El miércoles 8 de febrero de 2017 se cumplen cinco años de la muerte del rockero argentino Luis Alberto Spinetta. Para recordar a El Flaco, recorremos su legado a través de diez de sus mejores canciones solo y acompañado. Una selección de Umberto Pérez.
Texto: UMBERTO PÉREZ.
La obra de Luis Alberto Spinetta está hecha del mismo material de los cuerpos celestes. Y aunque apenas abarca cuarenta años de existencia, se plantea imperecedera, al menos mientras la historia de los hombres se siga escribiendo y contando. El 8 de febrero de 2012 su último aliento lo condujo hasta el cosmos dejando una estela indeleble y luminosa formada por un cancionero brillante, poético, insondable y absolutamente particular, en donde el rock y el jazz ejercieron de vasos comunicantes entre su autor y las cuatro generaciones de seguidores que compensan el vacío de su partida con su palabra cantada o escrita y el redescubrimiento permanente y fascinante de sus discos. A lo largo de su vida artística, Spinetta dio forma a varias bandas –hoy cubiertas por la pátina de la inmortalidad– y a álbumes que atestiguan un momento creativo preciso de un artista en estado de transformación incesante. Las siguientes diez canciones (más una) intentan aproximarse a la vida y obra de un artista universal.
‘Para ir’ (“Almendra 2”, 1970).
Almendra, la primera banda de Spinetta es el origen de todo. Junto a Rodolfo García, Emilio del Guercio y Edelmiro Molinari, el Flaco creó un espacio simbólico tan poderoso que cambió y definió el rumbo del rock argentino. Si Los Gatos abrieron la puerta del rock cantado en castellano y Manal conjugó el espíritu del blues con la aspereza de Buenos Aires, Almendra aportó la fantasía necesaria para que esa música nueva y extraña, que sintonizaba con los sentimientos de la juventud porteña, trascendiera. El debut homónimo de la banda alcanzó el nivel de lo sagrado gracias a himnos incontestables como ‘Muchacha (ojos de papel)’ y ‘Plegaria para un niño dormido’; pero el segundo y último disco, un álbum doble también homónimo, aunque menos prolijo, reveló los vastos caminos del planeta Spinetta. En ‘Para ir’, Luis, contemplativo, esboza una postal acústica y luminosa y propone una transformación: “Siéntate a ver el día / mira que gusto da / ver el rayo justo / donde empieza la avenida / Descálzate en el aire para ir.”
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‘Post-Crucifixión’ (Sencillo, 1973).
Almendra agotó muy pronto todas sus posibilidades creativas y en 1970 anunciaron su final: “Almendra no se divide, se multiplica”. Spinetta se largó de vacaciones siete meses a Europa pero a su regreso se encontró con que la sombra de su antigua banda era larga y pesada; entonces, hastiado, respondió con ímpetu eléctrico y salvaje. Liberó todo su malestar existencial en Pescado Rabioso, un power-trio de rock duro que completaban “Black” Amaya y “Bocón” Frascino. El sonido de la banda se entronca con los momentos más fuertes de Almendra, pero las canciones nuevas de Spinetta descienden y se tornan oscuras. Tras el debut, titulado “Desatormentándonos”, Frascino se va y el trío muta a cuarteto con los ingresos de Carlos Cutaia y David Lebón, al tiempo las aguas espirituales de Luis empiezan a encontrar sosiego. Junto a ellos graba un nuevo álbum doble, “Pescado Rabioso 2”; menos visceral y angustiante que el debut, reafirma la búsqueda incesante de una cancionística propia. ‘Post-crucifixión’, testamento de la banda editado a comienzos de 1973, se torna fatídico como si anunciara los días más lúgubres que se avecinaban: “Y en esta quietud / que ronda a mi muerte / siento presagios / de lo que vendrá.”
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‘Cantata de puentes amarillos’ (Artaud, 1973).
En esa búsqueda, el rockero acabó con Pescado Rabioso por la diferencia de intereses estéticos que tenía con los demás y se sumergió en la obra de dos artistas que lo deslumbraban: Antonin Artaud y Vincent Van Gogh. Inspirado en los ensayos “Van Gogh, el suicidado por la sociedad” y “Heliogábalo o el anarquista coronado” del poeta surrealista francés, y en las cartas de Vincent a su hermano Theo,compuso y grabó un álbum colosal: “Artaud”, la obra máxima del rock argentino. Aunque editado bajo la figura de Pescado Rabioso, “Artaud” es en realidad su primer disco solista, acompañado en algunos apartes por su hermano Gustavo y sus excompañeros de Almendra Rodolfo García y Emilio del Guercio. Con apenas 23 años y enamorado de Patricia Salazar, futura madre de sus cuatro hijos, Luis volvió a la fuente para quebrarla; invocó el espíritu acústico y libre de Almendra para capturar uno de los momentos más íntimos de su vida en donde el amor brota como respuesta a la desesperación de un artista que empieza a tomar distancia de las cosas que no están en su sintonía. En el tiempo que reinaba el formato elepé, Spinetta desafía los convencionalismos y junto a Juan Orestes Gatti diseñan una carátula deforme, tan extraña y atractiva como las canciones que guarda. ‘Cantata de puentes amarillos’ es una de ellas, una suite acústica y críptica de nueve minutos que remiten a Van Gogh pero apuntan al futuro; aproximándose al meridiano del tema Luis sentencia para siempre: “Aunque me fuercen yo nunca voy a decir / que todo tiempo por pasado fue mejor / mañana es mejor”.
