DISCOS
«Ha vuelto a hacer un disco de notable —no excelente— y eso debe hacernos sonreír»
Lucinda Williams
Stories from a rock and roll heart
HIGHWAY 20 / EVERLASTING / POPSTOCK!, 2023
Texto: EDUARDO IZQUIERDO.
El tema no estaba muy fino para Lucinda Williams. Después de que un huracán arrasara su casa, cayó en las garras del COVID-19 y todo culminó con un derrame cerebral, en noviembre de 2020, que le paralizó la parte izquierda del cuerpo impidiéndole realizar actividades habituales de la vida diaria y, por supuesto, tocar la guitarra. Quizá no es la primera batalla importante que libraba Lucinda, pero probablemente sí una de las más difíciles.
Musicalmente, además, sus últimos años no auguraban nada demasiado bueno. Sus discos eran cada vez peores. No malos, pero sí notablemente inferiores a su anterior producción, y además se había metido en una serie de lanzamientos semiconceptuales, realizando versiones de sus ídolos con álbumes temáticos dedicados a los Rolling Stones o Bob Dylan, entre otros, que tampoco es que fueran para lanzar cohetes. Por eso era difícil esperar algo de su nuevo trabajo. Las expectativas estaban por los suelos, y eso, más el hecho de que el álbum contiene muy buenas canciones y una Lucinda más que digna, hace que ahora vibremos como no esperábamos con Stories from a rock and roll heart.
Para empezar, Sweet Lu se ha rodeado de amigos y amigas. Buena estrategia que hace que en el disco la apoyen gente como Bruce Springsteen, Margo Price, su habitual Buddy Miller o un Jesse Malin que no está pasando, a la hora de escribir estas líneas, por sus mejores momentos (desde aquí toda nuestra fuerza, Jesse). No tardamos en darnos cuenta, con ese rock clásico a lo Rolling Stones que es “Let’s get the band back together”, que esto va de otra cosa. Que aquí, quizá, Lucinda haya decidido dejar la languidez permanente de alguno de sus últimos trabajos. Ha dicho Williams en diferentes entrevistas que sus problemas de salud han tenido algo de bíblicos, y mucho tiene este disco de vuelta del hijo pródigo. O de la hija, en este caso. No vamos a exagerar tampoco, pero me parece un trabajo mejor que This sweet old world (2017) o Good souls better angels (2020).
Y debemos hacer mención también a la banda que toca las canciones de Lu. Porque su presencia y su buen hacer es básico para que el disco funcione tan bien. Ahí está Steve Ferrone, batería de los Heartbreakers de Tom Petty; el guitarrista Doug Pettibone, otro habitual de la Williams que también encontramos en discos de Joan Baez, Vic Chesnutt o Tim Easton; y el pianista de los Double Trouble de Stevie Ray Vaughan, Reese Wynans. Músicos por sí solos espléndidos, pero que aquí funcionan como un todo. Eso sí, si no hubiera canciones, difícilmente podrían hacer algo notorio, y aquí hay unas cuentas. La swamp “This is not my town” o la muy Tom Petty “Stolen moments”, dedicada precisamente al de Florida tras su muerte.
No es el único tributo a un músico desaparecido. También está “Hum’s liquor”, como recuerdo al guitarrista los Replacements, Bob Stinon. Está Springsteen en dos buenos temas, que sí, pero eso no es lo importante. Lo que hay que destacar es que Lucinda Williams ha vuelto a hacer un disco de notable —no excelente— y que eso debe hacernos sonreír. Aunque acabemos con la desolación infinita, terreno que ella domina como nadie, convertida al menos en esperanza de “Never gonna fade away”. Nunca me desvaneceré, dice. Y parece cierto.
–
Anterior crítica de discos: Riders Of The Canyon, de Riders Of The Canyon.