Rockola, Discos. 5 de marzo de 2010

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«Antonio Galvañ es un artista, mientras que cualquier otro grupo de nuestro país no pasa de la categoría de artesano de canciones. Bueno o malo, pero artesano. Entiéndase artista como aquél que posee un mundo personal y domina los instrumentos para exponerlo. Musicales y lingüísticos, en este caso»

Parade
«Intonarumore»

JABALINA

Para dar el tono a cualquier crónica sobre Parade se ha de partir de una constatación: Antonio Galvañ es un artista, mientras que cualquier otro grupo de nuestro país no pasa de la categoría de artesano de canciones. Bueno o malo, pero artesano. Entiéndase artista como aquél que posee un mundo personal y domina los instrumentos para exponerlo. Musicales y lingüísticos, en este caso. Seguramente esto es lo que quieren señalar los periodistas musicales que cada cierto tiempo le cuelgan la etiqueta de talento escondido junto a otro Antonio –Luque– para señalar que nuestra escena tiene dos músicos que ni siquiera son músicos, o que por lo menos no pertenecen a la cultura del pop sino a la cultura occidental, simplemente. Así que el espacio natural para ellos no es la estantería de los CDs sino esa que puede albergar una obra de Bradbury junto a tratados sobre De Chirico, por señalar dos referentes que creo cercanos al de Yecla.

Así que este “Intonarumore” es más una antología que una recopilación. Una antología que ha estado en un tris de resultar maldita porque –bajo este nombre de aparato italiano con el que los futuristas intentaron demostrar la gestión de la belleza por las máquinas– tras haber sido anunciada hacía años ha pasado por la desidia de algunas compañías o la destrucción de otras hasta que Jabalina ha demostrado su buen gusto tomándola en sus manos. Y hubiera sido una lástima que esta desgana la enviase al limbo, puesto que en estos quince años largos y cinco discos –aunque el último se elude– que lleva Parade de carrera desde su primera maqueta ha construido un planeta en el que la extrañeza ante el mundo o la soledad se arañan desde la perspectiva más natural posible, aquella que recurre a mitos populares y a una estética musical reconocible para articular sus visiones.

Ello se demuestra si atendemos a que las canciones aquí depositadas desde su primer disco –‘Cielo’ o ‘Serpentina’– conservan una pureza vital, un enredo en fibras humanas que no ha perdido ni un gramo. O ese ‘Primer contacto’ del segundo en que una sugerencia emocional inmensa se desgrana simplemente en la apertura a la vida, una esencia que se sostiene hasta el penúltimo en que ‘Estación Espacial’ consigue hacer humana la paradoja de dominar a la vez el mundo y un inmenso vacío.

En las músicas el referente formal es más evidente: bajo el manto de una tecnología afín a sus palabras, aparece música mediterránea –no sólo canción ligera italiana, el pasodoble en ‘Juan Metralla’ es canónico–, soul blanco o disparos de «discotheque» que apuntan en ‘Metaluna Moroder’ o la versión para directos de ‘Niño Zombi’. Porque no lo habíamos dicho hasta ahora, pero el disco tiene un segundo CD de rarezas. Rarezas que se resuelven en instrumentales hechos para la ocasión que van dando paso a maquetas antiguas –‘Silvia’ da una vuelta de tuerca a la realidad con un alud de sensaciones–, en descartes –‘Eolo’, impresionante su demostración de que todo lo que no es real existe– o en versiones que no son más que un despliegue de perfectas imantaciones a su mundo y pequeñas querencias por el pop español –incluso en genial bucle una versión de La Casa Azul, que tomó su nombre de una de sus canciones–. Seguramente haya discos por ahí más llamativos, pero en pocos van a encontrar tanta emoción y tanta historia como en éste.
CÉSAR PRIETO.



Polar
«Fireflies in the Alley»

ABSOLUTE BEGINNERS

Prácticamente es un tópico afirmar que cada nuevo disco de los valencianos Polar es mejor que el anterior. Sí, es un lugar común, pero lo que ocurre es que ellos mismos se encargan de refrendar el juicio con cada entrega. Fieles a los tiempos de su propia propuesta, en la que el ritmo cadencioso ha venido marcando su itinerario, ellos nunca han tenido prisa por seducir. Cinco álbumes en casi tres lustros de trayectoria (mas un puñado de EPs, discos de versiones e interferencias con el mundo de los soundtracks) jalonan una carrera pausada pero acentuadamente segura, en la que no es posible vislumbrar pasos en falso. En la que las novedades se han ido incorporando de forma gradual, sin estridencias ni golpes de efecto. Desde la ralentización slowcore de sus inicios, que tantas deudas parecía albergar con Codeine, Galaxie 500 o Low, hasta la enérgica, versátil y más vivaz concepción del pop que desde hace unos años esgrimen, alimentada por un fuel en el que siempre la sombra de The Velvet Underground es uno de sus más reconocibles componentes.

