Deolinda
Cançao ao lado
WORLD CONNECTION
Deolinda es desde hace unos tres meses la sensación en Portugal. Más o menos la misma situación que se vivió hace veinte años con Madredeus. Palabras mayores si pensamos que, en aspectos musicales, nuestros vecinos no tienen que envidiarnos prestigio o excelencia. Sobre todo en músicas que beben de la tradición, y Deolinda bebe de toda la tradición y se refresca en ella.
Parece mentira, al escuchar el disco, que únicamente tres instrumentistas den cuerpo a unas canciones cargadas de cromatismo, de constantes regalos en los arreglos, desinhibidas en su ligereza, densas en su melancolía. Pero escucha tras escucha se hace presente que en ocasiones es sólo una guitarra la que acompaña la desmesurada voz de Ana Bacalhau. Una voz que traga sentimientos, desbocada y pura, oceánica. Y estremece ver palpitar ahí toda la tradición ibérica, recuperar el tema de la mujer brava y cantar enfadada como nadie en “Fado Toninho” o elaborar la elegante fantasía de “Contado ninguem” acredita como si todo el orgullo femenino se volcase en la magnética canción.
Básicamente el disco sigue dos direcciones entre miles de detalles. A veces se vuelca en amoríos a los que se limpia la grasa del drama; la chica que se enamora del chico de la tuba en “Fon fon fon” y que le canta con la mayor alegría del mundo un pasacalles, o la brasileña que revoluciona una casa de fado a base de tropicalismo y forró. A veces las canciones se meten dentro de la piel a base de sencillez, conscientes de su escritura y sus sensaciones. Y permítanme la digresión, pero “Fado castigo” es la versión en el siglo XXI del “Sabor de barrio” de nuestro Gato Pérez, la misma tristeza y el mismo orgullo al defender la música popular. Esa música popular que cada vez más creo que es una, solamente.
Deslinda es un personaje inventado, la lisboeta que desde el balcón de su casa ve pasar la vida, las pequeñas tragedias, las sonrisas, las evocaciones y los deseos. Un personaje al que le presta cantar y escuchar el fado y al que la música es lo que mejor le hace comprender el mundo. Así dicen que han hecho el disco, y ojalá así vayan a resultar todos los que vengan porque la música en ellos afina la mirada y la sensibilidad.
CÉSAR PRIETO.
Luciana Souza
Tide
UNIVERSAL
El pensamiento de que la única estabilidad en la vida es la conformidad con el hecho de que no existe una completa estabilidad, le ha dado a la cantante brasileña muchos buenos quebraderos de cabeza en este disco. Su vida la llevó de Sao Paulo a Nueva York, luego a Boston, y ahora a Los Ángeles. Aparentemente otra historia de desarraigo más de un músico brasileño, que sabe arrancarle a la saudade sus mejores prendas creativas. Pero en el ajo también está su marido, el productor Larry Klein, que acaba de dejar a Madeleine Peyroux exactamente con las mismas dudas existenciales.
Tide es la segunda colaboración entre marido y mujer, y tras el genial The new bossa nova, donde Luciana puso el acento estilístico de la bossa-nova en piezas a priori ajenas a sus cálidas cadencias, aquí se pone mucho más seria, recuperando su vieja adicción por la poesía (adapta textos de e.e. cummings y Paulo Leminski). Y en ese sentido su voz y los propios arreglos de Larry Klein siguen siendo la mejor poesía. En la pieza que abre el disco, “Adeus America & eu quero um samba”, suena grande, muy grande, la guitarra de Romero Lubambo. Y grande es esa sombría pieza llamada “Once again”. Hay un tema de Paul Simon, la instrumental “Violet”. En “Our gilded home” se aprecian los ecos de su admirada Joni Mitchell. Y en “Fire and wood” los de sus apreciados Steely Dan, aunque no medie esta vez por aquí ninguna canción de Walter Becker. Tide es un trabajo soberbio en el que hay por supuesto mucho de Brasil, mucho de la vida.
GERNOT DUDDA.
