«Me guío por mi intuición y las corazonadas, y la mayoría me han salido bastante bien»
Las últimas canciones de Rulo y La Contrabanda viajaron hasta Los Ángeles para ponerse bajo los mandos del célebre productor Thom Russo. De ellas habla en esta entrevista con África Egido. De su nuevo disco, Basado en hechos reales, y de billetes solo de ida y viajes al interior de uno mismo.
Texto: ÁFRICA EGIDO.
Fotos: WARNER.
A Raúl Gutiérrez ‘Rulo’ la emotividad le sale a borbotones. Él dice que no puede premeditarlo, que no sabe por qué sus canciones «pellizcan» tan rápido, y que tan solo compone igual que toca: por pura intuición. O, tal vez, por esas corazonadas de las que tanto le gusta hablar.
Esas corazonadas han guiado sus pasos desde que hace una década abandonó La Fuga. Son las mismas que han estado presentes en cada uno de los tres discos de estudio que ha grabado en estos años. Y son también las que le llevaron el pasado año a Los Ángeles para ponerse en manos del multigalardonado productor Thom Russo (Eric Clapton, Audioslave, Alejandro Sanz) y crear su cuarto álbum: Basado en hechos reales. Allí, Dani Baraldés ‘Pati’ y Adolfo Garmendia ‘Fito’, ayudaron a Rulo a esculpir su nuevo diario musical, sustentado en la batería de Randy Cooke (Ringo Starr, Alanis Morissette, Smash Mouth), la guitarra de Craig Ross (BB King, Lenny Kravitz, Eric Clapton), las cuerdas de Stevie Blacke (Elton John, Joe Cocker) y el bajo de Eric Holden.
Basado en hechos reales es un pequeño decálogo vital, diez páginas de una biografía que cabalga constantemente entre emociones pasadas y presentes. Por eso, nos reunimos con Rulo para charlar sobre lo agridulce del pasado, la fluidez del presente y la emoción por el futuro.
Tres meses antes de la publicación del disco, anunciabas: «Me voy a desnudar para que la gente me ignore, me acribille o lo haga suyo». ¿Cuál ha sido el veredicto?
Llevo mis redes sociales, pero no leo ni un comentario de internet. Ese error lo comete mi madre, yo no.
¿Por qué es un error?
Porque dejas de ser libre. Imagínate que leo mucho eso de «eres dios». Eso me haría relajarme, y no me lo puedo permitir, porque igual pienso que tienen razón si me lo dicen tantos. Luego llega «Axel84» o quien sea y dice que soy una basura. Como me pille bajo esa tarde, igual me la jode.
¿Lo has pasado mal con algún comentario?
Sí, admito que sí. Pero el halago permanente tampoco es muy bueno para el creador, porque puedes cometer el error de copiar el disco anterior todo el rato. Yo siempre he intentado no hacer lo mismo.
Al margen de los comentarios, ¿qué sensaciones tienes con el disco?
Vine de Los Ángeles sabiendo que el disco me gustaba mucho más que otros que he hecho. No me gustan los artistas que dicen «es mi mejor disco». ¿Hay que decir eso en todos tus últimos discos? Yo eso no lo he dicho jamás, ni lo voy a decir de este. Pero vine de allí sabiendo que habíamos hecho un disco que me gustaba especialmente.
Como ocurre habitualmente con tu música, tus canciones han vuelto a conectar casi al instante con las emociones del público. ¿Eres buen oyente o las emociones son tan universales?
Todos los que hacemos canciones hablamos de lo mismo, de sentimientos, y nadie inventa nada. ¿Por qué un grupo cala más que otro? Tengo amigos en la música que empezaban a la vez que nosotros, curraban tanto como nosotros, tenían el mismo talento y no funcionaban. ¿Por qué a nosotros nos fue bien? Es complicado. No tengo un corazón diferente al tuyo, pero soy oyente también. ¿Cómo se hace para que conectes o no? No hay discográfica, ni mánager, ni artista que lo sepa. Y eso me encanta, porque no se puede planificar. Te pellizca o no.
En este álbum, hay canciones como «Polaroid» que pellizcan desde la primera escucha, otras entran a la segunda escucha y…
…y luego las que no entran y jamás entrarán, ¿no? [risas]. Lo bueno es que el disco tiene de todo. Yo ahora me he enganchado a «El blues de los sueños rotos». Estoy en el punto de escuchar las raras.
