Rockola, Discos. 8 de octubre de 2010

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«M Clan se descuelgan con este álbum de textos oscuros, música espesa, preeminencia guitarrera y actitud rockera coloreada por la negritud que aporta el despliegue de vientos calientes»

M Clan
«Para no ver el final»

WARNER

Otros hace tiempo que habrían tirado la toalla, pero Carlos Tarque y Ricardo Ruipérez, en lugar de hacer borrón y cuenta nueva para comenzar bajo otro nombre coincidiendo con alguna de las refundaciones del grupo, siempre han sido fieles a su marca, a M Clan; pese a que los avatares a lo largo de casi dos décadas han sido variados y de muy diferente signo, tanto estructurales como artísticos. En lo musical, en estos momentos, quizá estén disfrutando de su periodo más feliz, elaborando la música que les apetece, en libertad, seguros de que ya no dependen de temas pensados para el éxito coyuntural con el que consolidar y alimentar el proyecto. Aunque, paradojas del destino, cuando han dejado de buscar la canción pegajosa y comercial, ¡consiguen colarse en el segundo puesto de la lista de álbumes más vendidos! Ahora, saben, toca dejar el pasado atrás y seguir el propio instinto. Desde luego que pueden ser cuestionadas algunas de sus viejas creaciones (analizar algún día, con calma, toda su discografía será un buen ejercicio), pero a lo que hay que ceñirse es al presente de M Clan, este en el que ofrecen el segundo capítulo de una nueva aventura iniciada con el anterior disco, el conseguido «Memorias de un espantapájaros».

Reorientados desde ese álbum con la ayuda de Carlos Raya –implicado como uno más junto a Tarque y Ruipérez y coordinando la producción, pero sin acompañarlos en la carretera–, este nuevo periodo se define por un cambio sustancial en el contenido de las letras y una vuelta a los orígenes rockeros que alumbraron en su día a M Clan, pero con la suma de la experiencia que dan años de brega. Cierto que no inventan el motor de explosión ni el ibuprofeno, pero tampoco lo pretenden, más bien, las intenciones de los murcianos son las de seguir afiliados a un rock clásico que bebe tanto de Creedence Clearwater Revival como de Led Zeppelin, Joe Cocker o Black Crowes, que puede perderse en el blues rock, apurar formas de rock duro, aproximarse a sonidos campestres estadounidenses o pisar el acelerador para convertirse en una máquina de intenso rock, liviano o pesado, según la necesidad. Tienen recursos suficientes para salir bien librados de todos los envites y, detalle de agradecer, asumen la tradición del rock español, sin pasarse –que con Raya en los controles no sería difícil– en la orientación estadounidense, a lo que también contribuye decisivamente la voz de Carlos Tarque, educada con los maestros del rock internacional, pero pulida en la escuela autóctona.

Así se descuelgan con este álbum de textos oscuros, de música espesa, de preeminencia guitarrera y actitud rockera, coloreada por la negritud que aporta el despliegue de unos vientos calientes que caen como traje hecho a medida a una notable colección de intensas canciones, apuntaladas por una producción musculosa. De entre ellas, destaca la densidad de ‘Hasta que se acostumbre a la oscuridad’ (con sus siete minutos y sus espacios para los solos), el constante clima inquietante de ‘Desesperación por verte’, el gomoso blues rock de ‘Calle sin luz’, baladas como ‘Para no ver el final’ y ‘Se hizo de noche cuando te conocí’, o el himno rock que es ‘Ahora!’.

No deslumbra esta entrega con aquella luz de «Memorias de un espantapájaros», pero se agradece su vocación de obra oscura, su clasicismo bien entendido, y apunta a que el tiempo le va a sentar francamente bien. En todo caso, modernos abstenerse.
JUAN PUCHADES.



Óscar Briz
«L’estiu»

LACASACALBA

Como uno de esos discos que entran con sigilo pero acaban calando hasta los huesos, «L’estiu», más que un disco, es prácticamente un estado de ánimo. El valenciano Óscar Briz ha transitado durante más de veinte años por anclajes sonoros tan distantes como puedan ser los efluvios after punk, la canción de autor o las querencias por la bossa. Y lo ha hecho manejándose con la misma soltura en castellano, inglés y valenciano. Nadie podrá dudar pues de su versatilidad, según ha ido mudando de piel a cada paso, bien sea con C.O.D.A., Banderas de Mayo, The Whitlams, Beat Dealers y en los últimos tiempos ya en solitario.

