Silvio Rodríguez con Diákara: el mejor plan posible

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COMBUSTIONES

«A juzgar por el adelanto, encontramos a un Silvio pletórico como compositor y letrista y a un grupo con rajo y virtuosismo»

 

El anuncio del disco que Silvio Rodríguez publicará en octubre, con una parte grabada en el año 91, lleva a Julio Valdeón a trazar estas líneas sobre uno de los músicos cubanos más importantes del mundo.

 

Una sección de JULIO VALDEÓN.

 

Silvio Rodríguez publica un disco inédito, grabado principalmente en 1991 y rematado estos días. Lo acompaña una escuadra de jazzeros cubanos, reunidos en el grupo Diákara, de Emilio Vega a Roberto Vizcaino, Ramón Valle y Oscarito Valdés Jr. Palabras mayores: hablamos de algunos de los pistoleros de Irakere y Afrocuba. Hablamos de Chucho Valdés. El disco, de nombre escueto, Silvio Rodríguez con Diákara, sale el próximo 1 de octubre. A juzgar por el adelanto, encontramos a un Silvio pletórico como compositor y letrista y a un grupo con rajo y virtuosismo. Si acaso, sobran algunas ínfulas progresivas, y sobre todo el sonido típico de aquellos días, primeros noventa, cuando seguíamos deslumbrados por el brillo inane de las máquinas y su promesa de perfección vacía. Detalles menores, sospecho, que no empañan la grandeza de un disco importante. Para entendernos, el juglar de San Antonio de los Baños estaba a punto de embarcarse en una trilogía monumental, la que conforman Silvio (1992), Rodríguez (1994) y Domínguez (1996), donde entre otras figuran canciones tan prodigiosas como “El viento eres tú”.

Lo explica el propio Silvio en las notas que ha publicado en su web: «Este álbum fue grabado en 1991, en los estudios del sello PolyGram de la Av. Miguel Ángel de Quevedo —en Coyoacán —, en Ciudad de México. Lo grabó el joven ingeniero Francisco Miranda con la asistencia de Miguel Ángel Bárzagas, quien nos hacía el sonido en vivo. Llegamos allí algo cansados, con deseos de llegar a nuestros hogares, ya que acabábamos de terminar un periplo por ciudades aztecas. Fueron apenas tres o cuatro sesiones matutinas en las que alcanzamos a grabar diez temas, gracias al entrenamiento de la gira. En una mañana puse ocho de las voces que aquí se escuchan. Las otras dos conseguí ponerlas veinte años después, en los estudios Ojalá de La Habana, cuando retomé este trabajo para al fin publicarlo».

Lo espero con ganas de comérmelo y bebérmelo hasta la última nota. Todavía más si pienso en lo mucho que debemos a gente como el propio Silvio o Pablo Milanés, que a buen seguro serían venerados, objeto de adoración, discos de versiones, etc., de haber nacido en otras latitudes. O cuando medito, más allá de la Nueva Trova, en el pasotismo con que acogimos prodigios tan embriagadores como Irakere.

Los cuatro gigantes musicales del siglo XX, EE.UU., Jamaica, Brasil y Cuba, comparten la raíz africana. De Mali y Senegambia a Nueva Orleans, Santiago, Kingston y Río, fluyen los ritmos del mundo. Que Cuba, nuestra conexión más obvia, y con ella muchos de sus ases, permanezcan tan olvidados, desde luego al margen de los circuitos cool, lo dice todo respecto a la desmemoria, desagradecimiento y tonterías de un país cuyas emisoras de radio y festivales solo tienen ojitos, promoción, halagos, patrocinadores y dinero para la copia de la copia de la fotocopia del antepenúltimo plagio hipster. Peor para ellos. Yo, el 1 de octubre, tengo el mejor plan posible.

Anterior entrega de Combustiones: José María Cámara, un príncipe entre tiburones.

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