Con tus anteriores productores tenías una conexión personal o musical. A Thom Russo no le conocías ni teníais vínculos musicales pero, paradójicamente, es el disco más afín a tu personalidad.
Han pasado muchas cosas curiosísimas con este disco. Es Basado en hechos reales porque todo el proceso ha sido de película. Una de esas cosas es que, en 2011, Thom ya había preguntado por La Fuga, y decía que le molaría grabarnos un disco.
¿Por qué no ocurrió en aquel entonces?
En un grupo hay una asamblea para todo. Cuando yo me atrevía, el otro no se atrevía, cuando yo me dejé de atrever, el otro… [se queda pensativo]. En un grupo es difícil acercarte a los precipicios porque siempre hay alguien, o tú mismo, que en ese momento no quiere.
¿En este momento te apetece saltar precipicios?
En este momento me guío por mi intuición y las corazonadas, y la mayoría me han salido bastante bien. Me siento enredando y tengo fuerzas para hacerlo. Lo más cómodo para mí era Estudio Uno y Carlos Raya. Pero algo dentro de mí sabía que quería currar con Thom.
Hiciste un primer viaje para conocerle…
Sí, pero a su madre le dio un ictus. Thom me dijo que estaba a muerte con el disco pero su madre era lo más importante. Y yo fui, y aproveché para ver a Bunbury y a otros colegas que tengo allí.
¿Empezasteis entonces a trabajar a distancia?
Antes del segundo viaje, me mandó dos temas que yo le había enviado con guitarra y voz para que él me propusiera algo. Mandó dos bodrios. Le dije: «Thom, no me gusta».
¿Bodrios? ¿Puedo publicar esa palabra?
Sí. No son bodrios, pero para mí… ¿Qué más da que tengas mil premios si no conectamos? Thom mandó algo rápido. Aun así volví. Quería comprobarlo in situ, porque tenía la corazonada de que con Thom, sí. Le mandé «La última bala». Me la puso y dije: «Voy a grabar con él». Me di cuenta ahí. Cuando escribí a mi gente y se lo dije, pensaron: «A este tío le han dado marihuana en Los Ángeles» [risas].
«Necesito palpar la calle permanentemente»
Una de las delicias de este disco es que se percibe con nitidez el discurso de cada instrumento. ¿Fue obra de Thom o de los instrumentistas?
Un poco de todos, pero Thom tiene una capacidad como no he visto a nadie con toda la instrumentación. Los arreglos de cuerda los ha compuesto él. Los músicos han colaborado bastante, sobre todo Pati, pero en bajo, batería, cuerdas… Es el mejor músico que he conocido en mi vida, no por tocar un instrumento sino en global, es una auténtica bestia.
¿Propuso él a los músicos que grabarían contigo?
Pati grabó las guitarras y Fito, los coros, porque era importante para mí que estuviera. Para bajo y batería, Thom me hizo propuestas. Eric Holden y Randy Cooke fueron un acierto increíble. El bajo y la batería tienen mucha importancia en el disco, y ellos son increíbles, de un nivel que no he visto nunca. ¡Cómo tocan para la canción! He visto músicos impresionantes en España, en Los Ángeles, en todos lados, pero trabajando para la canción de esa manera, no. Un acierto.
Igual que contar, casi en el último momento, con las guitarras del gran Craig Ross.
Sí, luego se sumó en dos temas. De haberlo sabido, habría grabado más guitarras. Craig fue un regalo de la vida. No es solo que sea el guitarrista Lenny Kravitz, es que compone con él, produce, graba todo desde hace 30 años, es su mano derecha. Es un tipo que toca increíble, con alma, con rollo.
¿Eligió él las canciones?
No, le dimos las que pensábamos que eran más para él. La de «Bienes y males», que es la más Neil Young, la más rockera, y el blues. Le dimos las dos con más lucimiento para él. La mezcla de Pati con él es muy rica. Craig es más de Gibson, de sonido Gary Moore, BB King, y Pati es más de Fender. Esa mezcla en el disco me encanta, porque cada uno tiene un sonido.
Siempre has dicho que viajar te inspira para componer. Con este disco has hecho cuatro viajes a Los Ángeles. ¿Fueron fructíferos creativamente?
