DISCOS
“Un disco brillante. Y podría decir que literalmente, porque es un trabajo lleno de luz, de los que cambian la atmósfera de cualquiera sea el rincón en el que suenen”
Jorge Drexler
“Salvavidas de hielo”
WARNER
Texto: MARTA SANZ.
Hay varias maneras de valorar ‘Salvavidas de hielo’, aunque al final solo importe una. Me explico. El último trabajo de Jorge Drexler es posiblemente una de las mayores genialidades del músico uruguayo. Cuando salió a la venta, a comienzos de esta estación que ya está por terminar, conocimos el motivo: cada una de las notas de cada una de las canciones, salvo las voces, salen de una guitarra. Y no solo de las cuerdas. En estos once temas escuchamos percusiones, ecos y variaciones que nos harán pensar en un estudio de grabación al completo, cuando son los materiales de este regio instrumento los que los provocaron: sus cajas de madera, la piel de un bajo, el metal de un dobro. Y saberlo es escuchar el disco de otra forma. Te demoras en los sonidos, analizas los chasquidos, admiras el resultado. Se agudiza el oído para entender, y aunque sea solo por curiosidad apetece escucharlo. El problema es que este dato se puede diluir con la promoción, o con la asimilación, y entonces quedan solo las canciones, lejos de toda historia, por mucha destreza que esta esconda.
Pero no alarguemos la tensión innecesariamente: más allá de la anécdota, “Salvavidas de hielo” es un disco brillante. Y podría decir que literalmente, porque es un trabajo lleno de luz, de los que cambian la atmósfera de cualquiera sea el rincón en el que suenen. Esmerado artesano de la música, cuida cada detalle para que no haya una nota prescindible. Este álbum, más reposado que el anterior, “Bailar en la cueva”, en cuanto a ritmos y complicaciones, es más que una parada un recorrido. Comienza con ‘Movimiento’, una declaración de miedo al tesón de las fronteras y las banderas de tela triste, nada lejos de otras de su carrera pero igualmente poderosa y necesaria. Y es que a veces recurrir a fórmulas conocidas puede tener todo el sentido cuando se hace para contar una historia como debe ser contada. Llega así, por ejemplo, ‘Pongamos que hablo de Martínez’, o lo que siente por Joaquín Sabina, que melódicamente podría estar en uno de sus primeros trabajos pero que por la nostalgia debida tenía que publicarse ahora. También nos llevan a un Drexer reconocible, en su sencillez, ‘Quimera’, canción sin edad, o ‘Telefonía’, oda a la comunicación. Aunque hay algo que siempre hace especial una canción suya, y con eso a él, y es su forma de escribir, sus textos sin cabos sueltos, de frases que fluyen y funcionan en cada contexto. Y extremadamente bellos. En toda su discografía, en cada canción, hay un puñado de las palabras más bellas en castellano.
Y por si jugar con las palabras y los instrumentos no fuera suficiente, en ‘Silencio’ se concede inmensas pausas engrandecidas por todo el ruido que contiene, uno de los temas más originales de su carrera. De nuevo la dicotomía del oyente, que si se queda en la forma puede apreciar el caos y la tensión de una maraña de melodías y silencios que zarandean dentro de toda la calma del disco. A veces por su contundencia es necesario saltarla. Todo esto solo por su sonido. Su mensaje, de nuevo, imprescindible.
Párrafo aparte merecen las colaboraciones. No hay definición que carezca de compañías, y estas valen todas las galanterías. Drexler ha escogido a tres mujeres poderosas para cantar con él, y en orden de impacto las cito. Julieta Venegas canta los ‘Abracadabras’, que le sienta como un guante a la mexicana a pesar de sus aires tropicales. El único inundado de sonidos entre todos los dúos, alterna la textura de los ecos de varias guitarras que parecen invitadas por accidente pero que cierran una melodía con todo el sentido. Todo el bullicio del que desnuda a ‘Asilo’, una hermosísima canción en la que se puede ver cómo la improbable compatibilidad de la ácida voz de Mon Laferte con la suavidad de uruguayo no solo se hace latente, sino que parece cumplir un destino necesario. Canción para cantar al oído, como la que da título al disco y que comparte con Natalia Lafourcade. La mexicana, con un timbre más similar, moldea junto a él una canción de infinita ternura, con la guitarra más limpia del disco. Poco más de tres minutos que demuestran que Jorge Drexler es uno de los mejores compositores en nuestro idioma. Y “Salvavidas de hielo” uno de sus mejores trabajos. Uno de esos discos que se compran en vinilo porque prometen quedarse para siempre.
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Anterior crítica de discos: “Aquí hay dragones”, de Birkin.