«Soy un tipo de artista que siempre se ha sentido muy libre y ha cuidado mucho todo lo que ha hecho»
Consagrada hace años como una de las artistas más interesantes de nuestra escena, Sílvia Pérez Cruz otorga un nuevo disco para creer en ella: Toda la vida, un día. Un trabajo conceptual del que habla en esta entrevista de Javier Escorzo.
Texto: JAVIER ESCORZO.
Fotos: ALEX RADEMAKERS.
Sílvia Pérez Cruz no es solo una de las mejores voces del panorama musical nacional, también es una de las creadoras más curiosas e inspiradas. Estos meses está volviendo a confirmarlo con la publicación de su nuevo álbum, Toda la vida, un día. Un trabajo conceptual en el que recorre todas las edades del ser humano. La artista catalana se encuentra llena de energía para explicar los pormenores de su nuevo disco.
Empezaste a escribir en pleno confinamiento. ¿En qué momento decidiste que ibas a hacer un disco conceptual?
Es curioso, pero la idea de los movimientos vino antes que la del concepto general. Hace un año y medio, me invitaron a Uruguay a cantar con Liliana Herrero y María Gadú. Conocer a Liliana, que es una cantora argentina muy potente de setenta y cinco años, me cambió la vida. Le compuse una canción que se llamaba “Toda la vida, un día”, y ahí me di cuenta de que, en realidad, estaba haciendo un disco que podría ser una vida entera. Empecé a juntarlo con la idea de los movimientos y las etapas de la vida.
El disco te ha llevado tres años de trabajo, han participado noventa músicos, lo has grabado entre Barcelona, Buenos Aires, La Habana y México… ¿En algún momento sentiste vértigo por enfrentarte a un proyecto de tanta envergadura?
Durante la creación hay momentos de vacío, ese podría ser el vértigo, pero a mí me gusta. Me encanta esperar a ver qué pasa, es como que las cosas te van explicando los pasos que tienes que dar. Yo lo voy apuntando todo y veo que hay cosas que se van uniendo solas. Por ejemplo, después de conocer a Liliana, volví a Argentina para cantar con ella la canción que le había escrito y aproveché para grabar con Juan Quintero otra canción. Cuando tenía pensado hacer la gira latinoamericana, aproveché para grabar con Natalia Lafourcade, y también en La Habana, con Roly Berrío. Iban apareciendo cosas que se iban uniendo. Tuve paciencia para esperar lo necesario, para dejar descansar nuevas ideas y para ver nuevas uniones y nuevos puentes.
¿Y cómo acogió la idea tu discográfica? Porque estamos en una época en la que apenas se venden discos y este es un proyecto muy ambicioso que requiere muchos medios.
Me coincide con un cambio de discográfica, llevaba diez años con Universal y quería empezar una etapa nueva. Cuando llego a Sony ellos entienden que soy un tipo de artista que siempre se ha sentido muy libre y ha cuidado mucho todo lo que ha hecho. Son parámetros que me definen, cosa que me hace muy feliz. Lo apoyaron absolutamente. Tengo total libertad artística; me encanta escuchar los consejos que me dan y yo iba compartiendo con ellos las ideas que iba teniendo, les iba enseñando cosas… Me he sentido muy acompañada, la verdad.
El disco está formado por cinco movimientos y cada uno de ellos habla de una época de la vida, dividiéndola en ciclos de veinte años. Todos tienen un sonido diferente. El de la infancia (“La flor”) lo esperaba melancólico, como un adulto que siente nostalgia por sus primeros años, pero es todo lo contrario, muy vitalista y alegre.
Es el más luminoso, sí. Al dividir el disco en movimientos podía organizar de manera coherente toda la creatividad que tenía dentro a nivel de sonidos. El primer movimiento, el de la infancia, quise que fuera como un abrazo, confortable, luminoso.
El segundo movimiento, el de la juventud (“La inmensidad”), se centra en la búsqueda y la experimentación.
Ahí me permito jugar con otras sonoridades, usar sintetizadores y me atrevo a recuperar el saxo, que lo toqué hasta los veinticinco años. Utilizamos el autotune… Hay flamenco, también.