En el primer viaje, estuve cinco días solo con el coche de alquiler, la guitarra, pateando la ciudad, terminando letras, componiendo alguna canción… Necesitaba esos cinco días para mí, y aproveché a componer y estar solo. Creo que la mayoría de la gente está sola muy poco tiempo. Vivimos un ritmo de vida en que no estamos tiempo con nosotros mismos, digo tiempo de verdad, no una hora ni dos. ¿Por qué no nos hacemos un viaje de tres días solos? Vete a Roma tres días solo, olvídate de tu pareja y de tus hijos.
En tus discos anteriores hablabas de lugares a los que has viajado (Venecia, Nueva York, París…), pero en este disco pareces poner el acento en el viaje, no en el destino…
Sí, es verdad, no lo había pensado. Me sigo gastando la pasta en viajar y guitarras. Lo de «guitarras y cantinas» creo que lo sigo llevando más al extremo todavía.
¿Qué te aportan los viajes?
No lo sé, pero los necesito. No considero mejor dinero invertido que el de viajar. Te hace sentir lo que realmente eres: una cosa muy pequeña. Ya en el medio del Atlántico, cuando a las 4 de la mañana el avión mete sacudidas, te das cuenta de que eso se puede caer y el mundo va a seguir girando igual. Ahora me ha dado con EE.UU. Si te dedicas a la música o al arte es un país increíble.
En este disco hay un cambio en tu manera de afrontar la lírica, como si hubieras dado un salto. ¿Ha cambiado tu manera de trabajarla?
No, pero sí me han dicho que había dado un paso más. En el disco anterior aprendí mucho de Carlos [Raya] sobre pronunciación, que cuanto menos digas un acento mal, mejor. Ahora compongo pensando más en eso. En el anterior reescribí y cambié muchas cosas. Mejoré en eso, pero perdí lírica y un poco de carga emocional. Ahora me sale natural, gracias a Raya, aunque me ha jodido muchas canciones de otros y mías, porque me salta la alerta. En «Como Venecia sin agua», del primer disco, digo «un cojó bailando un vals».
No querría desempolvar errores, pero en «Buscando el mar», de Especies en Extinción, a algunas personas nos obsesiona aquel «abristes diligencias»…
Sí, está fatal [ríe]. Luego en el disco está bien, pero está cantado mal.
¿Eso es labor del productor?
Sí, por eso era peligroso con Thom. Una visión externa es vital. Yo estaba con muchos ojos porque Thom no tiene esa visión externa. Lo revisé todo antes de ir.
El álbum abre con una agradable mirada al pasado en «Verano del 95». ¿Cómo surge ese paseo por tu adolescencia?
Es la crisis de los cuarenta. Es una retrospección. No volvería a mi infancia ni aunque me pagaran, porque hay cosas que me marcaron mucho, pero esto habla de la parte más amable, que a ella sí que volvería un fin de semana o una semana. Volvería a esos lugares.
¿Tienes alguna cuenta pendiente con tu pasado cuando miras atrás?
Soñaba muy alto y he conseguido mucho más de lo que he soñado. Si me dicen con 14 años que iba a hacer todo lo que he hecho, no me lo hubiera creído. Todo lo que he viajado ha sido por la música. Todas las guitarras que veía en el escaparate de Sonorte en Santander, y que después me he comprado, ha sido por la música. Toda la gente especial que he conocido, los profesionales que eran ídolos y ahora son amigos, ha sido por la música. No tengo ninguna cuenta pendiente con mi pasado. Obviamente hubiera hecho alguna cosa mejor, cuando he hecho daño a alguien, pero nada más.
El álbum está cargado de reflexiones sobre tu manera de sentir en el pasado y en el presente. ¿Cómo vives hoy la música? ¿Existe esa «mezcla de fuego y gasolina» a la que cantas o lo vives a fuego lento?
Lo que no ha cambiado es la ilusión, por eso me pongo retos que no me acomoden. Obviamente, he tenido dos críos, un divorcio, mis movidas, no soy el mismo. No voy a cantarle al alcohol como a los 20 años. Ahora me voy borracho a casa pero con dignidad, por mi propio pie, porque ya no me apetece todos los días, pero lo disfruto más. En esencia, aún soy el mismo loco por hacer cosas diferentes. Siempre busco hacer cosas que nunca hice.
«Hay productores que dejan tanto su huella que, en vez de barnizar tu obra, quieren pintar un poquito»
En «Mal de altura» hablas de insomnio, de miedo, de temblar. ¿Cuál es el origen de esta canción cargada de angustia?
