Morrissey
Years of refusal
POLYDOR/UNIVERSAL
Morrissey es un hombre de mediana edad. Una edad que para algunos puede significar estar en “la flor de la vida” y para otros enfrentarse “al principio del fin”. Moz lo afronta de una manera algo confusa y podríamos hablar de “la felicidad de sentirse desgraciado cuando uno es un hombre de mediana edad”. Esta es la temática que centra Years of refusal, la nueva entrega del ex cantante de los Smiths. En la docena de temas que lo integran, Morrissey se regodea en el desamor, la desgracia, la incomprensión, el victimismo… pero llega un punto en que el que no se sabe si se trata de impostura, realidad o sátira. Sea como fuere, nos hallamos, sin duda, ante el mejor disco de Morrissey de los últimos años. Las rugientes guitarras de Jeese Tobias que envuelven los tormentosos versos Years of refusal le dan una capa de barniz rockero que recuerda a los primeros trabajos del cantante, esos que le hicieron construir su sólida y bien cimentada carrera en solitario. El disco fue grabado en Los Ángeles a mediados de 2008, pero su lanzamiento se vio retrasado por la muerte de su productor, Jerry Finn, que padeció una hemorragia cerebral justo después de terminar el trabajo en el estudio. Precisamente la vuelta de Finn, que ya había trabajado con Morrissey en You are the quarry (2004), es una de las bazas ganadoras de este disco después de que Moz prescindiera de Tony Visconti, el productor de Ringleader of the tormenteors (2006), un disco que obtuvo excelentes ventas (número uno en Gran Bretaña) pero cosechara muy malas críticas.
En Years of refusal, destacan la poderosa oda sobre la adicción a los anti-depresivos “Something is squeezing my skull” y “One day goodbye will be farewell”, con una baterías no aptas para cardiacos; “When I last spoke to Carol” con su épico aire de western y “Mama lay softly on the riverbed”, una de las composiciones que tiene unos arreglos más logrados. En el apartado de baladas, debemos mencionar la excesivamente edulcorada “It’s not your birthday anymore” y “You were good in your time”, que podría formar parte del repertorio de cualquier crooner que se precie. “All you need is me” y “That’s how people grow up”, habían formado parte del último recopilatorio de Morrissey, pero no desentonan en absoluto con el conjunto del nuevo disco. Ha vuelto pues el Moz más rockero, el de los himnos vibrantes. Esperamos que sea para quedarse.
ÀLEX ORÓ.
The Prodigy
Invaders must die
COOKING VINYL
La nueva entrega de The Prodigy llega con novedades. Por una parte, Liam Howlett vuelve a contar con las extravagantes voces de Maxim Reality y Keith Flint, en lo que podríamos denominar como un regreso a las raíces de la banda, situando su propuesta musical en un punto intermedio entre su faceta más dance y su vertiente rock. Por otro lado, a nivel sonoro Howlett ha dotado a Invaders must die de unas bases electrónicas más contundentes que de costumbre, más directas y violentas. El pulso orgánico se nota en el uso de determinados instrumentos guiados por la mano humana, pero el componente electrónico es el que gana el pulso en un disco que mejora en cada escucha.
Como en cada entrega de The Prodigy, los temas que la componen se alimentan de múltiples parajes, ritmos cardíacos y divergentes detalles sonoros. Esa difícil mezcla entre una propuesta directa –violenta– y a la vez meditada y detallista es una de las claves por las que un combo “dance” ha podido llegar al público rockero. No se trata de un reto intelectual, pero disfrutar a fondo de las composiciones de Invaders must die conlleva paladear recovecos, arreglos, electrónica áspera y liviana, en una batidora de fuerza bruta, con opción a sencillo entretenimiento. Sin complejos, ¿no va de eso el rock and roll?
JUAN JOSÉ ORDÁS FERNÁNDEZ.
Varios
Catalán en castellano
LA DISCRETA
Nos ha sorprendido la casualidad, esa que llega en forma de sobre y que nos ha enfrentado a algo que ya creíamos irremediablemente perdido. Resulta que el cronista disfruta sobremanera con esas historias que en la Transición se escondían en callejones libertarios, burlas ácratas al sistema desde la inteligencia, descargas de sarcasmo en que se atacaba a los fallos de seguridad de la joven democracia sin pretender dinamitarla. Al contrario, esos ejercicios de nihilismo y “burlesque” eran el argumento más preciso para defender lo que, escasamente, habíamos ganado. Chicho Sánchez Ferlosio, Javier Krahe, parte de la Nova Cançó trataban de encajar una irreverencia que completaba el sistema.
