Jane Birkin
Enfants d’hiver
EMI
Siempre habíamos creído que no era más que un crisol que depuraba las palabras de otros hasta hacerlas salir de sus labios como limaduras de oro. Pero resulta que no, que esa voz tan inconsistente y frágil como su figura, tan hermosa como su figura, guardaba dentro un taller de alquimista. Y que ella misma se iba construyendo sus propias letras a lo largo, confiesa, de los últimos siete años. Así es que ha acabado rellenando un cesto de intimidad, experiencias y ternura.
Y una vez purificado el metal de las palabras, lo ha confiado al taller de forja melódica de Edith Fambuena y otros compositores. Las músicas, correctas, en algunas ocasiones sobresalientes, y quizás lleguen a alcanzar la emoción de las palabras en algún tramo, pero es que las letras no decaen, son un diluvio de imágenes instintivas, desangeladas, tristes, fieras, con dos nexos conductores: su infancia y las esperanzas de una mujer de 62 años. Y ahora entendemos esa voz. No podía ser que cantara con tanta vida quien no la hubiera tenido.
Los destellos de esos recuerdos resultan incoherentes en las imágenes pero cohesionados en el mismo sentimiento. Un sentimiento que alcanza cimas con “Enfants d’hiver”, una tierna elegía sobre la infancia, y sobre todo en “La boîte”, intensamente naíf desde el inicio a lo “Sunday morning” de la Velvet hasta esa melodía casi hablada pero llena de matices. Cuando musita “embrasse-moi, papa” quien está cantando es la misma desolación.
El escalpelo que abre el alma de la madurez está bellamente representado en “Prends cette main”. La mecánica científica del vals, un cello que encoje el alma y esa voz que se rompe al subir construyen una canción al mismo tiempo firme y balbuceante.
También en el disco gotean amenazas de muerte. En ese “Pourquoi” –voz, piano y una dulzura que lo impregna todo, dedicada a un amigo que estuvo a punto de morir– y sobre todo “Aung San Suu Kyi”, homenaje a la opositora birmana de la que Jane se ha convertido en adalid. Una tonada épica y oriental escrita en inglés.
Quedan historias y falta espacio. Alguna canción ligera y casi adolescente, alguna eléctrica y oscura como el Lou Reed de los 70. Pero no es lo importante, lo importante es el recuerdo. Como apunta ella en una entrevista, “recuerdos magníficos, seguramente porque son inverificables”.
CÉSAR PRIETO.
Guns N’ Roses
Chinese democracy
GEFFEN
Quizá entre los sectores más esnobistas de la crítica musical no sea de recibo decirlo, pero vamos a ser justos: Chinese democracy es un trabajo de matrícula de honor. Igualmente, las facciones clásicas de las hordas del rock duro también tratarán de golpear fuerte un trabajo ecléctico y maduro, situado bastante más allá de las coordenadas de los garitos de fin de semana. En cualquiera de los casos, Axl Rose se erige como triunfador ante cualquier embestida talibán y ante la coyuntura temporal: la espera bien ha merecido la pena.
Quizá la purga a lo Stalin a la que sometió a su ex banda (despido de todos sus componentes) y la reestructuración en torno a su dictatorial figura eran la única forma de sacar adelante un trabajo titánico, un gigantesco monstruo de Frankenstein que le devuelve la mirada con orgullo y fuerza al mundo que le observa. La magnificencia es una virtud cuando hablamos de una colección de canciones que replantean las bases del rock moderno, que conjugan guitarras, teclados y una perfección vocal a cargo de Rose con tino y brío. Matices inundan canciones sobredimensionadas, con capas de sonido que se yuxtaponen incluso en los temas más directos, entre guiños a Led Zeppelin y The Beatles, entre miradas de reojo al pasado y fijación con un futuro que es suyo.
La ristra de productores es larga, aunque haya sido el propio Rose con la ayuda del ingeniero Caram Constanzo quien se haya hecho cargo de aglutinar el sonido bajo unas pautas paradigmáticas y novedosas. Así mismo, son unos cuantos los músicos que han dejado una parte su impronta en el sonido del álbum, desde el huido Buckethead (quien aun así aparece como miembro fundamental en el disco) hasta el soberbio Robin Finck o el indispensable Tommy Stinson (mano derecha de Axl). Todo por un trabajo en el que la variedad musical es constante, desde canciones de metal industrial, hasta punk rock moderno pasando por preciosas baladas, medios tiempos melancólicos, épica y rock duro.
