Esta semana vuelve a hablarse en Sevilla de Silvio Fernández Melgarejo. A la historia de la música española ha pasado sencillamente como Silvio, el rockero, un bohemio con aires de artista maldito que representó mejor que nadie las contradicciones de la ciudad que nunca quiso abandonar. Inclasificable, incorregible, inolvidable.
La Fnac Sevilla y Ediciones Senador han sido los responsables de organizar tres jornadas de actividades que se celebrarán en el Fórum de Fnac Sevilla en los días 14, 15 y 16 de abril, de 19:00 a 20:30 horas. Estos encuentros pretenden ofrecer distintas visiones de Silvio: el artista y su relación con la ciudad de Sevilla, su retrato a través de otros artistas y el análisis de los profesionales de los medios de comunicación que alguna vez escribieron sobre él. «Una amplia panorámica que se completará con la visión de quienes han participado en el proyecto documental A la diestra del cielo, dedicado al cantante”.
Luz Casal, Pepe y Álvaro Bejines, Andrés Herrera “El pájaro”, Manuel Luzbel, Pive Amador, Luis Clemente o Alfredo Valenzuela son algunos de los participantes en estos actos.
Texto: JAVIER MÁRQUEZ SÁNCHEZ.
“Un perdedor es el que tiene ansia,
y un ganador, el que tiene suerte”.
Silvio Fdez. Melgarejo
Gastaba los apellidos Fernández Melgarejo, pero en Sevilla, en los andurriales musicales, se le conocía solo por el nombre. Alguien decía “¿Has escuchado la que ha montado Silvio en Granada?”, y no hacía falta decir más. Era el califa del rock’n’roll, el Charles Bukowski de los escenarios, un batería metido a cantante y alzado a la categoría de profeta de final de milenio en la recién estrenada democracia española. Un señorito ácrata con maneras de vagabundo, o al revés.
Se casó con una rica heredera británica, con una familiar de lores, ladys y bizcondes. La abuela de ella era íntima de la reina madre. Tuvieron un hijo y estuvieron juntos los meses necesarios para que ella se diera cuenta de que a Silvio no había quien lo metiera en cintura. Si antes se iba de juerga al bar de la esquina en la calle Niebla de su barrio de Los Remedios, ahora cogía un avión con los amigos y se presentaban en cualquier ciudad de Europa. La dote del suegro corría con los gastos. Porque como en aquellos días las mujeres no podían hacer gestiones bancarias, Silvio se encargaba de ir a retirar los fondos que le enviaba la familia. Y unas veces volvía con ellos a casa y otras no. Dicen que cuando ella se marchó, con las perras que le quedaron a Silvio montó un bar en la Costa del Sol, donde habían estado viviendo. Nadie pagaba nada, todos invitados. Cuando se acabó la última botella cerró el chiringuito y volvió a Sevilla.
Un “rockero semanasantero”, así lo definió Jesús Quintero en una entrevista. ¿O era al revés? Con Silvio siempre había más de una manera de ver las cosas. Porque también dicen que la vida era demasiado para Silvio y por eso bebió y bebió hasta que reventó en 2001, a los 56 años. Pero no fue así. Más bien ocurrió que Silvio era demasiado para la vida, que no estaba acostumbrada a que alguien le marcase el ritmo de aquella manera; y se lió, tropezó, y se quedó atrás, dejando a Silvio más solo que la una.
Silvio fue demasiado para la vida y también para Sevilla. Porque si España es un país conocido por maltratar a muchos de sus artistas, Sevilla es ya el templo del despropósito. Para triunfar en Sevilla y que te guarden en la memoria no hay más opción: o te alineas con los que aman a la ciudad o con los que la odian. Y por supuesto, te comportas de acuerdo con esa postura.?Y así, unos sevillanos recuerdan al Pali mientras otros homenajean a Triana o Alameda.
