Leonard Cohen
Live in London
COLUMBIA/SONY BMG
El regreso del honorable Leonard Cohen a los escenarios fue una de las grandes noticias del año pasado. Tras más de quince años sin pisar tablas, el canadiense retomó la carretera para remediar el deplorable estado financiero en el que una huida amante había dejado sus arcas. Triste motivo, aunque feliz consecuencia para sus seguidores y para el propio anciano de 73 años, cómodo en el reencuentro con su audiencia.
Live in London recoge uno de los conciertos de ese tour de retorno, un doble disco que registra lo acontecido durante una noche en la citada ciudad inglesa. Al margen de las necesidades pecuniarias de Cohen, es evidente que este testimonio sonoro marca un punto álgido en la trayectoria del músico y poeta. Se trata de un repaso a una carrera de oro, con la ayuda de una banda competente pero, ante todo, con su personal voz como guía a través de un repertorio para el que la palabra emocionante se queda corta. ¿Divino? Sí, con todo lo terrenal que se pueda adherir al adjetivo. Las canciones de Cohen son sublimes y tras las grietas de su envejecida voz se tornan aún más impresionantes, insuperables.
Cohen, supremo sacerdote de la canción, capaz de unir cielo y barro en un verso, capaz de desvelar secretos universales en pocas notas, capaz de decir tanto con tan poco. Porque sí, las canciones están perfectamente vestidas por una banda más que competente, pero este señor podría cantar sus canciones con el más mínimo acompañamiento y seguirían funcionando a la perfección, como ya lo hicieron en sus primeras y desnudas obras. Respecto a esto, es curioso que gran parte del público relacione al canadiense con la áspera y grave voz que comenzó a exhibir hacia el final de la década de los ochenta, cuando la mayor parte de su obra (la que más clásicos guarda) está estructurada en torno a un tono vocal bastante distinto, aunque igualmente firme y carismático.
En cualquier caso, el regreso del mito a escena fue histórico y así queda reflejado en esta impecable colección, aunque tratándose de Cohen el repertorio podría haber sido radicalmente distinto y, aún así, haber resultado perfecto. Live in London no es solamente excepcional, es un necesario álbum fotográfico de una vida dedicada a la creación musical, la vida de un genio con la virtud de nadar en el alma del que le escuche.
Una leyenda viva, y que sea por muchos años más. A su salud, Señor Cohen.
JUAN JOSÉ ORDÁS FERNÁNDEZ.
Ben Lee
The rebirth of Venus
NEW WEST
Tras su éxito mundial con Catch my disease, Ben Lee parecía tener una difícil tarea: mantener el nivel compositivo y no estancarse en segundas partes. Y la producción de Brad Word, el mismo que lo hizo ser reconocido mundialmente, podía haber buscado ese mismo tono sin avanzar. Y sin embargo, siendo un disco descompensado, con alguna canción de regular calado, en la buena media docena que deslumbran se conjuga todo lo que el pop tiene de optimismo, de rebelión frente a la falta de espíritu, de consistencia en la luz. Su séptimo álbum y aún busca el juego y la juventud.
En este caso, tan central es el monográfico canto a la belleza femenina que sostiene los mensajes –ufff, en la springteeniana “Yoko Ono” no parece haber parodia– como el repasar las texturas que han hecho acogedora a la música popular. Si “Wath’s so bad” tiene tanto del Elvis Costello de la new wave como de los coros gospel, “Bad poetry” es puro soft soul, terciopelo y luces estroboscópicas, Philadelphia Sound atornillado por ese carraspeo de la voz. Y entre medias un single de estribillo demoledor, de entrada sublime y de fidelidad a unos principios presentes en el título: “I love pop music”, el Don McClean más inocente la hubiera adorado.
Hasta aquí, tres canciones perfectas. Pero con ellas nos quedamos cortos. Está la “joie de vivre” de “Surrender”, a punto de acabarse de vestir de power pop. O la sencilla balada que es “Rise up”, llena de placidez y ensoñación campestre. O el mismo folk que se viste con bases electrónicas protodisco hasta acabar siendo una canción de F.R. David en “Boy whit a Barbie”…
No es más que un repaso hecho con la entraña a lo que de hermoso tienen la mujer y los cincuenta años de pop que llevamos. Si sólo pudiera quedar un disco que dijese a las generaciones futuras qué es lo que vivimos, indudablemente sería éste.
