Romance, de Fontaines D.C.

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DISCOS

«Ya hay quienes les acusan de vendidos, pero no tengo la sensación de que se hayan dejado ni un jirón de integridad por el camino»

 

Fontaines D.C.
Romance
XL / POPSTOCK!, 2024

 

Texto: CARLOS PÉREZ DE ZIRIZA.

 

El cuarto disco de los dublineses es el que más me recuerda a otros grupos, y a la vez el que me resulta más logrado. ¿Es contradictorio? Quizá. Parecen ideas contrapuestas, porque en teoría difícilmente puede hablarse de un trabajo rematadamente personal cuando son otros músicos los que irrumpen en tu mollera al primer instante. Me ocurre con “Romance”, que me recuerda a Depeche Mode, con “Here’s the thing”, que remite a Nirvana cuando los producía Steve Albini, o con “Favourite” (hay que ir muy sobrados para relegar una canción así justo al final del álbum), que creo que no puede negar el influjo de la vena más jangle pop de los Smiths o los Cure. Hasta “Sundowner” es una incursión en el shoegaze que podría hacer carcajearse a My Bloody Valentine.

También dicen haberse inspirado en Deftones o Alice In Chains para “Starbuster”, pero eso no lo pillo. Y creo que es mejor. Sin embargo, las oigo y es como si de repente toda su discografía previa hubiera envejecido años. Y eso que solo han pasado cinco desde su debut. Todas (me) funcionan. Pasando por alto el giro estético que muestran sus fotos promocionales (la portada no me desagrada, aunque reconozco que su sentido estético es discutible), nadie puede negar que su evolución es fulgurante. Van casi a disco por año (no olvidemos el de Grian Chatten el año pasado, que creo que tuvo un ascendiente evidente sobre este) y en un lustro han pasado de tocar por aquí en salas de ochocientas personas a protagonizar cartelería en nombre del Wizink Center. Lo del post punk quedó muy atrás. Y la forma en la que han jugado al despiste con los tres adelantos del disco me parece ejemplar.

Militan en XL y les produce el rey Midas de la producción rock actual, James Ford, el hombre detrás de algunos de los mejores discos británicos de los últimos tiempos: las resurrecciones de Depeche Mode, Blur, Beth Gibbons y Pet Shop Boys. Ya hay quienes les acusan de vendidos, pero no tengo la sensación de que se hayan dejado ni un jirón de integridad por el camino. Ni tampoco de credibilidad. Escuché hace poco decir a Anthony Fantano, el crítico norteamericano youtubero (les cascó un cinco sobre diez mientras que en el agregador Metacritic gozan de un 89 sobre 100), que la escritura de sus canciones es más que mejorable, que en ocasiones su estructura parece a medio hacer. Entiendo lo que dice: yo mismo me descubro excitado ante un manejo de las atmósferas que a veces parece al servicio de un mantra más que al clásico andamiaje de estrofa-estribillo-estrofa plenamente diferenciables y tarareables. Pero incluso eso lo veo como un valor añadido en estos tiempos de melodías chiclosas expedidas en serie para alimentar las playlists de grandes éxitos. Y eso, por no hablar de sus letras (un mundo aparte) y su apuesta por un romanticismo, desde el propio título, de amplio registro y alérgico a los tópicos. No sé si llegarán a ser tan grandes como los grupos a los que idolatran, pero hoy en día me sigue pareciendo la banda de rock de guitarras (aún) más ilusionante de entre todas las que se han dado a conocer en el último lustro.

Anterior crítica de discos: Proxy music, de Linda Thompson.

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