Ana Salazar
Claros del alma
LA NOTA/UNIVERSAL
Como para recordar de donde viene, Ana Salazar abre este nuevo álbum con la versión de «Más azul que tus ojos», un tema de Edith Piaf, a quien consagró enteramente su anterior trabajo. Pero no es el único punto de encuentro con aquel disco: los tratamientos musicales, una suerte de jazz coloreado con matices flamencos, también beben de allí. Y se agradece esta continuación, con Guillermo McGill en la producción, en la que la voz de Ana, con acento andaluz y ecos flamencos, se mueve con enorme soltura. Pero, aviso para navegantes, este no es un disco de flamenco, para nada. Aquí se trata de introducir acentos o ritmos del sur que subrayan un proyecto de fusión que gira alrededor del jazz y el pop. Así se desarrolla un trabajo muy hermoso, pensado para degustar los cuidadísimos arreglos y una voz, la de Ana Salazar, que huye de la filigrana y prefiere jugar a la distancia corta, allí donde campa la emoción, la calidez y la expresividad.
De este modo, surgen canciones que hablan esencialmente de «Las simples cosas», que se adentran en la vida cotidiana, que se mueven en la calle y festejan los grandes o pequeños sentimientos. Con una Salazar que hace propias canciones ajenas, en algunos casos logrando momentos sublimes: «Alucinación» (una pieza de autoría cubana que se transforma en una de las mejores muestras de rock andaluz, escuela Triana, escuchadas en mucho tiempo), «Dame tu boca» (versos de Mari Pau Domínguez y música de Javier Ruibal) o la versión de la copla «Pena, penita, pena», una relectura cargada de buen hacer. Pero también hay hueco para perlas firmadas por McGill y Salazar como la delicada «Andrés y el mar» (interpretada únicamente a piano y voz) y la intensa «Conclusión». En resumen, una obra plenamente contemporánea pero ajena al tiempo y a las soluciones convencionales. Seguro que los años le sientan francamente bien, como a los buenos vinos.
JUAN PUCHADES.
Bebo Valdés & Javier Colina
Live at the Village Vanguard
SONY/BMG
Este escribiente quiso arrimarse a la archirrenombrada escena neoyorkina de jazz cuando el pasado año pasó sus días y sus noches en la Gran Manzana. Para el que no lo sepa, lo del jazz en Nueva York no es un mito. Allí, das una patada y te salen decenas y decenas de conciertos todas las semanas. Pero, realmente, la variedad no es sinónimo de calidad. Con más pena que gloria se comprueba que muchos conciertos de jazz en pleno Manhattan son anodinos, tan culinarios como una Big Mac en una noche de fin de semana, sólo pensados para el negocio turista, o, en detrimento, elaborados como actuaciones esnobs que desvirtúan el sentimiento de este arte. Y, escuchando el recién publicado Live at the Village Vanguard de Bebo Valdés y Javier Colina, qué hubiera dado servidor por coincidir cuando en una noche de 2005 ambos tocaron en una de las legendarias parroquias del jazz de Nueva York.
Grabado en directo y producido por Nat Chediak y Fernando Trueba, el disco es un compendio de la maestría de Bebo Valdés, que destila su sensibilidad y experiencia con el único y estupendo acompañamiento de Javier Colina, compinche inseparable del viejo Bebo en los últimos años. Catorce composiciones templadas a fuego lento que invitan a respirar aires de gran jazz, propio de la mejor velada neoyorquina y natural en dos personalidades musicales que entienden este género como la única manera de expresarse.
A sus 89 años, Bebo Valdés aún es el mejor representante de la pianística latina, dando buena cuenta de ello cuando con las teclas interpreta boleros intemporales como “Sabor a mí”, “Si te contara” o “Aquellos ojos verdes”. Lo mismo sucede cuando se anima con sus propias composiciones, tales como “Ritmando el cha-cha-cha” o “Bebo’s blues”, o con los clásicos que vienen en versiones de “Andalucía” y “Siboney” de Ernesto Lecuona y, cerrando el álbum, la pieza “Waltz for Debby” de Bill Evans, quien la grabó en el mismo escenario en 1961.
