Wilco
The album
NONESUCH/WARNER
Se agarra el compacto, se ve el título y se piensa antes de escuchar que poco se lo han currado estos chicos de Wilco para titular. The album. El disco. Así de sencillo. Pero resulta que tiene su lógica y, según las circunstancias, la sencillez es un grado.
La banda que firmó Yankee Hotel Foxrot y A Ghost is Born, esos trabajos que tuvieron cierta semilla en el recientemente fallecido Jay Bennet e hicieron avanzar el rock de raíces norteamericanas hacia experimentos trascendentales, de fragilidad y distorsión, con fantasmas y atmósferas personalísimas, que combatían las depresiones de Jeff Tweedy con incursiones que rompían moldes, la misma banda, decíamos, abraza ahora la sencillez.
Ya lo apuntaron con el anterior, Blue Sky Blue. ¿Convencen? Más que eso. Es su verdadera cualidad. Un grado que tienen de origen. Los giros rupturistas, ejecutados a la perfección en directo, han sido el salto que les colocó en otra liga, adorada por la masa indie, tan sujeta a lo que fluctúa, y que alejó a los más puristas. Pero, desde ese primer AM, Wilco realmente siempre fue una banda de marcadas señas de identidad, maravillosos genes sencillos de rock afincado en la melodía y el brillo. Ese gusto por Big Star, Byrds y Beatles.
Este disco es la última prueba de ello. Temas como “Wilco (The song)”, “You and I” o “Sonny Feeling” muestran a las claras que la dulzura y tempo pop siempre tienen donde encontrarse. Y un rayo de sol al más puro estilo de George Harrison recorre “You never know”, tal vez el corte más redondo del álbum con ese órgano y estribillo pegadizo. Hay momentos de un barroquismo tipo Zombies en “Deeper down” o a lo Nick Drake en “Solitarie”. Y aún hay tiempo para una pista del tamaño compositivo de “I’ll fight”. Interpretación vocal aplastante. Ligereza sonora bellísima. Sencillez soberana. Tom Petty lo firmaría.
No se trata de situar por encima del bien y el mal, ni de dar más portadas al que llaman el grupo del siglo XXI, pero sí de decir que Jeff Tweedy, Wilco, es muy, muy bueno.
FERNANDO NAVARRO.
Laura More
On time
EL BRUJO
El disco de debut de la murciana Laura More no cae en los típicos errores del primer trabajo. La producción de Alberto Belando es enorme (¡qué bien suena!), la mezcla es sencillamente soberbia y las canciones están condensadas en el caldo de cultivo adecuado. More se mueve en la liga de las féminas alternativas de ascendencia anglosajona, un poco de música de raíces norteamericana por aquí, falta de complejos, reminiscencias de Amos, Williams o Harvey en búsqueda del perfeccionamiento de un estilo propio que ya tiene. Canta en inglés (¡ay, el castellano!) y aún así el producto final convence. Su voz es cálida, la instrumentación recia y sus canciones luminosas (incluso cuando suena melancólica), en consonancia con la bonita presentación del álbum (ya podían aprender muchas multinacionales).
No hay más que escuchar “Never more” para darse cuenta de que esta mujer se toma muy en serio su carrera musical, con esfuerzo y tesón. Se aprecia que On time es un trabajo realizado con cariño (muy buenos arreglos), lleno de detalles. More podría ser una nueva referencia de la que disfrutar para aquellos que siguen el desarrollo del pop femenino con interés, en busca de nuevas propuesta que beban de las influencias deseadas pero con carácter propio.
Por ahora, sólo se comercializa desde su Myspace.
JUANJO ORDÁS.
Justin Adams & Juldeh Camara
Tell do lies
REAL WORD/RESISTENCIA
Justin Adams fue componente de los Invaders of the Heart de Jah Wobble. Pero desde hace ya bastantes años se le ha visto transitando por el Occidente africano y participando en todos los festivales que ha podido en compañía de amigos como Robert Plant o John Paul Jones. En otras palabras, es un “toubab”, nombre dado allí a los blancos que se adentran en su territorio. ¡Y vaya si se ha adentrado! En compañía del gambiano Juldeh Camara, Adams lleva con este dos trabajos compartiendo con él esta rotunda inmersión en la hechizante magia de los griots.
A la pureza de la fusión que los dos realizan hay que sumar la poca dificultad que entraña a un rockero como él acudir a la fuente primigenia del blues. Si con el cantante de Led Zeppelin ya estuvo muy vivo tratando de repatriar a Robert Johnson, Bo Diddley, Muddy Waters y John Lee Hooker, aquí ya los tiene en casa y trabajando para él en esta reelaboración del blues desde el punto de vista de su origen africano (un título como “Fulani coochie man” lo dice todo al respecto). Claro que él no es griot y cuando canta, la cosa preserva buena parte de la gracia que tenían The Clash cuando sacaban billete para alguna parte (como en “Kele kele, no passport no visa”). Y cuando lo hace Camara siguiendo el cánon africano de llamada-respuesta –y con la maravillosa voz de Mim Suleiman de “back up”–, no hay mucho que envidiarle al gran Salif Keita de esos elaboradísimos últimos trabajos suyos. Un apunte más de concienzudo “bluesman”: el partido que Juldeh Camara le saca al “ritti” (violín africano de una sola cuerda) es el mismo que tendría una armónica en un buen blues del Mississippi. Exactamente.
