«Steve Van Zandt lo quería todo: la propiedad de las canciones, la venta de camisetas. Aquello nos recordaba a las películas en las que llega un millonario con sombrero vaquero y se apropia de la granja en la que naciste tú, tus padres y tus abuelos. Te da unos millones y te plantas en un piso de mierda en la ciudad»
“Again & again”, nuevo disco y el mismo espíritu rockero inquebrantable de siempre. A pesar de Los Coronas, Sex Museum sigue adelante veinticinco años después. Eduardo Tébar entrevista a Fernando Pardo.
Texto: EDUARDO TÉBAR.
Foto: PAOLA BRAGADO.
Mientras Ross The Boss les tantea para reactivar a Thunderbolts –aquel híbrido feroz con miembros de Dictators y Sex Museum–, los hermanos Pardo se empeñan en perpetuar la banda con la que llevan 25 años agitando pelambrera. Ni siquiera la notoriedad internacional de Los Coronas, su álter ego surfero, evita el empuje del grupo más emblemático de Malasaña. Una discografía extensa y sembrada de virajes sorpresivos dentro de su profusa cultura del rock. Atípicos en los 80. Inubicables en los 90. Sex Museum no tienen nada que demostrar. Precisamente por eso, componen de forma compulsiva y escrutan con meticulosidad antes de sacar un álbum como “Again & again” (Tritone Records). Su líder, el guitarrista Fernando Pardo, se declara fan antes que músico. Y uno jamás se aburre conversando con él.
Grabasteis varios cancioneros hasta quedar satisfechos. ¿Uno se vuelve indeciso con la edad?
Es el espíritu del Ave Fénix. Nosotros estamos en el camino del resurgimiento personal. Queríamos abrir un nuevo espacio con la orientación y la actitud de antes. Hay ciertos lugares comunes, cosas que nos resultan demasiado fáciles de hacer. Fue una criba dura: el que compone el tema desechado se lo toma muy mal.
Os dais un baño de hard-rock psicodélico, una materia muy sobada.
Es innegable que hay una parte en la que nos repetimos. La forma de sonar, de tocar. Llega un momento en el que sonamos tan claramente a nosotros que ya no sabemos si estamos dando un paso adelante. Chuck Berry acabó haciendo la misma canción cambiando la letra. Nosotros no caemos en eso tanto como AC/DC o los Ramones. Cada cierto tiempo nos gusta revisar el núcleo de lo que es Sex Museum. Cuando más investigamos es cuando más críticas nos caen [risas].
Miguel abandona el rol de frontman rocoso. Ahora se entrevé un cerco de melancolía.
Ha cambiado su forma de cantar. Ya no se debe tanto a la mezcla de psicodelia con hard-rock y a la velocidad del punk-rock. En discos como “Sparks” ya salió esta vena. Ahora, quizá, Miguel afronta la interpretación de otra manera. Ha dado un paso en busca de su verdadera personalidad. Nos sorprendió en el local de ensayo y cada vez nos tiene más convencidos. Cuando un grupo lleva tantos años como nosotros, hay que reescribir el libro de vez en cuando. Somos fans de la música, por eso empezamos a tocar. La conciencia de que somos músicos nos ha llegado mucho más tarde. Miguel se ha distanciado de sus ídolos y ha decidido ser él mismo. Además, ha sufrido una crisis personal estos últimos años y se ha reflejado como nunca antes se había reflejado la crisis de ninguno.
Pero continúa cantando en inglés. ¿Te sigue produciendo grima en castellano?
Ya no. Al principio queríamos alternar el inglés y el castellano. Reconozco que la culpa de que mi hermano no haya seguido cantando en castellano la tengo yo. Le cerré una puerta con ese tipo de críticas, diciéndole que me sonaba a Ramoncín. Le corté las alas. Le impedí que se desarrollara. Todo viene de una época, en los 80, en la que cantar en castellano me aberraba mucho. Mi hermano me recordaba un poco a Ramoncín, Rosendo y algo del rock radikal vasco. Le regañaba cuando me sonaba a eso. Reconozco que me pasé de crítico. Por culpa de eso, a Miguel todavía le cuesta cantar en castellano.
Hace poco demostró que da el pego emulando a Eduardo Benavente.
Sí, lo puede hacer perfectamente. Pero luego llega el momento de componer una canción, de escribir una letra. Es como el que lleva toda la vida con botines y, de repente, se pone unas zapatillas de deporte. Dices: “¡No sé andar!”.
La otra sorpresa del disco es el protagonismo absoluto del Hammond, casi en niveles del John Lord sinfónico.
Marta es más que un buen músico. Tiene verdadero talento artístico. Se puso a crear sin contención. Decidimos poner la guitarra a un lado y el órgano adelante. Era lo que daba color. Este tipo de escisiones cuesta hacerlas cuando tienes solo un par de discos. En nuestro caso, con una carrera tan larga, no nos importa pararnos en los detalles que creemos vitales. Marta toca cualquier instrumento que tenga teclas. Incluso el bajo o la guitarra si hiciera falta. Es un disco muy organero. A Marta la dejamos un rato sola y vuelve con una colección de pequeñas sinfonías. Nos ha costado muchos años darnos cuenta de lo que teníamos dentro.
Hablas mucho de los corsés que se caen con el tiempo.
Solo aspiramos a seguir abriendo camino en la selva. Este mundo es complicado. A partir de cierta edad, dedicarte a la música puede ser una locura. Y más en estos niveles, siendo alternativos y haciendo las cosas por nuestra cuenta y a nuestra manera. No sabes qué será de tu vida dentro de un mes. A cambio, entregas mucho esfuerzo, perseverancia y fe. Nosotros andamos entre dos aguas, lo que nos permite un movimiento constante. No sé qué será de cada uno de nosotros dentro de cinco años.
