LIBROS
«No es un libro sobre música, es un libro sobre nuestra historia, sobre nuestro siglo XX, sobre nuestra cultura y nuestro ser»
Luis García Gil
Serrat y los poetas
EFE EME, 2021
Texto: CÉSAR PRIETO.
La relación de Serrat con la poesía ha sido siempre estrecha, luminosa y certera; la de sus letras y la de los poetas a los que canta. Quizás el Ministerio de Cultura algún día llegue a concederle, por ello, el Premio Cervantes; ministros ha habido que han sido de una coherencia intelectual abierta, e incluso que iban en el mismo barco que Serrat, por generación, estéticas e intereses.
De hecho, hay peticiones de firmas para que se valore su candidatura, o críticos que la defienden. A mi entender tiene sobrados motivos para ser válida. En primer lugar, por sus letras; en segundo lugar, por haber cantado, ahora que nos vamos acostumbrando a que en España hay varias lenguas, en dos de ellas con resultados sublimes; en tercer lugar, y como colofón, por haber deslizado a los poetas que estaban en enciclopedias o libros de texto de nuevo hacia la poesía popular, la que aún vive en el pueblo, la que se puede cantar. Desde el siglo XX, la poesía popular es la que aparece en las listas de los más vendidos, y Serrat lo ha sido.
Este último propósito, a mi entender, es el más definitorio. Antonio Machado o Miguel Hernández, hasta la aparición de los elepés dedicados a su obra, eran poetas que estaban únicamente en mente de profesores y de alumnos, en estos últimos solo hasta superar el examen. Con las canciones de Serrat se han convertido no solo en textos conocidos y cantados: se han convertido en símbolos. “La saeta” o “Para la libertad” tienen una presencia consolidada en procesiones de Semana Santa o mítines políticos.
Serrat y los poetas establece un recorrido amplio y con consideraciones bien fundadas —en hemerotecas y la palabra de los protagonistas, incluso el propio Serrat— por todas las ocasiones en las que el cantante de Poble Sec se acerca, aunque sea fugazmente a los poetas. El primer ejemplo que Serrat pudo imitar fue el de Alberto Cortez, un cantante especializado en canciones veraniegas, que en 1968 intenta una carrera en la canción de autor, aunque sea con un disco que pone música a varios poetas. De él, Serrat toma alguna melodía. El segundo, “La paloma”, de Alberti, que le llega vía música italiana.
A partir de este momento, y con este entrenamiento, vienen los cinco discos monográficos (de Miguel Hernández hay dos) dedicados a poetas y las canciones sueltas en casi todos los que exponen sus composiciones. El autor del libro, Luis García Gil, es experto en contextualizarlos. Parte de la base de que Serrat hizo en España la misma revolución que los Beatles en el mundo: marcar un estilo a la música popular, arriesgarse, y a la vez ser natural. La contextualización conlleva imágenes, porque —ahora que sin problemas podemos ver en la red centenares de conciertos históricos— escoge la interpretación más significativa, por enérgica o por icónica. Y acompaña todo con la suerte de esos poemas musicados cuando salen al mundo, es decir, las versiones. Dos son los mundos que las han recogido con mayor profusión: el del flamenco y el de la música cubana.
Y es también, en parte, un libro sobre la estética de Serrat, porque no hay poema que se haya echado a la faltriquera que no responda a sus preocupaciones íntimas, así que se van recogiendo las canciones que coinciden con el presupuesto de Machado o de Salvat-Papasseit, un precioso y desconocido disco el dedicado al poeta barcelonés. Algo menos convincente es el que recoge composiciones líricas de Mario Benedetti, pues el autor lo acusa ahí de volcarse hacia algo que siempre había sorteado con elegancia: el maniqueísmo.
Sin duda, este no es un libro sobre música, es un libro sobre nuestra historia, sobre nuestro siglo XX, sobre nuestra cultura y nuestro ser. Así que haría bien en pensar el Ministerio de Cultura en un Cervantes para Serrat. En el fondo, sería darselo a todos nuestros trovadores y juglares de la Edad Media. Serrat —y otros— son quienes los representan en nuestros días.
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Anterior crítica de libros: El manuscrito de barro, de Luis García Jambrina.