Me doy cuenta de qué van las canciones cuando las he hecho. «Mal de altura» fue una época de dos meses en que no me salía ni una canción, porque hubo varios problemas de salud en la familia, mi madre tuvo un cáncer pillado a tiempo, y pasaron muchas cosas a la vez. A mí, que soy muy para adentro en cuanto a sentimientos, se me hizo un nudo dentro y no me salía nada. A esa inestabilidad emocional de la familia, a ese no dormir, se sumó que no hacía canciones, que es lo peor que puede pasarle a un compositor. La primera que salió fue «Mal de altura» y hablaba de eso, con las metáforas de la aviación, que soy un colgado y un friki de la aviación.
Dices en esta canción que no sabes «llevar las turbulencias». ¿Has aprendido a aguantarlas sin marearte?
Soy muy tranquilo. Se puede estar incendiando la casa o pasando algo heavy, que me verás tranquilo, pero por dentro lo llevo. «Mal de altura» habla de eso.
¿Necesitas turbulencias vitales para crear?
Sí, pero cuando estoy muy jorobado no me sale nada. Ahí solo quiero respirar y sacar la cabeza. Cuando la saco, todo eso que pasa es un caldo de cultivo maravilloso para canciones.
¿Esperas entonces a que pase el temporal para ponerte ante el papel?
Sí, tiene que ser desde un estado más tranquilo. Puedes tirar de hemeroteca emocional. Todos tenemos ahí un archivo de zarpazos. Siempre acaban saliendo. La vida ya te da zarpazos, te da semillas para componer.
¿Cómo gestionas esos momentos de sequía compositiva?
No los gestiono bien. Cuando no me salía nada me sentía un desdichado. En los momentos de sequía no hay quien me aguante. Ya sé que esos baches pasan, pero en ese momento pienso que no me va a salir ninguna canción que me guste en mi vida ya. Y se pasa mal.
Después de las sequías, ¿cómo es ese reencuentro con la canción?
Explicar la composición es algo que me cuesta muchísimo. Es algo que me sigue conmoviendo y sorprendiendo. ¿Por qué puedo estar tres meses haciendo cosas que me parecen de lo más ordinarias y de repente en tres horas hago «Polaroid», que me encanta? No lo sé. Lo llaman musas, o duendes, pero… sigo sin entenderlo.
Por suerte, esas sequías no han sido abundantes en tu carrera.
Lo bonito de mi carrera es que siempre ha sido ascendente. Nunca he estado ni manteniéndome, ni hacia abajo, que sería lógico en carreras largas. Con La Fuga siempre fue para arriba, luego volví a empezar, y otra vez está la curva hacia arriba. Es lo más estimulante del mundo.
¿Estás preparado por si la curva baja?
Tengo un mínimo de seguridad. Sé que el público siempre está ahí, porque le he echado pulsos, he hecho mil cosas diferentes y siempre han dicho que sí. Eso me ha dado gasolina para seguir tan inquieto creativamente. Pero sí estoy preparado para que venga a verme menos gente. No me compro deportivos ni un chalet increíble, y tengo mis movidas preparadas por si vienen a verme 150 personas. Como al principio lo pasé tan mal económicamente durante muchos años, nunca se me fue la olla. Tengo mis cositas preparadas para poder ser libre y hacer el disco que quiera.
Tanto tirarte por precipicios y caer en blando, ¿te ha quitado el miedo a los acantilados?
El miedo lo tuve cuando me fui de La Fuga. Fue un año de tristeza y miedo. Pero saqué el primer disco, se puso número 1 de Afyve, hicimos una gira increíble, empezamos a hacer teatros… Sé que tengo un público muy fiel. ¿Que en vez de tres Rivieras nos hacemos una Caracol? Llegará ese momento, estoy convencidísimo. Y si llega, estoy preparado y no tengo por qué terminar siendo una banda tributo de mí mismo o hacer cosas que no quiero.
«Las señales» es una de las canciones más diferentes de las que has compuesto hasta ahora: una balada que cede casi todo el protagonismo a cuerdas y piano.
¿Sabes por qué es la más diferente? Porque la he compuesto a piano.
¿No sueles hacerlo?
No. Mira, dos cosas en guerra con mi pasado: no saber hablar bien inglés y tocar el piano.
