Miguel Ríos
Solo o en compañía de otros
DRO/WARNER
Es imposible escuchar este álbum y no acabar haciéndose una pregunta: ¿Cómo es posible que un disco compuesto, principalmente, a base de retales tenga tanta coherencia y empaque? Las respuestas podrían ser varias, desde la personalidad de un Miguel Ríos pletórico hasta el marco temporal próximo en el que se registraron las tomas, pero lo que está claro es que estamos ante una obra redonda de principio a fin. Es cierto, Miguel nos deja con ganas de escuchar más temas nuevos al margen de los seis aquí incluidos, pero si tenemos en cuenta que el resto del compacto viene a contar con gemas dispersas en recopilatorios y discos ajenos como la inspirada lectura del “Princesa” de Sabina en clave dylaniana, no puede haber queja. Todo encaja a la perfección en este puzzle de oro. Rock adulto, candente, un armazón clásico que envuelve una voz privilegiada, que hace arte cuando se apropia del “Bajo la lluvia” de Quique González, que acelera el alma al son de “Memorias de la carretera” y que conmueve con “Restos de stock” (de nuevo González, pero esta vez cediendo un inédito de altura).
La sonoridad es uniforme, templada por la producción de José Nortes y por un Miguel Ríos que no denota cansancio precisamente. Quizá lo que necesitaba el cantante era rodearse de un nuevo equipo creativo coherente, que aportara un nuevo sonido y método de trabajo. ¿Quién sabe?, podríamos estar hablando de un renacer artístico del rockero español por excelencia. En cualquiera de los casos, y al margen de futuribles, todo el mundo debería tomarse Solo o en compañía de otros como un toque de atención (y distinción, claro). Una llamada a la memoria histórica y cultural de la que este país llamado España suele carecer en la mayoría de las ocasiones, y es que todo el rockerío patrio tiene una deuda con este caballero, una deuda que jamás podría ser saldada (¡esto es cultura no divisas!) pero sí respetada. Y para quien no lo tenga claro aquí está esta obra, un monumento sonoro.
Qué grande eres, Ríos.
JUAN JOSÉ ORDÁS FERNÁNDEZ.
Asian Dub Foundation
Punkara
NÄIVE
El grupo que dinamitó las estructuras de los sonidos indostánicos en la Gran Bretaña de Su Graciosa se ha empleado a fondo en este nuevo trabajo, el sexto ya, en el que vuelve a ofrecer su acostumbrada andanada de “breakbeats” cañeros y revolucionarias proclamas al megáfono. Como si a Joe Strummer le hubieran puesto una mecha en el culo y empezara a exudar bhangra-punk por todos sus poros. Asian Dub Foundation se mantiene en forma –hay una gira española por seis ciudades en marcha– y alcanza incluso a ampliar sus hechuras decibélicas con aportaciones más finas, como en esa suntuosa pieza llamada “Speed of light” (la mejor del disco), en la que suenan violines, ritmos suaves de drum & bass y aireadas voces femeninas. Atemperan también mucho el tono general del álbum bombeando dub por lo bajini, lo que está también muy bien. La mejor pieza en este sentido es la instrumental “Bride of punkara”. Y por si les faltaban referencias, han invitado al cantante de Gogol Bordello (Eugene Hutz) y a Iggy Pop, este último para una anecdótica versión de “No fun”.
Un trabajo ciertamente ejemplar para un grupo que ha sabido sacarle ventaja a muchos de sus competidores más directos.
GERNOT DUDDA.
The Primary Five
High Five
NEON TETRA
Precisemos: Paul Quinn llevaba la batería en el Gran prix de Teenage Fan Club y en algún disco posterior, y como su precedente y relevo Francis McDonald ha acabado desarrollando, junto a la guitarra de Ryan Currie, un proyecto personal. Proyecto que estuvo en la cuerda floja tras la salida de Go! hace año y medio, tras la cual se llegó a anunciar su disolución.
A quien corresponda manejar el destino de las bandas musicales, hemos de darle la enhorabuena, porque esta prórroga que se nos ofrece en forma de tercer disco no torcerá la historia del pop, pero es extremadamente confortable. Ese es el adjetivo, confortable, porque es agradable vivir en un mundo donde existen discos como éste, y porque te envuelve mucho más que su predecesor, plagado de arranques eléctricos y bailables.
Pocos de estos arranques hay en High five, relleno de muchos dejes americanos, casi rock sureño que convencerá a fans de Poco o de America, pero que a la vez puede sentir como propios el buscador de sonidos alternativos y delicados. Una cierta dejadez country envuelve las canciones centrales, en “Same old store”, con arreglos desde la dosis justa de personalidad y melancolía, en “Breathe”, donde explotan gargantas y guitarras diáfanas, o en la dulzura otoñal de “Rewind” o “Stills”, precisas al corazón.
