30 ANIVERSARIO
«Aquel disco conquistaba a golpe de rock, miraba al sur y no le hacía ascos a las influencias folk»
Tres décadas son más que suficientes para reflexionar sobre el recorrido de un disco. Fernando Ballesteros recopila una decena de trabajos que vieron la luz en 1990. El primero de ellos, el debut de The Black Crowes.
The Black Crowes
Shake your money maker
DEF AMERICAN RECORDINGS, 1990
Texto: FERNANDO BALLESTEROS.
Echando la vista atrás, uno se pregunta qué hacían los Black Crowes en 1990. La suya fue una irrupción sorprendente en un contexto favorable para el rock and roll, que dominaba el cotarro. No era la propuesta más popular si atendemos a lo que más se llevaba aquellos días pero, seamos claros, siempre es un buen momento para apariciones como la de aquellos cinco músicos sobrados de talento con un frontman que rebosaba carisma y una paleta de influencias clásicas y muy bien digeridas.
Recapitulemos: hace tres décadas, el rock se encontraba en la cima del mundo. Atrás había quedado la peliaguda década de los ochenta, despedida con sus compatriotas angelinos del hard rock en lo más alto. Pero mientras Guns n’ Roses —y tantos otros surgidos siguiendo la estela de su éxito— encarnaban un lado más callejero y sucio, «Los Cuervos» eran puro clasicismo. Partían de lugares y propuestas similares, pero llegaban a destinos muy distintos. El de Shake your money maker era un sonido capaz de pasar por un tamiz muy personal el blues en «Seeing things», los aires acústicos de «She talks to angels» o la urgencia rockera de la inicial «Twice as hard», toda una declaración de intenciones para abrir el álbum, o la stoniana «Jealous again», en la que la presencia del teclado de Chuck Leawell, clásico de la banda en directo de los Stones, les une aún más a sus satánicas (y admiradas) majestades.
Los de Georgia se presentaron al mundo con una carta ganadora. Aquel disco conquistaba a golpe de rock, miraba al sur y no le hacía ascos a las influencias folk. Definitivamente, su batidora del pasado era más rica que la de sus contemporáneos. Mientras otros como Quireboys o The Dogs D’amour en Inglaterra mostraban una puesta en escena más unidireccional, con los Faces entre ceja y ceja, los Black Crowes bebían de aquí y de allá enriqueciendo la fórmula. Por eso, Rick Rubin, que no tiene mal ojo, les echó el guante para incorporarlos a Def American Records y puso a su servicio a George Drakoulias que, a los mandos, hizo un gran trabajo que le daba un extra de clase a un disco excepcional. Una de esas puestas de largo que parecía más la obra de un grupo curtido en mil batallas que los primeros pasos de unos chavales como ellos.
La grabación
Registrado en el estudio de Brendan O´Brien, que también puso su granito de arena, el debut de los Black Crowes contaba con un reparto en el que a los Robinson, Chris y Rich, les acompañaban el guitarrista Jeff Cease, el bajista Johnny Colt y el batería Steve Gorman. Juntos forjaron un elepe al que no le sobra nada, y en el que una balada emotiva y sureña como “Sister luck” convive con el vértigo rockero de “Thick n’ thin”, con un excelso trabajo de guitarras y un teclado que reina, además de la suciedad controlada de «Struttin’ blues” o el medio tiempo subyugante de ”Could I’ve so blind”, con un pletórico Chris sacando lo mejor de su poderosa garganta. Y si sus composiciones eran brillantes, ¿qué se puede decir de su relectura del “Hard to handle” de Otis Redding? Que estamos ante una de esas versiones que le dan una nueva vida a la canción. ¿Mejor o peor que la original? Pues miren, es que da igual. Simplemente distinta. Apabullante.
Soul, blues, folk, rock…todo cabía en su mundo. No, no había nada nuevo en aquella suma de elementos, pero el resultado era tan personal que a los chicos les resultaba fácil defenderse de las acusaciones de ser un grupo derivativo. Eran algo más. Mucho más.
Escuchas aquellas canciones una vez más y tienes la impresión de que estamos ante un artefacto casi perfecto. Todo está en su sitio y el sonido parece responder al milímetro a lo que piden las composiciones. Corría 1990, pero podía haber sido 1970. Y Chris era un chavalín, pero parecía un experimentado vocalista con cientos de actuaciones en los lugares más insólitos, con muchísimo vivido y sufrido a sus espaldas. Le mirabas y te preguntabas: ¿pero todo ese chorro de voz, ese poderío, sale de ese cuerpo de tirillas? Madre mía, si es que ni siquiera era negro.