El caso es que el cronista disfrutaba de ello desde la distancia. Ya no es posible algo de este calibre, pensaba. Y eso seguía pensando cuando recibió el sobre de La Discreta. La Discreta es una coqueta editorial que vive esencialmente de suscripciones, edita maravillosos libros que acuden a casa directamente. Y en medio de ellos a veces incluyen discos que tiran hacia el lado más culto y selecto. Menos éste.
El cronista entra en contacto con la editorial para ver de dónde se escancia tan sublime maravilla, y se entera de que uno de los hacedores de la editorial fue factótum también de algo que se llamó Taller de Reinsertables –quería recordar al Taller Canario del que surgió Pedro Guerra– y que duró una década. Y que tuvo contacto tangencialmente con Luis Pastor, Pepín Tre, Elisa Serna, Moncho Alpuente y en esencia con la mejor tradición satirica española, esa que recorre desde Jardiel, Mihura y La Codorniz hasta las murgas gaditanas o la revista. A ello se une una querencia por actos organizados desde la izquierda y sobre todo –parece ser su punto álgido– la solidaridad con los trabajadores de SINTEL. Sus feudos eran salas como Galileo o Clamores y su sistema de actuación deslumbrante de sencillo. José María Alfaya se presentaba como “cantautor de guardia” y era interrumpido en plena actuación por unos indigentes que imploraban por caridad un hueco para cantar, a partir de ahí llegaban algunas canciones emblemáticas –“Canción de los indigentes cantautores protestones”, verbigracia– y una fiesta en toda regla en la que podía suceder de todo.
Contaron con una media docena de letristas y entre ellos un funcionario de juzgado que guardaba decenas de letras –a la manera de Brassens o de Javier Krahe, véase si no “¡Ay Isabel!”– en un cajón. Éstas llegaron por un casual a manos de Alfaya, quien se apresuró a ponerles sentimiento. Letras con esa manera hispana de ser cruel y tierno a la vez: poetas de escaso recorrido a ritmo de fanfarria, compradores en centros comerciales, sablistas de espíritu aristocrático, travestis comprensivos, maridos afectados de oligospermia,…
Ha de quedar claro que el disco de José María Catalán no es un disco del Taller de Reinsertables, es ni más ni menos que un capricho. El Taller murió donde debía, en los escenarios. Se cuidan las versiones, se recoge a grupos de amigos para cantar y se capta un espíritu pero no es posible ver el carácter militante y travieso de las actuaciones. Aparte de ello, las canciones son un compendio de la alegría con que se enfrentaban a lo que no era más que una afición. La chirigota gaditana con la que entraban los indigentes, la pereza –a la manera del Chicho de “Hoy no me levanto yo” se presenta “Mañana” en forma de tango–, los tres Reinsertables presentes en el disco a ritmo de cha-cha-chá . Los perfiles se voltean, se anclan en géneros populares y se convierten en esperpento.
Pero al mismo tiempo, Catalán y Alfaya se deslizan entre paisajes de belleza clásica. “Ese maldito veneno” es como si las Vainica de “Cartas de amor” se hubieran juntado con Hilario Camacho, “Lugares comunes” es escuchar –¡cuánto tiempo hacía que no se la tomaba como referente!– a Cecilia. Y sobre todo “A tu tristeza”, vestido canónico de bolero para un desarrollo melódico lleno de sequedad anímica y de colores. La forma más directa de comprarlo es en esta web.
Y esmérense en la compra. De aquí a diez años es el disco que todo el mundo va a querer y que apenas nadie tendrá.
CÉSAR PRIETO.
Killus
Extinción
DFX RECORDS
Si Trent Reznor remezclara salvajamente a Parálisis Permanente, el producto final sería algo muy parecido a Killus. Buenas referencias, sin duda, aunque su segundo disco (primero en castellano) se ofrece a ser diseccionado a fin de desglosar sus virtudes y defectos. Y es que su metal industrial suena francamente bien ejecutado aunque a nivel lírico resultan un tanto efectistas, vaticinando un Apocalipsis de cartón piedra que, muy posiblemente, podría calar en el sector pubescente. No se trata de una propuesta musical precisamente madura, aunque tampoco lo pretende: Es puro carnaval industrial en el sentido lúdico y sonoro, puro entretenimiento muy bien facturado. Las canciones ganarían más siendo más divertidas que terroríficas y, aunque no sobrecogen, están perfectamente estructuradas –al escucharles tocar con atención se dejan notar muchísimas horas de ensayo y preparación, una dedicación que merece todo respeto–. La producción de Jorge Escobedo encaja como un guante en el entramado metálico de teclados sintéticos y guitarras distorsionadas de la internacional propuesta de estos jóvenes, perfecta para conquistar al público gótico adolescente de habla hispana a nivel mundial. Y es que suenan como un cañón, las cosas como son.