Y rodeando toda esta confitura, pues algunos temas con margen para la electricidad, nunca desbarrada excepto en “Lost and confused”, quizás la más impersonal porque recuerda a los Teenage Fan Club clásicos. Ahí están dos dardos que abren con inteligencia el disco, “I gonder why” y “High five”. La primera llena de recursos beatles en la textura de las voces, las palmas, los coros… o mejor, de los recursos que utilizaron Utopia para hacer una lectura nuevaolera de los Beatles en el Deface the music. La segunda, un ejemplo preclaro de los cuatro aspectos fundamentales del pop: melodía, voces, emoción y menos de tres minutos.
Ahora, el final es también antológico, un “Trains” que es la desnudez total y por el que mataría la generación de cantautores actual. Mataría a la yugular y sin compasión, que no todos los días se crea una canción tan impresionante.
CÉSAR PRIETO.
Jackson Milicia
Unicornia pequeño Las Vegas
AUTOEDITADO
Lo bueno de las novísimas generaciones de grupos hispanos es que nacen tan curados de espanto que no les cuesta lo más mínimo embarcarse en aventuras marcadas por un trazo de lo más kamikaze. Cuando conseguir un contrato se convierte casi en una utopía, cuando las plataformas cibernéticas se convierten en el mejor salvoconducto para darse a conocer globalmente y agenciarse giras en el extranjero, cuando no se tiene absolutamente nada que perder porque ya todo está perdido de antemano, nada mejor que tirarse a la piscina, aunque sea casi sin saber nadar. Los valencianos Jackson Milicia (integrantes de una nueva hornada de músicos locales tan irreverente como heterodoxa, constreñidos al sempiterno “do it yourself”), que comenzaron operando desde el más absoluto underground, tocando a altas horas de la madrugada en fiestas rave, han ido propagando como la pólvora, gracias también al boca a boca, la impresión de que son una excelente banda de directo. Cualquiera que haya podido asistir a alguno de sus alocados conciertos habrá sido testigo de la apisonadora sónica en que este cuarteto se convierte cada vez que pisa un escenario. Nada queda inmune a su trituradora de sonidos. Pero ese caos que reina en su universo es sólo aparente. Hay detrás un proyecto sólido, hecho de material de derribo, intuición, y, sobre todo, algo que con frecuencia se ha echado de menos en las bandas surgidas de estas latitudes: actitud.
El autoeditado Unicornia pequeño Las Vegas (grabado por Paco Morillas en los estudios Black Out) viene a traducir con acierto todas sus constantes vitales sonoras: los desquiciados cambios de ritmo (“58510”), los punteos de surf rock frenético (“Chic chica chicken” o “¿Quieres ser un Jackson?”), los arrebatos de funk dislocado (“¡Ése es el ritmo chicos!” o “Eres una bomba nena”, en la que parecen competir con Atom Rhumba), el post hardcore de la escuela Fugazi (“Psiconova”) o ese marciano interludio de tuba. Añádanle el hervor propio de su fiereza en la ejecución y su absoluta falta de prejuicios, y tendrán en sus manos uno de los debuts más singulares del reciente panorama estatal. Disponible por siete euros en este mail. Como debe ser.
CARLOS PÉREZ DE ZIRIZA.
Lou Reed
Berlin: Live at St. Ann’s Warehouse
MATADOR
Ahora se nos llena la boca a todos de adjetivos superlativos cuando hablamos de Berlin, pero es de conocimiento público que en su día, el ambicioso disco de Lou Reed fue un fracaso comercial (que no creativo). Es muy fácil echar la vista atrás y criticar a un público que no entendió la grandiosidad de semejante obra, pero si contextualizamos el trabajo en su marco histórico es fácil comprender que el majestuoso y decadente Berlin no era lo que los seguidores del neoyorquino esperaban. Su disco anterior, Transformer, le había situado en la cima del glam rock intelectual, frívolo y sesudo a la vez. La tristeza implícita a su tercer largo le alejaba tanto de tales coordenadas sonoras que público y crítica no supieron asimilar sonoridades más maduras (la compañía discográfica exigió que el más comercial Rock and roll animal fuera su siguiente paso, aunque tampoco se trató de un directo muy asequible). No era inverosímil esperar algo novedoso por parte del líder de la Velvet Underground pero la masa parecía ensimismada con el chulesco y andrógino rockero cosmopolita, no esperaban un retrato doloroso y poético de la urbe. Y eso era Berlin.