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‘Los libros de la buena memoria’ (“El jardín de los presentes”, 1976).
La disolución de Pescado Rabioso, seguida de la grabación de “Artaud”, le plantearon la posibilidad de reconciliar todo el bagaje sonoro que había acumulado hasta entonces. Cansado del caos que representaba Pescado, viró hacia una nueva forma creativa que le otorgara libertad a partir de ejercer control de todo cuanto le fuera posible. Para lograrlo contó con la fortuna de poder trabajar junto a una base rítmica experimentada y pródiga: “Machi” Rufino en el bajo y “Pomo” Lorenzo en la batería, ambos recién salidos de la banda Pappo’s Blues. Juntos dieron forma a Invisible, un trío que, desde el inicio, parecía destinado a la gracia que nace del ahínco, la disciplina y la inspiración. Nunca su obra resultó tan compleja y enigmática como en los tres álbumes que editó con Invisible. Motivado por las representaciones espaciales de M. C. Escher y las interpretaciones de Richard Wilhelm y Carl Jung sobre el libro taoísta “El secreto de la flor de oro”, ahondó en temas como la conciencia y el sexo, abordados en piezas experimentales con letras intrincadas y exuberantes pasajes instrumentales que reflejaban la expansión sonora del guitarrista hacia el jazz, el territorio en donde daría forma definitiva a un estilo único. La gestación del último disco de Invisible, titulado “El jardín de los presentes”, y la despedida de la banda, coinciden con dos momentos opuestos y decisivos: el golpe de Estado que instaura la última y más brutal dictadura militar en Argentina, y el nacimiento de su primogénito, Dante Spinetta. La belleza nostálgica y conmovedora de ‘Los libros de la buena memoria’ encapsula el lirismo que envolvía a Invisible, invocando un fervoroso tango contemporáneo vía Piazzolla: “¿Qué sombra extraña te ocultó de mi guiño / que nunca oíste la hojarasca crepitar?” Frente al horror de los años que se avecinan hará resistencia creando discos luminosos e insondables.
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‘Alma de diamante’ (“Alma de diamante”, 1980).
Spinetta encontró en el jazz-rock el lienzo ideal para plasmar un lenguaje musical más complejo que le atraía desde finales de los años setenta. Si en Invisible intuía la senda que debía seguir, en el álbum solista “A 18’ el sol”, de 1977, abreva directamente en la fuente de John McLaughlin y su Mahavishnu Orchestra. El “proyecto jazzero” se ve interrumpido para concretar la grabación de “Only love can sustain”, un disco grabado en Estados Unidos y cantado en inglés que lo dejó poco satisfecho, pero a su regresó divide sus energías para llevar adelante dos proyectos: el retorno de Almendra y la creación de Spinetta Jade, su nuevo ensamble de jazz-rock. El regreso de su banda madre puso fin a cualquier desencuentro posible, dejó un álbum doble en directo y “El valle interior”, fruto del trabajo en estudio en 1980. En paralelo a ese regreso, dio forma a Spinetta Jade, su grupo más longevo y a la vez menos hermético, donde desfilaron Juan del Barrio, Diego Rapoport, “Mono Fontana”, Leo Sujatovich, Lito Vitale, Pedro Aznar, Beto Satragni y César Franov, además de Pomo, que grabó la batería en los cuatro álbumes.
En pleno apogeo del punk Luis se adentró en estepas más densas y preciosistas que dificultaron el acceso masivo que sí había alcanzado en Invisible. Como ocurriera con “Artaud” y “Duranzo sangrando”, el debut de Jade “Alma de diamante” gira alrededor de un autor que sacudió su pensamiento: Carlos Castaneda y sus visiones del mundo chamánico precolombino. Con el paso de los discos Spinetta Jade se iría acercando un poco a algunos convencionalismos sonoros de la época, pero la canción que da título al disco es una pieza de pop brillante que da en el blanco: “Aunque tu corazón recircule / siga de paso o venga / pretenda volar con las manos / sueñe despierto o duerma / o beba el elixir / de la eternidad / sos alma de diamante.”
