“Reinan en sus discos sus señas de identidad y un amor inquebrantable por el blues y el rock and roll”
Cuando militaba en Taste ya le comparaban con Jimi Hendrix. Aunque continuó con la formación más de un lustro, Rory Gallagher se labró una carrera (casi) intachable en solitario. Fernando Ballesteros cuenta su historia.
Texto: FERNANDO BALLESTEROS.
Rory Gallagher (Ballyshannon, Irlanda, 1948) recaló en la sureña Cork cuando tenía solo tres años. Allí fue donde desarrolló una pasión por la música que pronto iba a dar sus frutos. Aprendió a tocar solo e intentó hacerse un hueco en una escena casi inexistente.
Tan precoz fue, que con diez años ya participaba en concursos y tomaba parte en espectáculos de variedades. Aquella era la antesala de su incorporación a La Fontana Showband, una formación que luego cambiaría su nombre por The Impact, y que era eso, una showband, uno de esos conjuntos que amenizaban veladas tocando los éxitos del momento. Sus inquietudes eran otras. Por eso, de vuelta a Cork puso todo su empeño en formar una banda y ahí se le presentó la oportunidad. The Axills se habían quedado sin guitarrista y le ofrecieron el puesto, pero él quería comenzar una aventura desde el kilómetro cero. Juntos iniciaron una nueva etapa, en una nueva banda. Así nació Taste.
Corre 1967 y el nuevo grupo se hace un nombre, tocan sin descanso y su fama va más allá de Cork. Sin embargo, su potencial es aún mayor. Los que ven tocar a Rory le comparan con Hendrix, su forma de tocar guitarra no deja indiferente a nadie. Algunos de esos admiradores le animan a hacer las maletas para marcharse a Belfast, donde otros ya han abierto camino, y una vez allí, la fortuna se le aparece en forma de una residencia en el Club Maritime, el mismo que los Them habían convertido prácticamente en su hogar.
Las mentiras del mánager
Todo va viento en popa, o eso parece, porque el futuro del grupo se empieza a torcer con la entrada en escena de Eddie Kennedy, quien terminaría encarnando todas las maldades que se le suponen al tiburón que, a la caza del billete, no duda en engañar a quienes han confiado en él. Primero tenía que ponerlos en órbita y lo logró tirando de sus múltiples contactos. Pero pronto sacó la patita. En primer lugar, les contó que había una oferta de Polydor pero con la condición de que prescindiesen del bajista y el batería. Aquella fue la primera de sus grandes mentiras. Con todo el dolor de su corazón, Rory accedió al cambio, que le sirvió a Kennedy para colocar en la banda a dos miembros de Cheese, otro de los grupos que llevaba y que se acababa de separar.
En 1969 debutan con el homónimo “Taste”, un buen disco. Pero un grupo que no para de crecer puede dar mucho más de sí, y al año siguiente “On the boards” se encarga de demostrarlo. Se trata de una de las mejores obras que grabó Gallagher en toda su carrera, diez muestras del mejor blues-rock que siguen sonando a gloria. Lástima que, en 1970, cuando su directo era alabado de forma unánime, ya ni siquiera se hablaban. Kennedy había jugado con los tres y les había terminado enfrentando de forma irreversible. Taste eran historia.
Proyecto en solitario
Rory nunca se recuperó del todo de este palo. Veinte años más tarde se lamentaba y recordaba que no vio un duro de todo aquello, y lo peor es que sus compañeros creían que se lo estaba llevando crudo. Pero a pesar de que los ánimos estaban bajos, no había pausa para un hombre que vivía para la música. En 1971, casi sin solución de continuidad, comenzaba su carrera en solitario.
Sus primeros años son gloriosos: “Rory Gallagher”, “Deuce”, “Blueprint” y “Tattoo”, discazos coronados con el broche de oro del album en directo grabado en el Irish Tour del 74. Desde su debut hasta su último disco, “Fresh evidence”, reinan en sus discos sus señas de identidad y un amor inquebrantable por el blues y el rock and roll. Es verdad que en su última etapa hubo más irregularidad, pero además de lo difícil que era mantener ese nivel sobresaliente, la salud comenzó a castigarle. Cuentan que su miedo a volar, agudizado en sus últimos años de vida, le obligó a tomar sedantes que, unidos al alcohol, le provocaron una enfermedad muy grave en el hígado. Recibió un trasplante, pero falleció en junio de 1995, con 47 años.
El de Gallagher no es un nombre que esté en el olvido, pero los que conocen bien su carrera coinciden en que su música tendría que haber cosechado más éxito y llegar a mas oídos. Es complicado que eso ocurra cuando hablamos de un artista que rechazaba que sus canciones se publicaran como singles. No estaba dispuesto a vender su piel para ver su cara en las portadas y fue coherente con esa postura.
Ahora pensemos un momento: pudo tener más fama, reconocimiento masivo y dinero. No los tuvo, pero contó con la admiración de sus compañeros, rechazó la posibilidad de sustituir a Mick Taylor en los Stones, grabó junto a algunos de sus grandes ídolos y tocó el blues que le salía del alma hasta el último día. Yo diría que mereció la pena.
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Anterior entrega de Solistas que brillaron más que sus bandas: Van Morrison.