De principio a fin, un disco, el primero de Bebo Valdés en vivo, que acude repleto de gracia a inmortalizar una gran noche, sólo propia de la discografía de un “gran reserva” del jazz de todos los tiempos.
FERNANDO NAVARRO.
Ben Lee
Ripe
NEW WEST/DOCK
¡Cuánto podrían ganar nuestras míseras radiofórmulas de cada día si se aprovechasen de las cualidades adhesivas de la música de Ben Lee! Otro gallo nos cantaría, pero en ese caso, este mundo no sería el que es. La primera frase que se repite en este Ripe es “sé que el cielo es lo que hace que el océano sea azul” (en la inicial “Love me like the world was ending”), y no puede haber declaración de intenciones más clara y diáfana acerca del tono jovial, luminoso y con su pizca de sana ingenuidad de estos doce temas, una lógica continuación del notable Awake is the new sleep (05). Produce John Alagia (Ben Folds Five o Dave Matthews Band), y colaboran Benmont Tench (de los Heartbreakers de Tom Petty), Benji Madden (Good Charlotte) y sobre todo, la voz de Mandy Moore, en esa “Birds and bees” que se perfila como uno de los puntos álgidos del álbum. Esto es, una vez más, pop norteamericano de efecto inmediato, sin aditivos ni conservantes, preparado para sanear los oídos desde la primera escucha. Ni más ni menos. No es poco.
CARLOS PÉREZ DE ZIRIZA.
Luciana Souza
The new bossa nova
VERVE/UNIVERSAL MUSIC
Digamos que la mención a la bossa nova es una simple excusa para atenuar luces y predisponer al afortunado oyente a “la escucha silenciosa” (así lo llama ella). A cambio de aceptar la licencia, este primer trabajo que hace para Verve nos depara un repertorio de lo más escogido de entre ese milagro musical que grandes “songwriters”, en su mayoría (emplear aquí la palabra “cantautor” no es lo mismo), supieron tejer en los 60, 70 y 80, a buen recaudo de modas y corrientes principales. La exhibición de buen gusto comienza con el “Down to you” de Joni Mitchell, cuya bella y prístina voz trata incluso Luciana de mantener a lo largo de todo el álbum (no en vano su marido, Larry Klein, productor de este disco, lo fue también de muchos discos de la canadiense). Le sigue una versión de un tema de James Taylor jamás versionado, “Never die young”, cantado a dúo precisamente con su autor. Hay espacio para un Leonard Cohen (“Here it is”) y un Elliott Smith (“Satellite”). Para un Randy Newman (“Living without you”) y un Michael McDonald (“I can let go now”). Para unos Beach Boys (“God only knows”) y un Antonio Carlos Jobim (“Waters of march”). Y espacio también para más triquiñuelas de Klein que harán las delicias de los fans de Steely Dan: es curioso que una versión de Sting, “When we dance”, incluya el leit motiv del famoso “FM”. O que otro tema, “Were you blind that day”, haga lo propio con otro motivo sonoro de otra pieza de Steely Dan, “Third World man”. Ésta está firmada por Fagen/Becker, pero a quien suscribe no le consta que en su repertorio haya alguna canción con el nombre “Were you blind that day”. Ojeando la letra, resulta que contiene elementos líricos citados en la mencionada “Third World man”. ¿Alguien lo entiende? Los textos de Steely Dan siempre han sido de lo más crípticos, pero el misterio aquí es insondable. Acaso el Dr. Lapuente…
GERNOT DUDDA.
