Uno de los grandes aciertos de Miguel al celebrar este aniversario: huir de las tentaciones de réplica
Dos noches para celebrar un disco tan histórico, como aplaudido y referencial. Dos noches en las que un incandescente Miguel Ríos se rodeó de grandes músicos, y mejores amigos, con los que conmemorar los cuarenta años de unas canciones que marcaron una época y permanecen atemporales. Dos noches para recordarle al mundo que el rock and roll sigue vivo. Marta Sanz asistió a la primera de ellas, entre emblemas sonoros, emotivos tributos y bailes a la nostalgia.
Miguel Ríos
Wizink Center, Madrid
11 de marzo de 2022
Texto: MARTA SANZ
Fotos: RAQUEL LÓPEZ
La ovación es inmensa desde la primera oscuridad, con las siluetas de los músicos recorriendo el escenario y la voz de Miguel jaleando al personal lejos del micro. Cuando estalla la luz, el cantante granadino, rodeado de los aliados de la noche, ruge un “Bienvenidos” que levanta a un público enfervorizado. Misma ciudad, distinto espacio, 40 años después.
Esta vez los asientos cubren la pista, aunque las sillas serán puro material ornamental durante toda la noche, un hueco para dejar el abrigo o tomar pequeños respiros. A la banda se la recibe en pie, y así se le rendirá pleitesía el resto de la velada. A pesar de los años, cada momento y cada verso parece nuevo. Y es uno de los grandes aciertos de Miguel al celebrar este aniversario: huir de las tentaciones de réplica. No disimular el paso del tiempo, tomar lo bueno y lo malo de la travesía y recuperar un repertorio mítico sin nostalgia ni anacronismos. Aunque sí se permite hacer guiños a ese concierto en dos noches de 1982, como cuando manda esta vez, como entonces, «¡Esas remeras en el guardarropa!» antes de enfilar “Sueño espacial” y “Año 2000”.
«¿Sabéis lo que pesan 40 tacos?», pregunta entre risas Miguel Ríos
Aunque no ha perdido un ápice de la eléctrica vitalidad que desprendía entonces, hay una cadencia distinta en el hablar de Miguel Ríos, que se sale un instante del guion original para recordar a las víctimas de Ucrania. «Nos negamos a pasar página, no a la guerra. Mi querido Luis García Montero escribió un hermoso poema, en un intento de frenar la calamitosa, nefasta y artificial guerra de Irak. Era una plegaria laica a la que llamó “Oración”. No logramos parar la guerra pero salvamos la dignidad», clama justo antes de versearla con apenas ambages y bajo unos focos con los colores de la bandera ucraniana.
La escenografía es, desde ese momento, elegante y aportadora. Las luces y las imágenes de fondo acompañan cada canción sin robar protagonismo ni quedar en lo anecdótico. Así es en “Generación límite”, con un repaso histórico que comienza con revueltas estudiantiles, huelgas y triunfos deportivos y acaba con el volcán de Palma en plena erupción.
Tras el contexto, Miguel presenta a la primera invitada a esta fiesta como “la dulce y luminosa Annie B Sweet”, que engaña en su fragilidad aparente antes de aullar con él la “Nueva ola”. Ella, como el resto de artistas que irán subiendo al escenario, lo hace sin aspavientos, prestándose a la canción y al listón que el momento exige. Lo hace también el guitarrista Javier Vargas, que se desata en ‘Un caballo llamado “Muerte”.
«¿Sabéis lo que pesan 40 tacos?», pregunta entre risas Miguel Ríos, que no ha parado de bailar y recorrer las tablas ni un instante, en el respiro que utiliza para exhibir a la banda, con un primer e infaltable recuerdo. «Porque lo manda el guion vamos a bajar un poco las pulsaciones, y aprovecho para presentar como se merece a los aliados de la noche. Todos los que estamos sobre el escenario extrañamos de forma muy, muy profunda la presencia de nuestros compañeros Sergio Castillo y Paco Palacios. Se fueron demasiado rápido, demasiado jóvenes. Están aquí esta noche.”, dice mientras en la gran pantalla aparecen gigantes el batería y el guitarrista que formaron parte de la grabación de aquel Rock & Ríos. Para sustituir al primero, y golpeando sus baquetas el mismo instrumento de Castillo, se encuentra un jovencísimo Pablo Narea, hijo del productor del mítico disco, debutando a sus 18 años -y ganándose un dignísimo puesto entre tanta veteranía-. El hueco que dejó el insustituible Paco Palacios lo ocupa un incansable José Nortes, compañero en la gira presente de Ríos junto a The Black Betty Trio.
«Todos los que estamos sobre el escenario extrañamos de forma muy profunda la presencia de nuestros compañeros Sergio Castillo y Paco Palacios»
De entonces, lo acompañan esta noche de marzo de un nuevo siglo Thijs van Leer (teclados) y Mario Argandoña a la otra batería; un emocionado Antonio García de Diego, guitarra y coprotagonista de la mítica portada del disco y Mariano Díaz (teclado) –«decanos de la banda», como los señala; John Parsons a la guitarra; Tato Gómez, tercer productor del disco junto a Carlos Narea y Ríos y pieza clave del proyecto.
