«Rulo casi parecía un domador a lo largo de la noche, un hipnotista consciente de que el espectáculo no debía naufragar de su concepto»
Rulo y La Contrabanda se presentaban en Madrid en un formato distinto al habitual, sin derroche eléctrico y en un teatro. Juanjo Ordás nos lo cuenta.
Rulo y La Contrabanda
11 de marzo de 2014
Teatro Apolo, Madrid,
Texto: JUANJO ORDÁS.
Foto: FURQUETFOTO.
Chicas histéricas por detrás, chavales adolescentes conteniendo los nervios, ¿cómo se va a portar esta gente a lo largo del show? Queda muy poco para que el concierto de Rulo y La Contrabanda comience, estamos en un teatro y la gente debería entender la disciplina que este recinto conlleva. ¿Pero será así? Es fácil darse cuenta de que para ellos la música de Rulo es su primera aproximación al rock and roll, tal vez incluso la única de su vida y este espectáculo orientado a las butacas –a la degustación, a la intimidad– poco va a tener que ver con el depsliegue eléctrico de los conciertos que suele llenar hasta la bandera.
Sin embargo, Rulo conecta con su numeroso público más por el mensaje que por las formas. Cierto que el guitarreo gusta mucho y que libera, pero lo que encandila es la forma en la que el músico abre las puertas de su alcoba y deja a la gente pasar para ver las sábanas revueltas, echar un ojo por su armario y leer lo último que haya escrito en una libreta a pie de mesilla de noche. No se trata de cercanía, sino de una invitación que deviene en amistad y cariño. Al entender a Rulo, sus seguidores se entiende a sí mismos. Sinceramente, eso es lo máximo a lo que cualquier artista puede aspirar y el amigo lo consigue noche tras noche.
Efectivamente, el público se portó, estuvo excitado pero sentado, como fieras domadas que solo perdieron la compostura con algunas de las últimas canciones que, precisamente, instaban a ello. Rulo casi parecía un domador a lo largo de la noche, un hipnotista consciente de que el espectáculo no debía naufragar de su concepto pero que también tenía que recibir buena retroalimentación desde las butacas.
La mezcla estuvo en su punto. Algunas canciones variaban espectacularmente su forma, otras seguían fieles, los temblores se dominaban, el ansia dejaba paso a lo meditabundo. La banda sonó espectacular (entre sus filas cuenta con Karlos Aranzegui, uno de los tres mejores baterías de España) pero dentro de una naturalidad que hacía de este espectáculo, precisamente, lo que trataba de ser, algo muy distinto de un show electrocutador, sino sensible y relajado.