a unos nada desdeñables 23 cortes (una hora y veinte de duración). Y ese es tal vez uno de los problemas de un disco que contiene pasajes realmente buenos: estamos ante un trabajo de la era digital, es decir, sin demasiada pretensión autoral: compilación de un epé, varios sencillos y otros tantos inéditos.
Y ese es un riesgo que antes o después tendrá que hacer frente Cumbs: se está convirtiendo peligrosamente en una estrella country a la medida de la generación streaming, algo que no sabemos si es intencionado por parte del artista o buscado por parte de su sello discográfico, Columbia. Las canciones tienen un gran potencial, pero algunas adolecen de sobreproducción, algo así como un reto a ver cuántas guitarras eléctricas y cuántas steels guitars puede llegar a capturar el oído humano. La esperanza la encontramos en YouTube, donde el canal oficial del cantante ofrece buena parte de las canciones en versión acústica, y suenan que da gloria oírlas.
En cuanto a las temáticas, el disco ofrece un abanico de temas que casi parece concebido para no dejar un corazoncito sin remover. El amor (“Lovin’ on you”, “Moon over Mexico”, “Reasons”), la familia (“Even though I’m leaving”, “Refrigerator door”), la amistad (“1, 2 many”), la clase trabajadora (“Blue Collar Boys”)… y toda una declaración de intenciones en la canción que da título al álbum, “What you see is what you get”, en la que Cumbs no oculta su afición al tabaco y las cervezas (¡otra ronda!) entre otras debilidades, y al que no le guste, ya sabe lo que hay. La reedición ampliada llevará por título What you see ain’t always what you get, no sabemos si con algún mensaje implícito
Dejando al lado el problema del «enlatado», la veintena de canciones brilla en más de dos tercios con esa inteligente combinación de country y rock «sucio», y resulta aceptable en sus arriesgadas concesiones a un pop —por suerte— bastante contenido. Hay también voces invitadas para terminar de respaldar a Cumbs, como el dúo Brooks & Dunn, Eric Church o la cantautora e integrante del grupo The Highwomen Amanda Shires. Queda por ver cómo gestiona este treinteañero este meteórico ascenso a lo más alto de la industria musical de Nashville. Talento tiene, no hay duda, pero parece que su discográfica está tratando de venderlo como una versión más amable de los rudos Chris Stapleton o Colter Wall.
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