Sonic Youth: Goo, una historia de éxito gradual 

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30 ANIVERSARIO

«Los Youth tampoco se lo ponían nada fácil al oyente acostumbrado a un rock más convencional. Cuando te confiabas, sacaban a la bestia»

 

Embarcado en la defensa de los mejores discos que vieron la luz en 1990, tras alabar el debut de The Black Crowes Fernando Ballesteros rescata un nuevo tesoro: el Goo de Sonic Youth.

 

Sonic Youth
Goo
DGC RECORDS, 1990

 

Texto: FERNANDO BALLESTEROS.

 

En 1990, Sonic Youth ya habían dado varios pasos para situar el mundo que, poco después, iba a dejar de ser alternativo en nuevos y más concurridos escenarios. Y lo habían hecho sin una sola concesión. Evidentemente, la puerta la terminaron echando abajo otros, pero los neoyorquinos habían hecho lo suyo y, por supuesto, marcado el camino.

La carrera de Sonic Youth vivía un momento clave en este punto. El cambio de década había traído consigo, entre otras cosas, un traslado de compañía. Un año antes, tras el revuelo que se había formado con Daydream nation, habían sido varios los sellos que decidieron tentar al grupo: Atlantic, Mute, Geffen… todos parecían empeñados en que dieran el salto a una grande. Estaban ante el gran momento, la delicada decisión, ese punto del camino que puede suponer un impulso cualitativo o, en el peor de los casos, un salto al vacío. Ellos, cerebrales, lo sopesaron todo hasta el último detalle. El cuarteto nunca fue partidario de arriesgar movimientos que derivaran en pasos en falso y lo volvió a demostrar. Al final optaron por Geffen, y con DGC Records, una subsidiaria, editaron su siguiente álbum.

 

Grabación y equipo

En noviembre de 1989 ya se habían puesto manos a la obra, grabando una serie de demos que bautizaron Blowjob? En aquellas jornadas de trabajo participaron Don Fleming y J. Mascis, el líder de Dinosaur Jr. Ellos fueron asistentes de producción y allí se iba a quedar su aportación porque, a la hora de la verdad, la banda tomó la decisión de producir el elepé. Eso sí: le pidieron a Nick Sansano, que había ejercido las labores de producción en su anterior disco, que se convirtiera en el ingeniero de la grabación. 

Con este reparto, Thurston Moore, Kim Gordon, Lee Ranaldo y Steve Shelley se marcharon a los estudios Sorcerer Sound Recording y al Green St. Recording. A caballo entre ambos estudios, entre marzo y abril, registraron las once canciones que le dieron forma a Goo. El disco, que vio la luz en junio, les había costado poco más de 100.000 euros y la crítica, por primera vez en su trayectoria, lo recibió con división de opiniones. Abundaron las buenas críticas pero, tal vez por el salto a una major o por el hecho de que habían pulido su sonido a estructuras definitivamente orientadas a las canciones, también hubo algún que otro reproche del sector, digamos más «militante» de la independencia. 

Y es que Sonic Youth ya habían evolucionado mucho desde sus comienzos discográficos, allá por 1982. Los tiempos experimentales de la No Wave habían dejado su huella en trabajos como Confusion is sex y Bad moon rising. Ya en Evol y Sister, magistrales ambos, asomaban unas formas que terminarían explotando en el monumental Daydream nation, capaz de aunar ejercicios sónicos que les emparentaba con sus comienzos, con himnos con todas las letras como “Teenage riot”. Y esa era la obra que los llevó a la mesa de los despachos de los rectores de las discográficas y que tenía que desembocar en un disco crucial. 

 

Canción a canción

Metidos ya en materia, conviene dejar claro que las once canciones de Goo tienen muy poco desperdicio. La inicial «Dirty boots» es uno de esos comienzos que invitan al optimismo. Comandada por la voz de Thurston y un excepcional trabajo de guitarras, se convirtió en un clásico del grupo por méritos propios. En «Tunic» Kim toma el protagonismo vocal y lo hace para homenajear a Karen Carpenter. Gordon hipnotiza como de costumbre y J. Mascis une su guitarra a las de Lee y Thurston para echar más leña al fuego.

“Kool thing” recoge el testigo de “Teenage riot” como canción con —pongan todas las comillas que quieran— «vocación comercial». Su riff se te adhiere al cerebro acompañado por la voz de Kim y la aparición de Chuck D, de Public Enemy, para protagonizar un curioso duelo con la bajista, la guinda a uno de los momentos estelares de la obra. 

Pero los Youth tampoco se lo ponían nada fácil al oyente acostumbrado a un rock más convencional. Cuando te confiabas, sacaban a la bestia. Esa es una de las formas de entender “Mote”, con una primera parte en la que Ranaldo conquista al más escéptico, a la que siguen cuatro minutos de distorsión nada amable y que hace que, cuando todo termina, casi ni te acuerdes de aquella gran melodía con la que había empezado la canción. 

