Rockola, Discos. 16 de noviembre

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Rockola, Discos. 16 de noviembre

Robert Plant / Alison Krauss
Raising sand

ROUNDER/UNIVERSAL

Aires retro para esta, a priori, sorprendente colaboración entre el antaño rudo vocalista de Led Zeppelin y la más dulce Alison Krauss. Dos nombres a los que habría que añadir, y en el mismo tamaño que los de éstos en la cubierta (aunque queda relegado a la contraportada), el del veterano T  Bone Burnett, productor y responsable musical de este Raising sand que juega a las versiones (Everly Brothers, Gene Clark, Townes Van Zandt, Tom Waits, los mismos Led Zeppelin y algunos otros ilustres artesanos) y se aproxima más a los géneros en los que se maneja Krauss (bluegrass, country) que al rock duro que hizo popular a Plant –aunque desde hace tiempo, gusta nadar en diferentes aguas, muy alejadas de las de sus comienzos–, mientras que las inmensas guitarras de Marc Ribot y T Bone Burnett aportan la densidad necesaria para un sonido vaporoso y algo inquietante, por momentos próximo a una banda sonora de David Lynch.
Sin pisar el acelerador, transcurre un trabajo, grabado en Nashville y Los Ángeles, en el que sus protagonistas han optado por disfrutar del sonido y recrearse en las cadencias suaves, con su punto álgido en ese contagioso «Gone gone gone (Done moved on)», un rock and roll clásico de los hermanos Everly que Krauss y Plant logran bordar.
Un disco ciertamente valioso, que explica por qué Robert Plant no ha mostrado demasiado interés por la promoción del nuevo recopilatorio de Led Zeppelin y ha insistido en que su viejo grupo sólo se reúna para un concierto: él anda en otras cosas, vive su presente y tiene nuevas compañías con las que hacer música. Seguro que junto a Burnett y Krauss se lo ha pasado francamente bien. La música contenida en Raising sand, aunque sea fruto de un encuentro puntual, así lo constata.
JUAN PUCHADES.

Joni Mitchell
Shine

HEAR CONCORD/UNIVERSAL

Llevaba nueve años Joni Mitchell sin sacar material nuevo y todo indicaba que lo que estaba por venir haría justicia a este tiempo de silencio. Pero la decepción es casi mayúscula, porque Shine parece más un disco para salir al paso que una de esas obras palpitantes con las que esta canadiense ha escrito su nombre, precisamente, con mayúsculas en las páginas de la historia de la música popular norteamericana.
Tal vez, la larga espera que ha brindado Mitchell hace más exigente el juicio, y eso que lo avisó de antemano con la entrada del nuevo siglo: no publicaría un nuevo álbum durante años ante el desencanto que le producían los rigores de la industria y el negocio discográfico. Lo que pasa que no es el tiempo lo que afecta a este trabajo, sino la atmósfera interna que contiene, formada por una voz que intenta sugerir historias en mitad de unos arreglos anodinos. El piano prevalece sin ningún tipo de pulsión y los acordes de las guitarras se suceden con una apatía que cuesta imaginarlos revolviendo el alma. Parece como si el cansancio o la edad, quién sabe, hubiesen podido a toda una Joni Mitchell, la misma que interpretó Blue o Court and spark. Buena muestra de esta lasitud es el instrumental con el que abre el disco.
El folk y el jazz han sido terrenos donde la cantante ha dado muestras de ser una de las mejores mujeres sobre un escenario, y Shine se mueve en ambos géneros pero sin la profundidad de antaño, aunque todavía conserva destacadas letras de denuncia inteligente. “If I had a heart” es un corte donde Mitchell, siempre inconformista, ofrece su indignación contra un mundo lleno de genocidio, suicidio, odio y guerra. “Si tuviese corazón, lloraría”, asegura. En “This place” es el dinero el que lo puede todo: “Dinero, dinero, dinero… el dinero hace que los árboles se vengan abajo”. También pone música con acierto a un poema de Rudard Kipling en el tema “If”, que se pregunta por el poder de soñar. Incluso revisita su primer gran clásico, “Big yellow taxi”, con una versión de 2007, que confirma que la carga polémica se mantiene pero no hay inspiración melódica por ningún lado.
FERNANDO NAVARRO.