CÉSAR PRIETO.
María Berasarte
Todas las horas son viejas
UNIVERSAL
Los portugueses están todavía que no se lo creen, pero la donostiarra María Berasarte ha logrado romper esa ley no escrita –pero sagrada– de que el fado sólo podía ser interpretado en portugués y por un portugués. Ella iba para el flamenco (reúne un puñado de grabaciones con Javier Limón, Niño Josele, Ara Malikian, José Luis Montón…), pero el fado se cruzó en su vida hasta el punto de dedicarle íntegramente su primera grabación discográfica como solista.
“Entendí que este homenaje al fado lo tenía que hacer con ellos y pidiendo permiso”, dice ella. “No a sus espaldas”. Contactó con José Peixoto, ex guitarrista de Madredeus, y pidió letras nuevas en castellano a Tiago Torres da Silva. Luego llegaron un contrabajista, Carlos Bica, y un acordeonista, Filipe Raposo, y María se llevó para allá a un uruguayo genial, Guillermo McGill, que le dio un aire muy cosmopolita y abierto a todas las baterías. Gran prueba de la satisfacción de los propios portugueses hacia Todas las horas son viejas está en que, una vez acabado el disco, el gran Carlos do Carmo no dejó de extenderse en elogios. El resultado es un trabajo sincero y desgarrador, con un repertorio que hace llorar de gusto y nos llena de saudade.
GERNOT DUDDA.
Eh!
36 de 48
BCORE
Un coche avanza, despacio, por una oscura y solitaria calle de una gran ciudad (norteamericana, posiblemente). El vehículo tuerce la esquina y recorre una tumultuosa avenida llena de toda clase de especimenes humanos. Los ocupantes del coche tienen algo que ocultar, seguro… Estas son las imágenes que sugiere al que suscribe “Esqueletos en el armario”, el tema que abre 36 de 48, el disco de debut de Eh!, el proyecto de música instrumental de Elías Egido, ex miembro de Standstill y E-150, en el que le acompañan Daniel Arrizabalaga (batería), Javier Díaz-Ena (Theremín, calimba y serrucho con arco), Rubén Martínez (guitarra) y Naiel Ibarrola (teclados).
36 de 48 incluye diez composiciones robustas, densas e incluso asfixiantes (no lo tomen como algo peyorativo, por favor) que podrían ser parte de películas de cualquier tipo de género. Se nutren de las influencias de clásicos en la composición de “scores” como Lalo Schifrin, Ennio Morricone, John Barry o Henry Mancini, aunque la propuesta de Elías Egido es, en algunos momentos, más experimental y arriesgada que la de los grandes maestros gracias a la presencia de los instrumentos “exóticos” como el theremín o el serrucho con arco. De momento, los temas incluidos en este CD son sólo bandas sonoras imaginarias pero no nos extrañaría que pronto fueran utilizadas por la industria cinematográfica.
ÀLEX ORÓ.
Blick Bassy
Léman
WORLD CONNECTION/RESISTENCIA
Blick Bassy es camerunés, como Richard Bona. Pero una vez echó raíces en París, logró trabajar con el congolés Lokua Kanza. Los dos nombres valen como primera referencia de la plena pureza de su aterciopelada forma de cantar, relacionada ancestralmente con la cultura de los Bassa, pueblo nómada oriundo de Egipto y que fue asentándose en el centro y sur del continente. Al cumplir 10 años, su abuelo se lo llevó a vivir con él a una aldea del interior del país, ya que en la capital, Yaundé, difícilmente hubiera podido conocer los usos funcionales que la música cobra por lo general en toda África para la vida cotidiana (y que tan bien exhibe en el álbum). Lo extraño –y esto es también uno de los grandes alicientes del álbum– es poder disfrutar de la belleza de su canto con el acompañamiento instrumental de la kora y el n’goni, más propios de la música griot de Malí. Aunque no tan extraño, teniendo en cuenta que él es un entusiasta viajero y que el álbum se grabó en el estudio de Salif Keita y con la contribución de los dos productores franceses habituales de muchas de las grabaciones del Occidente africano.
Léman, que significa “espejo” en lengua Bassa, es una obra inmensa que rebosa alma y sensibilidad.
GERNOT DUDDA.
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