Con el éxito de Los Coronas, el hermano pequeño ha eclipsado al mayor.
Pues, fíjate, cuando estábamos con el disco anterior de Los Coronas, atravesábamos un momento de ruina tan absoluto que hice el clásico recorrido por las discográficas en Madrid y en Barcelona. Sé lo que es llegar con mi disco, plantarlo ahí y ser humillado. Nadie quería el último álbum de Los Coronas, a pesar de que sabíamos que esa visión podía funcionar. Dos años después, el trabajo está editado en Estados Unidos, Alemania y hacemos giras constantemente en México. Los Coronas han desbancado un poco la jerarquía que había antes con Sex Museum. Podríamos haber caído en el hundimiento de pensar que Los Coronas no le interesan a nadie, que es un proyecto pasado. A veces, tu propio empuje puede superar cualquier tipo de adversidad. Intento pensar lo mismo con Sex Museum. Es una apuesta de vida. Pero, mientras el resto de humanos pueden tener vida de sofá, nosotros no. Nuestro punto óptimo es trabajar con dos o tres bandas.
Un matiz: rechazasteis un caramelo del sello de Steve Van Zandt.
Llevas razón, lo he dicho con mucha ligereza. Nosotros no entregamos nuestro disco sin más. Siempre hay alguna condición. Pensamos en un negocio compartido. No solo en un negocio para la casa de discos. Quizá sea ese el gran conflicto a la hora de negociar. Siempre aspiramos a mantener cierto control. Pretendemos licenciarlo y que las canciones sean nuestras. Ese fue el problema de Los Coronas con Van Zandt. Lo quería todo: la propiedad de las canciones, la venta de camisetas. Aquello nos recordaba a las películas en las que llega un millonario con sombrero vaquero y se apropia de la granja en la que naciste tú, tus padres y tus abuelos. Te da unos millones y te plantas en un piso de mierda en la ciudad.
Pienso en grupos veteranos con bandazos del punk al sonido industrial, pasando por el pop clásico, sin perder las señas de identidad, y me salís Lagartija Nick y vosotros.
Desde el primer momento nos vi muy hermanados con Lagartija. Hemos recorrido un camino paralelo, cada uno a su lado del valle. Ni ellos ni nosotros nos queremos limitar. No nos ajustamos a un estilo para crecer a partir de él. Queremos probar las cosas, jugar con la música como se puede jugar con el arte. Coincidimos en el tono aventurero. Si nos equivocamos, no pasa nada. Seguimos intentándolo. Así ha habido muchos grupos. Nosotros hemos tenido coraje, autosuficiencia y la fe necesaria para continuar con nuestra carrera. Conozco a muchos músicos con talento que tiran la toalla porque la vida, cuando tienes una familia y un alquiler que pagar, aprieta demasiado. Llega un momento en el que la gente quiere un coche y unas vacaciones pagadas. Nosotros no nos quejamos, nos va bien. Yo tiro adelante porque soy más cabezota que artista. Si fuera al revés, ya estaría dedicándome a otra cosa [carcajada].
Deep Purple, Humble Pie… ¿Se mantienen las coordenadas históricas de Sex Museum?
Me parece increíble para el rock el periodo comprendido entre el 67 y el 74. Se nos nota. Hemos llegado a este punto después de ser unos punk-rockers cuando éramos pequeños. Nos educamos con la música inglesa del 77-83: el paso del punk-rock a la Nueva Ola. Supongo que nos sentimos más cómodos sonando como una banda a caballo en los 60 y los 70 que, por ejemplo, sonando a Clash, Ramones, Buzzcocks, Stranglers o B52’s, que eran las que nos volvían locos al principio. Con el tiempo nos hemos transformado en una visión garajera un poco agresiva y con ambiente psicodélico. Si te dejas llevar, llegas a lo que con más naturalidad puedes digerir. No hay nada forzado ni imposturas. Somos fans frikis de toda esa época, pero eso no significa que solo mamemos de los Who, la Creedence o Deep Purple. También nos apasiona el country-soul a lo Travis Wammack o Captain Beefheart. A mí me encanta la mezcla de country con toque soulero que se hacía en el sur de Estados Unidos. ¡Mi problema es que no sé tocarlo!
Siempre he dudado sobre vuestra verdadera inclinación. ¿Corrientes británicas o la ola de San Francisco?
En el grupo hay mitades. Yo soy muy de la Costa Oeste. Mi hermano Miguel es súper british. Marta está entre medias. Vacas es mucho más inglés en lo setentero, pero adora a los bluesmen antiguos. Y Loza aprendió a tocar la batería con una mezcla de King Crimson y los Who.
Aunque casi todo el material lo compones tú, así que por algún lado salen los Moby Grape y Messenger Quicksilver Service de turno.
A saco. Me sé de memoria los solos de John Cipollina. En el 89 me fui con Marta a Los Ángeles. Quería comprarme una guitarra Fender, como los Ventures. Al final terminé comprándome una SG, más apropiada para Sex Museum. En aquel momento no teníamos formados Los Coronas, aunque me fascinaba todo el rollo surfero. Volví con la guitarra de Robbie Krieger. Lo de Cipollina era más difícil, porque él las tuneaba.
Fuisteis de los pocos músicos ajenos a U2 y Springsteen en los 80.
¡Es verdad! Vivíamos alejados de la realidad. Regresamos de aquel viaje a San Francisco con toneladas de vinilos y ropa sesentera. Nuestro mundo era otro. No veíamos la televisión. No nos bastaba con los 60 de Herman’s Hermits. En cualquier historia del rock, Moby Grape pasaría como un grupo secundario, pero para mí son fundamentales. Lo mismo te digo de Quicksilver y de todas las derivaciones de los Byrds.
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