TREINTA ANIVERSARIO
«Los propios artistas terminan sorprendiéndonos y quejándose de una producción que, desde fuera, nos parece magistral; pero uno escucha Saturation y se quita el sombrero. Suena perfecto»
En este 2023 que acabamos de estrenar, vamos a seguir celebrando algunos de los mejores discos de la historia del rock que cumplen treinta años. Fernando Ballesteros inaugura esta nueva camada con Saturation, el cuarto álbum de Urge Overkill, la banda que, entre otras cosas, puso música a Pulp fiction. El grupo de Chicago que lo tuvo todo para triunfar, pero que nunca llegó a tiempo.
Urge Overkill
Saturation
GEFFEN, 1993
Texto: FERNANDO BALLESTEROS.
Los Urge Overkill, sí señor, uno de esos grupos de los que siempre apetece hablar. Cualquier excusa es buena para volver a pinchar alguno de sus discos. Por ejemplo, para recuperar Saturation y un momento clave de su carrera. Convengamos, de entrada, en que las cosas no les cuadraron muy bien a los de Chicago en esa empresa tan complicada que es el reconocimiento masivo. No deja de ser curioso porque, mientras algunos de sus coetáneos renegaban de su condición de estrellas, ellos daban toda la impresión de haber nacido para ello. Y, sin embargo, y a pesar del éxito cosechado, siempre daba la impresión no ya de que se merecieran más, porque eso es muy subjetivo, pero sí de que todo estaba de cara para ellos y, al final, algo había que no terminaba de funcionar dejándoles algún peldaño más abajo de lo esperado.
Es lo que ocurrió en 1994, cuando Tarantino incluyó su versión del “Girl, you’l be a woman soon”, de Neil Diamond, en una de las escenas más recordadas de la colosal Pulp fiction. Aquel era un gran momento para que el público se preguntara quiénes eran esos chicos y se multiplicara la expectación de cara a su siguiente disco, pero no terminó de suceder. Y con todo y con eso, para cuando llegó aquel 1994, la banda ya había hecho más que suficiente para que no se les recordara como los de la canción de la peli de Tarantino, que sí, que además era una versión. Antes de irnos más lejos en el tiempo, un año antes, en 1993, habían editado un elepé sobresaliente. Y ese es el motivo por el que hoy le dedicamos unos minutos a los Urge. Yo aquí, escribiendo y recordando, y los que lean esto, hagan el favor, volviendo a pinchar el artefacto en cuestión.
La historia comienza en 1985, cuando Nash Kato formaba la banda junto a Eddie “King” Roeser. Por aquel entonces, Pat Byrne se ocupaba de la batería y juntos grabaron su primer epé, para el que contaron con la producción del mismísimo Steve Albini, que repitió en su primer largo, Jesus urge superstar. La verdad es que cuesta encontrar en sus primeros pasos, los rasgos de grandeza que iban a mostrar poco tiempo después. Bastante ruido y no demasiadas nueces. No había grandes canciones aún.
Americruiser (1990) presenta ya algunos indicios de esas cualidades con las que nos terminarían conquistando. Se trataba de un disco en el que ya hay temas dignos de ser recordados y que cuenta con otro ilustre, Butch Vig, a los mandos; en todo caso, un paso previo a otro salto de calidad, el que protagonizarían en 1991 en The supersonic storybook, ya con Blackie Onassis ocupándose de las baquetas, y canciones como “The candidate” en los que reconocemos a los Urge Overkill que, a partir de este momento, se iban a convertir en una máquina de escribir grandes composiciones. Se veía venir el salto y el epé Stull, en el que estaba incluida la, más tardía, célebre versión de Neil Diamond, les iba a valer como aval definitivo para firmar con Geffen. No había en el seno del grupo grandes debates éticos ante el trance de abandonar la independencia. Querían comerse el mundo y, cuantos más medios, más cerca iban a estar de ello.
Adiós al mundo independiente. ¿Bienvenidos al éxito masivo?
El debut de Urge Overkill para una grande no iba a defraudar a nadie. Bueno, quizá a Albini y otros incondicionales de la independencia que se despacharon a gusto; pero ellos iban a lo suyo. Verles era comprender. Frente a la despreocupación por la imagen de otros grupos de la época, los de Nash Kato eran puro glamour. Tenían planta, querían triunfar y argumentos no les faltaban. En ese contexto y con el rock en lo más alto de las listas, Saturation se antojaba una baza sin fisuras. Su sonido era incontestable, el trabajo que hicieron los Butcher Bros en la producción era sencillamente perfecto. Aquellas canciones sonaban como debían. Los hermanos Phil y Joe Nicolo supieron darle el punto justo de contundencia. Hay cosas que no se pueden explicar y, en ocasiones, los propios artistas terminan sorprendiéndonos y quejándose de una producción que, desde fuera, nos parece magistral; pero uno escucha Saturation y se quita el sombrero. Suena perfecto.
