Varios
I’m not there
SONY/BMG
Todd Haynes ha rodado una singular película centrada en seis personajes dylanescos en la que el talento y diferentes etapas de la vida de Bob Dylan son evocados por seis actores que encarnan a un niño negro, un artista mujeriego, una andrógina estrella del rock, un ídolo folk que se convierte en evangelista y un viejo fugitivo. Y para la correspondiente banda sonora ha encargado a distintos músicos y cantantes la recreación de 33 canciones del genial bardo de Minnesota. Este tipo de tributos suelen resultar espesos, sosos y totalmente prescindibles, incluso los que albergan alguna gema, pero en esta ocasión no sucede así. Puede ser consecuencia de haber dejado la tarea en manos de músicos y cantantes talentosos.
Mantos de teclado y solos de guitarra protagonizan un interesante duelo en un “All along the watchtower” cantado por Eddie Vedder, Sonic Youth barre con un fondo distorsionado “I’m not there”, Richie Haven se acerca al boggie, Stephen Malkmus se acompaña de un teclado retro. Cat Power blinda con metales la deliciosa “Stuck inside of mobile with the Memphis blues again”, John Doe interpreta “Pressing on” con un sentimiento entre el soul y el gospel, Iron & Wine opta por un exotismo propio de la world music, Roger McGuinn y Willie Nelson prefieren añadir aires fronterizos, mientras Mark Lanegan y Tom Verlaine escogen mayor penumbra como ambientación. El roots rock aflora con The Hold Steady, Mason Jennings se ciñe al estilo dylaniano, Los Lobos subrayan el sustrato folk de “Billy 1”, la voz de Charlotte Gainsbourg acaricia al oyente, y la de Antony (& The Johnsons) cautiva y emociona.
Y dejo sin citar a Jeff Tweedy, Yo La Tengo y The Black Keys, entre otros. Los grupos se las apañan ellos solos y varios de los vocalistas cuentan como “backing bands” nada menos que con Calexico y con The Million Dollar Bashers, un supergrupo formado para la ocasión por Lee Ranaldo y Steve Shelley (de Sonic Youth), Nels Cline (Wilco), Tom Verlaine, Tony Garnier, Smokey Hormel y John Medeski. Sin que sirva de precedente, el resultado desprende aroma a sentido homenaje, no sólo a la típica edición planteada como un medio para seguir haciendo caja. Y por si todo lo anterior fuera poco, el trabajo se cierra con “I’m not there”, un sobrante de las sesiones de Bob Dylan con The Band. Todo un lujo, sí, pero a tu alcance ahora que el doble álbum está en las tiendas.
IGOR CUBILLO.
Willie Nelson
A moment of forever
LOST HIGHWAY/UNIVERSAL
Es difícil encontrar en el panorama musical internacional un artista, joven o veterano, tan productivo como Willie Nelson. El cantante de las sempiternas coletas mantiene, además, una calidad media en sus discos bastante aceptable. De vez en cuando se descuelga con alguna extravagancia, como aquella pieza de country-reggae titulada Country man, o regala trabajos de gran belleza como su último It always will be. Su álbum más reciente, este A moment of forever, se sitúa en un punto intermedio, con momentos excelentes combinados con otros perfectamente olvidables. Tras episodios más personales, este disco marca el regreso del artista a cancioneros ajenos de ilustres nombres, tales como Bob Dylan o Kris Kristofferson. Es un tema de este último, “A moment of forever”, el que da título al disco y depara uno de sus mejores pasajes. Su versión de “Gotta serve somebody”, sin aportar demasiado a la ya larga lista de interpretaciones de esta canción del de Minnesota, resulta efectiva y contagiosa. “Louisiana”, de Randy Newman, es otro de los puntos álgidos de un disco que sigue demostrando que lo de Willie es, sobre todo, el tono melancólico. En el extremo opuesto, composiciones como “Gravedigger,” de Dave Matthews, o “I’m alive”, de Kenny Chesney, restan expresividad a la voz del tejano. De hecho, si a algo se debe que éste no sea un trabajo más contundente es a una falta de química evidente entre Nelson y Chesney, cantante country metido aquí a productor. Allí donde Chesney ha querido experimentar e introducir al veterano en terrenos musicales más ambiguos, el proyecto chirría.
JAVIER MÁRQUEZ.
