Strictly a one-eyed Jack, de John Mellencamp

Autor:

DISCOS

«Él mismo parece cavarse su propia tumba, pero puede que sea justo ahí donde radique parte del encanto»

 

John Mellencamp
Strictly a one-eyed Jack
Republic Records, 2022

 

Texto: SARA MORALES

 

Como cuando uno encuentra en una tienda vintage un tesoro añejo, cargado de tiempo y cicatrices, pero transpirando agradable el aroma de la experiencia y de una vida vivida. Así ha sonado siempre John Mellencamp, ese tipo de Indiana al que la sombra de Springsteen hizo tanto bien, como mal, y ahora llega con ademanes de pirata que acumula fechorías desde una voz quebrada.

No retumban en los oídos las formas propias que siempre practicó para unir el folk con el hard rock, esas que le alzaron hace cuarenta años con aquel American fool, y hoy rescata para el presente con la misma vehemencia, pero con mayor costumbre. Y sí, él mismo tira de su mentor el Boss para levantar algunas de las canciones de este nuevo álbum, el vigesimocuarto ya, que descansa una vez más sobre raíces estadounidenses. Él mismo parece cavarse su propia tumba, pero puede que sea justo ahí donde radique parte del encanto.

Aunque las canciones de este Strictly a one-eyed Jack fueron escritas y compuestas antes de la pandemia, su grabación debió esperar un año para completarse, pues para entonces el virus ya había aparecido en escena. Sin embargo, en abril de 2021, cuando se pudo retomar cierta rutina, Mellencamp invitó a Springsteen a su estudio y de ahí tomaron forma temas como “Wasted days”, “Did you say such a thing” y “A life full of rain”.

Para muchos serán estas precisamente las estrellas del disco. Seguramente lo sean, sí. Completas, rematadas, compartidas, engrandecidas, profundas. Pero escuchar al viejo John contar la historia de un hombre en estos doce pasajes, y hacer un análisis del sistema engañoso y tramposo en el que vivimos de la manera en que lo hace, es una estrella en sí misma; y bien resplandeciente, además.

Abriendo con la melancolía de “I always lie to strangers” al piano, terminando con más mentiras desde “Lie to me”, pasando por una de esas canciones que parecen estar dedicadas a una mujer, cuando en realidad la heroína es la protagonista (“Sweet honey brown”) o cantándole al final de un amor en clave de jazz sucio y arrastrado.

Todo brilla en este disco, a pesar de sentirse escrito desde el fango.

Anterior crítica de discos: Babilonia, de El Hombre Garabato.

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