Industria cambiante
Decíamos que 1990 no parecía el contexto más propicio para una formación como esta, pero todo puede ir a peor. Poco después de presentarse al mundo, los Robinson y compañía vieron cómo se tambaleaba el circo del rock and roll. Unos cuantos paisanos que venían de Seattle lo cambiaron casi todo. En 1992, cada sello buscaba a sus Nirvana, y ya podías ser un perro verde que, en cualquier momento, te podía sonar el teléfono con una oferta de una gran discográfica. En el otro lado, muchos de los que triunfaron al rebufo de AXL y los suyos caían en el olvido. Aun así, los Crowes no tenían nada que temer, lo suyo estaba por encima de modas y resistía a cualquier seísmo de la industria.
Chris, que nunca le ha hecho ascos a despacharse en las entrevistas y repartir perlitas, habló en más de una ocasión de los chicos del grunge en un tono no demasiado positivo. La suya era otra historia. Por eso siguieron por su camino, firmes e intentando repetir los logros de su primer disco. Y lo hicieron, claro que sí, porque The sourthern harmony and musical companion contaba con muchas de las bazas de su antecesor e incorporaba nuevos sabores como el gospel de «Remedy», el single que se convirtió de inmediato en un clásico de su repertorio, y que a pesar de que fue radiado con frecuencia no les sirvió para volver a alcanzar el éxito de su debut.
La cuesta arriba
A partir de ahí, la receta se fue complicando. Los Robinson, quisieron —y consiguieron— enriquecer la fórmula, los teclados cobraron más protagonismo y las composiciones del grupo, en obras como Amorica y Three snakes & one charm, dejaron atrás buena parte de la inmediatez de Shake your money maker. Todo lo que publicaban estaba a la altura del grupo y su base de fans lo recibió con los brazos abiertos, pero reeditar el éxito de sus primeros tiempos parecía cada más cuesta arriba. Tal vez por eso, pero también por las peleas de los Robinson —ay, estos hermanos del rock, que mal se llevan—, el desgaste de la carretera y la necesidad de parar para oxigenarse, el grupo terminó tomándose un respiro. Volvieron con By your side debajo del brazo, un trabajo que bebía de los logros de su primer álbum. Un brillantísimo regreso a los orígenes que bien podría haber sido su siguiente paso discográfico tras Shake your money maker. Escuchar hoy canciones como “Kickin’ my heart around”, “Only a fool” o la rutilante “Go faster” es comprobar que los cuervos de 1999, después de tanto camino recorrido, habían terminado pareciéndose bastante a los de 1990.
La llegada del nuevo siglo vino acompañada de cambios y vaivenes para los Robinson que, renovados, tuvieron el honor de ser la banda acompañante de Jimmy Page. De aquellos conciertos daba testimonio el directo Live at the Greek, que antecede en la hoja de servicios de los de Atlanta a uno de sus mejores elepés, Lions. Corría el año 2001 y los Crowes se volvían a presentar ante el mundo con una extraordinaria colección de canciones que, sin embargo, se convirtió en un sonoro fracaso comercial. La falta de reconocimiento ante un esfuerzo de esa calidad debió de bajar mucho la moral del grupo, que decidió que era el momento de abrir un nuevo paréntesis y explorar caminos separados.
Desde entonces, los cuervos son una especie de Guadiana del rock and roll que vuelve para alegrarnos la vida y se va, dejando a sus seguidores con sensación de vacío. Lo hicieron —volver, digo— en 2005 y con altibajos siguieron adelante, con un nuevo trabajo en estudio, el digno Warpaint, y apariciones estelares sobre las tablas, como la que protagonizaron en 2009 en el festival vitoriano Azkena. Los cambios de formación y las idas y venidas son el pan nuestro de cada día para un grupo cuya última separación nos remite a 2015. Aquel año comenzó con Rich anunciando el final de Black Crowes. Gracias a los dioses del rock, el el tercer final de la banda tampoco fue el definitivo.
Y eso que lo parecía, porque no hace ni año y medio era difícil pensar en una reunión. En julio de 2018 Chris aseguraba que no quería ni tenía ganas de tocar con el grupo de su vida de nuevo, y calificaba lo que se vivía allí dentro como algo muy tóxico. Y aún hay más: el vocalista, fiel a su tradición de no permitir que el periodista se marche sin unos cuantos titulares, añadía que no tenía ningún hermano, que llevaba cuatro años sin hablar con Rich y que no quería recorrer el mismo camino otra vez. Cualquiera, leyendo aquello, hubiera abandonado toda esperanza de volver a verle juntos encima del escenario.
Pero los rockeros, no es que no tengan palabra, es que tienen varias. Así que, mientras Shake your money maker, que vio la luz el 13 de febrero de 1990, cumple 30 años hecho un chaval, el grupo —más bien los hermanos como único, pero importante vínculo con el pasado más glorioso— vuelve a estar de actualidad. Este 2020 va a ser el año de un tour que, en su tramo inicial, les llevará por Estados Unidos, tocando de arriba a abajo aquel magnífico primer disco. El 12 de noviembre tendremos la ocasión de verlos por aquí, en el madrileño WiZink Center. Habrá llegado el momento de revivir la magia de las maravillosas canciones que poblaban los surcos de aquel disco. Un lote de títulos simplemente inolvidable.