FONDO DE CATÁLOGO
«No es un grandes éxitos en vivo al uso, sino un viaje que resulta una oda a la vida en la carretera»
Jackson Browne
Running on empty
ASYLUM, 1977
En una época personal algo turbulenta, Jackson Browne se lanzó a la carretera a presentar The Pretender y grabó un magnífico álbum en vivo en Maryland. Un disco en directo que recupera Manel Celeiro en este artículo.
Texto: MANEL CELEIRO.
Laurel Canyon está situado en la parte alta de la ciudad de Los Ángeles. Un barrio apacible y bonito al que se llega por una carretera que caracolea hacia Hollywood Hill. Un lugar acogedor y con unos alquileres asequibles por aquel entonces que hicieron de ese vecindario uno de los centros creativos más bulliciosos durante la segunda mitad de la década de los sesenta y buena parte de los setenta. Allí se afincaron numerosos artistas y, entre ellos, un nutrido grupo de jóvenes músicos con hambre de gloria y ganas de comerse su porción del pastel. Entre muchos otros, podemos citar a Carole King, James Taylor, John Phillips, Roger McGuinn, John Phillips, David Crosby, Stephen Stills o Graham Nash. Su ambiente de camaradería era tal que no necesitaban bares o clubes, ya que las fiestas y las reuniones se realizaban en las casas, siempre con las puertas abiertas, disfrutando de una complicidad artística ideal. Sin embargo, también había sombras entre tantas luces, envidias, celos, desencuentros, líos de parejas y, cómo no, mucho alcohol, mucha cocaína y mucha marihuana. El distrito fue la cuna de un género, el sonido californiano, un cóctel de folk, country, pop y rock bañado por el sol y el espíritu del estado más progresista de la unión.
Jackson Browne, un tipo guapo y agradable, provenía de esa escena. Había empezado escribiendo canciones para otros artistas. Algunas de sus composiciones fueron grabadas por The Nitty Gritty Dirt Band, Nico, Linda Ronstadt, Tom Rush, Gregg Allman o The Byrds. Y, claro, no nos podemos olvidar de “Take it easy”, canción que se le había atragantado un poco hasta que apareció por allí el águila Glenn Frey y le ayudo a terminarla. El resto es historia, se convirtió en uno de los mayores éxitos de los Eagles y en todo un emblema del anteriormente citado sonido californiano. Se lanzó como cantautor en solitario con el apoyo de David Geffen, mandamás de la discográfica Asylum, que tenía una fe ciega en su talento. Sus dos primeros discos entraron en las listas pero fueron Late for the sky (Asylum, 1974) y The pretender (Asylum, 1976) los que le concedieron el estatus de estrella.
Mientras su cara estaba en todas las portadas y vallas publicitarias, él atravesaba un periodo borrascoso. No es sencillo asumir el éxito con todo lo que ello conlleva, y todavía lo es menos superar el periodo de duelo por el suicidio de su esposa, Phyllis Major, acontecido poco antes del lanzamiento de The pretender. Nada mejor para un artista que salir de gira en un momento así, reencontrarse con su público y que esa vorágine de sentimientos y emociones llene el vacío. Así germina Running on empty, un disco en directo totalmente atípico y diferente a lo habitual. No es un grandes éxitos en vivo al uso, sino un viaje que resulta una oda a la vida en la carretera. El hábitat natural de los músicos. Su triunfo le permitió tener la pasta suficiente para rodearse de un equipo de lujo: Craig Doerge, Doug Haywood, Rosemary Butler, Russ Kunkel, Leland Sklar y dos genios absolutos: el guitarrista Danny Kortchmar y David Lindley para que le acompañaran en esa serie de conciertos, entre agosto y septiembre del 77, en que se hizo realidad. Una grabación trascendente, que absorbe en sus canciones el espíritu nómada y romántico de las giras. Pero también el cansancio, las drogas y la soledad que quiebran como un puñal la camaradería hedonista reinante entre el equipo.
Se registran canciones en los conciertos, claro, pero también en hoteles, en los ensayos entre bastidores o en el propio autobús de gira. De entre todo el conjunto podemos destacar el ritmo vital del tema titular, “Running on empty”, que ofrece un ejemplo perfecto de ese rock suave, enfundado en guante de seda, que es santo y seña de la identidad de Browne como compositor y cuya letra pone rumbo al objetivo, utilizando la carretera como metáfora del paso del tiempo y de lo rápido que transcurre la vida. Siguiendo ese mismo hilo conductor nos encontramos “The road”, una pieza escrita por Danny O’Keefe que encaja perfectamente en el tono del álbum, y el fundido entre la primera parte, inmortalizada en la habitación 301 del Cross Keys Inn, y la segunda, sobre el escenario del Garden State Arts Center, queda de lujo. “Rosie” posee una inusitada mezcla de intimidad e intensidad, pese a estar interpretada en un frío local de ensayo. “You love the thunder” cautiva por sus maravillosas armonías vocales y las guitarras slide, y la versión de “Cocaine” del Reverendo Gary Davis —con el fraseado al violín a cargo de Lindley— te hace desear haber estado presente en esa impersonal estancia de motel para ser testigo del momento.
Nada mejor para cerrar el texto que los minutos finales, los que enlazan “The load-out”, compuesta por Browne y Bryan Garofalo, que habla de la parte oscura del trabajo, la carga, la descarga, el montaje, el rol del equipo técnico, la rutina diaria entre alojamientos, restaurantes, camerinos y pruebas de sonido que obtienen su recompensa en ese instante mágico en que suenan los primeros acordes, el público aplaude y grita entusiasmado y la química se establece entre platea y escenario. «But the only time that seems too short / Is the time that we get to play», lo único que pasa rápido, lo único que vale la pena es el tiempo que vamos a tocar. Y, como quien no quiere la cosa, surgen tímidamente las notas de “Stay”, vieja canción de Maurice Williams & The Zodiacs, para poner en pie (con el inolvidable falsete de David Lindley) a la audiencia del Merriweather Post Pavilion de Columbia (Maryland), que ruge pidiendo a los músicos que se queden un poco más, que nos regalen una canción de propina para concedernos unos instantes más de felicidad. Sensación, la de la música en vivo, que en estos tiempos de pandemia necesitamos más que nunca.
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Anterior entrega de Fondo de catálogo: Humbug, de Arctic Monkeys.