Los Ronaldos
La bola extra
DRO/WARNER
Sin trampa ni cartón. Lo que el último lanzamiento de los Ronaldos recoge es un directo auténtico, de sonido crudo, absolutamente en vivo. Estamos ante el testamento de lujo para una banda que se desmembra en la gloria, aunque suponemos que no durante muchos años. Bien es cierto que su trabajo durante los últimos tiempos se ha centrado en los escenarios, pero el nivel que muestra la banda durante la actuación recogida bien resume su esfuerzo conjunto. No hay temas nuevos más allá de los de su último EP y la versión de “La bola extra” (de La Marabunta), pero el brío y el buen hacer con el que encaran cada una de las piezas del repertorio les sitúa como dignos guardianes y celadores de su propio repertorio. Los viejos temas suenan renovados, con un empaque y una fuerza sorprendentes. A nivel de “artwork”, es curioso presenciar cómo estos combos DVD-CD están permitiendo la recuperación del grafismo con clase, el regreso de las portadas bonitas y de tamaño superior al del sencillo CD, en sintonía con las cubiertas de los viejos vinilos.
Pero volviendo a la banda en sí, y como comentan en los extras del DVD (que conforma el pack junto al pertinente CD), su intención no era grabar la actuación con fines comerciales, sino que fue después cuando comprendieron que no sería mala idea dar forma al trabajo que nos ocupa. Seguramente sea por ello que el conjunto final destila frescura y distensión, dentro de la distensión que se pueda dar en una ceremonia de rock and roll puro. Calidad de sonido e imagen absoluta, con los medios justos aunque muy bien empleados y una mezcla final que permite disfrutar de cada instrumento en su justo balance.
Qué pocas son las formaciones que se atreven a ser sinceras en sus respectivos discos en directo. Ésta es una de ellas y, sin duda, una buena ocasión de tener en casa una pequeña parte del mejor rock español.
JUAN JOSÉ ORDÁS FERNÁNDEZ.
Teresa Salgueiro & Lusitania Ensemble
La serena
ETER/RESISTENCIA
Nunca un periodo sabático, como el que está afrontando ahora Madredeus, ha podido dar más de sí. Especialmente para su cantante, Teresa Salgueiro, que sin soltar amarras del grupo madre –Pedro Ayres Magalhaes sigue ejerciendo de productor en sus propios discos–, ha aprovechado el parón de actividades del embajador mundial de la Lusitania para darle un buen empujoncito a su propia historia personal. Y a tenor de sus últimas declaraciones, todo indica que por aquí andará su futuro. Tras su brillante homenaje a la música brasileña (con versiones tan jazzísticas de Jobim, Vinicius y Ary Barroso, entre otras) realizado con el Septeto de Joao Cristal en su álbum Voce e eu, Teresita se arrima ahora a la cuerda adusta y solemne del Quinteto Lusitania (rebautizado como Lusitania Ensemble). Se trata de un recorrido mucho más cosmopolita a través de un cancionero seleccionado conjuntamente por ella y por su fundador, Jorge Varrecoso Gonçalves. La metáfora de una sirena que paraliza con sus cánticos a los marineros de los siete mares se puede aceptar únicamente como sinónimo de ubicuidad geográfica (“serena” quiere decir “sirena” en portugués). Están las rancheras de José Alfredo Jiménez (“Paloma negra”), la morna de Cesaria Evora (“Mar azul”), el encantamiento de Caetano Veloso (“O leaozinho”), el filón compositivo de Tribalistas (“A velha infancia”), el tango trangresor de Piazzolla (“Vuelvo al sur”), la bohemia europeísta de Edith Piaf (“La vie en rose”) y Leo Ferré (“Avec le temps”), un clásico musical de cine (“Somewhere over the rainbow”), el recuerdo a Nat King Cole (“Unforgettable”), por supuesto el fado de Amalia Rodrigues (“Extraña forma de vida”)… Y unos cuantos instrumentales, algunos de ellos bien galanos, de origen ladino. Un repertorio de fábula elegido que ni a medida de las grandísimas dotes vocales de Teresita –que alterna sin problema alguno el español, el italiano, el portugués, el inglés o el francés – y al que sólo hay reprocharle cierto minimalismo en muchos de los arreglos. La voz de Teresa pide menos seriedad y más exuberancia. Más campo y menos corsé.
GERNOT DUDDA.