The Sunday Drivers
The end of maiden trip
MUSHROOM PILLOW
¿Por qué usar un idioma extranjero para comunicarte si el castellano es tan rico? España poco tiene que ver con otros países europeos a ese nivel: Suecos y Finlandeses son prácticamente bilingües desde niños, por lo que cualquier banda angloparlante proveniente de dichas zonas geográficas tendrá, no solo una buena pronunciación, sino soltura con el idioma.
Los Sunday Drivers no tienen mucho que ver con aquellos grupos que se esfuerzan por cantar en inglés letras sonrojantes (especialmente cuando se traducen al castellano), pues al igual que los extintos mallorquines Sexy Sadie, dominan la citada lengua y su vocalista es capaz de expresarse con bastante agilidad.
El grupo toledano suena a Tom Petty (“Passing you by”, la lenta “Row”) y a los Byrds (“I”) por los cuatro costados, rock californiano, bien soleado, de amables melodías e instrumentación ligera aunque bien estudiada, sin estridencias pero con potencia pop (un buen ejemplo sería “Smile”). Buena combinación eléctrica y acústica para este The end of a maiden trip, un disco perfecto para el verano, para las noches, para los días, siempre en buena compañía.
JUANJO ORDÁS.
Lagrène/Luc
Summertime
DREYFUS JAZZ/KARONTE
Desde Duet (Dreyfus Jazz, 2000), estos dos ases franceses de la guitarra no habían vuelto a verse las caras en un trabajo a dos bandas. Bireli Lagrène lleva muchos años probando cosas y no sólo del entorno “gipsy” que le propicia ese toque a lo Django Reinhardt. Y Luc Sylvain, como buen vasco-francés, cuenta aparte con unos cuantos trabajos de arraigo en su propia tierra. Los dos, siendo tan diferentes, resuelven de forma común sus planteamientos ritmico-improvisatorios, y de una forma realmente deliciosa.
En Summertime vuelven a desplegar una riqueza infinita sobre las piezas que han elegido, temas intemporales del jazz (o no) sobre los que –gracias a ellos dos– todavía es posible encontrar rendijas ocultas. Y eso a pesar del minimalismo con que las afrontan. Pero es tal la sencillez, destreza y naturalidad de ambos, y tan radiantes sus sutilezas armónicas, que muchas de estas piezas logran salir del tópico en el que muchas veces las hemos metido, ya fuera justa o injustamente. De sobresaliente son sus lecturas de “So what” (Miles Davis) y “Spain” (Chick Corea), temas que nadie podría jamás presentar como candidatos para un diálogo a dos acústicas. Y sorprendentemente también, ese “Can’t take my eyes off you” de satinado recuerdo a disco-boite. “Wave” (Jobim) suena como si Baden Powell se hubiera doblado a sí mismo, lo que de por sí es redondear el círculo. Y “Summertime” (Gershwin) y “On the fourth of July” (James Taylor) suenan tiernas y bucólicas, pero sin sentimentalismos vanos ni cayendo nunca en uno de esos descafeinados muzaks para dentistas con sala de espera y ascensor. Todo un logro.
GERNOT DUDDA.
Chickenfoot
Chickenfoot
ABSOLUTE/EARMUSIC/EDEL
Tratándose de un nuevo supergrupo y con el nombre de bautismo, uno podría sospechar que bajo el homónimo debut de Chickenfoot se encuentra un pasatiempo de estrellas del rock duro. Cuando han transcurrido los dos primeros temas (“Avenida revolution” y “Soap on a rope”) es obligado aceptar que no estamos ante un producto, pues bien podrían haber iniciado el trabajo con algunos cortes más accesibles. Y es que el grupo formado por el virtuoso de la guitarrista Joe Satriani, el vocalista Sammy Hagar (ex Van Halen y también el rockero más hortera de la actualidad), el bajista Michael Anthony (ex Van Halen) y el batería Chad Smith (proveniente de los multimillonarios Red Hot Chili Peppers) parece tomarse muy en serio su proyecto grupal.
