
Foto publicitaria de Epic Records.
«Mucho antes que Prince, Sly aglutinó una banda, la única de la época (junto a los también gloriosos Rotary Connection) que incluía en su formación negros y blancos, hombres y mujeres»
Luis Lapuente celebra la efervescente creatividad de Sly Stone y su banda multirracial, un fogonazo relampagueante de soul libérrimo, efímero y feliz nacido en el corazón de la explosión psicodélica californiana.
Una columna de LUIS LAPUENTE.
No vale la pena si no tiene swing, o eso afirmaba Duke Ellington en su famosa canción, y hay que reconocer que el Duque sabía un rato de música. Swing, duende, vibe, flow, tumbao o groove, de eso trata de esa magia intangible a la que hemos puesto tantos nombres distintos según el género musical, casi siempre negro, que lo encasille. Tom Jobim lo expresó también con una frase lapidaria: «La música popular es básicamente los negros del Caribe, los negros del jazz, los negros de Brasil, los indios y el flamenco. Todo lo demás es polka».
En Texas, me temo, siempre pensaron de otra manera. Una cuarta parte de los cowboys del estado de la estrella solitaria eran afroamericanos, una tradición, la de los vaqueros, que nació allí con la colonización española en el siglo XVI. En 1825, el 25% de sus habitantes eran esclavos (negros). En 1860, cuando Texas ya formaba parte de los Estados Unidos, el porcentaje había subido a más del 30%, según documenta la revista de la Fundación Smithsonian: «Durante la guerra civil, los rancheros que fueron a combatir delegaron en sus esclavos el cuidado de sus tierras y ganado, y así desarrollaron estos las habilidades del vaquero». Así que las raíces del country se acercaban tanto al blues como a la polka, o a otros ritmos importados de Europa.
Que se lo pregunten a Doug Sahm (San Antonio, 1941 – Taos, 1999) o a Sly Stone (Dallas, 1944), dos ilustres músicos tejanos que crecieron al calor de la contracultura californiana, fascinados por los aromas de libertad creativa que impregnaban las calles y la bahía de San Francisco en los años sesenta. Doug Sahm, que amaba la polka por tradición familiar, dejó constancia de su devoción por la psicodelia y los sonidos negros en un álbum prodigioso titulado Texas tornado (Atlantic, 1973), gema subterránea del rock de todos los tiempos. Años antes, Sylvester Stewart, alias Sly Stone, había publicado al frente de su banda dos de las cumbres del soul, los elepés Stand (Epic, 1969) y There’s a riot goin’ on (Epic, 1972), discos canónicos, emblemas de una manera de entender la música y la sociedad rabiosamente actual en estos tiempos donde la verdad es prostituida y pisoteada, tanto por los guardianes de la corrección política como por los energúmenos de la ultraderecha supuestamente tradicionalista.
Sly Stone (teclados y voz), Freddie Stone (guitarra), Gregg Errico (batería), Cynthia Robinson (trompeta y voz), Jerry Martini (saxo), Larry Graham (bajo), Rose Stone (voz y teclados), y el trío de góspel Little Sisters, integrado por Vaetta Stone, Mary McCreary (futura esposa de Leon Russell) y Elva Mouton. Eran Sly & The Family Stone y sonaban diferente a todos sus coetáneos. Además, y sobre todo, parecían diferentes, como se percibe en uno de los grandes momentos del documental Summer of soul (2021), donde un joven de Harlem se manifiesta atónito ante la visión de un músico blanco tocando la batería en el grupo. Mucho antes que Prince, Sly aglutinó una banda, la única de la época (junto a los también gloriosos Rotary Connection, de Minnie Riperton, Charles Stepney y Phil Upchurch) que incluía en su formación negros y blancos, hombres y mujeres. Cierto, el soul nunca fue patrimonio exclusivo de los músicos o los empresarios negros, pero, tras el asesinato de Martin Luther King, las diferencias raciales se ahondaron y radicalizaron. Para todos menos para Sly, que fue aún más audaz al subrayar el papel crucial que desempeñaron las mujeres como instrumentistas, en lugar de como mero fondo de armario vocal para redondear el sonido de su banda.
