Stories from the city, stories from the sea: cuando PJ Harvey amansó a la fiera

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VEINTE ANIVERSARIO

«Supone la aparición de una Harvey menos visceral a primera escucha, pero tan intensa como en sus comienzos»

 

Centrando el tiro en su disco Stories from the city, stories from the sea, Fernando Ballesteros recorre la carrera discográfica de PJ Harvey, plagada de fiereza, belleza y versatilidad.

 

PJ Harvey
Stories from the citry, stories from the sea
ISLAND RECORDS, 2000

 

Texto: FERNANDO BALLESTEROS.

 

La gran PJ Harvey sigue siendo relevante en 2020, y lo era, y mucho, a comienzos de siglo. Lo suyo, dicho sea de paso, es uno de esos milagros artísticos en los que una creadora es capaz de encarnar el espíritu de décadas muy distintas. Porque si rebobinamos hasta 1992 nos encontramos a una joven PJ que expresaba con su música todo lo que estaba marcando aquellos años del grunge: había mucha rabia, guitarras que abrasaban y un desgarro que atravesaba toda su obra.

Sus primeros discos, Dry y Rid of me, son un buen muestrario de todas aquellas virtudes. La artista que se presentaba ante el mundo lo hacía mostrando una serie de características que iban a estar ya siempre presentes en su producción. Por el camino, eso sí, iba a incorporar muchos elementos a su catálogo. Y ahí radica otra parte de su grandeza.

En 1995, cuando publicó To bring you my love, echó mano del productor Flood y de su gran amigo, John Parish, y con ellos abrió nuevos caminos. Una exploración que iba a continuar en Is this desire, un disco que cosechó críticas muy positivas, como le había sucedido en sus anteriores entregas. Sin embargo, el reconocimiento del público fue bastante más modesto.

De manera que, cuando nos plantamos en el año 2000, la carrera de Harvey vivía un momento especialmente importante, en el que habría de dar respuesta a muchas preguntas. Ella respondió con Stories from the city, stories from the sea, que quizás, como reacción a lo que le había ocurrido dos años antes, se revela como el álbum más accesible de su trayectoria.

 

Más belleza, menos fiereza

En el dibujo de las canciones, de sonido menos rugoso de lo habitual y en el que Nueva York está muy presente, PJ no es —aparentemente— tan fiera como en sus principios. La vulnerabilidad ha ganado terreno en la ecuación y así se nos muestra en ese derroche de sentimientos que desata en cada interpretación. Son canciones en las que, a diferencia de la Harvey de años anteriores, se busca la belleza por la belleza. Porque sí, porque se trataba de hacer canciones bonitas. Ella misma ha declarado en alguna ocasión que había buscado la melodía por encima de todo. Y triunfó en el empeño, que quede claro.

 

Las canciones

Con ese propósito se presentaba un disco en el que “Big exit” es un comienzo con el rock dominando la escena. Un arranque enérgico que desembocaba en “Good fortune”, la canción que más sonó de este album. Sin lugar a dudas, una buena elección como single y un tema que, quién lo iba a decir unos años antes, destila algo muy parecido a la alegría.

“A place called home” fue el segundo single extraído del elepé. De efectos no tan instantáneos como el primero, la canción nos muestra a una PJ a tope de facultades vocales. Queda claro que, aunque ceda terreno a otros sonidos, la fiereza y el desgarro no han desaparecido. Y la alegría aparece, pero no lo va a dominar todo, así que la melancolía tiñe el paisaje de “Beautiful feeling”. Señores, estamos ante un disco de PJ Harvey, no todo podía ser tan fácil. Aquí hemos venido también a sufrir.

El rock que nos da la bienvenida vuelve a golpear en “The whores hustle and the hustlers whore”, donde las guitarras lucen con contundencia y su voz emerge versátil y poderosa. Es un disco repleto de canciones de amor, una obra, vamos a decirlo ya, madura. Ahora que han pasado veinte años ya no se puede malinterpretar la palabra. No hay peligro. Pero sí, hay aquí mucha madurez, entendida como el resultado de una evolución intachable en la década de camino que había recorrido. Y ese crecimiento se cristaliza en una de las cimas de la obra, el maravilloso dúo que protagoniza junto a Thom Yorke, en “This mess we’re in”. Dicen que Polly escribió la letra pensando en la voz del frontman de Radiohead y dio en el centro de la diana con una maravilla en la que cede los focos a su acompañante ocasional.

“You said something” ahonda en la temática amorosa, con una melancolía y un espíritu reflexivo que salta por los aires en “Kamikaze”, el corte más furioso del disco. Tanto, que no cuesta pensar en la PJ Harvey de 1992 cuando la vuelves a escuchar aquí, dejándose la garganta en el micrófono.

“This is love” es rock que se acerca a lo convencional, guitarras que rascan y sensibilidad a raudales, para una canción que representa fielmente a la PJ del año 2000. Justo después, “Horses in my dreams” abandona la concreción para expendirse en otras direcciones, en las que, aunque sea a lo lejos, se llega a divisar la palabra jazz. “We float” por su parte, reserva para el final los momentos más relajados del camino.

Stories from the city, stories from the sea supone la aparición de una Harvey menos visceral a primera escucha, pero tan intensa como en sus comienzos. Desnuda, sincera, algunos de los que no supieron o quisieron verlo en aquel momento han comprobado, con el paso de los años, que todo lo que es PJ Harvey como artista tiene mucho que ver con lo que nos mostró en este disco: lo que ya conocíamos y, sobre todo, lo novedoso.

En todo caso, el álbum ya fue reconocido en su momento, y a su moderado éxito comercial se le unieron muy buenas críticas y una amplia cosecha de premios, incluido el Mercury Music Prize. El 23 de octubre se ponía a la venta un trabajo en cuya grabación invirtió dos meses y del que se despacharó más de un millón de copias. Quizás fui un poco tibio al hablar de éxito moderado.

Cuatro años tardó Polly en mostrarle al mundo su siguiente disco, Uh huh her. Allí asumió casi todo el protagonismo instrumental y, todo hay que decirlo, bajó un escalón respecto a su predecesor.

Como artista inquieta y no acomodada que es, en 2007 nos sorprendió dando un giro con el que se alejó del rock: White chalk, de hecho, es un conjunto de baladas al piano que dejaba claro que no se iba a quedar anclada en sus planteamientos de partida y que precede a los que muchos consideramos su obra cumbre, Let England shake. Un trabajo que le permitió recoger otro Mercury Music Prize y uno de los mejores discos de la última década. Una de esas obras especiales en las que una sensibilidad como la suya es capaz de reunir todo lo bueno que ya nos había ido entregando durante dos décadas. Sencillamente magistral.

Su último elepé hasta la fecha, The hope six demolition project, no llega a ese nivel de excelencia ni da la impresión de pretenderlo, pero que no suenen las alarmas: es un muy buen disco.

La grandeza de una artista total como PJ Harvey es que sigue demostrando su personalidad en cada proyecto y cada colaboración, y que, casi treinta años después de su disco de debut, no es que sigamos esperando nuevas obras maestras con su rúbrica, es que sabemos que van a llegar.

Anterior entrega: Figure 8, nuevos horizontes pop para Elliott Smith.

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