Rockola, Libros. 2 de mayo de 2008

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Rockola, Libros. 2 de mayo de 2008Elvis. Último tren a Memphis. La construcción del mito
Elvis. Amores que matan. La destrucción del hombre

Peter Guralnick

GLOBAL RHYTHM

Los responsables de Global Rhythm han vuelto a dar en el clavo. Otra vez en una coquetona edición de esas que alimentan de envidia a la competencia, han puesto en circulación la que, probablemente a fecha de hoy, sea la mejor biografía acerca de Elvis Presley, el rey del rock and roll. Esta entrega de lujo que se despacha en un estuche primorosamente editado recupera en dos volúmenes de tapa dura y con aparato gráfico acertado, las dos partes de la biografía que Peter Guralnick dedicara la pasada década al malogrado artista de Tupelo. Una primera ya aparecida en España hace ahora justamente 10 años de la mano de la ya desaparecida editorial Celeste y la segunda parte aparecida en los Estados Unidos en 1999 y que nunca antes de ahora había sido publicada entre nosotros.
    Ha sido precisamente Alberto Manzano antiguo editor de Celeste el encargado de cargar a sus espaldas el arduo –y excelente– trabajo de traducción al castellano de lo que fue el resultado práctico de una minuciosa investigación que tuvo ocupado a Guralnick más de una década. Como los lectores podrán comprobar muy bien, la suma de ambos volúmenes –casi 1.500 páginas en total– dan para mucho y gracias al fino olfato investigador de su autor y el magnífico verbo descriptivo empleado en la redacción, tanto los seguidores de Elvis como todos aquellos buenos aficionados a las lecturas de temática musical, verán colmadas sin duda sus expectativas.
    Último tren a Menphis, se encarga de rastrear los crudos antecedentes biográficos de Presley y el dónde, cuándo y cómo que explican su eclosión artística y personal durante los cinco o seis primeros años de su reinado incuestionable. En esta época, la suya más salvaje musicalmente hablando, se van entremezclando los recuerdos sobre sus inicios en la Sun Records de Sam Phillips, la súbita aparición de aquel individuo llamado Coronel Parker, que no era militar pero que consiguió poner firme al muchacho y, eso sí, cubrirle de oro. Unos primeros años fulgurantes y muy intensos en los que Presley editó mucha música y vendió millones de copias de sus singles y álbumes; debutó en el cine como prometedor actor y –craso error– accedió a alistarse en los marines para demostrar a la América biempensante que, ante todo, era un buen muchacho. La muerte de su idolatrada madre y esas “vacaciones” de casi dos años que lo tuvieron alejado físicamente de la juventud, público natural del rock and roll, propiciaron que el Elvis que regresó de Alemania tras cumplir con la patria fuese otro muy diferente. Como muy bien se explica en Amores que matan, su manager no perdió el tiempo esos meses de ausencia y se dedicó a pergeñar a su manera de qué manera iba a desarrollarse la carrera de su pupilo a partir de entonces. Desaparecida su madre Gladys y en un más que secundario plano, Vernon, el progenitor, que tenía suficiente con permanecer en su entorno y vivir a cuerpo de rey a costa de su hijo, Parker tomó absolutamente en sus manos la voluntad de la aún jovencísima estrella.
    Los últimos acontecimientos de la industria –asunto Payola; desaparición de algunos de los grandes rockeros (Buddy Holly, Richie Valens, Eddie Cochran); o la persecución implacable a las principales estrellas del género Chuck Berry, Little Richard, Jerry Lee Lewis a causa de supuestos escándalos morales o sexuales– y una edulcoración dirigista de la música ligera mediante el encumbramiento de figuritas de medio pelo (Bobbie Vee, Paul Anka, Ricky Nelson, etc.) que además de muy guapos cantaban como los mismos ángeles, “aconsejaron” que el rey se dulcificara también abandonando sus antaño provocativas presentaciones en vivo para centrarse única y exclusivamente en el cine.
    La década de los 60 coincide con los momentos más bajos –e insatisfactorios– para el artista sureño aunque, paradójicamente, fuesen también los económicamente más rentables de toda su carrera. Cobraba un montón por cada una de sus cada vez menos buenas películas. Le bastaban para mantenerse las bandas sonoras con canciones insulsas que abastecían semestralmente de sencillos y álbumes el mercado musical. Su vida se compartimentaba junto a su familia y clan, mediante temporadas estacionales en sus mansiones de Graceland y de Hollywood. En la primera, básicamente, se refugiaba entre rodaje y rodaje, dedicándose a divertirse con los suyos y a gastar en cualquier animalada la pasta ingente que ingresaba por  doquier. En la del oeste, pasaba las temporadas en las que le tocaba rodar aunque no disfrutaba lo mismo que en “casa” porque a medida que iban pasando los años su satisfacción personal se fue haciendo inversamente proporcional al ingente montón de dólares que iba acumulando en su cuenta.
    La invasión del beat británico y de los demonios que para él personificaban los Beatles, Rolling Stones y el resto de buenas bandas que cambiaron el orden musical mundial, encapsularon a Elvis en una burbuja vital y artística de la que no salió hasta que se convenció así mismo –con un cabreadísimo Coronel Parker que creía que todo el tinglado que el dirigía con mano de hierro podía venirse a bajo¬– de que el cine ya no le llenaba en absoluto y lo que el cuerpo más le pedía –además de comida basura y engullir narcóticos a mansalva– era volver a los escenarios para actuar y cuidar de nuevo un repertorio que, por obra y gracia de la exigencias hollywoodienses, había convertido su estilo púber-electrizante de los comienzos en una especie de serenata para abuelitas lloronas.
    Su mítico especial televisivo Come back del año 1968, sí le devolvió las ganas y la energía que necesitaba para acabar con su reciente travesía por el desierto, pero fue el comienzo de una última etapa personal y artística que acabó con el rey en el cementerio. Como muy bien refiere Guralnick, este crepuscular tránsito de su vida fue una época de auténtico claroscuro. Grandes discos, fascinantes conciertos en los que varias generaciones de fans convivieron para disfrutar de los, seguramente, mejores conciertos de Presley, pero también sus años más negros personalmente. Rotura de su matrimonio con Priscilla, diferentes noviazgos insatisfactorios y un cada vez más acusado deterioro físico y mental. Su único refugio a partir de entonces fueron continuas giras y memorables grabaciones pero jalonando un lento aunque inexorable camino hacia la autodestrucción.
    En fin, una magnífica entrega bibliográfica, la más completa y detallada hasta la fecha en nuestro idioma para conocer con profundidad y fiabilidad lo que –a tenor de su, aún suculento y productivo imperio musical– fue en su día y sigue suponiendo la figura de un todavía muy añorado Elvis Aaron Presley: quizás no sólo el mejor de los rockeros sino, lo más importante, uno de los más completos y versátiles vocalistas de la historia.  Sin lugar a dudas, imprescindible.
JAVIER DE CASTRO.