Este «Fireflies in The Alley» tiene, entre sus argumentos, algunas de las mejores composiciones de toda su carrera: la intensidad de ‘The Hunting Bird’, el desarmante crescendo de ‘Eastwood’ (no podía faltar el guiño cinematográfico), la apabullante pujanza de ‘The Boxer Part I’ o el primoroso surf rock instrumental de ‘Coronado II’, la gran sorpresa del disco. Son sólo cuatro botones de muestra que en absoluto desmerecen al resto del álbum, igualmente tocado por la varita del oficio, la elegancia y la indiscutible progresión de una banda siempre en crecimiento y dispuesta a embarcarse en nuevos retos. Y es que por algo la sola mención de su nombre ya evoca por sí misma una singular forma de entender el pop, casi sin parangón dentro de la independencia hispana.
CARLOS PÉREZ DE ZIRIZA.



Najwa Nimri
“El último primate”

WARNER/DRO

Si hay un adjetivo que describa el nuevo disco de Najwa Nimri es turbador. “El último primate” es oscuro, tenebroso por momentos y estremecedor, un trabajo que hay que entender casi como conceptual, como un todo, como una interesante experiencia sonora. Sin exagerar, por momentos parece la banda sonora de una diabólica obra de teatro.

Cantar y escribir en castellano va a resultar un punto de inflexión en la carrera de Nimri, pues dejar el inglés a un lado le ha permitido conocer una nueva vía de expresión en su lengua madre, no sólo a nivel vocal, sino musical. No habría llegado a estas melodías y a este tipo de canción si no hubiera tomado ese cambio de dirección. Ciertamente, el single (que también da título al disco) encaja con el resto de las canciones, pero ese filón comercial no se explotará más que en ese tema, los estribillos de los demás serán hipnóticos, complejos y poco asimilables. Esa es la ventaja y desventaja de “El último primate”, que canción a canción le cuesta funcionar, pero como un todo supone un atractivo viaje, un muy meritorio recorrido a través de lúgubres canciones de producción exquisita con Nimri como guía. La cantante ha aprendido a usar su voz y, pese a quien pese, tiene mucha personalidad y este disco lo demuestra.
JUANJO ORDÁS.



Lawrence Arabia
«Chant Darling»

BELLA UNION/NUEVOS MEDIOS

“New old fashioned pop”. Así define su estilo Lawrence Arabia, un seudónimo bajo el que se esconde el músico neozelandés James Milne. Confieso que de entrada la propuesta me resulta tremendamente atractiva aunque encaro la audición con cierta prevención. No sería la primera vez que me llevo un chasco con artistas presuntamente influenciados por sonidos añejos. Tras darle al play en el reproductor de CDs se disipa cualquier duda. ‘Look Like a Fool’, el tema que abre «Chant Darling», es una declaración de intenciones en la que se detectan las influencias de los Beach Boys en el apartado vocal y de los Beatles en el musical. No obstante, «Chant Darling» es algo más que un disco influenciado por las dos bandas de pop más importantes de los sesenta. El disco tiene una producción lujosa y afelpada que resalta la capacidad de Milne para llegar a las notas más altas en los momentos de máxima emotividad de las canciones, entre las que destacamos ‘Apple Pie Bed’, un tema con aires al primerizo Jonathan Richman que podría ser single de éxito en emisoras de FM anglosajonas (en las de aquí no, naturalmente). ‘Auckland CBD part 2’, en cambio, es una composición en la que Lawrence Arabia se deja llevar por ritmos más tropicales y por el afro-pop y ‘The Beautiful Young Crew’ y ‘The Crew Of The Commodore’ son temas de dulces armonías vocales (que no empalagosas) y bonitas líneas de guitarra pop. Tras la primera audición cada una de las canciones de Lawrence Arabia ya nos revela su poder hechicero. «Chant Darling» no es un mero ejercicio de retro-pop es una apuesta firme por mezclar lo antiguo con lo actual para que suene como “new old fashioned pop”.
ÀLEX ORÓ.



Blue Rodeo
«The Things We Left Behind»

WARNER MUSIC FRENCH/KARONTE

Pueden citarse muchos discos dobles que han naufragado intentando emular a esos pocos clásicos e imprescindibles que sí mantuvieron el tipo. Este nuevo trabajo de Blue Rodeo no es un clásico, pero pasado un tiempo prudencial, tal vez debería serlo. Es difícil darle menos de un siete a cualquiera de los dieciséis temas que incluye, y ya es una hazaña encontrar un disco doble sin ningún corte de relleno. Un trabajo excelente y adictivo, con el que la banda canadiense revalida su título como uno de los principales grupos de americana music, más aún, de country rock del siglo XXI. Por algo son evidentes las sombras de los Eagles, los Byrds y Crosby, Stills & Nash planeando sobre todo el trabajo.