Cierto. El flamenco está en “Salir distinto”, que me parece una canción especial. Es un viaje musical, con muchos pasajes diferentes y esas referencias a morir y renacer.
Para mí es de las canciones más especiales. Es la más larga, dura más de ocho minutos. Es un movimiento en sí misma. La veo como si fuera una casa, con sus habitaciones, en cada una de las cuales me permito una sonoridad distinta. La inspiración me llegó con unos tientos flamencos, pero más rápidos. Es una canción de regalo para un amigo, Álex Sánchez. Y también es un homenaje a Enrique Morente, por eso me atreví a pedirles a Pepe Habichuela y a Carmen Linares que participasen. Son grandes artistas y eran muy amigos de Morente. También se sumó Carles Benavent con el bajo eléctrico y unas mandolas al final. Y Diego Carrasco, que hace unos coros graciosísimos. Fue la más complicada a nivel de grabación. Costó mucho editarla, también, porque la trabajamos con claqueta y sin claqueta, son tiempos distintos y sonoridades distintas. La mezcla la dejamos para el final, pero me gusta mucho cómo ha quedado. Creo que es un paso nuevo para mí. Recupero el flamenco, que lo había trabajado hace años. Esta canción, como todo el disco, va en contra de los tiempos que corren; necesita tiempo y me permito que dure lo que tenga que durar, sin tener miedo a las prisas.
En el tercer movimiento, el de la madurez (“Mi jardín”), utilizas voces y guitarras y hablas de amistad y colaboraciones.
Ese movimiento significa lo contrario que la juventud: despojarse del espectáculo, dejar de ir a buscar lo más lejano y centrarse en el cuidado de lo que te hace bien, de esa intimidad, de tú a tú, por eso hay dos dúos.
«En este disco reivindico la belleza de todas las edades»
Uno de esos dúos es el que haces con Natalia Lafourcade, “Mi última canción triste”. Explícame ese título… ¡Si las canciones tristes son las mejores!
[Risas] No, por supuesto, a mí me encantan las canciones tristes para hacer limpieza, porque con ellas uno se siente mejor. Pero habla de una tristeza distinta, no tanto de una canción triste, sino de una tristeza que no es buena porque no te hace aprender. Este movimiento habla de cuidar de la gente que te hace bien, y también de separarte de las cosas que te hacen mal.
En el cuarto movimiento, el de la vejez (“El peso”), el ritmo es más lento y la instrumentación más clásica.
Este lo planteo más como música clásica, sí. Hay arreglos de cuerda. Son tres canciones pero podrían ser una sola, están todas en la misma tonalidad. Trabajo la lentitud, la virtud de caminar lento y de no tener prisa.
Vivimos en una sociedad que esconde la vejez.
En este disco reivindico la belleza de todas las edades. Creo que tenemos un problema que nos afecta a todos; hablando del arte, por ejemplo, muchas veces nos centramos en las etapas de la primera juventud, que también es muy bella, pero luego nos perdemos la visión y la voz de artistas que van creciendo. El arte nos tiene que ayudar como reflejo de la vida, y tenemos que aprender cómo se quiere o cómo se vive un desamor a los veinte, a los treinta, a los cincuenta y a los ochenta. Cómo se vive el miedo, la melancolía, la alegría… Nos estamos haciendo mal. Incluso los jóvenes sienten que se hacen viejos, en el mal sentido, antes. En este disco he invitado a artistas de todas las edades, y en este movimiento brindo por esa lentitud, por no tener prisa, por sentir el peso del cuerpo, la gravedad de la piel, que te ubica en el presente y te permite cuidar el detalle. Una de las cosas que más me gusta de artistas mayores es precisamente ese peso, desde dónde salen las cosas. Ya no hacen falta muchos elementos para contar algo, pero es mucho más profundo lo que se transmite. La voz ya no tiene tanta velocidad, pero tiene profundidad. Eso lo estás anhelando siempre. Es curioso que cuando llega tengas que estar anhelando lo anterior. Tenemos que escucharlo y vivirlo, darle espacio.
Hablas de la vejez, también de la soledad y la muerte, tanto de la ajena cuando mencionas a tu abuelo, como de la propia. Y me parece muy bonito cómo lo haces, quitando toda la instrumentación y quedándote solo con la voz. Y con esa frase maravillosa: «Ellas paren mientras se celebran funerales / las canciones son inmortales».
