LIBROS
“La obra de madurez de un autor que se ha ido acercando constantemente a las relaciones entre cine y cultura rock”
Eduardo Guillot
“Sueños eléctricos. 50 películas fundamentales de la cultura rock”
EDITORIAL UOC (COLECCIÓN FILMOGRAFÍAS ESENCIALES)
Texto: MANUEL DE LA FUENTE.
Allá por el año 1989, apareció en una revista valenciana un artículo que reflexionaba sobre la popularización del cedé. Eran aquellos tiempos en que el disco compacto marchaba con paso triunfal y arrasando con el vinilo en aras de la bendita digitalización. Todos los medios de comunicación abrazaban las excelencias del nuevo formato, sin que nadie cuestionara un proceso que ocultaba la reestructuración de una industria cultural (la musical), encaminada hacia la disolución de todo el componente subversivo (o cuanto menos incómodo) que había supuesto la cultura rock desde su establecimiento en la década de 1950. Por ello, aquel artículo llamaba la atención al cuestionar esas loas, basándose en un vaticinio de Ben Vaughn: afirmaba el músico que los cedés serían “los posavasos del futuro”.
El artículo estaba escrito por Eduardo Guillot, quien ya en sus inicios mostraba dos ejes que definirían su ejercicio del periodismo cultural: una curiosidad incesante por los fenómenos culturales, acompañada por el cuestionamiento de los discursos dominantes generados por las autoridades políticas e industriales. Eso de hacerse preguntas era entonces una tarea ardua en España, este país en el que los grandes periodistas musicales traducían “rock around the clock” por “rock alrededor del reloj”, con lo que poco más hay que añadir. La labor sigue siendo hoy complicada aunque algo menos gracias al trabajo de Eduardo (y de unos pocos más, justo es mencionarlo), que viene a constituirse en la excepción que valida la célebre máxima de Frank Zappa: “El periodismo musical consiste en gente que no sabe escribir, entrevistando a gente que no sabe hablar para gente que no sabe leer”.
Estoy seguro de que Eduardo (que leerá esta reseña, aunque solo sea por amistad) estará pensando: “¡Ya estamos con Frank Zappa!”. Pues sí, pero es lo que hay. Y dado que en su último libro, titulado “Sueños eléctricos. 50 películas fundamentales de la cultura rock” (Editorial UOC), le dedica un espacio destacado a la película de Zappa “200 Motels”, podemos convenir que la cita resulta oportuna, porque se trata de no caer en el reduccionismo descriptivo, de ir más allá, escribir para reflexionar sobre el fenómeno de la cultura rock, y si para ello hay que preguntarse sobre el posicionamiento del crítico rock, justo es hacerlo. Así pues, la labor del crítico no debe limitarse a seleccionar cincuenta películas, relatar el argumento y decir que la música suena muy bien (para eso ya está la Wikipedia o clubs de fans), sino tejer una reflexión sobre la relación entre el cine y la cultura rock. Esta es la base, la de la reflexión, sobre la que está construido este libro.
El matiz en el concepto, que el subtítulo del volumen se refiera a “películas de la cultura rock” y no “películas del rock”, no es ninguna tontería. Porque Eduardo no cae (¡es más, lo rehúye!) en el esfuerzo pueril de elaborar un listado sobre películas-que-incluyan-canciones-rock. Por ello, el libro no habla solo de “rock”, sino de “cultura rock”, esto es, del modelo de producción y distribución cultural surgido en Estados Unidos a mitad del siglo XX que, partiendo de la música popular, establece unas relaciones novedosas de circulación basadas en las ideas de juventud y disidencia. O, dicho en palabras del autor, dado que “podemos asociar al rock and roll (…) una filosofía de vida y unos valores sociales e ideológicos muy determinados, aceptamos como películas rock todas aquellas cintas que de un modo u otro se ajusten a ellos, ya sean biografías sobre artistas concretos, thrillers, comedias con apariciones musicales o incluso films de indiscutible influencia generacional” (pág. 26).
Es por esto que la muestra de películas engloba no solo un amplio abanico temporal –que abarca desde “Semilla de maldad” en 1955 hasta “20.000 días en la Tierra” en 2014–, sino también genérico (ficción, documental, biopic, comedia, drama, etc.). Esto le sirve al autor para un análisis poliédrico, como la mostración de las tensiones del cine-rock, un cine que se resiste a la gloria acrítica de los grandes artistas, según se aprecia al confrontar diversas miradas sobre músicos como Bob Dylan (“Dont Look Back” y “I’m Not There”). O para certificar los retratos complejos de movimientos como el hipismo (“Easy Rider”), la música disco (“Fiebre del sábado noche”) o el punk (“The Filth and the Fury”). O incluso para detenerse en films heterodoxos como “Buena Vista Social Club” y pensar en la gestación de la “world music” y los tránsitos entre las músicas anglosajonas y latinas.
“Sueños eléctricos”, lejos de ser el típico catálogo de “películas que deberías ver antes de morir”, representa la obra de madurez de un autor que se ha ido acercando constantemente a las relaciones entre cine y cultura rock. Ahí está, por ejemplo, su libro de 2008 “¡Rock, acción! Ensayos sobre cine y cultura popular” (Avantpress), manual con vocación descriptiva que se completa con el proceso de criba que representa el presente volumen. Por ello, en este libro se abren muchas más vías de las que pudieran pensarse en un primer vistazo. Esto me hace recordar a Isabel Coixet cuando confesaba su temor ante los nuevos discos de Antony Hegarty. Decía la cineasta que temía que la obra de su amigo no estuviera a la altura de los discos precedentes, reticencias que se disipaban en cuanto lo escuchaba y no se producía la temida decepción. Ese temor uno es incapaz de sentirlo ante los nuevos libros de Eduardo (ahora, este “Sueños eléctricos”), porque el trabajo riguroso y la curiosidad intelectual resultan tan infalibles como las canciones de Frank Zappa o los pronósticos de Ben Vaughn.
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Anterior crítica de libros: “No, no me olvido. Nacha Pop”, de Sandra Bensadón.