Nacho Vegas y Christina Rosenvinge
Verano Fatal
LIMBO STARR
El buen momento que atraviesa Nacho Vegas hacía presagiar un excelente trabajo, y es que a estas alturas de su carrera musical da igual a quién pongamos a su lado, llámese Enrique Bunbury o llámese Christina Rosenvinge, pues si el asturiano está de por medio las buenas canciones están aseguradas. Y la melancolía también.
Aquel lejano pero soberbio El tiempo de las cerezas, junto al siempre inspirado Enrique Bunbury, le ayudó a darse a conocer de cara al sector más “mainstream” y quizá por eso le haya resultado interesante acometer un proyecto al lado de Christina Rosenvinge, también talentosa pero muy alejada de las ventas millonarias.
En cualquiera de los casos, este Verano fatal de Vegas y Rosenvinge ha resultado ser lo que se esperaba de ambos, un EP conformado por siete temas redondos y para todos los gustos. Los habrá que disfruten con la típicamente Vegas “Me he perdido”, habrá quienes queden gratamente impresionados por las dotes interpretativas de Rosenvinge en “Humo” y la nana “No lloro por ti”, pero la mayoría caerá presa del encanto del tema que da título al CD, “Verano fatal”, la estrella de la colección, de oscura cadencia y perfecta combinación entre las dos voces principales.
Pero lo fundamental no son las grandes canciones que encierra, sino lo adictivo que se vuelve según pasan las escuchas. Un buen trabajo, sin duda alguna merecedor de una continuación.
JUAN JOSÉ ORDÁS FERNÁNDEZ.
Pigmy
Miniaturas
JUNK RECORDS
Mucho me temo que el disco de Pigmy caerá dentro del saco de los malditos, de aquellos que dentro de pocos años alguien rescatará y servirán como excusa para lamentar la pobre sensibilidad del consumidor de nuestros días. Entretanto, Vicente Maciá acaba de firmar algunas de las mejores canciones españolas del último lustro. Líder de los malogrados Carrots, vuelca en este proyecto personal obsesiones que se encarnan en once piezas de extraña elegancia.
Su primera virtud es recoger una herencia de pop hispano que ya nadie requiere. Aquella desgana chulesca de Rodrigo García –presente en cada fraseo–, esos arreglos de jazz o de psicodelia tomados como juego por Vainica Doble, ese tono menor de los grupos de chicas del norte…
Su segunda virtud es convertir esas fuentes en el sustento de un mundo personal. Un mundo en que el paso del tiempo o la precisión del recuerdo infantil resultan dolorosos e insólitos. Y la única solución consiste en potenciar ese aire ingenuo. Ahí está la crueldad bucólica de “Lantana”, esa pequeña maravilla que es “Monitor de esquí” o el vals triste y fugaz de “Válsamo”. Canciones campestres y delicadas. Ésta es la tercera virtud, que esta sutil afirmación folk resulta frágil como un recuerdo. Pero ya sabemos que lo más frágil es, a veces, lo más profundo, lo más real.
CÉSAR PRIETO.
Chuck Prophet
Soap & water
NEW WEST
Cuando el Nuevo Rock Americano de mitad de los ochenta tenía bandas como Long Ryders, Dream Syndicate, Blasters o los primeros REM, este hombre llamado Chuck Prophet punteaba la guitarra bajo las órdenes psicodélicas de Green On Red, otra buena formación representante de toda aquella ola de trepidante rock de raíces. De esos años, Chuck Prophet se guardó un bagaje a la altura de muy pocos que le ha permitido desarrollar una carrera en solitario más que respetable. Tras siete discos editados por su cuenta, el guitarrista de San Francisco vuelve con Soap & water, un trabajo grabado en Nashville que le consolida como un músico capaz de ajustarse a todas las influencias que adora y reproducir, casi punto por punto, lo mejor de algunas de las figuras más importantes de la historia del rock.