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‘Barro tal vez’ (“Kamikaze”, 1982).
En medio del trabajo con Spinetta Jade, Luis Alberto alumbró otra obra maestra. Concebido originalmente como un álbum de descartes compuestos entre 1965 y 1978 pero grabados para la ocasión, aparcó el virtuosismo y optó por un concepto sonoro acústico y minimalista, cercano al que rodeó a “Artaud”. Imbuido en la idea del sacrificio como concepto, presente en el tema que da título al disco y en las canciones ‘Águila de trueno I’ y ‘Águila de trueno II’, la premisa que contiene es la pasión por lo que se hace, por el oficio propio. Editado al borde del inicio de la Guerra de las Malvinas, la temática de “Kamikaze” conecta, indirectamente, con el momento; en medio de la guerra absurda promovida por la dictadura, en lugar de quedarse en la mera denuncia discursiva se la jugó por lo suyo; ejerció la libertad, en lugar de clamar por ella. La filigrana especial de “Kamikaze” sobresale en canciones como ‘Ella también’, ‘Quedándote o yéndote’ o ‘Barro tal vez’, una zamba poderosa que guardó en un cajón cuando apenas tenía 15 años y no sabía cómo conciliar su amor por los Beatles y el folklore. Devueltas a su contexto original las palabras resultan aún más estremecedoras: “Si quiero me toco el alma / pues mi carne ya no es nada / He de fusionar mi resto con el despertar / aunque se pudra mi boca por callar / Ya lo estoy queriendo / ya me estoy volviendo canción, barro tal vez.” 27 años más tarde, emocionado como un niño, volvió a ponerle voz a su canción acompañando a Mercedes Sosa en la grabación de “Cantora”, el canto de cisne de la “Negra”.
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‘La bengala perdida’ (“Téster de violencia”, 1988).
El regreso de la democracia a la Argentina, en 1984, posibilitó esferas creativas menos tensas que se beneficiaron con el uso de nuevas tecnologías como máquinas de ritmo y tendencias sonoras como la new wave. La etapa final de Spinetta Jade y los discos en solitario de Luis muestran señales de cambio y simpatía; como lo expresara al periodista Eduardo Berti en el célebre libro “Crónica e iluminaciones”: “Mi mundo siempre fue el pop y yo tomo todo lo que se acerca a mi mundo, no importa de dónde venga”. Dos proyectos pop anteceden a la edición de “Téster de violencia”: un disco frustrado junto a Charly García (el otro gran tótem del rock argentino) que derivó en la edición del disco experimental “Prive”, en 1986, y el álbum doble “La la la” coprotagonizado por Fito Páez. El detonante de la idea de “Téster” surge de reflexionar sobre cómo el cuerpo humano es un medidor de cualquier tipo violencia y de poder; idea que reforzó leyendo “Vigilar y castigar” e “Historia de la sexualidad” de Michel Foucault. En ‘La bengala perdida’ se detiene en un episodio trágico para ilustrar ese medidor: el asesinato de un hincha de Racing en el estadio de Boca Juniors a manos de una barra rival, cuando el disparo de una bengala se le incrustó en la garganta. En medio de una crítica poética y dolorosa aparece uno de sus versos más hermosos: “No hay una cuestión que no conduzca al mar”.
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‘Seguir viviendo sin tu amor’ (“Pelusón of milk”, 1991).
El fin de la década de los ochenta le sitúa en la cumbre de la popularidad. Guste o no, nadie cuestiona su trayectoria ni su importancia. Él, Litto Nebbia y Charly García conforman esa santísima trinidad rockera que todo lo sostiene; pero si alguna duda queda, Luis inicia la última década del siglo XX con un álbum sorprendente: “Pelusón of milk”. Fruto del nacimiento de su hija Vera, no solo es el menos hermético de toda su obra sino que es marcadamente pop. Grabado casi en su totalidad por él solo, con la ayuda de amigos que se convertirán en habituales como Javier Malosetti y Claudio Cardone, el disco resume, a su manera, toda la sabiduría sonora del Flaco: piezas acústicas, breves pasajes preciositas, presencia de teclados de jazz y sintetizadores, y alto lirismo poético; pero es la canción más sencilla la mayor paradoja del álbum. ‘Seguir viviendo sin tu amor’ se convirtió en el mayor éxito de su vida (junto con ‘Muchacha’), en ella, la guitarra eléctrica sintetizada sostiene una declaración de amor filial dulce y desesperado: “Y hoy que enloquecido vuelvo / buscando tu querer / no queda más que el viento”. En un periodo de profundo recogimiento familiar, rozó la grasa de las capitales y huyó asqueado.