¿Le has ido poniendo remedio?
Sí, me puse un profesor de piano que tristemente ha dejado la docencia, Jaime Córdoba, un musicazo. Cuando le veo, le digo: «¡Lo dejaste por mi culpa!» [ríe]. Para grabar un piano no estoy, pero para defenderlo en el escenario, sí.
Y en esta canción, es Thom quien lo ha grabado.
Sí, él lo ha tocado pero respetando lo que le mandé. El pasaje musical del medio y el riff del principio son los que compuse, que no sé qué notas son, pero…
¿Dices que no sabes qué notas tocas?
Toco piano muy instintivo, como la guitarra. En la guitarra me formé más, pero el piano… Le decía a Thom: «Yo hago estas inversiones así, pero no sé si es un Do séptima». Pero, y dios me libre de comparar, él decía: «John Lennon no sabía exactamente lo que estaba haciendo, pero cómo mola». Eso me encanta, que no es un productor invasivo. Hay productores que dejan tanto su huella que, en vez de barnizar tu obra, quieren pintar un poquito.
¿Ha habido alguna propuesta de Thom que no te cuadrase? Parece que todo fluyó rápidamente.
Después de dos bodrios ¿eh? [risas] Pero sí, luego fue todo rapidísimo. Había una que no funcionaba, «Como la luna», pero la cambiamos y en dos horas la dejamos montada.
«The end» la compusiste en 2015 y la dejaste aparcada hasta hoy. ¿Cómo fue esa resurrección?
Tenía ahí esa espina, me gustaban mucho las estrofas y me gustaba el concepto, porque nadie se va de una relación antes de que la cosa vaya mal. Esa canción es una utopía.
¿Por qué lo es? ¿Uno no aprende a irse a tiempo de las relaciones?
No, es una utopía. «The end» habla de pirarse antes de que todo vaya mal, dando por hecho que va a ir mal. Eso no lo hace nadie.
¿No podemos vislumbrar que algo empieza a estropearse?
Sí, pero qué bien se está encima de la ola cuando te va bien. Nadie lo hace, todo el mundo lo hace fatal y dice: «¡Joder, podía haberme ido cuando dice la canción!».
Cuando escuché esta canción, recordé tu separación de La Fuga. Ahí estabas en lo alto de la ola y te fuiste. ¿Eso sí fue un «The end» bien hecho?
¡Qué maravilla! Nunca había pensado en «The end» así, pero va clavado con lo que me pasó con La Fuga. Eso fue una huida a tiempo, porque todas las bandas en lo personal tienen fecha de caducidad. Luego ya sigues por acuerdos de mínimos o no, pero la época mágica de una banda caduca para todas las bandas del planeta. Pero se fue más o menos a tiempo, y la canción podría extrapolarse a esa ruptura.
Sin embargo, le dedicaste a la ruptura «Como Venecia sin agua» en tu primer disco.
Sí, porque en ese momento estaba más triste que ahora, estaba totalmente depresivo y salió esa [ríe]. Los dos que formamos la banda nos fuimos. Como los dos somos de no enfrentarnos ni si quiera a nosotros mismos, la solución para no hacerlo y que fuera feo, fue irnos. También es verdad que irte te permite hacer lo que quieras bajo otra etiqueta.
¿Por qué en el grupo no puedes hacerlo?
Porque los grupos no pueden hacer lo que quieran. Los grupos habitualmente son un corsé que se hacen ellos mismos. Como quieras hacer algo un poco diferente, el público te machaca, otros del grupo no quieren…
¿Cambiarías algo de aquel final?
Todo mi entorno me dijo que no peleé nada por lo mío, que fui un pésimo líder. [Piensa] Mira, ya lo canté: «Mi traje de cobarde me sienta bien». Antes de discutir, echo a correr. Es mi forma de ser y fui consecuente. Seguro que los que me critican no se hubieran ido de un barco de lujo como me fui yo. Porque a nivel de pasta y de público era un momento increíble, hiperdulce.
«El halago permanente tampoco es muy bueno para el creador, porque puedes cometer el error de copiar el disco anterior todo el rato»
Me hablabas de la crisis de los cuarenta, y quizá por eso, este álbum suena más reflexivo que agónicamente visceral. ¿Se pierde visceralidad con el paso de los años?
Hombre, la sangre sigue ardiendo, pero claro, no te arde como cuando tienes 17 años. Sí, tienes razón, ya lo canto en una canción: «Sin lágrimas corta-venas».