Las armonías vocales son una maravilla, las melodías resultan muy seductoras, y los arreglos de cuerda juegan a veces en el límite sin llegar nunca a caer en el exceso. El resultado son piezas compactas y efectivas, que suenan en los altavoces con energía desbordante. A la propuesta no le falta ni tan siquiera un par de «tour de force», ‘Million Miles’ y ‘Venus Rising’, dos composiciones de nueve y diez minutos respectivamente que destilan una poderosa épica. Un disco excelente más allá de las etiquetas. Wilco, Jayhawks o Uncle Tupelo pueden ser grandes, pero Blue Rodeo fue el primero, y éste doble álbum es una de las cumbres de estos veintidós años de historia.
JAVIER MÁRQUEZ SÁNCHEZ.



Niño y Pistola
“Arthur & the Writers”

ERNIE RECORDS

Los gallegos Niño y Pistola regresan con un nuevo trabajo aunque también bajo el pseudónimo de Arthur & the Writers. Todo con la idea de otorgar veracidad a la historia que rodea a tan particular lanzamiento, es decir, un ficticio relato sobre un escritor fallecido y un grupo de amigos músicos que se basan en sus últimos escritos con el objeto de grabar este disco.

Al margen de guiones, “Arthur & the Writers” (sí, deberíamos tomar el nombre como título) contiene diez canciones de rock al estilo californiano setentero, con influencias de The Byrds, Petty y de la british invasion que tanto caló en ambas leyendas americanas. El sonido predominante es acústico (¡qué bien encaja la cuidada presentación en cartoncillo!), con dicción trabajada y buena pronunciación aunque, al igual que con los Sunday Drivers, uno no deja de pensar en lo grandes que podrían llegar a ser si cantaran en castellano.

En cualquier caso se trata de un buen disco entre cuyas máximas bazas destaca ‘She was so’, quizá el mejor de los temas incluidos.
JUANJO ORDÁS.



Varios
«Atenshion! Refleshion! Spanish Psychedelic Grooves 1967-1976»

HUNDERGRUM RECORDS

Los lectores más veteranos de EFE EME recordarán perfectamente qué era una «boite». De todos los antros de perdición que había en España durante los sesenta y los setenta, la boite era uno de los más perniciosos sólo superado por el lascivo cabaret y, naturalmente, por el sórdido burdel. La boite no era una discoteca pero tampoco era un pub. Era un pequeño local con pista de baile y algunos rincones oscuros para darse el lote y fumar alguna sustancia prohibida. En las boites se pinchaba música, básicamente soul pero también sonidos más aguerridos y bizarros, cercanos a la psicodelia. Es por ello que muchos artistas de la época probaron suerte con este género.

«Atenshion! Refleshion!» recopila catorce temas de este soul underground, que podríamos definir como el “lado oscuro” de la música de baile española de los sesenta. Así encontramos primeros espadas como Juan Carlos Calderón, que aporta una pícara revisión de la ‘Marcha de Aida’ perteneciente a la banda sonora de «Carola de día, Carola de noche», la primera película que protagonizó Marisol tras su etapa como niña prodigio. Polos Opuestos fue un alter-ego de The End, la formación psicodélica británica apadrinada por Bill Wyman y que se estableció en España durante la segunda mitad de la década prodigiosa. Su tema ‘Smartypants’ es un groovy instrumental de alto voltaje. La endiablada rompepistas ‘Por eso vuelve, por favor’ es uno de los primeros singles que grabaron los argentinos Los Tíos Queridos (en el que militaban Rubi y Joe Borsani) tras instalarse en Madrid a principios de los sesenta. Hubo también artistas que no quisieron manchar su “reputación” grabando discos bailables. Así, Los 4 de la Torre, crearon el grupo Tinglado 13 para dar rienda suelta a sus instintos musicales más bajos y ocultos. Su ‘I miss you’ tiene parecidos razonables al ‘I’m the man’ de Spencer Davies Group.

Este disco, editado únicamente en vinilo y con tirada limitada a 700 copias, incluye también a combos y artistas menos conocidos que grabaron para pequeños sellos. Es el caso de Alcy Alguero y su Orquesta Pop, impulsores del sub género “dabadá-fuzz” con su ‘Quiero bailar’, o Pedro González, un músico aficionado al jazz y la rumba que se apuntó a la serie Z de la música de baile con ‘El Samurai’, una composición a medio camino del groove y hard-psych. El LP se completa con una detallada hoja en la que se incluye información valiosísima sobre todos los grupos incluidos en el mismo. La portada merece una mención aparte. Es un maravilloso collage de cajas de cerillas de boites y «discotheques», una muestra perfecta del pop-art cotidiano de la época. No sabemos si habrá un segundo volumen que recopile gemas como estas del pop español, pero sería muy deseable.
ÀLEX ORÓ.


Anterior entrega de Rockola.

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