“La placa de la Joey Ramone Place es una de las señales urbanas más codiciada del mundo y la más robada de Nueva York”
Sara Morales nos lleva por las calles neoyorquinas para descubrir los rincones más emblemáticos del punk en una ciudad que lo vivió con intensidad. En la primera parte de la ruta, nos enseñó lugares emblemáticos con los grafitis de Joe Strummer o Joey Ramone y el aspecto actual de la mítica sala de conciertos CBGB. En esta segunda parte nos muestra el Nueva York de los Ramones.
Texto y fotos: SARA MORALES.
El Nueva York de los Ramones
Al salir del CBGB, todavía con la nostalgia embriagadora de haber pisado, palpado y respirado el lugar sagrado del punk, enseguida se topa uno a la derecha con el Joey Ramone Place. Una confluencia de calles (East 2nd y Bowery St) que recibe el nombre de la voz de los Ramones, considerada por muchos la de toda una generación.
En 2003, dos años después de su fallecimiento, el Ayuntamiento de Nueva York quiso homenajear así al que fuera uno de sus vecinos más venerados y representativos de una época histórica para la ciudad. Además de su papel como frontman de la banda durante más de dos décadas, Joey se convirtió durante los últimos años de su vida en locutor de radio, promotor de conciertos y productor de bandas independientes. Roles que se unían a su carácter proactivo con respecto al impulso cultural local, y que le llevaron a ser uno de los personajes neoyorkinos más querido dentro y fuera de la gran urbe y del movimiento punk. La placa que lleva su nombre se ha convertido, desde entonces, en una de las señales urbanas más codiciada del mundo y la más robada de Nueva York. Por eso, y con la intención de ponérselo cada vez más difícil a los fans más atrevidos, se encuentra ubicada en el tramo superior del soporte, lo más alto posible
Partiendo de este mismo cruce, dejando atrás Bowery St y tomando la East 2nd St, en el número 6 se encuentra la puerta del apartamento de Arturo Vega, director creativo de los Ramones, artífice de su memorable logotipo y en cuya casa habitaron a temporadas todos y cada uno de los miembros de la banda. Algunas pegatinas en la fachada lo rememoran.
Avanzando un poco más por la misma calle, llegamos a otro de los rincones más significativos en la historia del grupo. Se trata de los Albert’s Gardens, un pequeño espacio interbloque que sirvió de escenario para ilustrar la portada de su álbum debut y homónimo en 1976, así como otras tantas fotografías inolvidables de la banda, ante el objetivo de Roberta Bayley, fotógrafa de la revista «Punk».
La pared de ladrillo blanco sobre la que posan inmortales los cuatro hermanos se conserva tal y como era y no cuesta diferenciarla a pesar de los años. Lo único que ha cambiado es que el jardín que hoy crece junto a ella, mantenido con mimo por los jardineros voluntarios de la comunidad de vecinos, antes era un solar abandonado invadido por los escombros, la basura y los restos de las fiestas nocturnas que se corrían aquí por su cercanía al CBGB.
Para continuar la ruta tras las huellas de los Ramones, debemos despedirnos ya de East Village no sin antes agradecerle al barrio y sus gentes que, a pesar del paso de los años y la llegada de los nuevos tiempos, continúe manteniendo de alguna manera el espíritu que le hizo ser ese lugar al que, un día, el mundo entero se vio obligado a dirigir la mirada. Un rincón urbano crucial en la música, por ser la cuna de un nuevo género nacido para cambiar la historia.
El distrito de Queens es la siguiente parada. Concretamente Forest Hills, el barrio que vio nacer y crecer a los Ramones. Joey y Johnny instalados en él con sus familias desde su nacimiento; y en el caso de Dee Dee y Tommy que, tras los periplos de sus respectivas vidas, terminaron llegando hasta aquí para echar raíces a partir de su adolescencia.
Sorprende la rutina apacible y serena que desprende el vecindario de Forest Hills. Quizás por el gran contraste con respecto a East Village, o porque siempre hayamos imaginado el origen de los Ramones en un lugar ruinoso y sin posibilidades. Bueno pues, nada más lejos de la realidad. A pesar de contar con el paso del tiempo, este lugar siempre fue más o menos como luce hoy: un barrio de clase media que con los años ha ido en alza, atestado de bloques de apartamentos y pisos con su pertinente jardín, pequeños comercios y un ambiente en calma comunitaria donde no ocurre nada, sin apenas bullicio y ninguna prisa.
Entre los enormes edificios que perfilan sus calles, destacan las Birchwood Towers, ubicadas en Yellowstone Boulevard con la 66th Road. Tres altas torres de viviendas, cada una con su propio nombre: Bel Air, Toledo y Kyoto. Se desconocen los pisos exactos, pero se sabe que en la primera torre se encontraba la casa de Joey Ramone junto a su madre y su hermano, y en la segunda la de Johnny y sus padres.
En sus biografías, en las declaraciones de algunas de sus entrevistas e incluso a través de sus canciones, los Ramones siempre se refirieron a su barrio de origen como un lugar aburrido y monótono, venido a menos por la llegada de «gente pija y nuevos ricos con hijos insoportables y maleducados» con los que era complicada la convivencia. El tema ‘Beat on the brat’, escrito por Joey, está inspirado en todo esto y en lo que les nacía hacer cuando se topaban con uno de esos niños impertinentes que no paraba de gritar y molestar ante la sonrisa permisiva de sus padres.
