FONDO DE CATÁLOGO
«El disco que marca un antes y un después en su trayectoria. Nada volvió a ser igual a partir de su edición»
Manel Celeiro rescata el quinto álbum de estudio de Whitesnake, Saints & sinners. Un trabajo concebido en una etapa convulsa de la banda, pero que continuó sembrando éxito. «El disco que marca un antes y un después en su trayectoria».
Whitesnake
Saints & sinners
Liberty / EMI, 1982
Texto: MANEL CELEIRO
Concebida como un proyecto en solitario de David Coverdale tras su salida de Deep Purple, la serpiente blanca pudo presumir durante su primera etapa –la que va de 1978 hasta los primeros ochenta– de poseer algo que muchas bandas luchan por tener sin llegarlo a conseguir. Además de su obvia calidad musical, eran una formación con un sonido propio y una personalidad absolutamente definida. A pesar de verse abocados en la época a militar en las filas afines al heavy, ellos eran muy diferentes al resto. Sus canciones sonaban frescas, de estribillos euforizantes y contagiosos, además de contener una importante carga de música negra debido a que el blues y el soul formaban parte indivisible de su ADN, conviviendo a la perfección con la fuerza del hard.
Sus conciertos eran toda una fiesta, con el macho alfa exhibiendo rotundo poderío vocal y exudando testosterona escoltado por un grupo de músicos que creían firmemente en lo que hacían. Sí, estaban Jon Lord e Ian Paice (substituyendo a Dave Dowle a los tambores), no hace falta presentación alguna de este par de titanes; pero también dos guitarristas tan eficaces como primorosos en las manos de Micky Moody y Bernie Marsden y, posteriormente, Mel Galley; además de un bajista, Neil Murray, de imponente presencia escénica y de una elegancia difícil de superar a la hora de pulsar las cuatro cuerdas.
Álbumes como Lovehunter (1979), Ready an’ willing (1980), Come an’ get it (1981) y el doble en directo Live… in the heart of the city (1980) les llevaron a la cima. Pero cuando afrontaron la tarea de grabar el siguiente disco, las cosas no eran tan idílicas como parecían. Aunque su posición dentro del negocio estaba consolidada, sus finanzas estaban próximas a la más absoluta ruina, lo que provocó el enfrentamiento con su manager. Las relaciones entre ellos no andaban muy finas y Coverdale bregaba con diversos problemas personales. De tantas y tan profusas dificultades surge Saints & sinners. El disco que marca un antes y un después en su trayectoria. Nada volvió a ser igual a partir de su edición. Sin embargo, pese a estar rodeados de tan funestas circunstancias, y de un largo y laborioso período en diversos estudios, consiguieron generar la empatía y la química necesaria para entregar una obra notable, digna de su nombre y que salvaguardaba el espíritu y las raíces más puras de la banda.
Trastienda y repertorio
La producción de Martin Birch, hombre de confianza absoluta durante esos años, es uno de los pilares sobre los que se sustenta el disco. En medio de tan caóticas sesiones mantiene la calma, la paciencia y la suficiente mano izquierda para blindar a los intérpretes, manteniéndolos centrados en el objetivo final y, por supuesto, consiguiendo un sonidazo de órdago. Empiezan a fondo con un tema tan impactante como “Young blood”, puro rock and roll al estilo de la casa, con el órgano tejiendo fondos, las guitarras crujiendo y David exprimiéndole el jugo a su privilegiada garganta. Tras ese orgiástico inicio, tanto “Rough an’ ready”, riffazo el que se sacan de la manga, como “Bloody luxury” y “Victim of love” no ceden ni un palmo de terreno. Pletóricos y engrasados, sacan pecho en un cuarteto de composiciones a las que es imposible poner mácula alguna.
El caso es que ese apabullante comienzo es tan solo el prólogo de lo que viene luego: nada más y nada menos que dos de las más destacadas joyas de su repertorio, las versiones originales, ambas fueron regrabadas después de forma diferente, de “Crying in the rain” y la soberbia “Here I go again”. Rebosante de sentimiento blues, con delicada apertura de voz y teclado que culmina en un subidón de esos que ponen en pie a un estadio; la combinación perfecta entre garra y sensibilidad. “Love & affection” y “Rock & roll angels” mantienen alta la presión sanguínea hasta que esa oda al arrepentimiento, con una letra plagada de referencias religiosas que titula el disco, rubrica una obra prácticamente –quizás solo “Dancing girls” flojea un poco– perfecta.
Tras él vino la revolución, cambio de miembros, el giro de orientación musical…, aunque Slide it in (1984) aún tiene mucho de los Whitesnake clásicos, y de imagen culminado con la edición de 1987. Éxito avasallador en USA y Europa, más de ocho millones de unidades expedidas, y el comienzo de una era en la que perdían su carácter distintivo para convertirse en uno más del pelotón, con idénticas pintas y sonido que muchos otros nombres del momento. Se rodeó de músicos de rutilantes melenas y caras bonitas, metalizó el sonido (aunque eran las baladas las que tiraban del carro) y su cuenta corriente se llenó de ceros. Así que visto el resultado se podría considerar que tomó la decisión correcta. Todo y así, un servidor siempre se quedará con la versión vieja escuela de la banda. Cuestión de gustos, supongo.
Anterior entrega Fondo de Catálogo: When I’m president (2012), de Ian Hunter.