Qué bonito lo que dices de mi abuelo, porque no me lo ha dicho nadie, ha pasado desapercibido. Lo escribí porque fue la primera muerte que me hizo llorar. Fue mi primer encuentro con la muerte, incluso antes de que se muriera, que yo ya tenía esa sensación de no querer que se acabase, de no querer que se fuese. Y sí, es como dices, para hablar de la muerte me quedo solo con las voces, en este caso acompañada por el gran Salvador Sobral. Pensé en qué escribiría, sinceramente, si supiese que me iba a morir en ese momento. Me gusta porque, en realidad, es una canción muy positiva. Dice el verbo en primera persona, «me muero», y «me he muerto» al final, y dice que solo deseo que me planten una flor, que me recuerden con amor, por lo menos los más cercanos. Los ciclos van pasando, la luna empuja al sol, los ríos quieren ser salados y llegar al mar, los principios nacen de los finales… pero qué gran milagro que las canciones sean inmortales. Porque las canciones están hechas de una materia que no muere.
El disco termina con el quinto movimiento (“Renacimiento”). ¿Es una licencia creativa o una creencia en otra vida, reencarnación o lo que sea?
No lo planteé como una creencia religiosa. Por un lado, quiero expresar la circularidad, y también la humildad de que todo sigue a pesar de nosotros. «Ellas paren mientras se celebran funerales», nos vamos pasando el relevo. Es una filosofía de vida, cuando parece que se acaba algo, y no solo me refiero a la muerte sino a depresiones, pérdidas en las que parece que te apagas… Y de repente hay un giro y aprendes a renacer dentro de tu propia vida. Cuando le conté la idea del disco a mi hija y a mi madre, y les expliqué que tenía una nana al principio, mi hija me dijo que era mejor ponerla al final. Y es cierto, porque así se explica mejor esta circularidad. El disco termina con la vida, no se queda con una muerte, porque tú te mueres, pero nacen otros niños. Siempre llegará alguien más. Así me parece un disco más vital, aunque hable de la muerte.
Es cierto que el disco te deja una sensación positiva, en gran parte por el tono de este último movimiento.
Es que quería acabar de una manera positiva. El último movimiento es el más vital, el más alegre y rítmico. Y me sirve para subrayar la idea de circularidad, que era un concepto que tenía en mente todo el tiempo. Aparece en la portada y en el propio disco, que termina con una chica recitando en francés, que es la misma que habla al principio del álbum. Es la idea de la naturaleza, de que todo es cíclico, todo sigue, a pesar de ti. Y también una idea de aprender a renacer en estas pequeñas muertes que tenemos en la vida, cierres de etapa, partes de ti que se van muriendo…
Has mencionado a tu hija, supongo que la suya habrá sido la colaboración más especial. Además, simboliza ese árbol de la vida.
Sí. Ha sido muy especial grabar con ella. Lola y yo tenemos la música como un juego, no como algo académico. Es una manera de expresarnos. El canto es un lenguaje que nos ayuda a entendernos. Cuando empezó a cantar la canción sentí como si nos estuviésemos abrazando todo el rato, respirábamos juntas, no nos dejábamos solas… Había un acto de familia, de estar una al lado de la otra. Y verla ahí, entregada a la canción… Fue una sensación muy diferente a cualquier otra colaboración.
«En este disco reivindico la belleza de todas las edades»
El álbum tiene mucha información, muchas capas, mucha miga, y admite múltiples lecturas. ¿Cómo está siendo la respuesta del público en estos tiempos de escuchas rápidas y superficiales?
