Santi Balmes: «La estabilidad de la infancia se rompe de manera prematura»

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«Para buscar tu voz (como autor) tienes que pasar por unas cuantas gripes de fracaso»

 

Carlos H. Vázquez entrevista al líder de Love Of Lesbian, Santi Balmes, por su último libro, El hambre invisible. Una excusa para hacer autocrítica, reflexionar sobre el éxito y el fracaso y sobre la necesidad de no descansar los dos pies en tierra firme.

 

Texto: CARLOS H. VÁZQUEZ.
Fotos: PATRICIA J. GARCINUÑO.

 

Santi Balmes, de Love of Lesbian, ha publicado este otoño El hambre invisible (Planeta, 2018). Un libro en el que ha reconstruido su vida —puede que a través de los personajes— como quien vuelve a poner en pie un castillo de naipes. Primero fueron Yo mataré monstruos por ti (Principal de los libros, 2011), ¿Por qué me comprasteis un walkie-talkie si era hijo único? (Principal de los libros, 2012), La doble vida de las hadas (Principal de los libros, 2014) y Canción de Bruma (Principal de los libros, 2017). Ahora, con las ilustraciones de Sergio Mora, despliega el mapa de todos los sueños para encontrarse en un punto intermedio entre la realidad y la fantasía.

Santi Balmes es impredecible. Durante una entrevista puede ser otra persona, como ocurre en algunas canciones de Love of Lesbian. Hay respuestas que tienen la mirada distraída y se vuelven hacia la calle. Otras, las reflexivas, comen suelo o apuran el contenido de un vaso. En Bruma, el refugio interior, suena el primer disco que escuchó a los doce años: Breakfast in America, de Supertramp. “But, please, tell me who I am”.

 

¿Los “Romanes” del libro, los personajes, son inconsciencias tuyas?
Sí. Le he dado voz a una pulsión, que es más animal. Transformados en palabras, los logras domar un poco más, o por lo menos los objetivizas y los encuadras dentro de un mundo de frases en el cual han tenido sus cincuenta páginas de gloria. A partir de ahí, que me dejen en paz (los personajes).

 

En la canción “El hambre invisible” hablas de las «muñecas rusas que no acaban jamás». Entiendo que esto es una referencia clara a lo que estamos hablando.
Absolutamente. El germen del libro es esa frase. Es un juego que empieza desde la infancia y cada década va incorporando un nuevo personaje que se va configurando poco a poco. No elimina al anterior, pero se convierte en el dominante de cada época. Dependiendo del momento, hay golpes de Estado, revoluciones internas…

 

Encuentro que este libro tiene más relación con el disco El poeta Halley que con La noche eterna. Los días no vividos; hay un joven poeta Halley en el libro que abarca la etapa de la adolescencia.
Halley es un ser soberbio que no ha demostrado nada aún, pero tiene la sensación de que va a hacer algo, aunque los hechos no le acompañen en absoluto. Esto es algo que acostumbra a pasar: con el tiempo te acabas encontrando en camerinos y festivales a bandas que están empezando ha despuntar un poquito y, a veces [lo remarca], desprenden una soberbia y un postureo que va más allá de lo que están haciendo. A todos nos ha pasado y hemos sido más actitud que no hechos en realidad. Halley es actitud, pero no le acompañaba lo que hacía. Pensaba que lo hacía bien, pero no lo estaba haciendo del todo. Es un tipo al cual le faltaban muchas hostias, que son las que le han hecho aprender muchísimo más; que te guste Bowie no significa que tengas que ir de mini Bowie por ahí. No, chico, esto no funciona así.

 

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«Prefería ser más duro conmigo que con los demás, porque hay un sentido de moralidad cuando escribes algo y sabes que lo va a leer muchísima gente»

 

Pero la música permite ser lo que no eres… ¿Por eso los pies no están en la tierra?
Exactamente. Para buscar tu voz (como autor) tienes que pasar por unas cuantas gripes de fracaso. Y tenemos que tolerar el fracaso, lo que pasa es que cuesta mucho hacerlo.