Maceo Parker
Roots & grooves
INTUITION/INDIGO RECORDS

Desde el propio Life on planet groove de 1992 –y por supuesto mucho antes con James Brown–, cada disco en directo de Maceo Parker es una adquisición segura. Y aunque cueste creerlo a estas alturas, se trata de la primera vez que se deja acompañar por una big band, la siempre eficaz WDR de Colonia, siglas del concienciado ente radiotelevisivo del Land de Westfalia. Para poder entenderlo con un símil pictórico, es como si a un dibujo ya elaborado le introducimos un trazo aún más grueso que refuerce su contorno. El resultado tiene que ser por naturaleza brutal. Roots & grooves es doble y está escrupulosamente dividido en dos mitades diferentes pero complementarias: un primer CD de homenaje a Ray Charles, gran culpable de la inmersión de este jovencito de Carolina del Norte en el soul, blues y funk de finales de los 50; y un segundo, con su repertorio habitual, caracterizado por la fiereza del beat asincopado de su célebre mentor (James Brown). Respecto al primero, basta mencionar que el arreglista de la WDR, Michael Abene, se quedó de piedra en los ensayos. Cerraba los ojos y la voz de Maceo se le aparecía espectacularmente idéntica a la de Charles, lo que no es sino una prueba justa del inmenso talento que Maceo lleva de forma indisoluble con su ADN. Los 9:36 minutos de “What’d I say” no tienen desperdicio; lo mismo que “Hallelujah I love her so” –con el órgano de Frank Chastenier–, “Georgia on my mind”, “Margie” o “Hit the road Jack”. En cuanto al segundo CD, uno puede cerrar también los ojos y visualizar al maqueado saxofonista sudando a chorros en sus inagotables conciertos y manteniendo su cimbreante movimiento de caderas mientras resopla y resopla en himnos históricos del funk como “Pass the peas”, “Uptown up” o “Shake everything you got”. Huelga decir que la sección rítmica es p-o-d-e-r-o-s-a, con dos sagrados bastiones de los históricos P-Funk: Dennis Chambers a la batería y Rodney “Skeet” Curtis al bajo. Y la culpa de todo esto la tiene esa sola imagen: la de los jovencitos hermanos Parker, que un día, nada más llegar a su casa de clase, escucharon por la radio un piano Wurlitzer de verdad y a un sonriente Ray Charles detrás, entonando “What’d I Say” en compañía de las Raylettes. Desde ese día, Maceo Parker es un ser felizmente abducido. Y aquí ya lo creo que se nota.
GERNOT DUDDA.

Top Models/Chest
Add to friends

BIP BIP RECORDS

Ricky y Albert Gil, líderes al alimón de Brighton 64 y Matamala, han vuelto a componer juntos después de la separación de la segunda de estas formaciones y que cada uno de ellos se sumara a los Top Models y a Chest, respectivamente. De momento, esta colaboración se limita al tema “Add to friends”, una canción que critica las relaciones virtuales entre grupos en sitios como My Space. En este CD de ocho temas Chest y Top Models interpretan sendas versiones de “Add to friends”. El grupo en el que Albert toca el bajo (en B64 y Matamala era el guitarra) ofrece una visión más pop y con una línea de bajo que por momentos recuerda a los viejos hits de la Tamla Motown. Los Top Models en los que Ricky toca la guitarra (bajista en B64), en cambio, apuestan por el power pop y el R&B. El disco incluye una versión de Chest de “Wintertime blues” de los Top Models mientras que estos hacen suya “Golden marine” del grupo de Albert. Además, el CD incorpora las versiones originales de ambos temas. Para completar este pequeño enredo familiar ambas formaciones atacan separadamente “Silly girl, stupid boy”, otra de las composiciones de los hermanos Gil. ¿Un enredo, decía? No, un divertimento de dos bandas con fuertes lazos familiares y artísticos. Seguramente, Add to firiends no es el disco por el que serán recordados los hermanos Gil, pero creo que no me equivoco si digo que es uno de los que han disfrutado más grabando.
ÀLEX ORÓ.