Y, pese a haber tocado tantos palos, seguramente nunca ha completado un ejercicio de estilo tan atinado como el de este álbum, un disco acrisolado por el «dolce far niente» de las cálidas tardes del verano mediterráneo, por esa gozosa recarga de baterías al ritmo que marca el sol, que sólo la época estival es capaz de procurar. En un hipotético listado de álbumes veraniegos paridos en esta tierra (esta misma publicación ya hizo un muy recomendable listado hace unos años), «L’estiu» puntuaría muy alto. Porque, al hilo de una escritura tan evocadora como desprovista de artificios innecesarios, hay aquí once canciones como once soles (valga el recurso facilón), que podríamos calibrar como una suerte de folk canicular y sereno, con el que no vale la pena perder tiempo rastreando orientaciones de moda en la actualidad (ni weird folk ni revival de la escuela británica), por cuanto sus referentes son mucho más clásicos. El susurro indeleble de Nick Drake, la agudeza melódica de Elliott Smith, aquella dignísima comercialidad que los tótems del soft rock aireaban por las efeemes de los 70… algo de todo eso hay en esa voz en primer plano, cercana y convincente desde su propia seguridad de estar dando forma a un viejo sueño. Una voz apenas acompañada por guitarra acústica y unos cuantos medidos arreglos, perfilando once viñetas que son tan válidas por separado como formando parte de un todo conceptual. No es de extrañar que sea el propio quien autor le atribuya cualidades mántricas. Elegancia y funcionalidad no le faltan.
CARLOS PÉREZ DE ZIRIZA.



Triángulo de Amor Bizarro
“Año santo”

MUSHROOM PILLOW

De ellos se dijo que habían facturado el mejor debut del pop español desde “Súper 8”. Pegaron un pelotazo y casi caen engullidos por su propio veneno. El segundo disco de los gallegos se publica también en México, donde girarán dentro de unos días, lo que evidencia un crecimiento notable a fuerza de exhibirse en salas y festivales con uno de los directos más potentes –y ensordecedores– de este país. Los fans de aquel estreno fulgurante pueden respirar tranquilos: TAB conservan todos los ingredientes que les colocaron en el punto de mira hace cuatro años. Maestros de un ruidismo apolíneo, Rodrigo Caañamo ahonda en la confección de texturas imposibles con la pedalera de distorsión. De paso, ponen a prueba nuestra resistencia al baño decibélico. La banda, reformada y ampliada a cuarteto, mima más los estribillos. Estudiado afán de atracción mientras se recrean en el magma de sonidos en su casquería litúrgica. Escoran la aguja al máximo, aunque su música incendiaria fluye como una dulce ceremonia de destrucción.

¿Por qué resultan tan desconcertantes? TAB juegan con los extremos y siempre ganan. Epatan con una engañosa estampa pazguata. Isa Cea, ausente de todo al bajo, recuerda a los músicos del Titanic: impasible mientras acontece la tragedia. Remiendos de shoegazing con refrescante capacidad de subyugación. No en vano, ahí permanecen My Bloody Valentine, Sonic Youth y todito el “Psychocandy” como referencias obvias. Producido por Paco Loco y grabado en analógico, el álbum escupe vísceras en treinta minutos. Ni trampa ni cartón. ‘De la monarquía a la criptocracia’ es, quizá, el tema más pop de su carrera. ‘Amigos del género humano’ se ha instalado como clásico inmediato. Las baterías se abren a la sofisticación (¡brutal ese guiño a Phil Spector en ‘Super Catlevania IV’!). Y, por supuesto, taladran al oyente con mensajes de impacto marca de la casa. Se estira una tradición y una sensibilidad. Los Planetas abrieron una brecha por la que entran TAB. Y vecinos de la tierra como Telephones Rouges o Franc3s. Uno se los imagina hace treinta años cantando aquello de ‘Necrosis en la polla’. Otra patada en la boca del acomodaticio indie español.
EDUARDO TÉBAR.



Rulo y La Contrabanda
“Señales de humo”

WARNER

Una voz conocida, pero alejada de las etapas pasadas. Ahora renace de sus cenizas cual ave fénix. Una señal de SOS. Y es que las canciones vienen a ser eso, señales de humo. Así explica Raúl Gutiérrez, más conocido como Rulo, el contenido de “Señales de humo”, su primer proyecto musical después de casi quince años con La Fuga. Continúa el camino pero ya no es el mismo sonido, sigue haciendo canciones pero distintas, sigue siendo Rulo y eso es lo que importa.