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‘Espejo en una sombra socios’. (“Los socios del desierto”, 1997).
Aunque nunca se expuso mediáticamente, el éxito de ‘Seguir viviendo sin tu amor’ lo recluyó aún más en su hogar. En el retiro voluntario compuso y grabó la banda sonora de la película “Fuego gris”, en 1993, mientras su hijo Dante junto a Emmanuel Horvilleur (hijo de Eduardo “Dylan” Martí, gran amigo y fotógrafo de Luis Alberto) empezaban a cosechar los frutos de Illya Kuryaki and the Valderramas, un robusto dueto de hip-hop y rock alternativo. Fastidiado por una excesiva atención de los medios en la música más comercial, o mejor, por el desinterés en obras de mayor riesgo estético, Spinetta salió de su encierro para volver a la electricidad demoledora de sus tiempos con Pescado Rabioso. Junto a Marcelo Torres y Daniel Wirtz grabaron 33 canciones que (casi confirmando su queja) fueron rechazadas por la casa discográfica. Fiel a sus principios de no tranzar, Luis Alberto y los Socios presentaron los temas a lo largo de una serie de conciertos hasta que tres años después, en 1997, Sony Music aceptó editar todo el material en un álbum doble homónimo. Los Socios del Desierto le trajeron de vuelta como el guitarrista rítmico implacable que se había guarnecido entre el virtuosismo y la digitalidad, tan sólo que ahora era más sabio; a su reencuentro con el espíritu de Hendrix invitaba la sonoridad de McLaughlin para, finalmente, verterlo todo sobre una energía grunge, lo más grunge que Spinetta podría llegar a ser. En ‘Espejo en una sombra’ un riff marchoso sustenta y lleva hacia adelante una letra enrevesada que va de la descripción a la contradicción: “… es una grieta en una torta / es un Ekeko en una sopa / fuma vapores de anochecer (…) No es así, es un secreto / no es así, es un milagro / no es así, es solo ciencia”.
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‘Dale luz al instante’ (“Pan”, 2005).
El cambio de siglo le devolvió la tranquilidad que los noventa le arrebataron. Los Socios del Desierto quedaron atrás dejando como testimonio dos discos en directo y un álbum de estudio mucho menos beligerante. Él retomó el camino apacible del pop que fue creando como una señal de identidad inexpugnable a través de elementos del jazz-rock, una comunicación prístina y flirteos sutiles con la electrónica. Los cuatro álbumes que grabó a lo largo de la primera década del siglo que corre destilan una belleza tan honda que desafía a los momentos desoladores que expone. Retornó a su guarida para iluminar desde allá, pero como nunca antes, Luis Alberto asumió como propia una causa ajena a la música: la campaña “Conduciendo a conciencia”, resultante de la tragedia automovilística del 8 de octubre de 2006 que involucró fatalmente a nueve estudiantes del Colegio Ecos, compañeros de su hija Vera. ‘Dale luz al instante’ es una muestra del amor devoto que Spinetta desparramó a lo largo de toda su obra: “¿Cómo haré para encantarte con la canción / que es un anhelo que dura / lo que una brisa? / Solo dale luz al instante / nunca te arrepentirás”.
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Bonus track: ‘Iris’ (“Los amigo”, 2015)
El 4 de diciembre de 2009, en el estadio de Vélez Sarsfield, convocó a su público y a todos sus antiguos compañeros de la música para celebrar 40 años de vida artística. Esa noche larga y llena de magia más de 35.000 personas se reunieron alrededor del encuentro de Almendra, Pescado Rabioso, Invisible, Spinetta Jade y los Socios del Desierto; por si fuera poco, a la fiesta también se unieron otros grandes del rock argentino como Charly García, Fito Páez, Gustavo Cerati y Ricardo Mollo, entre otros. “Spinetta y las Bandas Eternas” fue el inesperado colofón a la obra hermosa de Luis. El 8 de febrero de 2012, Spinetta, víctima de cáncer, falleció en su casa rodeado por todos sus hijos. Un año antes, en el mítico estudio La Diosa Salvaje, de su propiedad, se reunió con Rodolfo García y Daniel Ferrón para grabar un par de sesiones con canciones nuevas en las que estaban trabajando bajo el nombre de Los Amigo; el resultado con arreglos y grabaciones extras, supervisadas por los hijos de Luis, salió a la luz a finales de 2015. En palabras del propio Spinetta, Los Amigo eran la peor banda de cuadra pero contaban con un hit: ‘Iris’, una sencilla pero intensa canción de amor para su hermana Ana: “Cuántas veces yo soñé / con tenerte aquí en mi vida / cuántas veces fantaseé / que estábamos felices, así”.