Varios
25 años de sintonías de Diario Pop

GAS-OIL RECORDS

Lamentable e inesperadamente el Diario Pop de Jesús Ordovás desapareció de las ondas a finales de agosto. Y a no ser por este disco –y por el breve libreto que lo presenta– su recuerdo hubiera quedado difuminado, puesto que nadie ha recordado su importancia como valedor de una cierta manera de entender la música y la validez de esta propuesta. Una validez que queda patente en esta colección de veinticinco sintonías, prueba palpable de la heterodoxia de un programa que cambiaba su entrada musical con una frecuencia desmedida.
Pero es que la música que contiene también demuestra el apoyo a una independencia que recoge canciones por su descaro y no por su carácter convencional. Así era la estética del programa, potenciaba el desbarre antes que la pulcritud, la improvisación antes que el guión. En la segunda mitad del disco desfilan grupos que nada dirán al oyente medio pero que construyen sus propuestas con una mezcla de locura electrónica y esquizofrenia vocal.
Aparte de esto algún pequeño jingle, canciones que Jesús convirtió en iconos como “Un buen día” de Los Planetas o “Tecnicolor” de Cooper y, sobre todo, esas primeras sintonías en las que los grupos de la nueva ola dieron carta de naturaleza a la propuesta. Y es que recuperar inéditas –en disco, claro está– del Aviador Dro o de Derribos Arias a estas alturas es un lujo casi astronómico.
CÉSAR PRIETO.

Maria del Mar Bonet
Terra secreta

PICAP

Un título ciertamente femenino –tomado de la poesía de Robert Graves, “El país secret”– que transpira remanso, nicho de amor, coto reservado, recoleto, intransferible. La gran diva de la canción mediterránea nos tiene acostumbrados a cambiar de tercio de un disco a otro, pero la fotografía global que queda de su carrera es de una coherencia y rigor admirables. Se disfrutan y mucho estos últimos trabajos en los que por supuesto se manifiesta como la gran intérprete vocal que es, pero sobre todo como una diligente directora artística de todo su negociado: la investigación y extracción de su repertorio, la elección de los músicos, los arreglos, la puesta escénica de sus representaciones y grabaciones… Simultaneando incluso proyectos, como el que mantiene en esa gira de teatros a dúo con Miguel Poveda, interpretando la música y poesía de los cantos de trabajo y vida. Terra secreta no poseerá con seguridad la exuberancia andalusí del precedente Amic, amat (bien por Luis Delgado), pero ofrece a cambio una mayor intimidad, concreción en los arreglos –preeminencia de la suavidad, el terciopelo, sonido de salón, mucho piano, cuerda clásica–. Sin embargo sus doce piezas son radicalmente distintas entre sí, con una variedad cromática que abarca por igual y por distinción a Toti Soler (excelente su recreación de “La dansa d’amor”), a Joan Bibiloni y Miquel Àngel Riera (“Mai donis per finit”, una suave bossa de amor), a la griega Haris Alexiou (“Per una cançó”, ese espejo que ella tiene al otro lado del Mediterráneo), a Gabriel Sopeña (“Salónica”, efectivamente todos somos griegos), al añorado Ovidi Montllor (“Dos anònims”, con su romántico envoltorio de música de cámara), por supuesto a Serrat (“Cançó de l’amor petit”, el amor sin contraprestaciones). Incluso hay un blues, y en plan Chicago eléctrico (“Blues en sol”). ¡Maria del Mar Bonet cantando blues! Y por qué no. Así hasta doce. Las doce llaves de un maravilloso espacio propio que ella abre generosamente y sin pudor.
GERNOT DUDDA.