Las letras están cargadas de esa ironía tan característica de los Urge Overkill, ese sentido del humor que siempre han mostrado tanto en sus canciones, como en sus entrevistas; y, en cuanto a la música, basta con escuchar el energético riff de “Sister Havana” con el que abren el álbum, para comprender que la banda estaba en su mejor momento. El estribillo, demoledor y pegadizo, completa la primera carta ganadora del disco y marca el camino a seguir hasta el final. Un poquito de distorsión y ya tenemos ante nosotros “Tequila sundae”, de nuevo coros para cantar con ganas y regusto hardrockero interpretado a su manera. Única. Como la que despliegan en “Positive bleeding”, y esa electricidad conviviendo con ramalazos acústicos hasta llegar a uno de los mejores coros del disco; un tema mágico. Y tres de tres. Cien por cien de efectividad, continuamos con pleno de trallazos.
Eddie agarra el micrófono en “Back on me” y borda un excelente medio tiempo de Rock Americano, así, con mayúsculas y sin muchas más disquisiciones; si hay que meter el arte en un cajón, que sea en uno muy grande. Las revoluciones vuelven a aumentar en “Woman 2 woman”, rock and roll acelerado e infalible, antes de que “Bottle of fur” retome las esencias del clasicismo con uno de esos riffs que no sabes si has conocido antes en otro sitio, pero que te hacen estar seguro de querer volver a escucharlo. Solo rock and roll, pero resulta que nos gusta. En algún sitio escuché algo parecido.
Suena un piano. Pasan los segundos, algo va a ocurrir. Sí, se desata “Crackbabies”, rabiosa, rotunda, la pareja perfecta para la ruidosa “The stalker” con la que me vienen a la cabeza unos Urge Overkill más jóvenes. Después de dos descargas de tal intensidad, “Dropout” es una anomalía que encaja a la perfección en el conjunto del disco. Blackie toma el mando y conquista a golpe de melodía en una pieza que, con otro tratamiento muy distinto —me van a permitir la licencia—, te la firma Jeff Tweedy ocho años más tarde. Pero aquí estábamos a otra cosa, así que toca volver a pisar a fondo el acelerador en “Erica Kane”. Arrolladora, con punteos frenéticos, respiro a mitad del camino y vuelta a empezar para terminar en todo lo alto. Y estamos llegando a la meta, pero aún quedan dos triunfos bajo la manga. El primero es “Nite and grey” y ese estribillo llamado a ser coreado por miles de fans, porque esa es su vocación y porque eso es lo que siempre tuvieron estos chicos en la cabeza. La última carta de Saturation —más allá de la anécdota escondida de “Operation kissinger”— es “Heaven 90210”. ¿Alguien dijo que no conviene guardarse lo mejor para el final? Ellos no lo hacen y cierran a lo grande, sonando más clásicos que nunca.
El momento de la verdad
Tenían un gran disco bajo el brazo, una obra maestra de puro rock y, unos meses después, Tarantino les puso aún más en el mapa con la canción de marras; así que su siguiente disco iba a ser clave. Y ellos respondieron con “Exit the dragon”, que estaba a la altura de las expectativas, pero su historia recreó, en parte, la escena a la que pusieron música en Pulp fiction, cuando Mia Wallace baila ante Vicent Vega y parece que va a ocurrir lo inevitable. Entonces llega la maldita sobredosis que cambia el curso de los acontecimientos. Ellos estaban bailando y a punto de abrazar el gran éxito, pero algo sucedió que lo desbarató todo. Aunque en realidad fueron varias cosas.
La compañía no apoyó su disco todo lo que merecía, las relaciones entre Nash Kato y Eddie se deterioraron y Blackie tuvo serios problemas con las drogas. Eddie se marchó, llegó Nils St. Cyr y el grupo pudo ser reanimado, pero la gran oportunidad había pasado. Conscientes de ello, decidieron ponerle fin a la banda en 1997. Ya sabemos que en el rock and roll los finales nunca son definitivos y, tras varias aventuras, Nash y Eddie volvieron a tocar juntos en 2003, pero ya sin Blackie. Es más, desde 2011 han vuelto a grabar discos. Pero ese camino, esa segunda historia de los Urge Overkill, con una actividad muy discontinua, está muy alejada de las ligas mayores. Tampoco sus discos están a la altura de aquellas dos grandes obras que nos brindaron en 1993 y 1995, aunque, cada nueva entrega —la última de ellas Oui, el pasado año— ha sido más que disfrutable y muchos seguimos y seguiremos bailando con ellos. Por los viejos tiempos. Y por los nuevos, porque siguen aquí y nos hacen gozar con su mezcla tan personal de hard rock, himnos que parecen paridos para llenar estadios y esa fascinación por la cultura pop que comparten con los que continuamos ahí, al otro lado, disfrutando de lo que hacen.
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Anterior entrega de 30º Aniversario: Harvest moon (1992), de Neil Young: La calma tras el ruido.