CINE
«Esa es, en el fondo, la historia que recorre el universo Star Trek según Abrams, la de un mito de la cultura popular que no dejará de levantarse mientras alguien esté dispuesto a seguir mirando las estrellas»
«Star Trek: Más allá» («Star Trek: Beyond»)
Justin Lin, 2016
Texto: JORDI REVERT.
El estreno de «Star Wars: El despertar de la fuerza» («Star Wars: Force awakens», J.J. Abrams, 2015) hace unos meses puso de relieve una peligrosa tendencia del Hollywood actual: la disneyficación del blockbuster consistía, en realidad, en convertirlo en inmenso aparato de correspondencia con la nostalgia. La esencia de la ‘space opera’ se había perdido en un modelo reiterativo que basaba su éxito en proporcionar al espectador exactamente aquello que estaba esperando. Aniquilado el margen para la sorpresa, la improvisación y la aventura en su expresión más imprevisible, era inevitable activar la comparación con la saga Star Trek que el mismo J.J. Abrams había relanzado en 2009. Allí la libertad creativa del director había dado como resultado una actualización brillante bajo las coordenadas espectaculares que venía labrando desde su trabajo en televisión.
Dos películas después, la saga no ha hecho sino mantenerse en su sitio. Cada una de sus entregas rezuma pasión por lanzarse al frenesí aventurero al tiempo que mantienen un respeto religioso por un referente al que no dejan de mirar sin caer en la réplica. En «Star Trek: Más allá», Abrams deja paso a Justin Lin –gran artífice del éxito de otra saga, «Fast & furious»– sin que el relevo ponga en peligro la esencia de la franquicia. Este tercer episodio, como los anteriores, se constituye como montaña rusa pletórica de mundos por conocer, batallas que librar en las estrellas, peleas que desafían la gravedad, secundarios cómplices que incorporar a una aventura sin fin. Como si de una demostración de músculo pop se tratase, Lin confirma que ha aprendido la lección de Abrams y deja que iconos irrenunciables como la misma Enterprise queden tocados de muerte para luego acabar resurgiendo de sus cenizas. Esa es, en el fondo, la historia que recorre el universo Star Trek según Abrams, la de un mito de la cultura popular que no dejará de levantarse mientras alguien esté dispuesto a seguir mirando las estrellas. Aquí su sucesor al mando dispone su relato como disfrutable huracán de acción sci-fi lleno de hedonismo y guiños al trekkie. Y en su fidelidad a ese modelo revitalizante, lo de menos acaban siendo las cuitas personales de los miembros de la tripulación y lo de más su complicidad en una odisea galáctica en la que se integran con toda naturalidad. Las palabras de Leonard Nimoy resonando justo antes de los créditos corroboran el afecto por la estructura de serial y la sensación de triunfo que se impone un episodio más sin aparente esfuerzo: la experiencia vivida de una nueva aventura, sin que por ello deje de resultarnos absolutamente reconocible.
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Anterior crítica de cine: “Nunca apagues la luz”, de David Sandberg.