The Hives
The black and white album

UNIVERSAL

El desparpajo y el sentido del humor, casi rozando la parodia kitsch, que los suecos generalmente tienen a la hora de adoptar marcados tics anglosajones, hace que los juicios acerca de ellos suelan ser benévolos. Al fin y al cabo, ellos sólo son receptores de segunda mano, con lo que nunca irán por la vida de salvadores del rock. Quizá por eso a The Hives se les perdone que, tres años después de aquel Tyrannosaurus Hives (04), vuelvan con un álbum en el que, de la mano de Jacknife Lee, pero, sobre todo, del insospechado Pharrell Williams –un productor en la órbita del hip hop y el R’n’B– unos cuantos devaneos en pos de la comercialidad casi empañen su contrastada solvencia para la dentellada rock. Sí, porque hay andanadas de garage rock desbocado marca de la casa, armadas sobre riffs de guitarra hercúleos y estribillos inoxidables –el single “Tick tick boom”, “Try it again” o “Square one here I come” son buena prueba–, pero también acercamientos a la melodía punk rock más estandarizada –“You got it all wrong”, que recuerda con razón a los grupos del sello Burning Herat– y, lo que resulta más desconcertante dados los parámetros en los que hasta ahora se movían, experimentos sobre beats cuya sonoridad remite al hip hop de la vieja escuela, como “T.H.E.H.I.V.E.S.” o “Giddy up”, sin olvidar el interludio instrumental “A stroll through hive manor corridors”. En ese intento por buscar nuevos públicos en caladeros inexplorados, es posible que se queden en tierra de nadie: ni satisfaciendo plenamente a los ya conversos ni captando demasiados nuevos adeptos. En todo caso, valiente apuesta la suya.
CARLOS PÉREZ DE ZIRIZA.

Fire
En el nom del pare

GUERSSEN RECORDS

Puede parecer absurdo que alguien cante un estribillo que diga algo así como “el nombre de mi padre es papá / el nombre de mi madre es mamá” pero en la era psicodélica de la segunda mitad de los años sesenta no sólo era algo absurdo sino que era el tipo de mensaje sin sentido que los que tiempos requerían. Un mensaje influenciado por la literatura victoriana de Edward Lear o Lewis Carroll y unos tiempos en los que en las tazas de té de los jóvenes británicos se diluían lisérgicos terrones de azúcar. “Father’s name is dad” fue el tema que ocupaba la cara A del primer single de Fire, un trío liderado por Dave Lambert. Era una rodaja de puro freakbeat-mod- psicodélico. Directa, precisa y con estribillo tan contundente como loco, pasó completamente desapercibida para las emisoras de radio y el público. Y ahora tengo que abrir un paréntesis que gustará a los “beatlemaniacos”. El single de Fire debía ser editado por Decca bajo la supervisión editorial de Apple, el sello de los Beatles. Cuenta la leyenda que, cuando sólo faltaba una semana para la edición del microsurco, Paul McCartney escuchó la canción y dijo que le faltaba “punch”. Los Fire volvieron al estudio, añadieron armonías vocales y doblaron la guitarra una octava más alta. Como ya hemos explicado, ni con la ayuda de Macca, consiguieron los Fire colocar “Father’s…” en las listas. Con el paso de los años se ha convertido en uno de los temas imprescindibles de cualquier recopilación que pretenda explicar la explosión psicodélica británica.
Guerssen ha titulado en catalán este disco de Fire para diferenciarlo en el mercado internacional de una edición aparecida hace diez años que se agotó en pocas semanas. En el nom del pare incluye las dos versiones de “Father’s…” y todas las demos y acetatos que el grupo grabó a finales de los sesenta. Destacan especialmente “Man in the teapot”, un tema con un bonito crescendo vocal que fue rechazada por Decca. En 1969 Fire firmó con Pye y empezó a preparar The magic shoe maker, un álbum conceptual cuyo sonido es el ejemplo perfecto de la transición de la psicodelia al rock y al folk progresivo. De esta época se incluyen temas como “Magic shoes”, “It’s just love”, una pequeña joya de psych pop; “I know you inside out”, una mini-opera pop titulada “Alison Wonderland” y “Only a dream”, una pausada balada que apunta ya el camino que tomaría Lambert en los setenta con la banda de folk Strawbs. Pinchen este vinilo, prepárense un té, tómenselo con calma (no es necesario que los terrones tengan nada especial) mientras miran por la ventana en un día gris. Puede que vean a Alicia huyendo del País de las Maravillas.
ÀLEX ORÓ.