Siempre se sintieron fuera de contexto en aquel lugar, condenados a no socializar con los vecinos y compañeros de clase por encontrarse a años luz de sus formas de vida y objetivos. En el instituto al que fueron los cuatro Ramones, el Forest Hills High School al final de la calle 66th, se les tenía por parias y marginados debido a sus pintas, a sus gustos y porque mientras los otros chavales soñaban con el baile de fin de curso y con convertirse en quarterbacks, ellos lo hacían con el rock and roll.
Para escapar de la desidia impuesta por el ambiente de Forest Hills y la desgana de sus respectivos estudios y trabajos ocasionales, durante su primera juventud los cuatro amigos solían reunirse en un rincón del barrio donde pasaban las horas muertas bebiendo cerveza, hablando de música, intercambiando discos y conocimientos sobre instrumentos. Imaginaban una vida al otro lado del río East, en Manhattan, como estrellas del rock, y comenzaron a perfilar seriamente la idea de montar una banda entre ellos, pues casi todos venían de tocar con otros grupos amateur. Fue exactamente en ese lugar, durante alguna de aquellas conversaciones para matar el aburrimiento y que parecían no llevar a ninguna parte, donde tuvo lugar el nacimiento real y conceptual de lo que hoy conocemos como los Ramones.
Este sitio se encuentra a medio camino entre sus casas y el instituto, en una rampa que se levanta sobre los jardines de los Thorneycroft Apartments y que accede a las canchas del barrio. Un graffiti de los cuatro sentados sobre la valla de madera, recuerda cómo se les solía ver entonces casi cada tarde.
Para crear su mural, el artista urbano Ori Carino partió de una fotografía que Bob Gruen tomó de la banda en 1975, justo aquí, en aquellos días en que los Ramones acababan de cobrar vida y comenzaban, sin saberlo, una meteórica carrera hacia la inmortalidad.
La inscripción que acompaña al graffiti dice así: «La rampa, cuna del punk. Donde Douglas Colvin (Dee Dee), Tom Erdelyi (Tommy), John Cummings (Johnny) y Jeffrey Hyman (Joey) –los cuatros músicos que se convirtieron en los Ramones – pasaban el rato en la adolescencia a finales de 1960 y principios de 1970».
Para concluir con el recorrido por los emplazamientos más simbólicos del punk neoyorkino, tras las huellas de los Ramones, debemos regresar a Manhattan. Allí, en el corazón de la palpitante isla, a la altura de Lexington y muy cerca del complejo de las Naciones Unidas, encontramos una esquina muy especial. Tanto, que cuenta con su propia canción; la que escribió Dee Dee para la banda en 1976 y en la que narra autobiográficamente las noches que pasó postrado allí como chapero para conseguir dinero fácil. Hablamos de la intersección de la 3ª Avenida con la 53th, o como él mismo perpetuó: ’53rd & 3rd’.
Hoy dista mucho este lugar de lo que debió ser en su día. Los testimonios de la época lo describen como un entramado urbano oscuro e inseguro, conocido popularmente como «The Loop», donde los trapicheos, la delincuencia y la prostitución se adueñaron de las calles durante las décadas de los setenta y los ochenta. Ahora los modernos edificios de oficinas y el devenir de ejecutivos sustituyen aquel ambiente; pero aquella esquina, como es obvio, ahí sigue en pie testigo del tiempo.
Otros rincones para el recuerdo
Como curiosidad, continuando por la 3ª Avenida hasta llegar a su cruce con la 47th, en el número 231 se encontraba el primer estudio de The Factory de Andy Warhol. Sede de su industria entre 1963 y 1968, abierta a todas las excentricidades artísticas de la ciudad y lugar de encuentro de músicos como Lou Reed y la Velvet, Bob Dylan, Mick Jagger y Brian Jones, de artistas como Dalí o escritores como Truman Capote y el beat Allen Ginsberg. Sonadas fueron sus fiestas subversivas, las sesiones de fotos y los rodajes de películas que tuvieron lugar en su interior. Ahora no es más que un edificio de apartamentos de lujo rodeado de flores, en el que su riguroso portero nos confirma que sí, que en la que entonces era la quinta planta (hoy la tercera) se fraguó todo el universo del magnate del pop art.
Y solo avanzando un poco más hacia el corazón de Manhattan, desde The Factory de Andy Warhol caminando a pie por la 47th, llegamos hasta el 213 de Park Avenue donde se encontraba el Max’s Kansas City, ahora convertido en una cafetería cuyo nombre hace un guiño al lugar que fue. Aquel bar –restaurante regentado por Mickey Ruskin, que se configuró como el antecedente del CBGB cuando la estructura social ya había comenzado a cambiar y se dirigía hacia la explosión callejera que vendría después.
Por su pequeño escenario circularon el escritor William S. Burroughs (uno de los ingenieros sociales del punk) y unos jovencísimos Velvet Underground, New York Dolls, Marc Bolan o David Bowie. Aquello fue en los sesenta, en los tiempos de un protopunk que floreció en mitad de la revolución hippie. Cuando realmente comenzó todo. Pero esa ya es otra historia.
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