“Serena a los once”, de Tesa Arranz

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LIBROS

“La ingenuidad y la naturalidad puede ser un valor literario, y aquí lo son”

 

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Tesa Arranz
“Serena a los once”
EDITORIAL BARRETT

Texto: CÉSAR PRIETO.

Si por casualidad ven ustedes algún documental que enfoque los primeros 80, quizás les sorprenda la actuación de un grupo —Los Zombies— en los que una chica situada como frontwoman bailaba con movimientos espasmódicos. Se llama Tesa Arranz y fue más que un icono en aquellos años. Cuando se deshizo el grupo, la vida de Tesa pasó por vicisitudes, delirios y episodios de mala suerte endémica. En el libro de Germán Posé, “La mala fama”, lo puede encontrar el lector. Residiendo en Valencia, lo que la salvó fue empezar a pintar y escribir novelas —hasta diez indicaba que tiene—. Pues bien, una de ellas ha salido a la luz.

“Serena a los once” es un texto que se nota primerizo, sin que ello sea nada malo. La ingenuidad y la naturalidad puede ser un valor literario, y aquí lo son. A medida que avanzan las páginas nos dejamos llevar por la voz de Serena sin atender a ningún tipo de técnica, porque aparentemente parece no encajar en una plantilla. Serena escribe un diario y lo escribe ella misma, no hay voz narrativa que intermedie. Lo comienza el día en que mueren sus padres en un accidente de tráfico. Ella y su hermano gemelo —Gabriel, lo mantiene a distancia—no parecen estar muy afectados. Soñadora y poco impresionable, esta combinación explosiva le da una especial lucidez, alejada de los adultos.

Novela de iniciación, esta  mezcla entre Zazie y Manolito Gafotas, aprende desde los primeros momentos que hacer pucheros es productivo. Otra combinación explosiva en el momento en el que queda a cargo de su alocada tía Teresa, que le permite beber un par de cervezas.  Una tía Teresa que trae a casa a su último amante, checo, y que establece con ello dos partes en la novela. En la primera, con su estilo de escribir a borbotones, Serena va divagando a su manera inocente sobre la muerte, el miedo, la educación… “Todo me lo pregunto”, nos confirma.

La segunda parte, con la presencia de Ralf, el novio, cambia las tornas. Olvida todas las otras cuestiones y lo que importa es la iniciación sexual de Serena. Una iniciación en la que no ocurre nada más que en la mente de la niña, pero de manera limpia. No defiende más que su pequeño espacio de libertad, en ese estilo que destacamos. No parece haber una voz narrativa, solo un diario de una pequeña mujercita en el que lo que ella imagina perverso no es más que naturalidad.

Anterior crítica de libros: “Metallica: Nothing else matters”, de Jim McCarthy y Brian Williamson.

 

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