En este esperado trabajo se respira templanza a través de las metáforas (‘Heridas de rock and roll’), se supera en sonido, y es que se ha rodeado de una excelente selección de músicos a modo de escuderos; La Contrabanda, compuesta por Txarli Aranzegui a la batería, Quique Mavilla con el bajo y Dani Baraldés con la guitarra. A estos se les une el apoyo de la guitarra de Fito, también ex de La Fuga. Como empezando de cero, planes en base a viajes para componer y descartar, reflexiones en Reinosa que se mezclaron como agua y sal en Nueva York. Sigue el rock guitarrero (‘La cabecita loca’), recuerdos del pasado (‘Como Venecia sin agua’) y consejos para el futuro (‘Como a veces lo hice yo’). Entre todas se mantiene un equilibrio seguro, pues hay cabida para todo, desde las guitarras y los estribillos enfermizos (‘No sé’) hasta los temas más «freaks» (‘Fauna rara’) pasando por la americana sin despeinarse (‘Por morder tus labios’).

Que nadie lo tome como un ajuste de cuentas. Rulo trabaja con sus propias composiciones y textos removiendo los interiores en este cuaderno de bitácora en forma de disco. Ha dejado atrás la luna, ahora el poeta sigue por su camino.
CHARLY HERNÁNDEZ.



Nando Caballero (i l’Orquestra del Llanero Solitari)
«Vuit dissabtes d’hivern»

LA PRODUKTIVA RECORDS

Nando Caballero no es en absoluto un tipo desconocido en el mundillo musical, pese a que ésta sea la primera entrega discográfica despachada con su nombre auténtico. Todos aquellos acostumbrados a frecuentar el circuito de locales y bares musicales de Barcelona y alrededores, ya conocen algunas de sus diabluras pasadas bajo el alias El Cantautor de Mierda o dando la réplica tanto en vivo como en directo al Sobrino del Diablo.

Producidos por Juan Zarppa –otro «outsider» catalán a quien ya nos hemos referido alguna vez en esta sección de crítica por sus estimulantes trabajos propios– los once cortes que incluye el álbum fueron grabados, como indica el título, durante ocho fines de semana seguidos y destilan mucha proximidad, cotidianeidad, reflexión interior y la proyección de todo ello en las relaciones interpersonales suyas y de todo el mundo. Una estupenda colección de canciones acicalada con pasión desde un pop-rock singular y propio sin huir, por ello, de ciertas influencias bastante marcadas; la más evidente, a mi entender, la del gran Quimi Portet de su actual época post El Último de la Fila.

Caballero –no sabemos si por un acto de heroicidad artística a lo «Tubular bells» o por ahorrar, de ahí vendría lo de la “Orquesta del Llanero Solitario”, ha compuesto todo y tocado (casi) todo demostrando una polivalencia creativa admirable y gran capacidad de trabajo. Por ello, desde ahora mismo, temas como ‘Afegir amics’, ‘Ulleres i ulls’, ‘Fem dissabte’ o ‘4 maons’, han adquirido para los restos connotaciones de clásicos del rock en catalán. Se me olvidaba: A destacar el precioso el diseño gráfico empleado para presentar el producto.
JAVIER DE CASTRO.



Varios
«Rough Trade Shops: Psych Folk 10»

ROUGH TRADE/COOPERATIVE/NUEVOS MEDIOS

Los lectores habituales de EFE EME se habrán percatado que en los últimos tiempos hemos reseñado numerosos discos de folk, ya sean reediciones o material de artistas de nuevo cuño que se han inspirado en figuras como Nick Drake, Donovan, Pentangle, Vashti Bunyan, etc. Tal vez porque los gustos y la modas tienen oscilaciones pendulares, el folk está a la última y prueba de ello es este recopilatorio editado por el sello británico Rough Trade, que reúne 21 cortes de artistas que transitan por los caminos del psycho-folk, folk-pop y el folk puro, basado en los sonidos del tramo final de los sesenta y principios de los setenta.

Lo curioso de esta recopilación es que suena muy, muy “británica”. Tan británica como el té de las cinco, los autobuses de dos pisos y el Big Ben, pero se da la circunstancia de que muchos de los artistas incluidos en Psycho Folk 10 son norteamericanos. Es el caso de Espers, que aportan ‘I can’t see clear’, en el que se puede escuchar unas guitarras que recuerdan al Robert Fripp de King Crimson y un ambiente que te retrotrae a las grabaciones de los ya citados Pentangle. Hush, en cambio, nos presentan ‘Fast sleep’, un tema cargado de guitarras fuzz y un ambiente turbador y denso como lo es también ‘Untitled II’, el tema de Ulaan Khol que cierra esta recopilación. Son magníficos ejemplos de cómo se pueden hacer lecturas del pasado sin caer en el revivalismo mimético y adaptando las temáticas a la actualidad como también hace Alasdir Roberts en ‘Your muses asist’.

Todo lo que suena en Psych Folk 10 es folk, es rock y destila autenticidad. Son 21 canciones, de 21 artistas, que apuestan por ser creativos en el siglo XXI pero sin dejar de mirar por el retrovisor.
ÀLEX ORÓ.



Anterior entrega de Rockola.

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