Nada Surf
Lucky
SLANG
El quinto álbum del trío neoyorquino Nada Surf revela un nivel tan bueno o mejor que el demostrado en la mayoría de sus entregas anteriores. Lucky destaca otra vez por contener un nuevo ramillete de fantásticas composiciones pop en las que sus siempre arrebatadoras melodías han vuelto a convertirse en la base perfecta para sus temáticas sobre el amor, la esperanza y otros tantos motivos relacionados con el sentimiento humano, elevado, eso sí, a sus múltiples potencialidades. Con formas expresivas aparentemente sencillas pero infalibles y que reportan de inmediato a gentes de peso como los setenteros Cheap Trick o de relativo más reciente cuño como Weezer, Pavement, Foo Fighters, Pixies o, sobre todo, los excelsos Teenage Fanclub, este nuevo trabajo es para todos los amantes de este tipo de sonoridades, “afortunadamente”, uno de esos momentos musicales sin lugar al término medio: o gusta mucho o gusta muchísimo. Sobre todo si uno es de esas personas a las que le enganchan las buenas melodías con guitarras poderosas pero de escucha simple, acompañadas de esos estribillos saltarines que suelen quedársele a uno en la cabeza a la primera y pervivir durante un montón de tiempo porque están construidos a base de juegos de armonías vocales inolvidables. Auque no debería destacar en especial ninguno de sus once temas porque en conjunto el álbum es absolutamente compacto y sin espacio para las lagunas no me resisto a pasar por alto composiciones e interpretaciones soberbias como las que los Nada Surf nos obsequia en medios tiempos redondos como “See these bones”, “Whose authority”, “Here goes something” o “I like what you say”. Una auténtica delicia, vamos. A destacar finalmente que la distribución de este gran disco no es estándar sino que únicamente se puede adquirir por correo, vía web o si se tiene la fortuna de asistir a alguno de sus conciertos puesto que con el pago de las entradas se obtiene “free” una copia del mismo.
JAVIER DE CASTRO.
Rhonda Vincent
Good thing going
ROUNDER/KARONTE
Poco se puede decir de esta veterana que no se sepa ya. Tras bastantes discos sigue haciendo lo mismo, sin mucha innovación y sin necesidad de ello. Con una voz y un “feeling” como los suyos, unos arreglos tan precisos, un repertorio tan efectivo y un grupo de amigos tan dispuestos a colaborar, ¿para qué más? Como es habitual, el nuevo trabajo de la Vincent bascula entre baladas que se acercan, sin llegar, a ciertos excesos pastelosos, y piezas más ágiles (hillbilly, western swing…) que es donde mejor brilla la artista, tanto en su papel de vocalista como a la hora de sacarle partido a su mandolina. Clara heredera de Dolly Parton, su voz no llega a resultar tan predecible, permitiéndole así una mayor variedad de registros. Entre las diversas colaboraciones de este nuevo disco, cuyas canciones están casi por completo dirigidas a proclamar lo feliz que se siente la dama con su vida entre la familia y los amigos, destacan los duetos con Russell Moore en “I give all my love to you” y con Keith Urban en “The water is wide”, aunque tal vez sea “Just one of a kind” uno de los mejores pasajes del álbum. Con un concurrido grupo artístico trabajando en esta canción, conviene destacar la participación en los coros de esa voz memorable que es la de la risueña Kathy Chiavola. Un buen disco de bluegrass, en definitiva, que añade otra muesca en el mástil de la multipremiada mandolina de Rhonda Vincent.
JAVIER MÁRQUEZ.
Bombones
Diska
ROCK INDIANA
Tiempo hace ya que este cronista asistió a la presentación de unos sevillanos que teloneaban a Cooper al mismo tiempo que presentaban un primer disco. Han pasado cuatro años y en medio un EP de versiones, pero da la impresión de que todo ello pertenece a un tiempo remoto y que su conglomerado estético se aleja bastante de aquellos presupuestos de pop básico y punzante que entonces ofrecían.
Ahora cantan en castellano y han arreglado su sonido usando sintetizadores, y con ello abren un conflicto. Son canciones redactadas con esmero y de encaje clásico, de hecho puede resultar un pasatiempo entretenido pensar las melodías como sobrantes de formaciones de los 60: “El acento invisible” absorbe plenamente esas delicias que hacían Los Ángeles, “Pienso intoxicarme” recoge esas trompetas y ese aire soul hispano de Los Gritos.
Pero por otro lado, la electrónica está presente para acomodar en las canciones un cierto aire moderno, en “Les enfants”, por ejemplo –uno de los dos instrumentale– que se acerca peligrosamente a la atmósfera de los discos de Spicnic y por ello adquiere una doble intensidad.
En esencia, el conjunto no resulta del todo bien cosido, pero este desaliño es lo que provoca, si el oído se hace permeable, un encantamiento. Como una orfebrería iluminada con neones. Quedan restos del quehacer artesano, ese “A otro lugar” que engarza coros a lo Beach Boys en una base acústica, pero en general se trata de uno de esos discos en que el cronista piensa que el futuro va a juzgar con mayor visión. Y que casi anuncia que esta visión va a ser positiva.
CÉSAR PRIETO.
Para consultar el Rockola de la semana pasada, pincha aquí.