Mientras, a Doug Sahm, cuya paleta musical iba del rhythm and blues al country hillbilly, la polka, el blues y el tex mex, le apodaron el genuino Texas groover, y fue en ese sentido el alter ego blanco de su paisano Sly Stone. En agosto del año 1969, Sly & The Family Stone coincidieron en un escenario en Cleveland con la banda de Sahm, los añorados Sir Douglas Quintet, un concierto seguramente memorable para ambos. Quiero imaginar que aquel día, Sly recordó con media sonrisa maliciosa cuando pinchaba los éxitos de Doug y sus muchachos, “She’s about a mover” y “Mendocino”, en las emisoras KDIA y KSOL de Oakland, donde había trabajado como DJ entre 1965 y 1967, y donde dejó constancia de su omnívora curiosidad artística. Allí, en sus programas de radio, y luego en sus producciones para el sello Autumn Records y en sus propias grabaciones, cabían el incipiente rock lisérgico y el jazz callejero, el merseybeat y el rock de garaje, el funk primario de James Brown y los acordeones cajun, las músicas de baile con sabor a pantano criollo y, sí, la vieja polka centroeuropea.
Craig Werner escribe en el libro A change is gonna come (Penguin, 1998) que «ningún otro grupo podría haber hecho que “Everyday people” y “Family affair” parecieran otra cosa que una formidable contradicción. Subidos a la ola de energía positiva que alcanzó su cresta, cuando Sly invitó a toda una generación a bailar al son de su música en Woodstock, “Everyday people” celebraba una especie de familia americana visionaria: negra y amarilla, blanca y roja, masculina y femenina (…) En un momento dado, el grupo marcó unos ritmos soul tan funky como cualquier éxito de Memphis, alargando el tiempo de las canciones para que cupiera casi cualquier improvisación, y terminaron con un suculento gumbo en el que unos imaginados punteos de guitarra a lo Hendrix añadían picante a una sección de vientos que recordaba a Count Basie (…) Al final de “Everyday people”, que alcanzó el número uno el mismo mes en que Richard Nixon juraba su cargo, Sly recurrió a sus raíces góspel y declaró que todos teníamos que vivir juntos. Y sabíamos que tenía razón, que el movimiento acaudillado por él había cambiado América, que había creado un lugar donde la gente podía escuchar a los Beatles y a Aretha, a los Creedence y a Coltrane, a Nina Simone y a los Doors».
Entre 1968 y 1973, Sly Stone fue el más grande, una leyenda, un genuino visionario, pero entonces dejó que las drogas le carcomieran hasta convertirlo en un espectro, apenas reivindicado y apoyado por discípulos musicales y viejos amigos suyos, como los ya fallecidos Billy Preston y Bobby Womack, o como George Clinton, en cuya web oficial puede leerse que «Sly volvió a ser noticia en abril de 2011, cuando fue detenido por posesión de cocaína después de que la policía de Los Ángeles parara su furgoneta por una infracción menor de tráfico. A finales de septiembre de ese año, la prensa informó de que Sly sufría problemas financieros, ya que se había visto obligado a abandonar su mansión de Beverly Hills y vivía en una furgoneta camper. El New York Post citó al propio Stone diciendo: “Me gusta mi pequeña caravana. No quiero volver a una casa fija. No soporto estar en un solo sitio. Tengo que seguir moviéndome”. Al parecer, Sly aparca su furgoneta en una calle residencial del barrio de Crenshaw, en Los Ángeles, donde una pareja de jubilados le proporciona una comida caliente y una ducha cada día».
Dentro de unos días, Sylvester Stewart cumplirá 82 años y quienes admiramos la música del gran Sly Stone celebraremos la onomástica escuchando una vez más canciones que son mucho más que himnos, “Everyday people”, “Family affair”, “Don’t call me nigger, whitey”, “Dance to the music”, “I want to take you higher”. Todo lo demás es polka.
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Anterior entrega de La espuma de los días: Doug Sahm, Curtis Mayfield y John Coltrane. El amor por contar historias.