Así, una vez demostrado mediante los dos primeros cortes que la inmediatez no es su principal objetivo, es cuando se da el pistoletazo de salida a los cortes más comerciales, como “Oh yeah” y “My kinda girl”, que bien podrían ser las canciones del verano para los rockeros duros. En parte, Chickenfoot se basa en buenas melodías, que encuentran en la bonita y clásica voz de Hagar (con su característica armonía llena de fuerza) su mejor aliado, aunque gran parte del disco se articula en torno a muy buenos riffs por parte de un Satriani que demuestra que un buen jugador en equipo prestándose a la canción. Son las seis cuerdas del guitarrista las que juegan con efectivos riffs de segunda mano, típicos del rock americano de influencia bluesy pero muy bien ejecutados. También es fundamental reseñar la labor de Michael Anthony y su firme bajo, así como los parches de Chad Smith, un tipo que ya se encuentra en el Olimpo de los baterías con su mezcla de fuerza y técnica.
Un disco perfecto para el verano, para ciudades calientes y playas refrescantes.
JUANJO ORDÁS.
Dave Bixby / Harbinger
Ode to Quetzcoatl
Second Coming
GUERSSEN RECORDS
Drogas, música y años sesenta. Son tres conceptos que se asocian con facilidad cuando hablamos de creación sonora durante el siglo XX. Los estados alterados de la conciencia por el consumo de las más diversas sustancias estupefacientes se vinculan a casi todos los artistas de la llamada década prodigiosa. Desde Dylan a Pink Floyd pasando por The Beatles, Rolling Stones, Eric Clapton, Hendrix o Janis Joplin por citar sólo algunos de los artistas de más éxito y que tuvieron sus más y sus menos con el ácido, la marihuana, las pastillas o la heroína. Algunos se quedaron por el camino y otros supieron pasar página y seguir con su carrera.
Pero también hubo músicos a los que su experiencia con las drogas les hizo “ver la luz”. Es el caso de Dave Bixby, un artista vinculado a la escena folk de Michigan, que hizo sus primeros pinitos musicales al tiempo que ingería importantes cantidades de LSD. Según cuenta Bixby en la contraportada de Ode to Quetzacoatl (1969), las drogas “destrozaron” su vida y Dios le curó y le salvó. De tan profunda experiencia nacieron las doce canciones que integran este disco, que pretende comunicar su “experiencia religiosa”. Por eso el LP se abre con “Drug song”, un escalofriante relato personal. Las canciones están construidas de manera sencilla, son auténtico sonido Lo-fi. Fueron registradas “a pelo” con una grabadora casera de cuatro pistas y tan solo con guitarras acusticas y alguna flauta y harmónica. Con estos elementos tan pobres en apariencia, Bixby nos relata de forma intensa su tormentosa vida en temas como “666”, “Lonely Faces” o “Secret Forest”.
Lo cierto es que Bixby se debía encontrar en estado de gracia divina porque casi al mismo tiempo que componía las canciones de Ode to Quetzacoatl, escribió las de Second coming, que grabó en 1970 con el trío Harbinger. En esta ocasión el disco fue grabado en un estudio profesional. Tal vez por contar con el apoyo de otros músicos o por que en Ode to Quetzalcoatl, Bixby había tocado fondo, las letras de este segundo LP son algo más optimistas aunque persisten en las referencias cósmicas, psicodélicas y religiosas, con abundantes referencias a la Biblia. Las canciones también suenan intensas pero hay una que llama poderosamente la atención. Se trata de “Control”, con algunos parecidos asombrosos al “Space Oddity”, de David Bowie. ¿Casualidad o plagio? Y si es plagio… ¿de quien? Bixby era en esa época un hombre con un único objetivo: divulgar la palabra de Díos. ¿Alguien así estaba al tanto de quién era Bowie? Por otra parte, los discos de Bixby sólo se vendían en los conciertos que hacía en Michigan y Ohio, por lo que es poco probable que el autor de las aventuras del Major Tom pudiera conocer estos discos. Quién sabe…Lo importante es que estos dos LPs reeditados (en vinilo y CD) por Guerssen, por primera vez, son una magnífica oportunidad para acercarse, sin perjuicios, a la escena del folk-rock cristiano, una corriente muy popular en algunas zonas de Estados Unidos, donde la religión lo impregna casi todo.
ÀLEX ORÓ.