Led Zeppelin. El martillo de los dioses
Stephen Davis

ROBINBOOK

Tras otros títulos de calado como las biografías que en este mismo sello dedicó a sus Satánicas Majestades The Rolling Stones y al “lagarto” Jim Morrison, nos llega ahora otra estupenda entrega biográfica que el conocido músico y periodista norteamericano Stephen Davis ha dedicado a otra de las formaciones míticas de la historia del rock. Vaya por delante que este libro sobre los inventores del hard rock me ha interesado y, por qué no, también divertido. No en vano, al margen de su aportación artística, si por algo se distinguió el cuarteto británico fue por su otra faceta. Aquella que con mayor o menor acierto se ha mitificado en docenas de libros y documentales y que retrata a una banda que hizo crecer a su alrededor multitud de historias morbosas que, sobre todo, han logrado alimentar la imaginería popular con sus excesos de toda índole.
    Debo destacar que el contenido me ha parecido poco equilibrado pues rememora con más espacio tipográfico precisamente ese aspecto poco decoroso de su trayectoria (envidiables hazañas sexuales, supuestas –y legendarias– depravaciones para con sus fans y groupies, la violencia de su entorno o numerosos flirteos con la magia negra y otras historias oscuras que los envolvieron trágicamente) en detrimento de una mayor profundidad respecto al análisis musical de su obra, sobre todo por lo que respecta a la génesis de la música y su posterior plasmación en todos y cada unos de sus brillantes vinilos. Ello sin embargo, no quita mérito a un relato que en conjunto transmite de forma debida la gran dimensión y aportaciones de Jimmy Page, Robert Plant y compañía y nos describe, aunque de forma mucho más sucinta, lo que vino después de la muerte de “Bonzo” Bonham y la inmediata disolución del cuarteto y que ha supuesto la continuación de las carreras en formato individual de los tres supervivientes.
    Para acabar, me hago eco de lo menos bueno de este Martillo de los Dioses: bastantes erratas, sumadas a la, en ocasiones, deficiente traducción de según qué términos musicales o la cita errónea de ciertos nombres de personajes de enjundia, con algunas pifias realmente  imperdonables, como cambiar el sexo a la gran Dusty Springfield, por ejemplo.
JAVIER DE CASTRO.