Y en eso llegó Silvio, el rockero que metía ritmos procesionales en sus canciones; el que gritaba en sus conciertos “¡Viva España, viva Sevilla y viva la Benemérita!”, y se paseaba arriba y abajo con el micro en alto como si fuese el bacalao de cualquier cofradía; el que escribió que cuando el rey Don San Fernando conquistó Sevilla, lo primero que preguntó fue “¿Dónde está mi Betis?”; el que tuvo los arrestos de coger un clásico soul como el “Stand by me” de Ben E. King y convertirlo en “Rezaré”, un canto incondicional de amor mariano que, para remate del melodrama, iba dedicado a las vírgenes de cabecera de la ciudad (Amargura, la Estrella, La O, el Amor, Macarena, Trianera…); o coger una marcha procesional y hacer con ella un tema rockero de los que hacen saltar de la silla a los culos más lastrados. Por cierto, que Enrique Bunbury recuperó este tema en su pasada gira de 2008, ofreciendo un sentido homenaje al rockero, y la estrenó a su paso por Sevilla. Lo triste es que el zaragozano tuvo que explicar al respetable quién era el autor en cuestión, porque salvo honrosas excepciones, pocos conocían, entre esos miles de asistentes, a su legendario paisano.
En una de las varias entrevistas con Jesús Quintero, el periodista le preguntó por los papas –no las papas– y Silvio respondió: “¡Hombre, ese Pío XII…! Y Juan XXIII… y Las Candelarias… y El Cachorro…” ¿Hay que tener arte o solo ser un poeta callejero tocado por el alba sevillana? Así, coñac en mano, sin el reposo del puchero, el rockero hilaba a los papas con los barrios de la ciudad, y éstos con sus cofradías. Silvio era tan sevillano que hasta seducía a los sevillanistas más requetés, como Antonio Burgos, al tiempo que era tan rockero que llegó a tocar con los Smash, que también habrá vecinos que no los conozcan, aunque fueron un grupo capital en el rock español de los setenta y surgieron ¿dónde? Pues sí, señor, en Sevilla.
Pero Silvio no se casaba ni con su padre, no atendía a razones, ruegos ni favores. Y si hoy había que callarse y no decir esta boca es mía, él cogía y lo gritaba; y si mañana había que ir en chándal, él se presentaba encorbatado. Silvio nunca rompió un molde, porque nadie fue nunca capaz de encajarlo en ninguno.
Ediciones Senador acaba de lanzar en DVD una película documental dirigida por Francisco Bech, A la diestra del cielo, en la que se rescata la historia del rockero a través de los recuerdos de muchos de sus amigos y colaboradores. Entre líneas –o fotogramas– se lee con triste claridad que si Silvio hubiese nacido en Barcelona, o hubiese emigrado a Madrid como Sabina, Ríos o tantos otros, hoy lo conocería más gente, tendría más recopilatorios y lo citarían como bohemio canalla. Pero ya se sabe que el amor es ciego, y él amaba a Sevilla tanto como al rock’n’roll. Y por eso se quedó. Pero en esta Sevilla del nuevo milenio ya no hay bohemios canallas, solo borrachines con gracia. Y aunque en Triana ya exista la calle Rockero Silvio, poca gente con menos de treinta años ha oído hablar alguna vez de uno de sus paisanos más ilustres.
Silvio lanzó su primer disco junto a Luzbel, en 1980, y sacaría cinco discos más en los siguientes veinte años, junto a Barra Libre (1984), Sacramento (1988 y 1990) y los Diplomáticos (1999). Solo seis álbumes en dos décadas, pero un millón de actuaciones tras ellos. En 1993 fue el primer músico español en recibir la Medalla al Mérito Rockero. El cardenal Amigo Vallejo, Curro Romero, cantaores flamencos de renombre y colegas como Miguel Ríos, Luz Casal o Joaquín Sabina se declaran incondicionales de su arte.
Silvio fue la Movida sevillana, se las bastó solito, y le echaba la pata a la madrileña en cualquier momento. Lo suyo era un mito. Había gente que se recorría el país entero para ir a verlo, porque no se acababan de explicar qué era lo que podía ofrecer aquel hombre, con más pinta de cantaor de flamenco que de rockero, para que sus fieles hablasen de él como lo hacían.
Y entonces Silvio subía a escena y empezaba a cantar. Y cantaba rock, y blues, y soul y flamenco; y cantaba en español, en inglés, en italiano y en francés. Y gritaba, y reía y bailaba. Terminaba el show y uno no sabía si había estado en un concierto o en una disparatada “performance”; lo que tenía claro era que nunca había visto ni oído algo igual. Y al final, sonaba en el recuerdo aquello que escribió un crítico sobre Lola Flores después de verla sobre las tablas: “No canta, no baila, no se la pierdan”.