El anfitrión toma de nuevo las riendas con “Buscando la luz”, que canta al abrigo de Rebeca Rods y su coro, y cede por completo la contención en el largo abrazo con el que recibe a Víctor Manuel, con el desgrana de forma conmovedora los versos del propio cantante asturiano en el “Blues del autobús”, una canción de verdad, como Ríos reconoce: «Esta canción representa prácticamente nuestra vida. Es como una de esas que, cuando las cantas, siempre sabes que has estado en el quinto infierno».
Cede por completo la contención en el largo abrazo con el que recibe a Víctor Manuel
Amaral se suma a la fiesta con “El Río”, con la frecuencia única de Eva que parece hecha para este repertorio, y “Santa Lucía” es casi más cantada por el público que en el escenario. Con Shuarma (Elefantes) empieza otra revolución, al ritmo de “La ciudad de neón”, y el grado del rock alcanza cotas de maestría con el Banzai de Carlos Tarque y Jorge Salán, que también rasga su ácida guitarra con Ainoa Buitrago, “La reina de la noche”. Miguel Ríos es exigente, reprende al público si no se entrega, clama contra sí mismo si se equivoca, pero lo hace de una forma tan honesta que consigue que la entrega sea total. En esta tesitura se adentra «en fase experimental», asegura, dando la bienvenida a la familia Ruibal, con Javier llenando con su voz el Wizink y Lucía prendiendo aplausos con su baile. Tras el arte flamenco rompe de nuevo el rock and roll la pista, con el delirio desgarbado de Mikel Izal, al que Ríos le agradece «hacer posible la inmortalidad del rock», y Pucho y Guille Galván, que se prestan un juego casi espectáculo con los asistentes.
Con cada presencia nueva en el escenario la banda se enciende, Ríos se deshace en bailes y abrazos haciendo, como prometió semanas antes del concierto, lo imposible por hacer vibrar al público. Confiesa, en algún momento, estar «reventado», pero cuando llega “El himno de la alegría” su voz alcanza cada rincón del palacio, para el tiempo en esa apoteosis a la que lo elevan sus músicos, creando uno de esos momentos a los que uno vuelve de vez en cuando, solo por recordar que existió.
Tras una breve despedida, cuando parece que todo lo enorme ha sucedido ya, llegan nuevos regalos de la noche, el éxtasis de la celebración prometida. Porque, además de compartir sus canciones, la banda acoge en su trinchera a gigantes de la música que escribieron algunos de los que hoy son auténticos himnos de la música. El primero, con sus desafiantes solos de guitarra al borde del escenario, Ariel Rot, que además de cantarse “Sábado a la noche”, acompaña a Johny Cifuentes, que agita al personal con “Mueve tus caderas” y comparte un “Rock & Roll en la plaza del pueblo” junto a su cómplice en Tequila, Alejo Stivel.
Miguel se arrodilla para recibir a otro símbolo del rock en español, Rosendo
En la cuenta atrás de este concierto de casi tres horas, Miguel se arrodilla para recibir a otro símbolo del rock en español, Rosendo, junto al que canta, desatado, “Maneras de vivir”, tras el que llega la penúltima “Mis amigos dónde estarán”, en la que Topo ratifica que las décadas, muchas veces, engrandecen las leyendas.
Para enfilar el tramo final, la banda vuelve a estar sola ante el público, y retoma por dos canciones el repertorio. Ese que, más que un itinerario impuesto, fue durante esta noche un camino abierto a voces nuevas y grandes glorias. Versos prestados que, sin dejar de honrar el pasado, llenan de futuro al rock and roll, con Miguel Ríos y los aliados como ejemplo de resistencia. La despedida es lenta, y el aplauso largo, porque ni celebrados ni asistentes quieren poner punto final a un concierto que, como aquel de 1982, será muy difícil de olvidar.
Sin dejar de honrar el pasado, llenan de futuro al rock and roll, con Miguel Ríos y los aliados como ejemplo de resistencia
Repertorio
1.- Bienvenidos
2.- Sueño espacial
3.- Año 2000
4.- Oración (poema de Luis García Montero)
5.- Generación Límite
6.- Nueva Ola (con Anni B Sweet)
7.- Un caballo llamado Muerte (con Javier Vargas)
8.- Buscando la luz (con Rebeca Rods)
9.- Blues del autobús (con Victor Manuel)
10.- El río (con Amaral)
11.- Santa Lucía
12.- La ciudad del neón (con Shuarma)
13.- Banzai (con Carlos Tarque y Jorge Salán)
14.- La reina de la noche (con Ainoa Buitrago)
15.- Un largo tiempo
16.- Al Ándalus (con Javier y Lucía Ruibal)
17.- Los viejos rockeros nunca mueren
18.- Rocanrol Bumerang (con Mikel Izal)
19.- Extraños en el escaparate (con Pucho y Guille Galván)
20.- Himno de la alegría
21.- Rockero de noche (con Ariel Rot)
22.- Sábado a la noche (con Ariel Rot)
23.- Mueve tus caderas (Johnny Cifuentes)
24.- Rock & Roll en la plaza del pueblo (Alejo Stivel y Ariel Rot)
25.- Maneras de vivir (con Rosendo)
26.- Mis amigos dónde estarán (con Topo)
27.- El laberinto
28.- Lúa, Lúa, Lúa