 

¿Es como el miedo a las alturas, que no te das cuenta de que está ahí hasta que te lo dicen?
Es así. Tú vas operando con una pulsión inconsciente todo el rato, que es ese hambre invisible. Tocas delante de veinticinco personas y te autoengañas cuando vuelves a casa pensando que había cien personas y no veinticinco. Hay mucha parte de nuestra vida que está basada en el autoengaño, pero nos sirve para continuar.

 

Entonces, ¿es necesario el autoengaño?
Hasta cierto punto. Hay momentos en los cuales tienes que ser muy consciente de qué es lo que estás haciendo mal para dejar de ser autocondescendiente contigo mismo. Esto pasa cuando lees algún comentario de haters que atacan a las bandas (no solo a la nuestra). Ves que esa persona tiene veintipocos años y un grupo. Escuchas lo que hace y piensas: «Alguien debería decirte, amigo, que no eres Prince, aunque tú lo creas». Esa soberbia es una gripe que tenemos que pasar todos, incluso yo, que la he pasado, aunque entonces no existían los tiempos de Internet.

 

En el libro, el propio narrador, que supongo eres tú, se llama imbécil a sí mismo. ¿Por qué?
Prefería ser más duro conmigo que con los demás, porque hay un sentido de moralidad cuando escribes algo y sabes que lo va a leer muchísima gente. Así que, si implicas a terceras personas que no van a poder defenderse, vas a incurrir en un delito de prevaricación. Si estás explicando tu historia, tienes que ser muy cauteloso por si salpicas a los demás, sobre todo si eres una persona pública que llega a tantas personas. Mi intención, desde el primer momento, era la de elaborar una autocrítica con las partes en las que pensaba que había fallado. No he sido nada indulgente conmigo mismo… hasta el final.

 

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«Si estás explicando tu historia, tienes que ser muy cauteloso por si salpicas a los demás, sobre todo si eres una persona pública»

 

Me da la sensación de que, mientras creces, quieres espabilar a tu niño interior.
La estabilidad de la infancia se rompe de manera prematura. Si a una persona le quedan asuntos pendientes y no termina de cerrar esa época, su evolución no acabará siendo del todo normal. Pues ese niño, que al final es como un niño viejo, es la representación de cómo yo puedo llegar a ser un montón de cosas. Como que me he negado a crecer y he intentado establecer una vida un poco fuera de los parámetros de lo que es la gente normal. Aparte de ese niño viejo, dentro han crecido otros personajes y para tomar ciertas decisiones ha de haber un quorum [proporción de votos favorables para que haya acuerdo]. La sensación es de ir recuperar al niño de tus ruinas (metafóricamente) y decirle: «Te he tenido escondido todo este tiempo».

 

Cuentas en el libro que ese niño se sentía raro en el colegio.
Y es real. Fue algo que me pasó. Estaba bailando el “Singin’ in the rain” mientras llovía porque pensaba que era lo natural, pero lo natural era protegerse de la lluvia para no mojarse, un sentido pragmático que algunos de mis compañeros ya habían adquirido, pero yo no. Ahí me di cuenta de que era un puto nerd, tío. También me di cuenta de que había en mí una cierta tendencia a la espontaneidad, al espectáculo y a la exaltación morbosa, porque me estaban mirando.

 

¿Siempre fuiste un niño exhibicionista?
Sí. Y cada vez que me subía a un escenario era un delirio. Mi madre flipaba. Era el típico al que pillaban de protagonista en las obras de teatro, aunque yo siempre quería hacer el papel de malo. Tampoco era un estudiante brillante, sino de la media, y en un dibujo de copiar podía sacar un cinco y en uno libre un nueve. A partir de ahí supe que los parámetros establecidos se me quedaban estrechos. Recuerdo, en otra ocasión, un concurso literario en el que me votó toda la clase menos la profesora, que votó a otro; creía que su cuento estaba bien escrito y que el mío era políticamente incorrecto porque criticaba en verso a todos los profesores del claustro. Supe que la autoridad, el mundo mayor, no encajaba conmigo. Posteriormente tuve esa fricción en lo profesional, como cuando nos intentaban encajar en una movida muy concreta: ¿éramos Astrud o Manta Ray? Mientras que la apuesta hacia nosotros era cauta, el público empezó a empujarnos. Igual que la profesora y el concurso literario.

