LIBROS
“Unas páginas que resultan esenciales para aquellos a quienes el vicio de la lectura les vino desde este ángulo”
Guillem Medina
“Siempre quise ser uno de los cinco”
DIÁBOLO
Texto: CÉSAR PRIETO.
Recuerdos de la infancia. Mi padre trabajaba en los 70 en una estafeta de correos de la zona alta de Barcelona, donde casualmente enviaban sus promociones las editoriales, sitas en esos barrios. El contacto diario con sus trabajadores hizo que se creara una relación casi laboral y estrecha y que de vez en cuando llegaran a casa paquetes de libros o de tebeos. Lo recuerdo con tanta luminosidad como los días de Reyes Magos. Así que pude disponer fácilmente, casi como ningún otro niño de la época, de la producción de Bruguera o de novedades de los Hollister.
De estos últimos –y de muchas pandillas más– trata el volumen que Guillem Medina ha preparado y que recoge la época dorada de la novela juvenil, cuando la identificación con los personajes era un valor hasta el punto –de ahí el título– de haber deseado todos meternos en el libro para participar en las aventuras.
El recorrido es extenso y abarca desde que el concepto de literatura juvenil se materializó en colecciones propias hasta la última explosión previa a Harry Potter: los libros de “Elige tu propia aventura” y las “Pesadillas” de R. L. Stine. Y todo ello trufado de datos, de la biografía de los más conocidos autores y sobre todo de una completa bibliografía que recoge absolutamente todas las obras de todas las series de todas las editoriales.
Históricamente, los primeros fueron los de editorial Mateo, con sus reconocibles portadas de fondo verde y sus hazañas en lugares y tiempos exóticos. Lo cierto es que en estas primeras etapas el catálogo no variaba mucho de una a otra editorial puesto que no había escritores específicos para jóvenes y todas tiraban de novelas de aventura, clásicos y colecciones de leyendas. La más recordada en este ámbito es Bruguera, con sus “Historias Selección” y sus “Joyas Literarias Juveniles”. Mi primer Quijote estaba ahí.
De golpe, empiezan a aparecer novelas sobre personajes televisivos, Lassie o Rin-Tin-Tin, un paso previo para la descarga que supuso la aparición de Los Cinco, Los Hollister –más británicos los primeros, definitivamente americanos los segundos– y todas las historias de internados, jóvenes investigadores y cobertizos de veranos agitados. Mi favorita, sin duda, Puck, que es casi la única que evoluciona: pasa en las veintinueve novelas de la serie de vivir en un internado a compartir piso de estudiantes y despedirse con el amor de su vida.
Resulta curioso que cada país tenga sus propios mitos, y así Francia –la mayor productora junto a Alemania– posee ídolos históricos que aquí ni se conocen. Es destacable asimismo el papel de los ilustradores, que a veces creaban verdaderos tesoros, ya icónicos.
Unas páginas que resultan esenciales para aquellos a quienes el vicio de la lectura les vino desde este ángulo. No resulta extraño que aún se recuerden ni que haya gente –confiesan siempre que sale el tema– que en momentos de búsqueda de relax los relean. A mí me pasa con Guillermo Brown. Sin duda el mejor, a años luz de los otros.
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Anterior crítica de libros: “Indie & rock alternativo”, de Carlos Pérez de Ziriza.