Pero Prophet no es ningún plagiador ni le faltan ideas, tan sólo que ahora, una vez más, le han podido sus tendencias clasicistas, tan versátiles, por otra parte, que se agradecen. Sucede así con canciones como la que da título al álbum, que recuerda al talante rock de los brillantes Stones de los setenta, o con “Naked Ray”, que se adentra en el legado más impresionista de Dylan. Por su parte, “Freckle” podría haber sido compuesta por Television. La voz de Prophet, que se asemeja a la de Tom Petty, produce cierto hipnotismo que permite que salgan airosos experimentos de base electrónica como “All over you” y elevan de grado temas como “A woman’s voice”, impulsada por una acertada sección coral. Aunque la balada “Would you love me”, cubierta al final de las voces corales de unos niños de iglesia, es la pista más emocionante en este aspecto.
FERNANDO NAVARRO.
Germán Díaz
Π (Música para manivelas)
PRODUCCIONES EFÍMERAS/GALILEO MUSIC
A Brian Eno y, sobre todo, a Ligeti, le encantarían saber que existe un disco llamado Música para manivelas. Y más todavía si supieran que está hecho básicamente con zanfona, ese fabuloso artilugio de creación medieval que suena como un violonchelo al que le estuvieran sacando las tripas, y otros instrumentos de manipulación mecánica, como el órgano de barbaria o la caja de música. Su creador, Germán Díaz, es uno de los 50 o 60 escasos zanfonistas que hay en España, y probablemente de los pocos que lo pueden hacer a nivel profesional. En su anterior álbum con Rao Trio (Sin título) demostró que hay un lenguaje jazzístico para la zanfona, con aquella maravillosa versión del “Libertango” de Piazzolla que debería estudiarse en todas las universidades. Ahora él solo acaba de registrar “Π” (o sea, Pi), en el que prosigue su cruzada de reivindicación de la zanfona como instrumento solista y no sólo de acompañamiento (por aquí no suenan bordones). También mantiene su excelente humor en la elección de los títulos y en la resolución de un acertadísimo diseño gráfico, tan envidiable como irrepetible. Como consecuencia lógica del manipulado mecánico, muchas piezas tienen un corte minimalista. Algunas sirven de ingenuos interludios a sus piezas más largas, de verdadera expresión improvisatoria. Dos de ellas son magníficas versiones de Richard Galliano (“Sertao”) y Anouar Brahem (“De tout ton coeur”). Una obra que hará enmudecer a los expertos pero podría asustar a los no iniciados. Difícil, ¡pero cuán necesario que a menudo se hagan discos así!
GERNOT DUDDA.
White Flame
American Rudeness
MUNSTER
Antes de empezar, una advertencia: no confundan a estos White Flame con una banda metálica finlandesa del mismo nombre y de dudosa ideología. Estos White Flame eran de New Haven, Connecticut, y me temo que allá por la segunda mitad de los setenta, debieron dar más miedo que sus homónimos fineses.
Los White Flame de Connecticut era una de esas bandas de protopunk macarra capaces de mezclar al Lou Reed de la etapa “todo por la vena”, Frank Zappa, los Stooges, MC5, Wayne County y los New York Dolls. Entre 1975 y 1978 grabaron los temas de American Rudeness, su único trabajo discográfico y del que sólo se editaron unas pocas copias que fueron distribuidas por la zona donde se movían Mark St. John y Rich Ricciuti, los dos motores de la banda. American Rudeness es uno de esos discos que transitan entre la genialidad y la locura. El tema que da título al CD hará las delicias de los fans de los primeros Burning o La Banda Trapera del Río pero no es el único que destaca en esta reedición de Munster. Hay rock de fuerte carga sexual (“Makumba love”), reggae bizarro (“Vacation in handcuffs”), country indescriptible (“The last cowboy”) y temas grabados al estilo del tío Lou (“Ailing dogs” y “Lew dude”). En definitiva, un disco que, a su manera, explica una época, un tiempo en el que los músicos caminaban sobre el filo de una navaja de afeitar y esta temeraria trayectoria vital se traducía en un repertorio no apto para mojigatos.
ÀLEX ORÓ.