Hoy día, con el tiempo como escudero, es fácil enfrentarse y reivindicar la hasta hace poco obra maldita de Lou Reed. Pero no nos pongamos elitistas, el disco bien lo merece. Es sencillamente fantástico y más vale tarde que nunca (y mejor aún, con su autor vivo). Y he aquí el documento que recoge testimonialmente la gira que llevó al de Nueva York a interpretar su obra maldita en seleccionadas fechas por el ancho mundo. Concretamente se recoge una de las veladas de Brooklin, con un público respetuoso, con una grandilocuencia propia del ego justamente reavivado y con un sonido que hará temblar tus pabellones auditivos. ¡Coño! ¡Qué bien suena! E importa poco la autocomplacencia, cuando “Lady day” finaliza te da igual que Reed lleve años sin entregar material nuevo. Su agrietada voz encaja mejor que nunca en la narrativa de la historia conceptual del disco y los músicos están a la altura de las circunstancias. ¿Era necesario este Berlin: Live at St. Ann’s Warehouse? Tras escucharlo diría que sí. Las canciones se revitalizan, desempolvándose pero guardando las formas. Afortunadamente, el sonido es crudo y real, aunque su mayor acierto reside en su grabación y posterior mezcla: han respetado la estructura pero no las pautas originales, refrescando involuntariamente el sonido. Son las canciones de siempre pero remozadas y siguen sonando a gloria.
JUAN JOSÉ ORDÁS FERNÁNDEZ.
Tango Crash
Bailá querida
TANGO CRASH/GALILEO
No son tan famosos como Gotan Project ni tan estetas como Tango Siempre, pero sí los que mejor equilibrio guardan entre tango y electrónica, guardándose muy mucho de no saltarse ningún canon y echando el resto en los matices sonoros y la amplitud armónica. La mezcla que observa este combo afincado en Berlín y Basilea es absolutamente igualitaria para ambas partes. Sus canciones tienen la destreza necesaria para sonar modernas en los clubes (“Lektrocandombé”, “Los ejes de mi carreta”, “Balbon remix”), pero gozan plenamente de la melancolía que ha distinguido de siempre al género. Sus poderosos instrumentales bien podrían codearse con las mejores piezas de Propellerheads o Thievery Corporation. Pero las vocales están hechas de un lunfardo absolutamente galano y cautivador (“La cumpadesky”, “Ciclo del enfermo II”), con frases del tipo “te vi distraído y sin permiso” o “no cambio queja por queja, porque quise yo engañé”.
A pesar de que se trata de su tercer trabajo, todavía caen como un descubrimiento. Agradecido y necesario. Impecable. Elegante.
GERNOT DUDDA.
Roger Joseph Manning Jr.
Catnipe dynamite
PHANTOM SOUND & VISION
Una joya de importación solo para paladares exquisitos. Quizá Roger Manning Jr. no se ha prodigado todo lo que debiera por EFE EME, pero él mismo se ha hecho justicia alumbrando este delicioso Catnipe dynamite, una parada inexcusable para los autostopistas de la autovía musical. El currículum de Manning le sitúa incialmente en formaciones bizarras e ineludibles del pop melódico como Jellyfish o Imperial Drag, hoy en día disueltas pero cuyos suculentos discos aún son localizables.
De todos modos, lo que nos interesa ahora mismo es su actual estado solista, en el que el músico se hace cargo de todos y cada uno de los instrumentos registrados para esculpir un disco que hará salivar cual perro de Paulov a fanáticos seguidores de The Beatles o Brian Wilson. Melodías de otro mundo, no ya trabajadas, sino limadas hasta el brillo reluciente, canciones que evocan inocencia y vitalismo en un colorido ritual con un maestro de ceremonias que, digámoslo ya, es un superdotado. Muy pocos pueden cargar sobre sus hombros el peso de su obra y llevarla a buen puerto, quizá a sabiendas de que es la única forma de arrastrar a la realidad terrenal ideas que sólo su mente es capaz de contemplar. No dejemos de lado conceptos como ilusión y fantasía para hacer referencia es esta obra, pues no sólo son perfectamente adecuados para ayudar a describirla sino que ayudarán a llegar a ella a aquellos que piensen que ya no hay genios como los de antaño, que los universos propios fueron exterminados por el vil metal y las más viles intenciones. Resulta que aún quedan músicos vocacionales que se apartan del rebaño, de embaucadores y mercadotécnica.