 

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«Mientras que la apuesta hacia nosotros era cauta, el público empezó a empujarnos»

 

¿Cuánto tiempo te ha llevado hacer El hambre invisible?
Mucho tiempo. El germen surgió incluso antes de la canción. Hay partes que he recopilado de cosas que había escrito cuando era joven, pero dándole el formato actual. Luego lo dejé aparcado durante un tiempo, porque me daba la sensación de que no había cerrado un círculo vital, pero tras el disco El poeta Halley entendí que ya estaba en ese momento de mi vida en el cual podía mirarlo todo después de haber dado una vuelta de trescientos sesenta grados al amor, al desamor, a la vida de soltero, a la paternidad, al fracaso, al éxito, al fracaso del éxito, a la aceptación del éxito de una manera mucho más calmada… Era el momento para enfrentarme definitivamente, que fuera una conclusión de mis últimos diez años, en los cuales he sufrido y gozado todo este proceso.

 

Seguís con la gira del vigésimo aniversario de Love of Lesbian. El año pasado se publicó El gran truco final… Diría que estás cerrando todos los frentes, el literario y el musical.
Me reinventaré, no te preocupes. Hay una parte que no podré llevar más allá, pero si la llevo sé que entraría en un mundo barroco que no me interesaría. El movimiento puede ser bastante pendular, como hacer un disco con canciones de seis minutos. Fliparon en Warner cuando les presentamos un single de seis minutos. Por eso sentimos que no encajamos en el formato que se nos pide. Cuando lo hacen, al final acabamos complicándonos por un sentido romántico. Quizás volamos a la sencillez, pero no porque nos lo pidan, sino porque el bandazo va para el otro lado.

 

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«Creo que tenemos la obligación de estar con un pie que no esté tocando el suelo y otro que lo esté tocando»

 

¿Qué sucedió con la salida de Joanra Planell del grupo? Hubo gente que pensó que Love of Lesbian se había acabado.
Hemos vivido muchas cosas juntos y las diferencias van quedando atrás. Me queda el recuerdo de mi compañero de habitación durante muchísimos años. Ojalá no perdamos el contacto. Sé que esto de las rupturas desde el exterior puede verse como algo chocante o traumático, pero que analice la gente cuánto tiempo ha durado con su última pareja, porque la banda lleva conviviendo veinte años. Tanto tiempo genera momentos de todos los colores. Pero bueno, sigo hablando con él y me va enviando los nuevos temas de Siete70. Ojalá les vaya muy bien.

 

Y en su lugar entró Ricky Falkner.
Quiero aclarar una cosa muy importante: Ricky Falkner no es un recién llegado a la historia de Love of Lesbian, porque ha compuesto y cocreado temas y en muchos casos se los sabe mejor que nosotros. Ha estado en las entrañas del tema, desde la grabación hasta la mezcla, la producción final y el mastering. Él siguió su carrera paralela como productor y como miembro de otras bandas, pero sabíamos que algún día iba a estar con nosotros. Ha sido en realidad un miembro más de Love of Lesbian desde el último disco en inglés, que fue el primero que nos produjo (Ungravity). Bueno, fue el primer disco que produjo en su vida. Fíjate si hemos ido a la par que, hasta cierto punto, éramos una pareja que practicaba la relación abierta.

 

Qué irónico que todo gire alrededor de las leyes de la gravedad. Ungravity, el personaje de Equilibrista en el libro, canciones en las que se habla de volar…
Es una obsesión muy recurrente. Creo que tenemos la obligación de estar con un pie que no esté tocando el suelo y otro que lo esté tocando. Tener los dos en la misma posición es algo arriesgado, tanto para bien como para mal, pero también es una sensación muy adictiva. Nosotros, hasta cierto punto, somos bastante insaciables en eso y no nos sirven solamente las relaciones personales, sino que tenemos que estar todo el día elevados. Es una necesidad que tenemos más que otros, pero porque quizás tenemos una tendencia a la depresión y necesitamos un contrapunto más fuerte. Debe ser eso.

 

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