No es el disco de rock del año. Es el disco del siglo.
JUAN JOSÉ ORDÁS FERNÁNDEZ.
Eva Cassidy
Somewhere
BLIX STREET/RESISTENCIA
Eva Cassidy murió prematuramente a los 33 años en noviembre de 1996 sin saber lo que era el éxito o las ventas millonarias. Y cuando éstos llegaron, ya era demasiado tarde para ella. Mientras vivió nunca se preocupó de proyectar una imagen, y menos aún la de la típica folk singer tradicional. Abarcó mucho, logrando transmitir en todas sus grabaciones una cultura musical muy avanzada en torno al blues, el soul, el jazz, el gospel o el cancionero tradicional norteamericano o inglés (¡incluso!). Precisamente este trabajo responde por esta variedad, la de una mujer que siempre tuvo “ese algo” necesario para transmitir emociones y que tanto puede llegar a ofrecer interpretaciones de gran pureza folk (“Coat of many colours”, “My love is like a red, red rose”, “If I give my heart”) como que se enchufa con energía y exultancia a los clásicos del soul (“Ain’t doin’ too bad”, “Chain of fools”), sin descolgarse de las grandes Ella Fitzgerald o Peggy Lee, dos de sus favoritas. Así de eclécticas eran de hecho las múltiples apariciones y grabaciones en directo que llegó a realizar (y que seguimos disfrutando en incesante goteo), pero nunca este aspecto había sido tan manifiestamente plasmado en una obra de estudio como hasta ahora. Las grabaciones son todas inéditas y provienen de su selecto entorno musical. Especialmente de Chris Biondo, su ingeniero de sonido y confidente, que ha seguido a rajatabla sus propios deseos a la hora de introducir arreglos.
A Eva Cassidy es fácil considerarla como una gran cantante con conocimientos profundos y aspiraciones naturales, pero hay que ver también cómo toca la acústica, con qué energía y claridad, en el tradicional “A bold young farmer”, por ejemplo.
GERNOT DUDDA.
The Chesterfield Kings
Psychedelic sunrise
WICKED COOL/LOCOMOTIVE
Dice el refrán que nunca es tarde si la dicha es buena. Por eso, a pesar de que el último disco de los Chesterfield Kings ya lleva unos meses en el mercado, merece la pena comentarlo en este espacio.
Para quien no conozca a los Chesterfield Kings (CK) ahí van un par de datos que les pueden ser de utilidad. La banda inició su trayectoria a finales de los setenta en medio de la eclosión del punk y la new wave norteamericana. Pronto marcaron paquete y se dejaron llevar por sus influencias de los sesenta (Stones, Who, psicodelia…). A partir de ese momento fueron considerados como los pioneros del rock de garaje de los ochenta. Sus dos primeros discos, Here are The Chsterfield Kings y Stop, son de lo mejorcito del género. A partir de ese momento, los CK, liderados por su cantante Greg Prevost, han repetido, con más o menos fortuna y con muy pocos cambios, esta fórmula sonora que tan buen resultado les dio en los inicios de su carrera.
Psychedelic sunrise no es una excepción. La influencia de los Stones continúa siendo omnipresente, aunque en esta ocasión los CK se acercan más a la etapa de Their satanic majesty’s request. ¿Es un mal disco? No, ni mucho menos. Es un disco de los CK sin trampa ni cartón. Por tanto encontramos “nuggets” psicodélicos de ejecución impecable como “Elevators ride”, brutales manuales de utilización del pedal fuzz como «Outtasite!», lisérgicos arreglos de cuerda en “Incide looking out”, o mensaje pacifistas en “Rise and fall”. Todo ello gracias a una detallista producción que contribuye poderosamente a recrear una época, los sesenta, que continúa (y continuará) dando, jugo y juego musical durante mucho tiempo.
ÀLEX ORÓ.