Los bríos de querencia y brevedad punk aparecen en “Mary Christ”, “My friend Goo” y lo monumental vuelve a hacer acto de presencia en “Disappearer”, de la mano de Thurston antes de encarar una recta final de disco para la que nos prepara la breve tormenta eléctrica de la instrumental “Mildred pierce”.

A diferencia de esos discos que parecen ir perdiendo fuelle con el paso del minutaje, Goo se alza orgulloso en sus tres piezas finales. O tal vez deberíamos decir dos, porque “Scooter + Jinx” no deja de ser un minuto de ruido que ejerce de puente entre dos de los grandes momentos del álbum, “Cinderella’s big score“ y ”Titanium expose”, canela fina entre miles de guitarras, marca de la casa

Mención aparte merece el envoltorio de estos once títulos. Se trataba de una ilustración de Raymond Pettibon. La icónica imagen que ilustra la portada nos muestra a Maureen Hindley y David Smith. Ella era la hermana y él era el cuñado de Myra Hindley, una asesina en serie que, en el periodo que transcurrió entre 1963 y 1965, saltó a las primeras páginas de los periódicos y protagonizó muchas horas en los informativos en el Reino Unido. Junto a su compañero sentimental, Ian Brady, segó la vida de cinco niños a los que violaron torturaron y estrangularon. Pues bien: la carrera de crímenes del dúo, conocido como «los asesinos del páramo» llegó a su fin gracias a la delación de David Smith. Su testimonio condujo a la detención de los criminales y el momento recreado por Pettibon recoge, precisamente, el momento en el que David y su esposa se dirigían a declarar a los juzgados en calidad de testigos.

 

Tibia repercusión

Con todo, no pasó nada especial con el disco en el plano comercial, al menos, si lo comparamos con lo que iba a suceder un año después. Nirvana, que habían firmado con Geffen aconsejados por los mismísimos Youth, cambiaron las reglas, derribaron los muros y se plantaron ante las narices del mainstream con una propuesta a la que, hasta ese momento, costaba mucho imaginar en esos mundos masivos. Muchos pensaron que aquello no habría tenido lugar sin las piedras que habían colocado antes en la obra, Husker Dü, Dinosaur Jr o, por supuesto, Sonic Youth, por eso, su siguiente trabajo iba a tener muchos focos apuntando.

Y aunque hoy estamos hablando de Goo, lo cierto es que, es que es de justicia que recordemos como los chicos se descolgaron con Dirty, un exuberante disco que incluía sus momentos más accesibles para el gran público, una espléndida creación con la que los más ¿optimistas? imaginaron a Kim y compañía encaramados a lo más alto de las listas. Les preguntaban por ello en la promoción y Sonic Youth tenían las cosas muy claras. Recuerdo a la bajista contestando que no, que la suya era una historia de «éxito gradual», y no se me ocurre mejor definición para definir la trayectoria de un grupo que siempre dio pasos adelante. ¿Cortos? Puede ser, pero seguros y seleccionados.

Porque ese camino siempre lo eligieron ellos. Por eso se decantaron por Geffen en 1989, porque entre otras cosas la compañía les iba a permitir no solo gozar de la necesaria libertad artística para unos creadores como ellos, sino edificar otra carrera que transcurriría por carreteras secundarias —por poco transitadas— sobre la que no iban a tener que dar ninguna explicación a sus jefes. Así, aparte de los discos convencionales que fueron entregando puntualmente, eran capaces de protagonizar proyectos paralelos, todo tipo de colaboraciones e incluso, con su propio sello, dar a luz a grabaciones en las que daban rienda suelta a una vertiente experimental que nunca abandonaron. 

La carrera de Sonic Youth siguió ofreciendo siempre buenos discos. Es cierto que, a finales de siglo, sobrevoló algún síntoma de agotamiento, pero salieron por la puerta grande con una última hornada de elepes que tira de espaldas: Murray Street, Sonic Nurse, Rather Ripped y el magnífico The Eternal que vio la luz en 2009 y que, además de convertirse en lo mejor de la añada, terminó siendo el testamento sonoro del grupo. 

Lo contamos en su día, cuando hablamos de La chica del grupo, el libro autobiográfico de Kim Gordon. En 2011, en Sao Paulo, unos cuantos miles de afortunados asistieron a la última ceremonia sobre las tablas de Sonic Youth. La ruptura sentimental de Kim y Thurston se llevó por delante a un grupo que vivía un momento extraordinario en lo artístico. Lamentablemente, ellos, siempre huyendo con fortuna de los tópicos y los clichés, sucumbieron a una historia de lo más convencional: un hombre, en plena crisis de la mediana edad, que se enamora de una mujer más joven y es infiel. El resto es historia, y la reconciliación artística se antoja imposible. Sequemos nuestras lágrimas y pinchemos Goo. Como decía el eslogan de aquel producto matainsectos del siglo XX: eficacia probada. 

Anterior entrega: Shake your money maker, el nacimiento de Black Crowes.

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