Estoy muy contenta porque el disco está recibiendo mucho amor. Hay mucha gente que me dice que lo ha escuchado varias veces entero. Gente que me dice que lo ha empezado a escuchar en un sitio, pero que se ha dado cuenta de que lo quería escuchar en otro en el que pudiera escucharlo mejor y dedicarle el cariño con el que percibe que ha sido hecho. Eso me da esperanza, porque es verdad que todos vivimos este momento de falta de concentración y de fugacidad. Soy consciente de que mucha gente solo escuchará los singles, y me parece bien, de hecho ya hemos sacado cinco, uno por movimiento, que podría ser medio disco de otra persona. También hay gente que lo va escuchando por movimientos, que son como capítulos con la misma sonoridad y actitud; es como escucharlo por fascículos. Y luego la sorpresa de que hay mucha gente que lo está escuchando entero, y me gusta, porque es un viaje y está pensado así. Todas las formas son válidas, y la larga, que es la más difícil, te propone un viaje físico, incluso, porque pasas de esa luz a esa extrañeza de la búsqueda, a la intimidad, a notar que se baja el latido, y acabas con la dicha y la alegría. Creo que es también una experiencia corporal.
¿Y cómo es eso de que tenías clara la idea de la portada desde los dieciocho años?
Sí, es así. Cuando estaba estudiando en la ESMUC [Escuela Superior de Música de Cataluña], un amigo, que creo que fue Jaume, que es el que ha hecho el arreglo de saxo en “Sin”, me dijo que estaba leyendo un libro de haikus, que lo habían escrito los samuráis antes de hacerse el harakiri, y que uno de los haikus era un círculo. Me pareció una idea impactante, era una manera de resumirlo todo. Y me lo guardé, ya te digo que siempre voy apuntando cosas sueltas y llega un momento en que empiezan a cobrar sentido. Suelo utilizar la imagen del mercurio, que tienes gotas separadas que de repente se van uniendo. Tengo la sensación de que con el concepto y la portada ha ido una unión de este tipo, porque la circularidad de la vida está perfectamente resumida en esa portada que me guardé en aquel momento.
Una curiosidad: al final del vídeo de una de las canciones, os ponéis a tocar la melodía de la banda sonora de El padrino. Ya en tu primer disco, 11 de novembre, incluiste también la melodía de “Moonriver”, de Desayuno con diamantes. ¿Cuál es el motivo meter esos guiños cinematográficos?
El Padrino solo sale en los créditos del vídeo. Después de grabar “Sin”, con los saxos, nos estaban haciendo una foto y uno se puso a tocar esa melodía y los demás empezamos a seguirlo sin hablarlo, fue como una broma que solo aparece en los créditos, en el disco no está. Y la de “Moonriver” estaba en una canción que se llamaba “Iglesias”, de mi primer disco. Ese disco, 11 de novembre, tenía mucha relación con este. Había una canción dedicada a un amigo que murió, que le encantaba Desayuno con diamantes. Después de que muriera, empecé a enumerar recuerdos, como para limpiar el alma, y de repente empecé a cantar “Moonriver” y decidí que tenía que meterla. A nivel de derechos es una pasada, se llevan un montón, por supuesto, pero tenía que estar, porque en mi baúl de recuerdos estaba “Moonriver”.
Para terminar, Sílvia: por edad, tú estás entrando en el tercer movimiento de tu vida. ¿Qué esperas del futuro?
Creo que es la primera vez que siento que tengo la edad que realmente tengo, me siento muy a gusto. Me hace mucha gracia ver cómo hablan de los cuarenta las mujeres y los hombres; las mujeres dicen que es la mejor etapa, y los hombres, bueno, que no es tan grave [risas]. Me siento a tope, con mucha energía. Siento que tengo mucha fuerza, como si hubiese estado hibernando, aunque no he parado, porque siempre estoy muy creativa, pero mi hija tiene ya quince años y estoy a tope de energía. Sacar un disco no es solo la parte musical, es compartirlo en un mundo en el que hay mucha información; necesitas energía para explicarlo, para viajar… Y yo siento que la tengo. Me siento muy bien de voz, con lo que te decía del peso de la voz me refería más a la vejez, porque es muy evidente. Ahora siento que tengo mucha libertad. Noto que voy teniendo más graves, se me están despertando, y me apetece utilizarlos. Lo que pretendo es buscar la belleza de cada momento. El movimiento de la madurez lo he titulado “Mi jardín” porque entiendo que empiezo a tener mis flores, a cuidar a la gente que me hace bien, los momentos que disfruto… Intentar ver antes lo que me hace mal y alejarlo. Y a nivel musical, espero ser valiente y fértil para seguir creando y mezclando generaciones. Así es más completo y más bello el aprendizaje.