Que ningún purista se alce en armas, pero aquí tenemos a un alumno muy aventajado de los estetas clásicos del pop, cuyos maestros estarían orgullosos de haber firmado cualquiera de las canciones que componen este Catnipe dynamite. Un disco complejo en su realización pero sencillo en su digestión, y es que hablamos de pop clásico, sin los mesianismos tan propios de los grupos ingleses que hoy llenan estadios al son de teclados inertes. Manning esta hecho de otra pasta, de una muy distinta a la de los ídolos de papel de la prensa anglosajona, pues es un músico comprometido con su creación, encontrándose bastante alejado de la presión mediática, de patrocinadores y mercado. La música por la música y el fan por la música: desembolsad aunque sea importándolo.
JUAN JOSÉ ORDÁS FERNÁNDEZ.
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REEDICIONES
The Factory
Path trough the forest
GUERSSEN RECORDS
La era de la psicodelia británica fue breve, como breve fue la vida de algunos de los grupos que se apuntaron a este paradigma musical. Tomando como punto de partida la edición de Revolver de The Beatles en 1966, la psicodelia tuvo su punto álgido entre 1967 y 1968 para quedar finiquitada en 1969, pese a que todavía dio algunos coletazos discográficos. En este periodo aparecieron decenas de grupos que probaron suerte grabando algunos singles. Es el caso de The Factory, un trío formado Jack Brand, Bill McLeod y Ian Oates, cuyos vinilos originales cotizan hoy sobre las 150 libras esterlinas en los mercados de coleccionistas.
Sólo editaron dos sencillos, pero estas grabaciones esconden algunas de las rodajas más jugosas de todo el periodo piscodélico, y hasta mediados de los noventa sólo se podían encontrar en algunas recopilaciones de deficiente sonido. Hace doce años se recuperó todo el material que grabaron The Factory y se incluyó en un mini LP que se agotó en pocas semanas. El sello leridano Guerssen ha reeditado de nuevo este disco, en el que destaca “Path trough the forest”, un tema que forma parte del ABC del rock lisérgico británico con sus voces distorsionadas y su aguerrido sonido. De esta canción se ofrecen dos versiones: la que apareció en el single de 1968 y una más larga que ocupa toda la cara B del vinilo pero que debe reproducirse a 45 RPM, por lo que suena como un maxisingle (¿se acuerda alguien de este formato de vinílo que sonaba tan bien y ocupaba tanto espacio en la estantería?). “Try a little sunshine” es el otro plato fuerte del LP de The Factory. En este caso es un tema de aires más pop pero con unas eficaces guitarras. El camino que pasa a través de bosque de colores y luces “psych” esta ahí. Atrévanse a cruzarlo. No se arrepentirán.
ÀLEX ORÓ.
David Axelrod
Live at the Royal Festival Hall
VAMPISOUL
Vaya por delante que creo que este disco no es apto para todos los públicos. Los que apuesten por él tienen que tener claro que no van a enfrentarse al clásico artefacto pop o rockero. Aquí hay más enjundia y hay que tener las orejas bien abiertas para captar todo lo que David Axelrod ofrece en esta grabación en directo.
Axelrod fue uno de los productores estrella del sello Capitol durante los sesenta. Con él trabajaron, por ejemplo, los Electric Prunes o Lou Rawls. Compuso bandas sonoras y discos instrumentales en los que se mezclaba el jazz, el funk, el soul, el rock y el pop más cósmico y excéntrico que la tecnología permitía grabar en esa época. Para este inusual artista, los noventa supusieron una segunda oportunidad. Sus grabaciones fueron sampleadas por DJs y raperos varios. Esto le permitió volver a los escenarios y mostrar todo su poderío creativo.
En este concierto de 2005, Axelrod y su orquesta ofrecieron composiciones que nunca antes se habían interpretado en directo y también versiones de Beatles y Stones que cabalgan entre la música contemporánea de corte clásica y el jazz con fuerte presencia de la sección rítmica. Vampisoul ha editado este concierto en CD y LP y les ha añadido el DVD del show de Axelrod. Y digo “show” siendo consciente del significado y el potencial de la palabra. Es aquí donde podrán apreciar la cara de loco simpático de este compositor norteamericano, cómo dirige una orquesta con una informalidad total e incluso permite a los músicos beber cerveza durante el concierto, cómo se emociona cuando cede el protagonismo al percusionista que hace un “solo” de pandereta (sí, ¡de pandereta!) y como el Verve Richard Ashcroft sale al escenario a cantar el tema “Holy are you” , de los Electric Prunes, con una concentración casi, casi hierática.
Si están hartos de estribillos, de plúmbeos solos de guitarras y quieren explorar otros territorios sonoros, déjense atrapar por Axelrod. Lo amarán o lo odiarán. No habrá medias tintas.
ÀLEX ORÓ.