GERNOT DUDDA.
Linda Mirada
China es otra cultura
LA COOPERATIVA
La señorita Linda Mirada era un personaje de Barrio Sésamo especializado en entrevistas estrambóticas. Era un personaje que tenía un halo de inocencia naïf como lo tienen también las nueve canciones de este CD de debut. Es un disco de pop que aúna influencias de bandas del indie británico de los ochenta (Marine Girls, Would be Goods…), los grupos femeninos de la era de la movida (Rubi, Las Chinas….) el tecno de Yazoo y la Human League y la magia de bandas de los sesenta como The Zombies, Left Banke, The Hollies, Buffalo Springfield o The Beatles. Es decir, un gran cóctel de sonidos añejos que al mezclarse y agitarse todos a la vez dan como resultado un sonido totalmente contemporáneo en forma de pop electrónico que encantará a los seres analógicas como el que suscribe estas líneas.
China es otra cultura ha sido producido por Bart Davenport (los analógicos lo recordaran por su paso por The Loved Ones), Monte Vallier y la propia Linda Mirada. Tiene como gran baza la sencillez y el ingenio de unas letras hilvanadas de historias cotidianas, de pequeños relatos sobre las relaciones humanas (“Tokio”, “San Valentín”…) envueltas en un celofán sonoro que las endulza sin empalagar, pura repostería minimalista.
Un excelente disco que puede ser la banda sonora ideal de este verano que justo acaba de comenzar.
ÀLEX ORÓ.
Bigott
Fin
GRABACIONES EN EL MAR
El pop independiente ha sido siempre en nuestro país una fértil cantera de talentos que no llegan, de bellezas escondidas. Como en una liga que tuviese equipos de segunda con más nervio y voluntad estética que los de primera, en España abundan las canciones que no alcanzan los puestos de cabeza pero que encandilan a quienes las escuchan. Pigmy, Airbag, Espanto o Parade son gestores de grandísimas sensaciones vestidas como música. A esta lista se han añadido desde hace tres años y tres discos los aragoneses Bigott.
Bigott es casi un heterónimo de Borja Laudo, del productor Paco Loco, de los compinches del grupo –entre lo mejor de la aristocracia zaragozana– y de su musa y compañera Clara Carnicer. A ella está dedicada la preciosa “Oh Clarín”, colocada conscientemente al final del escaso minutaje de un disco que va creciendo conforme transcurre. Justo después de “The party”, una pequeña nebulosa sesentera, graciosa y leve en unas canciones que piden resolverse en miniaturas y a dos pasos de “Algora campeón”, inconmensurable ejemplo de melodía perfecta con leves dejes de valsecito country. El Elvis de Las Vegas se la hubiera apropiado y hubiera respetado el soberbio coro.
Porque esto es tónica en el disco, la exaltación del estándar, de la canción medida por el clasicismo, pero a la vez deformada sin destruirla por dosis de locura. Ejemplo es ese “New York Seveille” que tanto puede ser Lou Reed como Chris Isaak frente a un “Kinky merengue” con la guitarra de un país imaginario, tambores de cómic y la Incredible String Band en el horizonte.
Juego, esa es la palabra. El disco es un soberbio y gratificante juego en el que las canciones se titulan a lo bruto –“Afrodita Carambolo” podría ser un personaje de la escuela Bruguera y un desecho del álbum blanco de los Beatles– o beben de esa retranca aragonesa que titula “She is my man” a una delicia folk con coros sacados de “El río”. Un bonito juego, sí, en el que Biggot, canción a canción, nos acaba ganando.
CÉSAR PRIETO.
Blur
Midlife: a begginers guide to Blur
EMI
Blur es uno de esos grupos que se ajustan perfectamente a la ley del recopilatorio. No grabaron jamás ningún trabajo meritorio en su integridad pero han amasaron tal cantidad de hits pop que, recogidos en este Midlife: a begginers guide to Blur, cumplen con la divina misión de entretener con calidad. No, ni siquiera el en su día muy celebrado The great escape era una obra redonda, aunque siempre pudiera salvarse la mitad de los temas incluidos en sus discos, siendo al menos un par de ellos verdaderas bombas. Precisamente uno de los puntos destacables del grupo inglés era (es) que pese a no dar con colecciones sobresalientes y al margen de los singles incontestables, también lograron hacerse con un reducido elenco de temas que no reventaron las listas pero que iban con fortuna mucho más allá de la comercialidad.
Midlife: a begginers guide to Blur recoge lo esperado (“Beetlebum”, “Girls and boys”, “Tender”, la explotada “Song 2”, la excepcional “The universal”) aunque también hace hueco a joyas que pasaron desapercibidas para el gran público. Canciones como la gloriosa “Death of a party” ayudaron a situar a la banda en cordenadas más profundas que inmediatas, por lo que nos encontramos con una recopilación más que un grandes éxitos de la banda es un recorrido completo a lo largo de su trayectoria, haciendo parada en esos lugares que bien merecen volver a visitarse (o visitar por primera vez). Es cierto que por el camino se han dejado dos de sus singles más potentes (“Charmless man”, “Country house”), pero el contenido no baja del notable, lleno de temas irresistibles. Sin duda, estamos ante la mejor forma de introducirse en el cancionero de una banda capaz de clavar canciones en el cerebro con una facilidad inusitada.
JUANJO ORDÁS.