Una vez más, indicas en el libreto dónde y cuándo nace cada canción. ¿Es tu pequeño diario o un regalo para el público?
No sé por qué empecé a hacerlo, pero me gusta. Creo que es un poco para perderle el respeto al papel en blanco, porque es lo primero que hago cuando compongo. Es un acto reflejo, pero sirve también para que, si no sale nada, al menos el papel ya no está en blanco.
Has dicho que «Polaroid» nació en tres horas, y es uno de los estribillos redondos del álbum. Decía Rosendo que «a veces cuesta llegar al estribillo», pero a ti parece no costarte llegar a ellos.
Siempre estoy en una búsqueda del estribillo perfecto. Para mí los estribillos son vitales, es la cima en la canción. Siempre he tenido esa pelea, se veía ya en «Pa aquí pa allá», «Por verte sonreír», canciones que hice con 19 y 17 años. No me cuesta hacer estribillos, lo que me cuesta es hacer la canción que me guste.
«El blues de los sueños rotos», además de ser una de las joyas escondidas del disco, es toda una road movie.
Sí, es como una canción película, visualmente está pasando por delante de ti. Pasó también en «Heridas del rock and roll». En esa canción yo estoy viendo a la chica con el pelo azul tocar el piano, y me estoy viendo en la barra, porque me metí yo en la canción, que es el colmo del ego del cantante [ríe]. Esta canción es una de mis preferidas, pero la gente llega a ella de segunda o tercera escucha. Puedes llegar a ella más tarde…
… pero cuando llegas, te quedas.
Exactamente. Con esta canción me emocioné muchísimo, y no veas lo que creció en el estudio. De una manera mágica.
La historia del blues sucede en un bar, que es el origen de muchas canciones a lo largo de la historia. ¡Qué necesarios siguen siendo los bares para la música!
Me encanta estar en un bar y me considero un observador. Puedo estar más pendiente de la gente que de la conversación que puedo tener contigo. Dicen que la noche ha muerto, y es verdad, pero la cultura de bar jamás va a morir. Ha mutado pero sigue estando. El primer café, ¿dónde lo tomamos? En el bar de abajo. En todos los lugares en que he vivido necesito tener el bar de abajo, salir de casa, necesito palpar la calle permanentemente. En el bar suceden muchas cosas, es un punto de unión que no entiende de clases sociales, ni sexos… nada.
Precisamente en el bar de la canción se unen personas de diverso origen, profesión…
Sí, además es un bar en una localidad pequeña. Habla de que los sueños rotos no entienden de eso. Como me he criado en un sitio pequeño, en el bar coincide todo tipo de gente. El policía local, el cura que acaba de dar la misa, mi padre que es trabajador de la fábrica, yo que soy músico…
Cada vez que publicas disco, sueles estar ya pensando en tu siguiente paso: alguna gira especial, nuevas grabaciones… ¿Qué aventuras rondan ahora tu cabeza?
Yo estoy ya en 2023 [ríe]. El 20 de septiembre de 2020 hará diez años que salió a la venta Señales de humo. Ese día haré algo en Joy Eslava. Quiero un sitio pequeño, que sea algo exclusivo. También me encantaría hacer un disco de duetos con Thom. Creo que nuestro mejor disco juntos está por hacer, y quiero seguir aprendiendo de él. Tenemos también la gira de teatros de febrero a mayo, e iremos a América en noviembre.
Recuerdo que hace diez años nos reunimos en un bar para tu primera entrevista tras la ruptura con La Fuga. Entonces no sabías hacia dónde te llevaría tu reinvención. Una década después… ¿imaginaste esto?
Soy un tío muy afortunado. Hay que pagar ese peaje de pasarlo francamente mal pero no conformarte con esos acuerdos de mínimos de tantas bandas que se llevan mal y siguen tocando. A mí eso no me vale. El inconformismo te lleva al vértigo en muchas situaciones, pero es cojonudo. La gente cree que el éxito es un Wizink, eso está muy bien, porque no conozco a nadie que no saque un disco y no quiera que le vaya bien. Pero no concibo eso si no hay un crecimiento artístico, y eso va por delante para mí. Mi pelea es seguir creciendo. Otro querrá que haga el primer disco del 98 toda mi vida, pero lo siento, no lo voy a hacer.