Catpeople
What’s the time Mr. Wolf
PIAS
Catpeople se sitúan en unas coordenadas bastante definidas, en un cruce de caminos entre Joy Division y New Order, la posterior evolución de éstos con cadáver por el camino incluido. Una mezcolanza de dos mundos, el punto al que el grupo de Ian Curtis podría haber llegado si éste no hubiese muerto, el sonido que podrían haber optado New Order si no se les hubiera ido tanto la mano con teclados y sintetizadores. Influencias marcadas, desde luego. ¿Es esto un inconveniente a la hora de aproximarse a esta banda gallega? En absoluto. La producción pulida ya te gana desde la primera escucha, las canciones oscuras no caen en la vacua trascendencia y se disfrutan bastante. De hecho, se disfrutan tanto que es fácil rasgarse las vestiduras pensando en lo que podrían ser si se decidieran a dar el salto al castellano. La pronunciación vocal es impecable, así que derribando prejuicios es justo admitir que Catpeople son una muy buena banda. ¿Podrán ellos también socavar sus propios dejes y abrirse a su lengua madre? En cualquiera de los casos, What’s the time Mr. Wolf se erige como fecunda opción para veladas de dramatismo oscuro.
JUAN JOSÉ ORDÁS FERNÁNDEZ.
The Botticellis
Old home movies
ANTENNA FARM/LOCOMOTIVE
Producción analogica y el surf tardío de los Beach Boys de finales de los sesenta son los dos pilares en los que se sustenta Old home movies, el álbum de debut de The Botticellis. Las canciones de este disco se caracterizan por desprender una afortunada sensación de paz. Son composiciones para escuchar en una idílica tarde soleada con un grupo de amigos.
El alma del grupo es Alexi Glickman, cantante, guitarrista y compositor. Glickman ha sabido construir un muy elaborado entramado sonoro con una dulce voz que puede recordar por momentos a la de Brian Wilson, trucos de producción a lo Phil Spector, sonidos de la Costa Oeste y hasta power-pop en temas como “Uo against the glass” o “The reviewer”.
En Old home movies encontramos también baladas como la azucarada y enternecedora “Who are you now”. La suma de todo ello es una deliciosa rodaja de calido y dulce pop independiente que esperemos que tenga continuación, aunque nos tememos que habrá que esperar. The Botticellis han tardado cuatro años en grabar este disco, un tiempo que, ahora mismo, nos parece una eternidad.
ÀLEX ORÓ.
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RECOPILATORIOS
Varios
50 años de bossa nova
UNIVERSAL
Un hecho concreto de agosto de 1958 –la llegada a tiendas de aquel famoso disco de Joao Gilberto con dos piezas de Vinicius de Moraes y Tom Jobim (“Chega de saudade” y “Bim bom”)– sirve de punto de partida a esta historia de 50 años de la bossa nova. El objetivo es mucho más amplio, porque permite dar a conocer de paso el muy jugoso catálogo de los sellos de Universal –Verve, Polydor y A&M, especialmente–, relacionados con este género maravilloso, sensual y sofisticado, que nació de aquella otra manera de sincopar la samba. Algo que manejaron incluso músicos de jazz como Quincy Jones, Stan Getz, Bill Evans o Charlie Byrd, a los que nadie podía recriminar que no fueran brasileños.
Este doble CD, de cuya selección se ha encargado Gabriel Domínguez (ejecutivo de la compañía), ahonda en lo presentado en otras recopilaciones, centrándose especialmente en la línea histórica de los grandes creadores e intérpretes (Jobim, Toquinho, Vinicius, Astrud Gilberto, Jorge Ben, Elis Regina, Sergio Mendes…), tan mágicamente unidos a las grandes canciones (“Mas, que nada!”, “Ela é carioca”, “Desafinado”, “Tristeza”, “Corcovado”, “A felicidade”…). Por supuesto los más iniciados pueden también descubrir entre líneas sorpresas interesantes: los exquisitos Tamba Trio, el suntuoso duduá de Os Cariocas, divas como Doris Monteiro, Sylvia Telles o Nana Caymmi, bien adictas a la delicadeza y a los violines. Es detalle de agradecer poder encontrar, dentro del libreto, una interesante cronología sobre el fenómeno (que hubiera colmado ya del todo nuestras necesidades con la incorporación de fichas específicas para cada canción).
En fin, una selección tan redonda como el balón que rueda por Maracaná y con esa agradable sensación que se obtiene cuando no se hace necesario dudar de la categoría del material presentado.
GERNOT DUDDA.
Para consultar el Rockola de la semana pasada, pincha aquí.