JUAN JOSÉ ORDÁS FERNÁNDEZ.
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RECOPILATORIOS
Varios
Mahavishnu re-defined (A tribute to John McLaughlin and the Mahavishnu Orchestra)
ESC/INDIGO
La Mahavishnu rompió con rotundidad el techo planteado para el jazz improvisado a principios de los años 70. Su fusión de rock y jazz sentó un trascendental precedente por su avanzada “performance” escénica y su coartada espiritual. Pero sobre todo sus músicos tocaban como Dios, reflejando una actitud por la música y la vida que ha sido faro para futuras generaciones. Aparte del guitarrista John McLaughlin, en el grupo coexistieron los teclados de Jan Hammer, el violín de Jerry Goodman, la batería de Billy Cobham y el bajo de Rick Laird. Más que un quinteto, un “dream team”. Cualquier músico que se haya pronunciado desde entonces por la fusión y la vanguardia tiene tan interiorizado a la Mahavishnu que tocar una pieza suya supone de hecho hablar de sí mismo y de su propia vivencia. Esto produce versiones realmente grandiosas, aumentado por el hecho de que este doble CD es una recopilación de “experiencias” y no un proyecto concebido “ad hoc”. Entre tanto y tan bueno se hace difícil destacar algo, pero se puede mencionar que el propio Cobham figura arrimado a los alemanes HR Big Band (alumbran una buenísima revisión de “Eternity’s breath Pt. 1+2”). Que el pianista Gary Husband vuelve lírico “Celestial terrestrial commuters”. Que el teclista Mitchell Forman lleva “Birds of fire” hacia un inesperado terreno propio (“Thousand Island Park”). Que Nguyen Le –el Jimi Hendrix vietnamita– aporta un tema suyo con una banda que incluye el contrabajo de Renauld Garcia-Fons y nuestro Tino Di Geraldo. O que Wild Strings Quartet se atreve con la famosa “Trilogy” al completo, una de cuyas partes –“La mere de la mer”– vuelve a ser luego interpretada por el Mahavishnu Project String Quartet de Gregg Bendian. Un trabajo intenso y trascendental a partes iguales que debería traspasar sin problemas el entorno progresivo para el que se supone ha sido creado.
GERNOT DUDDA.
Paquito D’Rivera
Spice it up! The best of Paquito D’Rivera
CHESKY/KARONTE
Aunque son ya unos pocos los discos de “best of” del gran saxofonista cubano, éste tiene un valor muy especial por coincidir con su reciente etapa en Chesky Records, donde Paquito gozó de un estado de gracia muy especial. Realmente el álbum tiene ejemplar vida propia, un discurso de narración único. Obras de estudio aquí reflejadas, como “Portraits of Cuba” o “Tropicana nights”, ganaron respectivos premios Grammy. La selección del repertorio exhibe variedad en todos sus fuertes, lo que de por sí es habitual en él: del obligatorio cancionero cubano (“Échale salsita”, “Drume negrita”, “A mí qué/El manisero”) a su querencia por las orquestas (ya sean de “big band” o sinfónicas) o incluso la música de cámara (como en su descomunal revisión del “Night in Tunisia” de su viejo amigo Dizzy Gillespie). Paquito se deja gozar en la interpretación, producción y arreglos, pero también en la composición, como también lo reflejan sus piezas propias (“Chucho”, los respectivos temas homónimos de los discos arriba mencionados…). Cuela generosamente un “Who’s smoking” escrito junto a su gran protegido, el trompetista Claudio Roditi. Y hasta sobrevuela Brasil por su lado más festero a su paso por “Tico tico”, lo que le da la razón al propio Gillespie cuando dice que Paquito, más que jazz latino, lo que hace es “música panamericana”. La calidad de las grabaciones es espectacular, como corresponde a los estrictos cánones de calidad que se autoimponen los chicos de la Chesky. No hace falta recordar una vez más que nos encontramos ante una de las personalidades más cultivadas y completas de la música cubana.
GERNOT DUDDA.
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